Diego Rivera y el cubismo del Anáhuac

Diego Rivera y el cubismo del Anáhuac

Laura González Matute / Cenidiap. INBA

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Diego Rivera y las imágenes de la Revolución mexicana están indisolublemente unidos. El sinfín de escenas que el pintor recreó sobre los pasajes de ese movimiento aparecen en sus dibujos, grabados, trabajos de caballete y en los muros de varios de los edificios más importantes del Distrito Federal y de ciudades de provincia como los de la Secretaría de Educación Pública, las escaleras de Palacio Nacional, el Museo Mural Diego Rivera, la capilla de Chapingo y el Palacio de Cortés en Cuernavaca, por indicar los más reseñados.

Ante el próximo festejo por el Centenario d la Revolución, es importante dar a conocer una obra menos divulgada y quizá desconocida, sobre la misma temática, que el artista desarrolló justo durante los años que duró la contienda armada, cuando vivía en Europa, muy influido por los cánones de la pintura en boga en ese momento. Rivera había viajado al Viejo Continente al inicio de 1907, con la pensión que Teodoro Dehesa, gobernador de Veracruz, le otorgó para el tiempo que allá residiera, con la única obligación de enviar un cuadro cada seis meses, a fin de poder apreciar sus progresos. Así lo hizo hasta 1921, lapso en el que residió en París y Madrid, sobre todo, con un breve paréntesis motivado por la visita que en 1910 hizo a su país. Entonces dio un giro pictórico, cuando se volcó a la creación de una multitud de pinturas y murales de carácter realista.

Al llegar a Europa, el joven pintor llevaba consigo la buena formación que recibió en la Academia de San Carlos de México. El plan de estudios que siguió estrictamente poseía una tendencia con bases científicas acorde a las teorías positivistas de la época y, por lo mismo, hizo de él un pintor muy diestro. Siendo alumno en las clases de paisaje de su maestro José María Velasco, sentía gran inquietud por plasmar la perspectiva óptica en la recreación de paisajes con enormes horizontes al igual que por los aspectos geométricos.

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Una vez en Europa, Rivera tuvo innumerables experiencias plásticas, que lo impulsaron a producir un gran número de cuadros que remitenía su paso por los senderos de los movimientos artísticos de mayor relevancia. De manera ágil y positiva desarrolló su gran disposición para la pintura en todas las corrientes estilísticas que conoció. El joven artista maduró bajo la influencia de obras de pintores españoles reconocidos, como El Greco, Sorolla y Zurbarán, y también, en gran medida impulsado por su maestro, Eduardo Chicharro. Probó así distintas corrientes pictóricas de moda, lo cual le dio una experiencia que repercutió positivamente en su formación.

Esto se hizo evidente cuando, en su viaje a México en 1910 con motivo de las fiestas del Centenario de la Independencia, presentó una exposición pictórica individual en la Escuela Nacional de Bellas Artes, justo el 20 de noviembre, día en que debía estallar el movimiento revolucionario convocado por Francisco I. Madero. Los comentarios respecto a su obra fueron muy elogiosos y él regresó a Francia, de donde un poco después se trasladó a España. Allí continuó explorando otras tendencias pictóricas.

No fue sino hasta 1913, cuando le llamó la atención la pintura cubista de Pablo Picasso y Georges Braque. El cubismo se distingue por su gusto de las formas geométricas, el empleo de colores tenues, poco estridentes y el concepto de la imagen simultánea, es decir, el crear los objetos y personajes desde diversos ángulos y perspectivas. No se pretende representar a la naturaleza o a los objetos como se ven, sino –como decía Picasso– con todas sus vistas de manera sincrónica e incluso en movimiento. La atracción para Diego fue tal que acudió a la manipulación geométrica y al punto de vista panorámico elevado para recrear paisajes, retratos y naturalezas muertas. Sus mejores obras ese año fueron La Adoración de la virgen, La joven con alcachofas, La mujer del pozo o El joven de la estilográfica (todas de 1914), y El arquitecto (de 1915).

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La primera guerra mundial lo sorprendió en París con su esposa, Angelina Beloff, una pintora de origen ruso, por lo que tuvieron que emigraría la isla de Mallorca. Al poco tiempo dejaron las bellas playas españolas y se instalaron en Madrid. Allí, desde 1915, el artista entró en contacto con varios intelectuales mexicanos, entre otros, los escritores Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes, el pintor Ángel Zúrraga y el arquitecto Jesús Acevedo y, sobre todo por el primero, se enteró en detalle de los últimos acontecimientos en México.

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PARA SABER MÁS:

  • LUIS MARTÍN LOZANO, Diego Rivera y el cubismo, México, Conaculta, 2005.
  • OCTAVIO PAZ, “Re/visiones: Orozco, Rivera, Siqueiros” en http://letraslibres.com/pdf/1255.pdf
  • RAQUEL TIBOL, Diego Rivera. Luces y sombras, México, Lumen, 2007.
  • “Diego Rivera” en: http://www.youtube.com/watch?v=hL9JLugE8s8&p=51880E89D09955D7&playnext=1&index=31