En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 52.
La paradoja del migrante está en que la riqueza a la que aspira se nutre de las acechanzas de oportunistas y pendencieros, de las miradas de exclusión y la humillación de favores, los soles lapidarios y los fríos extenuantes, del peso de la esperanza cimentado sobre el infierno del pasado, de quedar anclado con un pie en cada lado. Posiblemente, poco de esa riqueza oteada sobre el firmamento llegará a disfrutar. Como esos autores que no obtienen reconocimiento en vida o los luchadores sociales a los que alguien pone punto final como si pudiera echar atrás el miedo a cambiar, el migrante o inmigrante (según dónde esté el ojo que lo vea), recogerá en hijos y nietos las ilusiones creadas sobre un tiempo desmembrado. La diáspora, el exilio, el refugio pueden ser individuales o colectivos: de los braceros de ayer y de hoy, de las caravanas de desahuciados que buscaban barcos en los puertos de Europa para escapar de la pobreza, y más tarde la persecución, camino a la prometida América en los inicios del siglo XX. De los centroamericanos del presente y cuanto infiltrado se sume de otras miserias del Sur del mundo para alcanzar el Norte bienaventurado. Migrantes que no necesariamente cruzan fronteras políticas para buscar un tiempo mejor. “Partir es morir un poco, llegar nunca es llegar definitivo”, dice la Oración del migrante. Migrar es nutrirse de magia y de tragedia. Tocar a las puertas de una casa sin ser convocado ni invitado no resulta sencillo, mucho menos estimulante. La miseria estruja el orgullo como también la violencia, el otro germen de las motivaciones por huir. Todo migrante quiere la oportunidad que otros tuvieron. Dorothea Lange, autora de esta imagen y que se hizo muy conocida por retratar la desolación de la pobreza rural estadunidense luego de la Gran Depresión –Mujer migrante es su obra más destacada–, decía que en las fotos quería encontrar la profundidad de aquello que no se necesita explicar. Es la espalda, el saco y su sombra con lo más elemental de las necesidades de nuestro migrante sobre la carretera, como también es la mirada frontal que necesitamos imaginar sobre el enigma de unos días por venir esperanzadores. Nada puede ser peor de lo que fue
Darío Fritz