Héctor Alexander Mejía García
Universidad Autónoma del Estado de Morelos
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 57.
La falta de un uniforme que hiciera homogénea la identificación de los combatientes de Emiliano Zapata en el sur del país, sirvió para que sus opositores y la prensa en general los estigmatizara como harapientos, símbolo del atraso y la degradación de la sociedad. Bandidos, antes que revolucionarios.
Un periodista del diario constitucionalista El Demócrata anunciaba en la primera plana del 31 de mayo de 1916, el frustrado intento de tomar la ciudad de Puebla por parte del Ejército Libertador del Sur: “A la hora que se atrevieron cautelosamente acercarse a esta plaza los zapatistas […] estaban siendo batidos los tristemente célebres ‘cigarros blancos’.” Este y muchos otros términos despectivos respecto a la vestimenta de las tropas surianas comandadas por Emiliano Zapata fueron esgrimidos por la prensa de la época y, sobre todo, por sus enemigos.
¿En realidad todos los zapatistas vestían de manta, de cigarros blancos? Lo cierto es que la mayoría de ellos sí vestían así, pero asociar a los miembros del Ejército Libertador del Sur con ese estereotipo, es inadecuado. Es cierto que la mayor parte de la población rural del estado de Morelos y la zona de influencia zapatista en el centro del país, se caracterizó por una vestimenta que no tuvo grandes cambios respecto a su confección entre la sociedad campesina virreinal, del México independiente y la de principios del siglo XX. Esta imagen comienza a ser debatida en torno a los revolucionarios del sur, ya que incluso la ropa de manta de un aparente corte y confección similar en el país, tenía sus particularidades. Dependiendo de su forma, se podía reconocer a los habitantes de una región y otra.
En una entrevista realizada al teniente coronel Leopoldo Alquicira Fuentes, de Xochimilco, señaló una de estas diferencias entre la gente de la región lacustre de la ciudad de México y los de Morelos de la siguiente manera: “los de Morelos siempre usaban el calzón, pero muy pegado de aquí abajo… los de Xochimilco vestían con su calzón ancho y pata de perro porque nunca usaban ni huaraches”.
En el imaginario colectivo al hablar de la revolución en Morelos o del zapatismo en general, suelen venir a la mente imágenes como la icónica fotografía de Emiliano Zapata en el Hotel Moctezuma de Cuernavaca y la de miles de campesinos vestidos de blanco con grandes sombreros de palma, como la división de caballería que fotografió Agustín Víctor Casasola en Chilapa, Guerrero, en 1914, o aquellos que desayunaron en la Casa de los Azulejos de la ciudad de México ese mismo año. No obstante, la dicotomía entre los jefes del Ejercito Libertador del Sur vestidos de charros y la tropa ataviada de manta es irreal, además de que minimiza al conglomerado de personas que de una u otra forma participaron en la defensa de los ideales agrarios plasmados en el Plan de Ayala. El movimiento armado fue integrado por una gran variedad de personas de distintas clases sociales, como se verá más adelante.
El levantamiento armado suriano fue, en realidad, un movimiento integrado por distintos sectores de la población: campesinos, peones, rancheros, abigeos, obreros textiles, ferrocarrileros, mineros, electricistas, profesores, médicos, estudiantes, cantineros, exseminaristas, periodistas, predicadores, arrieros, carboneros, fogoneros, mujeres, hombres, niños, ancianos, homosexuales, indios, ladinos, mestizos, católicos, protestantes, mormones, anarquistas, morelenses, poblanos, guerrerenses, tlaxcaltecas, mexiquenses, cubanos, colombianos, palestinos, entre muchos otros. Todos y cada uno de ellos con la indumentaria característica de su estrato social. La pugna entre zapatistas y sus enemigos no es la de campesinos ataviados de manta enfrentados a los soldados federales o rancheros y tropas carrancistas más o menos uniformados, de la que generalmente se suele imaginar.
