Rubén Gámez y los gérmenes del cine experimental mexicano

Rubén Gámez y los gérmenes del cine experimental mexicano

Alejandro Gracida Rodríguez
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  41

Un concurso que pretendía generar nuevos valores en la dirección del cine mexicano a mediados de los años sesenta permitió al público descubrir a este director sonorense. Severo consigo mismo, inconformista, creador solitario, su carrera profesional no pudo hacer pie después de que fuera premiado con La fórmula secreta. La profunda crítica social que reflejaban sus trabajos, mal vista en círculos gubernamentales y rechazada por las casas productoras, le terminó por cerrar puertas.

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El Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC) lanzó la convocatoria al I Concurso de Cine Experimental de Largometraje el 8 de agosto de 1964. El objetivo del certamen radicaba en inyectar algo de vitalidad a una industria fílmica en franca crisis. Lejos se veía la pujanza productiva que había caracterizado a la llamada “época de oro” del cine nacional.

Las causas que habían llevado al estancamiento eran múltiples y profundas. Circunstancias como la corrupción de líderes sindicales, la reducción en presupuestos de producción por película, la asfixia que el monopolio del recién fallecido William O’Jenkins mantuvo sobre la exhibición, así como la creciente presencia de la televisión en los hogares, hacían que el panorama de la cinematografía mexicana, en conjunto, fuera prácticamente desolador.

Ante esta situación, las expectativas generadas por el concurso fueron elevadas ya que significaba, sobre todo, la inusual oportunidad de formar parte del hermético círculo de creadores cinematográficos, así como la posibilidad de explorar narrativas diferentes.

Entre las catorce producciones que fueron inscritas ante el jurado, La fórmula secreta, de Rubén Gámez, resultó la película ganadora del concurso. La decisión fue reñida y sorpresiva. Hasta entonces la imagen de Gámez no sobresalía en el medio cinematográfico ni en el intelectual, de hecho apenas contaba con un cortometraje medianamente exitoso. Sin embargo, su película sorprendía por ser una visión muy crítica y sui generis de las condiciones sociales del país, así como de la poderosa filtración del imperialismo cultural estadounidense.

El más sorprendido de todos fue el mismo vencedor. El nombre de Rubén Gámez cobraba una insospechada fama tras vencer a quienes él denominaba sarcásticamente como “los universitarios”, entre quienes se encontraban los directores Alberto Isaac, Juan Ibáñez, Juan José Gurrola y Manuel Michel, entre otros.

En sentido estricto, el filme de Gámez ganó porque fue el que mejor respondía al calificativo de “experimental” enarbolado por la convocatoria. Las imágenes que llenaron los 45 minutos de La fórmula secreta no sólo eran originales en técnica y narrativa para el cine nacional, sino que el ensayo resultó tan radical y sombrío que generó la incomodidad de muchas personalidades en los mundos de la cultura y la política, al grado de que algunos miembros del jurado decidieron dar a conocer los resultados antes de la premiación, por miedo a que las autoridades, tanto gubernamentales como sindicales, presionaran para revertir el veredicto final.

Pese a todas las vicisitudes y polémicas, el premio fue entregado a Rubén Gámez, quien de inmediato pasó a formar parte del selecto grupo de directores con licencia para filmar.

I

Rubén Gámez Contreras había nacido en la ciudad de Cananea, Sonora, en 1928. Desde la adolescencia su gusto por la foto fija le había hecho definir su vocación. La necesidad de recursos le orilló a desarrollar desde muy joven una inventiva técnica gracias a la cual pudo elaborar instrumentos propios, como una amplificadora de fotografías para realizar sus revelados. A los 19 años emigró a la ciudad de Los Ángeles, en donde tuvo la oportunidad de realizar algunos estudios elementales sobre fotografía.

De vuelta en México, montó su propia agencia de publicidad en donde se dedicó a la realización de anuncios comerciales para los diarios impresos y para la naciente televisión. Al mismo tiempo iría alternando su trabajo con la realización de cortometrajes y noticieros cinematográficos para el productor Manuel Barbachano.

En 1955 se incorporó al equipo de Productores Unidos, S. A., encargándose de la filmación de cápsulas informativas para los noticieros Cinescopio y Cine Mundial. En este lapso, coincidió con los talentos de Nacho López, Antonio Reynoso, Rafael Corkidi y Jesús Moreno, nombres que terminarían por conformar una camada de cinefotógrafos cuyas propuestas visuales harían del cine periodístico el semillero del cine experimental mexicano.

Dos años más tarde Gámez fue invitado a filmar un documental sobre la Gran Muralla China, empresa a la cual acudió con gran interés. Sin embargo, el trabajo nunca pudo salir a la luz por la falta de presupuesto para concluir el proyecto. Sin más opción, retornó a México para continuar dedicándose a la publicidad. No sería sino hasta 1962 cuando filmó su primera gran obra: Magueyes.

Se trataba de un cortometraje realizado a manera de ensayo visual, producido por Gustavo Alatriste, que proponía una alegoría de la revolución mexicana. Recurriendo al maguey como símbolo de la mexicanidad, la obra plasmó las tensiones que desembocaron en la guerra civil de 1910. Por medio de una vertiginosa sucesión de imágenes que combinaban todo tipo de planos, el director fue capaz de transmitir un mensaje emotivo sobre la reconstrucción nacional posterior a la guerra fratricida.

Magueyes obtuvo una buena recepción en su estreno, durante la V Reseña Mundial de los Festivales Cinematográficos. Si bien la narración cinematográfica era audaz, el mensaje empataba adecuadamente con el tratamiento fílmico que se venía haciendo, desde tres décadas atrás, sobre la revolución mexicana. Los asistentes vitorearon el mensaje del filme. A pesar de ello, al director le causaba un sinsabor la indiferencia que generó su exhibición en el extranjero.

