Esperanza Rangel y López Negrete
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 14.
Después del golpe militar de Victoriano Huerta y el asesinato del presidente Francisco I. Madero, en febrero de 1913, la insurrección contra el nuevo gobierno cundió en gran parte del país. En Durango se propagó la agitación social que prevalecía en algunas A?reas rurales, igual que como había ocurrido en 1911 durante la revolución maderista, cuando cayó el régimen de Porfirio Díaz.
Los mismos caudillos de aquel entonces volvieron a tomar las armas contra el gobierno huertista, como Calixto Contreras y Severino Ceniceros, defensores de los pueblos que luchaban por sus tierras en Cuencamó; Orestes Pereyra y sus hijos, en la Comarca Lagunera, así como los hermanos Arrieta y los Pazuengo, procedentes de la región serrana.
Todos estos contingentes que se formaron en las diferentes zonas de operaciones para lanzarse nuevamente a la lucha, hicieron un primer intento por tomar la capital del estado en abril de 1913, pero fueron rechazados por la guarnición del ejército federal, auxiliada por fuerzas irregulares y por voluntarios de la Defensa Social, cuerpo militar que se había formado a instancias de conocidos hacendados y empresarios residentes en la capital, con el fin de defender sus hogares del ataque de los rebeldes.
En espera del segundo asalto de los revolucionarios, la ciudad fue fortificada y a los voluntarios de la Defensa Social se les envió como guardias civiles para patrullar las calles y ocupar los fortines levantados en puntos estratégicos, en algunos edificios comerciales y en las torres de las iglesias con el fin de responder al ataque.
Los distintos grupos revolucionarios, cuyos jefes acordaron unificarse bajo el mando del general Tomás Urbina, iniciaron el asalto la noche del 17 de junio de 1913. Al día siguiente la ciudad cayó en su poder. La guarnición federal evacuó la plaza y antes del anochecer el pueblo se desbordó cometiendo todo tipo de desmanes en casas particulares abandonadas por sus moradores y en los principales comercios, los cuales después de haber sido saqueados, fueron incendiados.
Esta victoria, que tuvo un gran significado para la revolución constitucionalista por ser la primera capital que Victoriano Huerta perdía para siempre, sería registrada en la historia como uno de los episodios más violentos y devastadores que sufrió una ciudad durante la lucha armada.
Sobre la toma de Durango escribieron diferentes testigos presenciales que dieron cuenta de aquellos acontecimientos: Algunos revolucionarios que participaron en el ataque explicaron la violencia como una cadena de represalias justificadas por el pueblo que se sentía legitimado para ello ante “los malos tratos” y “tiránicos abusos” de los ricos que contribuyeron a mano armada para sostener al “gobierno usurpador”. Asimismo, narraron aquel suceso otros civiles, que presenciaron los desmanes y los calificaron como la manifestación de un ajuste de cuentas por los agravios cometidos por “la clase alta” que decidió armarse formando la Defensa Social. Un brigadier del ejército federal que participó en el encuentro dio su versión de los hechos en un detallado Memorándum que envió al secretario de Guerra, denunciando los desórdenes y elogiando la patriótica ayuda de los voluntarios; y el cónsul de Estados Unidos informó a su gobierno los pormenores del ataque.
El testimonio inédito que presentamos a continuación es una versión más de los hechos. Es el relato de una mujer perteneciente a una conocida familia duranguense, atenta a los acontecimientos de su tiempo e interesada en dejar memoria de lo que presenció y vivió durante aquellos días de terror.
Esperanza Rangel y López Negrete fue hija del hacendado Luis Rangel Saldaña y de Refugio López Negrete Gurza. Nació el 20 de septiembre de 1877 y vivió sus primeros años en la hacienda durangueña Juana Guerra hasta 1900, cuando a la muerte de don Luis, su viuda vendió la finca y se trasladó a la capital del estado con sus ocho hijos, cinco hombres y tres mujeres.
Esperanza escribió sus impresiones de los años más difíciles de la Revolución en Durango y conservó el manuscrito hasta el día de su muerte, acaecida en 1956. El documento, titulado “Datos curiosos”, fue rescatado por la señora Concepción Rangel Pescador, su sobrina nieta, y contiene la narración de cómo vivieron los duranguenses esos años de la lucha armada.
El siguiente fragmento se refiere a los días en que la ciudad fue tomada a sangre y fuego por los revolucionarios.
Graziella Altamirano Cozzi
Instituto Mora
El 11 de marzo de 1913 fue cortada la comunicación entre Durango y Torreón, y no se reanudó hasta el 7 de octubre, después de haber caído ambas plazas en poder de los maderistas. En todo este tiempo, solo se pudo hacer llegar un tren con mercancía. El primer ataque a esta plaza empezó el 23 de abril, siendo derrotado el enemigo y rechazado por completo el viernes 25, terminando el combate a las 10 de la mañana. A esa hora entraron a la población parte de las fuerzas (irregulares) de Cheché Campos, que venían a reforzar la guarnición de esta plaza y el resto de las fuerzas, entraron el domingo 27 a las 11 de la mañana.