Ahora bien, las mujeres, hombres y niños que atendieron las arengas de Pablo Torres Burgos y Otilio Montaño, al grito de “Abajo las haciendas, vivan los pueblos”, que formaron parte del primer levantamiento maderista en Morelos, así como en el resto del país, al carecer de una indumentaria adecuada para los combates que se avecinaban, portaban sus atuendos del día a día. No fue sino hasta bien avanzado el conflicto armado que algunas de las facciones uniformaron a algunos de sus hombres o por lo menos a la oficialidad. Esto es más común en los ejércitos norteños, no así en el campo zapatista.
Una de las principales diferencias del Ejército Libertador del Sur respecto de los ejércitos norteños, que por su ubicación geográfica podían acceder a los puntos fronterizos y puertos por los cuales ingresaban tanto armas como distintas mercancías, entre ellas prendas de vestir, fue que los surianos al encontrarse a miles de km de la frontera más cercana y a unos 400 km del puerto de Veracruz, su acceso a municiones, armas de fuego, distintos enseres y prendas de vestir fue más complicado y bastante limitado. De ahí que el Ejército Libertador del Sur no estuviera uniformado como los de la División del Norte o los constitucionalistas, cuyos miembros en su mayoría o al menos los principales jefes y sus estados mayores portaban uniformes que los distinguían del resto de la tropa.
La vestimenta fue uno de los temas discutidos durante la Convención de Aguascalientes en la que se decretó un acuerdo mediante el cual los surianos podrían utilizar uniformes. El diario La Convención del 4 de enero de 1915 así lo anunciaba: “La Secretaría de Guerra y Marina ha dispuesto que se confeccionen diez mil uniformes que serán destinados para algunas Brigadas del Estado suriano.” Los uniformes consistirían en “pantalón de montar ajustado, polainas de tela y camisa, y estarán confeccionados de kaki de lana. El sombrero será de fieltro, color castor, de alas anchas, el conocido comúnmente con el nombre de ‘texano,’ y el calzado de color amarillo.” Pese a ese decreto, no existe constancia alguna de que los zapatistas llegaran a recibir alguno de esos uniformes.
Mediante fotografías de época podemos acercarnos no sólo a los principales líderes del movimiento armado, generalmente vestido de charro, sino también a esas personas que se encuentran tras la figura principal y cómo es que estas se vestían. Hay que recordar que, en el apogeo del movimiento suriano en el centro del país, los zapatistas controlaron importantes regiones fabriles como el sur del Valle de México y el área de Puebla-Atlixco. Muchas de estas fábricas textiles, sobre todo, continuaron sus labores sin mayores contratiempos, aportando productos como telas y ropa para los zapatistas. De tal forma que algunos combatientes pudieron acceder a otros materiales textiles para la confección de sus prendas de vestir.
Lo anterior es confirmado en el testimonio del capitán primero de caballería Arnulfo Hernández Arcos, Nacar, quien comentó lo siguiente:
La fábrica de Hilados de Miraflores que está delante de Amecameca… estaba de parte del general Maurilio Mejía… Y entonces esa fábrica de hilados de todos los productos que salían de la fábrica se los mandaba… En cuestión de ropa para el soldado se trataba de un calzoncillo de manta delgada, un pantalón de gabardina, una camisa de popelina blanca y una chamarra de gabardina. Eran cuatro trapos o cuatro piezas que nos daban como muda de ropa, y esas nos daban dos mudas cada 15 días.
No obstante, el anterior es un caso específico; no existen registros en los archivos que señalen esto como una regla para todos los miembros del Ejército Libertador. Hubo muchos zapatistas que apenas si llegaron a recibir una mínima paga, otros ni eso, ni hablar de prendas de vestir, llegando a situaciones de extrema angustia. Cuando la guerra contra ellos se volvió más encarnizada, la escasez de todo tipo de materias de subsistencia fue la norma que regía al movimiento suriano. Muchos tuvieron que recurrir al pillaje, despojando a los enemigos muertos de todas aquellas cosas que podían ser de utilidad, incluida la ropa. El capitán de caballería Francisco Guerrero Porrón lo expuso de la siguiente manera: “cuando llegábamos a avanzar así, la batalla que nos tocaba ganar desnudábamos los muertos pa’ vestirnos… nos los poníamos que no andábamos encuerados, todos hilachudos, greñudos”.