Gámez fue un hombre de claroscuros a quien la suerte reservó bastantes altibajos. Los constantes desencantos y desencuentros tanto con la industria como con el sistema social en general le fueron nutriendo una visión un tanto amarga de la existencia. Fue un hombre sumamente inconforme hasta con su propia obra. Al momento de autorreferenciarse siempre ponía énfasis en los errores y las ausencias de sus filmes. En buena medida, eso explica que no fuera un director prolífico. Pero no sólo eso, sino que tampoco gustaba de mantener relaciones sociales con los hombres del cine, más allá de los colegas mencionados. Quizá, debido a esto, en sus producciones prefería actuar como hombre orquesta: él dirigía, musicalizaba, fotografiaba, y editaba.

No fue casual que la experiencia del concurso de cine experimental le valiera convertirse en amigo íntimo de Juan Rulfo, autor que escribió un texto para la película y cuya prosa maravillaba al director. Ambos compartían una manera de ser y de ver el mundo.

II

Un buitre vuela a ras de suelo sobre la plancha del zócalo capitalino, su trayectoria en círculos sugiere una impaciente espera ante la agonía de su presa. Esta es la primera de las alucinaciones padecidas por un enfermo a quien se le ha trasfundido una botella de coca cola. Desde el comienzo de La fórmula secreta, cinta que originalmente pretendía llamarse Koka-Kola en la sangre, ya asoman los elementos primarios con los que se pone en juego el ensayo fílmico.

La película se compone de varios episodios, a manera de delirios o pesadillas. Un trabajador es transportado y manipulado como un costal; la cámara rehúye a un campesino que se obstina con posicionarse a cuadro; un burócrata es perseguido por un charro que cabalga a lo largo de la calle de Madero, es sujetado y termina muerto en la banqueta; un grupo de sacerdotes se divierte practicando un juego censurado con infantes; la preparación de un hot dog deriva en el seguimiento de una salchicha gigante que recorre todas las esferas de lo nacional, todas sus clases sociales y sus espacios, un grupo de empleados emergen de las profundidades acuáticas para aferrarse a esta carne, convertida en la promesa del mundo occidental capitalista.

La película se vale de estas y otras imágenes para exponer el esperpento nacional. El esperpento, en el sentido otorgado por Valle Inclán, es explicado como la imagen del héroe clásico colocado frente a un espejo cóncavo, a través del cual es posible distinguir lo distorsionado y lo grotesco que es inherente a su imagen. La obra de Gámez aborda ese otro rostro de la historia nacional labrada en bronce, la contraparte ridícula de la modernidad, lo aberrante del progreso.

Todo está distorsionado. El campo mexicano se aleja radicalmente del preciosismo que le imprimió Gabriel Figueroa. En esta deformación, Gámez nos presenta una realidad oculta por el discurso gubernamental: aquella en donde persiste un país con casi el 70% de la población en condiciones de pobreza; la de los campesinos y los indígenas que no se quieren reconocer. La aridez del Valle del Mezquital se convierte en el símbolo de los parajes rulfianos cuyo texto, en voz de Jaime Sabines, machaca con las palabras:

Ustedes dirán que es pura necedad la mía,

que es un desatino lamentarse de la suerte,

y cuantimás de esta tierra pasmada

donde nos olvidó el destino.

La verdad es que cuesta trabajo

aclimatarse al hambre.

Y aunque digan que el hambre

repartida entre muchos

toca a menos,

lo único cierto es que aquí

todos

estamos a medio morir

y no tenemos ni siquiera

dónde caernos muertos.

Revalorar el trabajo de Rubén Gámez implica reconocer la manera en que este puso a dialogar imágenes de lo nacional con el lenguaje cinematográfico de las vanguardias mundiales. En La fórmula secreta es posible encontrar la influencia directa de corrientes como el Cine-Verdad, del ruso Dziga Vertov, las sinfonías de las ciudades de los años veinte y, particularmente, del cine surrealista. En el intersticio de la realidad y la subversión de la misma, el director encontró la posibilidad de sacudir con mayor violencia al espectador. Lo irracional fue convertido en un instrumento poderoso para desnudar lo cotidiano.

En última instancia, corresponde al espectador otorgar un sentido a la sucesión de delirios sombríos y por momentos irritantes (no por malos sino por sugerentes) que nos presenta La fórmula secreta. El mismo Gámez llegó a confesar en diferentes entrevistas que no toleraba su película por ser truculenta y primitiva. De lo que existen pocas dudas es de su potencial crítico del discurso revolucionario, que la llevó a ser considerada como un retrato negro del país.

La vida de Rubén Gámez fue la de un eterno marginal. De manera sistemática se le negó el acceso como director y, cuando finalmente parecía ser aceptado todos sus planes irremediablemente eran frenados. Los productores le tenían miedo porque lo veían como un “quiebra empresas”. Después de La fórmula secreta, Gámez realizaría apenas un par de cortometrajes sin mucha resonancia y no sería sino hasta 1992 cuando estrenaría su largometraje Tequila, una película en el mismo tenor de La fórmula secreta, pero sin la fuerza ni el impacto de su predecesora.

PARA SABER MÁS

  • Gámez, Rubén, dir. La fórmula secreta, México, 1965, https://goo.gl/i41KpU https://www.youtube.com/watch?v=nZaT62lNPSQ
  • Reyes, Aurelio de los, “El surrealismo en el cine” en El ojo y sus narrativas, cine surrealista desde México, México, CONACULTA, 2012.
  • Ortega, Damián (ed.), Rubén Gámez, La fórmula secreta, México, Alias, 2014.