Juan Pablo Ortiz Dávila – Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 4.
Sin duda, la década de 1860 fue una etapa promisoria para los monarquistas mexicanos del siglo XIX, pues fue en esos años que se cumplía el anhelado proyecto de traer un príncipe europeo que gobernara al país. Dicho sea de paso, para los conservadores y monarquistas, el gobierno imperial era poco menos que indispensable para el bien de la nación, pues se pensaba que cancelaría los males que el país sufría gracias a la anarquía traída por el republicanismo, en especial, el federal. Ahora bien, es sabido que la empresa imperial no estuvo exenta de dificultades y costó a la nación, nada más y nada menos, que una encarnizada guerra civil que duró casi tres años. Por lo anterior, no es de extrañar que la gran noticia del año de 1863 haya sido la aceptación del trono por un príncipe católico extranjero.
A partir de entonces, los diarios conservadores y pro-monárquicos como La Sociedad hicieron todo lo posible para celebrar la instauración del ahora llamado Segundo Imperio. Primero, sólo como un proyecto precedido por la Intervención francesa; luego como un hecho consumado con el respaldo de tropas de distintas nacionalidades europeas y, por supuesto, también de mexicanos. Dejando de lado los pormenores en torno a los acontecimientos políticos y militares del nuevo orden de cosas, el flamante gobierno imperial se ocupó no sólo de celebrarse a sí mismo –que lo hizo esmeradamente– sino de festejar lo que asimiló como una legítima herencia suya: la Independencia mexicana.
Lo anterior puede sonar paradójico, pues de entrada no se esperaría que un gobierno apoyado por las armas extranjeras –y opuesto a las huestes juaristas– celebrara como suya la independencia nacional. Pero el gobierno imperial hizo mucho de lo que le fue posible para mexicanizarse
y, por lo mismo, marcarse a sí mismo como el verdadero garante de la soberanía política de la nación. De esta forma, parecía no costarle trabajo el retomar, valorar y festejar tanto a las conocidas figuras de la insurgencia así por ejemplo, los curas Miguel Hidalgo o José María Morelos– como a los hombres importantes de la consumación de la gesta libertaria– principalmente a Agustín de Iturbide.
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