Las dificultades vividas por el Ejército Libertador del Sur para mantener a un ejército que no lo era en el sentido estricto de la palabra, fueron cada vez más penosas. Entre los zapatistas existió la posibilidad de recibir dinero a cambio de sus servicios de armas, cuando se pudo, como se pudo y sólo los que pudieron alcanzar, esos sueldos llegaron a ser destinados, entre otras cosas, para comprar ropa o tela para la confección. Las imágenes de guerrilleros semidesnudos, famélicos y remontados en los cerros fueron explotadas a placer por la prensa y sus enemigos para desprestigiar el movimiento suriano.
Las imágenes presentadas por estos diarios y semanarios muestran a mujeres y hombres con ropas pobres, sucias, mal fajados y peor parados, lo que ayuda a la construcción de la idea de que nos encontramos ante bandidos, no frente a revolucionarios de la talla de Madero, Carranza o la gente “civilizada”. Dada su inexistente formación, la poca disciplina y lo improvisado de las gentes armadas que siguen a Emiliano Zapata, se infiere que el suyo es más bien un ejército irregular carente de ideales revolucionarios y sí mucho de bandidos que aprovechan la desgracia provocada por la revolución. Esto pasa totalmente por alto el Plan de Ayala. Para las autoridades regionales y nacionales de la época, ser zapatista o simpatizar con el zapatismo, era interpretado como un delito y no como una posición revolucionaria.
Estigmatización
Los valores positivistas respecto al progreso de una sociedad fueron la base de la configuración respecto a la imagen de lo que debía ser México. En ese ideal los zapatistas no tenían cabida ya que eran un símbolo del atraso y la degradación de la sociedad, desde su forma de establecer comunidad, pero sobre todo por su manera de vestir. Estos aspectos se enmarcan como las principales cargas con las que se estigmatizó a los pueblos originarios y campesinos de la región suriana pero también del resto del país.
El Imparcial caracteriza a los zapatistas con adjetivos raciales respecto a sus formas de hacer la guerra. “El enemigo no es político; no es social, no es humano casi; es zoológico… se aprovecha de las conquistas del pensamiento, y cambia sus flechas de sílex por balas explosivas, y las robustas ramas de sus arcos por fusiles 30 30.” La misma imagen aportada por la prensa capitalina será replicada por la constitucionalista el resto del conflicto armado, siempre haciendo referencia a la extracción mayoritariamente indígena y campesina vestida de manta de la que se nutrió el Ejército Libertador del Sur.
El mayor Juan Olivera López, estudiante de medicina al momento del estallido de la revolución y posteriormente incorporado como médico a las fuerzas surianas, comentaba que era en la ciudad de México en donde a él como a sus compañeros de armas se les veía de manera prejuiciosa y hasta con cierto miedo. “Donde se hacían referencias malas en contra de los revolucionarios era aquí en México. A nosotros nos decían los calzonudos, los huarachudos, vea, y no nos podían ver los habitantes de la ciudad. Nunca entendieron cuáles eran las finalidades que se perseguían.”
Volviendo al campo morelense, la falta de insumos llegó a tal grado que, desde el Cuartel General en Tlaltizapán, Emiliano Zapata declaró la inexistencia de manta en el estado Morelos para cubrir las necesidades más básicas. En algunas áreas dominadas por los zapatistas se recibió el apoyo de los habitantes del lugar. Algunos pobladores les proporcionaban alimentos, dinero y también había quienes les regalaban prendas de vestir. Aunque la manta de algodón es uno de los elementos más solicitados para confeccionar su indumentaria por parte de la población y los combatientes, debemos recalcar que esta no fue la única tela conocida por los zapatistas.