Era jefe de las armas en esta plaza D. Antonio Escudero, general de triste memoria para todos los durangueños, como también el gobernador Jesús Perea, que de acuerdo con el general Escudero, entregó, según la creencia general, la plaza de Durango…
Se organizó un cuerpo de Defensa Social compuesto por todos los señores y jóvenes de la sociedad, siendo el presidente de este cuerpo D. Julio Bracho, y el jefe militar, primero Morelos Zaragoza y después Vega Roca.
Los miembros de este cuerpo dieron sus servicios como verdaderos soldados, yendo a los fortines y dando servicio de patrullas, rondas, etc., El tiroteo del último ataque empezó a las once horas y veinte minutos de la noche del martes 17 de junio, pero como se introdujeron revoltosos a la plaza desde antes, los gritos y balazos eran adentro de la población, aumentando el horror de las familias la circunstancia de estar solas en sus casas, pues todos los señores estaban en los fortines, o dando servicios que los jefes les seAi??alaban. En los combates del primer ataque murieron tres de la Defensa Social…
En el segundo ataque huyeron la mayor parte con los federales, muriendo a manos de los revoltosos Emilio Bracho… y otros desconocidos, otros de los de la Defensa se refugiaron en sus casas o en algunas casas pobres, en los templos, en el Arzobispado, en el Seminario y en las casas de los sacerdotes…
En el Arzobispado se refugiaron muchas familias y voluntarios. El señor arzobispo don Francisco Mendoza y Herrera dio orden de que a todo el que quisiera entrar se le abriera la puerta, pues todos eran sus hijos, y allí entraron voluntarios, algunos de ellos con la insignia de la Defensa Social que era una banda tricolor con el Águila Nacional prendida en el brazo izquierdo; y armados con sus rifles y cartucheras, que fueron enterrados en el huerto del arzobispado; unas y otras las ocultaron en la noria y en las caballerizas. Inmediatamente el señor arzobispo, acompañado del padre Ramírez, fueron al cerro de los Remedios, primera posición tomada por los revoltosos y a (la hacienda de) Tapias donde se hallaban los otros jefes a pedir que se respetara la vida de los voluntarios y el honor de las familias, prometiendo que las respetarían.
Todo el día hubo balaceras y bombazos por las calles, y en la noche siguió peor, aumentando el horror de la situación la carencia absoluta de luz, pues no se vía más que la que producían los incendios. A la hora del rosario asaltaron un grupo de revoltosos borrachos el arzobispado descargando sus rifles sobre la puerta y al mismo tiempo otros tiraban por la azotea a las puertas de la capilla llena de voluntarios, señoras y niños, repitiéndose eso por dos noches. Fueron incendiadas las tiendas de El Castillo, El Pescador, La Corbeta, La Baja California, La Suiza, la Durango Clothing Company, La Francia Marítima, El Centenario con los portales de la Cruz Roja y la casa del convento de las carmelitas que fueron a refugiarse al templo de San Agustín, llevando al Santísimo Sacramento la madre superiora. El resto de las casas de comercio y casi todas las casas particulares fueron más o menos saqueadas, abriéndolas los revoltosos con balazos que pegaban en las chapas de los zaguanes, uno de esos tiros mató al padre Martínez, al pasar por el zaguán de una casa contigua al seminario, y comunicada con éste por un agujero, comunicación que se puso casi en todas las casas con los vecinos para auxiliarse mutuamente los vecinos en caso de apuro. El padre Martínez vivió algunas horas y murió en el seminario con todos los auxilios espirituales, siendo sepultado en el huerto del mismo seminario. Entre las casas de comercio incendiadas había casas habitación y hoteles a los que se comunicó el fuego destruyéndolos totalmente como el Café de la Unión, o nomás una parte, como la casa de Pepa L. de López, donde había un hotel, y que se incendió nada más una parte.
Además de la falta de luz, faltaba también el agua en las llaves y como había aglomeración de gente en algunas casas y no se podía salir a la calle, pronto se dejó sentir la carestía de lo más necesario, pasando casi todas las familias el día de la toma, sin comer ni cenar. Al día siguiente y con muchos trabajos empezó a conseguirse algo en el arzobispado. Según algunas personas que tuvieron la curiosidad de contarlo, había cerca de trescientas personas, estando entre ellos, la familia Curbelo…, la de Manuel Urquidi, la de don Rafael Bracho…, la del ingeniero don Manuel Rangel… la de don Antonio Rangel, Ignacio Rangel y hermanas, Ángel del Palacio…, la señora Angelita Flores (viuda del que fuera gobernador de Durango) fue disfrazada de monja carmelita a arreglar asuntos con su señora, quedándose después allí de incógnita sin salir de la sala para nada… Estaban las familias más conocidas… y muchos miembros de la Defensa Social, algunos desconocidos y otros que no me acuerdo… Entre los de la Defensa que huyeron con los federales cogieron los revoltosos algunos prisioneros que estuvieron a punto de ser fusilados… algunos para librarse de las persecuciones se disfrazaron de maderistas y andaban con los demás revoltosos.