Así como la vestimenta, ciertos materiales textiles son necesarios para otras actividades de la vida cotidiana. Un elemento prioritario para toda fuerza combatiente son los hospitales de campaña; en estos se atendía tanto a los enfermos como a los heridos en combate. Por tanto, estos requerían de insumos específicos para cumplir sus funciones. En 1915 la enfermera Angelina Hernández escribió al cuartel general solicitando cierto tipo de telas, no sólo manta de algodón, para el hospital en que se encontraba. “Para nosotras, que somos cinco, estamos necesitadas de merino negro para vestido, género blanco o de color para ropa interior, manta cordonada para batas. [H]amburgo para cofiado, cantón para delantales, del color que haya.”
Como ya se ha mencionado con anterioridad, el naciente movimiento obrero en cuanto a vestimenta, ya desde el porfiriato, había marcado una notoria separación del campesinado. Los trabajadores del ramo textil, así como del ferrocarrilero, eléctrico y minero, habían abandonado el uso de calzón y cotón de manta por el pantalón y la camisa u overoles, más resistentes para las actividades que en las que se desempeñaban. Es en este contexto que los zapatistas, apoyados por los obreros de la industria textil de la ciudad de México y Atlixco, ampliaron su acceso a telas de mayor calidad y resistencias que la manta.
Otra realidad es que muchos zapatistas que provenían de los estratos medios bajos de la sociedad mexicana podían costear la compra de prendas de vestir cuya elaboración era más sofisticada que la que se hacía a partir de manta de algodón. Esto lo podemos apreciar mediante los materiales fotográficos de personajes como Pablo Torres Burgos, Otilio Montaño, Antonio Díaz Soto y Gama, Gildardo Magaña y aun del propio Emiliano Zapata.
Por décadas se ha estudiado a Emiliano Zapata y el movimiento revolucionario que encabezó. La producción editorial sobre el tema ha sido de lo más variada e interesante. Sin embargo, aún hay muchos aspectos que merecen estudios más profundos, la vida cotidiana es uno de ellos, mismos que en los últimos años han comenzado a ser abordados por varios historiadores. Gracias a su trabajo, un tema como la indumentaria utilizada por los zapatistas durante la revolución mexicana cobra relevancia y comienza a ser discutido entre los especialistas, más allá de los pronunciamientos, ideales y decretos postulados por esta facción revolucionaria. Incluso después del conflicto armado, las representaciones artísticas tomaron parte del discurso para caracterizar a los zapatistas como campesinos ataviados únicamente de manta. En murales como los que encontramos en los muros de la Secretaría de Educación Pública o Palacio Nacional vemos revolucionarios vestidos de manta. Una imagen cercana a la realidad, pero como se ha expuesto en este artículo, no es totalmente certera.
PARA SABER MÁS:
- Ávila Espinoza, Felipe Arturo, “La vida campesina durante la revolución: el caso zapatista” en Pilar Gonzalbo Aizpuru, Historia de la vida cotidiana en México, t. V, vol. 1, México, El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 49-88.
- Mejía García, Héctor Alexander, “Indumentaria zapatista: Más allá de las Liebres Blancas” en María Victoria Crespo y Carlos Barreto Zamudio, Zapatismos. Nuevas aproximaciones a la lucha campesina y su legado posrevolucionario, México, Universidad Autónoma del Estado de Morelos/Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Estudios Regionales, 2021, pp. 241-286.
- Pérez Monroy, Atzín Julieta, “El cuerpo envuelto y modificado: El vestido como protagonista social (México en el tránsito del siglo XVIII al XIX)”, Hilos de Historia. Colección de indumentaria del Museo Nacional de Historia, México, Secretaría de Cultura/Instituto Nacional de Antropología e Historia/Museo Nacional de Historia- Castillo de Chapultepec, 2017, pp. 40-57.
- Rodríguez Mayoral, Alejandro, La vida cotidiana entre los zapatistas 1910-1920, México, Universidad Autónoma Metropolitana/Ediciones del Lirio, 2021.