Las señoritas del XIX, ¿aprenden ciencia?

Las señoritas del XIX, ¿aprenden ciencia?

Laura Suárez de la Torre
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  41.

El primer paso para integrar a las mujeres a la educación fue la lectura. Los hombres, quienes eran los que decidían, produjeron para ellas publicaciones de corte científico, sin tecnicismos y de temas cotidianos del entorno, destinadas a difundir el conocimiento.

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Pensar en la vida cotidiana de las mujeres de cierto nivel social que vivieron en la primera mitad del siglo XIX en México nos lleva a mirarlas entre su casa y la iglesia, siendo modelo de perfección como esposas y madres; compensando las necesidades de otros, acompañando a los otros, dando vida a otros, educando a otros y, en último lugar, satisfaciendo sus inquietudes personales. A las mujeres de entonces se las visualizaba por su relación con terceros, dedicando el mayor tiempo a los cónyuges, a los hijos y a sus padres y por lo mismo su misión se reducía a cumplir ante todo con sus deberes conyugales, maternales y filiales. No obstante, tenían derecho a algunos distractores como la costura, el dibujo, el piano, las lecturas piadosas y de entretenimiento, el baile, actividades todas que les servían para llenar las horas muertas, y formaban parte de su cotidianidad, pero que, a fin de cuentas, obstaculizaban su desarrollo, pues el objetivo no era ampliar su capacidad intelectual y laboral, sino simplemente otorgarles otras virtudes que sirvieran para ser “mujeres perfectas”.

Frente a esta visión, existió la inquietud de otorgarles alguna instrucción. Fue en el siglo XIX cuando surgió un interés por su educación que involucró a distintos actores sociales: los padres, los religiosos, los políticos, los impresores-editores, los maestros e, incluso, las mujeres mismas. Y un instrumento para su instrucción fue la lectura.

Durante mucho tiempo, la lectura para las mujeres estuvo enfocada al aprendizaje del catecismo y a la formación moral; leían por tanto los elementos de la doctrina cristiana, las vidas de los santos, los sermonarios, las oraciones, etc. y alguna que otra novelita con el peligro de caer en la depresión pues la joven alegre que se había dedicado a la lectura de romances y novelas podía perder la razón hasta hacerla infeliz e incluso llevarla al suicidio, como señalaba el Semanario de las Señoritas Mejicanas de 1841. Las mujeres, como se ve, tenían un horizonte cultural limitado, si lo pensamos a través de sus lecturas.

Esta situación tendería a cambiar. Los impresores-editores de la primera mitad del XIX en la ciudad de México lanzaron distintos proyectos de publicaciones para las mujeres y buscaron incorporar nuevos contenidos que sirvieran para su educación. En los preámbulos y advertencias ofrecían los motivos por los cuales se interesaban en ellas, al tiempo que expresaban que, a través de esos medios, fácilmente podrían propagarse los conocimientos para que superaran la ignorancia.

Sin sacarlas de su entorno natural, el hogar, las féminas fueron ampliando las ofertas de lectura gracias a los distintos proyectos editoriales –tomados de modelos franceses y españoles– que se lanzaron en el México de esa etapa y que las pusieron en concordancia con las mujeres de otros países de Europa. Proyectos que surgieron en relación con sus necesidades, pero también en función de la competencia que surgió en el ámbito de las ediciones y que empujó a los editores a buscar aquellas fórmulas que atrajeran su atención. Así surgieron impresos como el Calendario de las Señoritas Megicanas (1838-1843), Semanario de las Señoritas Mexicanas (1842-1843), Panorama de las Señoritas Mejicanas (1842), Presente Amistoso Dedicado a las Señoritas Mejicanas por Cumplido (1847 y 1852), Semana de las Señoritas Mexicanas por Cumplido (1850-1852). Con páginas bellamente impresas, temas interesantes e ilustraciones atractivas, las revistas lograron atraer su mirada. Los responsables de hacerlas fueron los talleres de Mariano Galván, Vicente García Torres, Juan R. Navarro e Ignacio Cumplido. Y fueron ellos los que consideraron que la ciencia podría interesarles.

Las mujeres entonces se convertían en un nuevo público lector y en una fuente de ganancias para los promotores de las revistas y calendarios. Vicente García Torres claramente lo manifestó tras el éxito del Semanario de las Señoritas Mexicanas al decir:

Mil motivos de gratitud tengo para con el Bello Sexo mexicano, porque ha contribuido y honrado las publicaciones que he emprendido: aspiro, por tanto, a que la perseverancia de mis desvelos le proporcione placer y provecho.

Esta revista, que fue el arranque de este impresor-editor para otras publicaciones dedicadas a las mujeres, consideró que:

los nuevos métodos de enseñanza y […] los avanzados descubrimientos del siglo de las luces, parecen monopolizados por solo uno de los sexos, mientras el otro, por una notable anomalía, ve cerradas las puertas del grandioso alcázar de los adelantos y de las mejoras progresivas de la especie humana.

Así, la mujer encontró, gracias a la mirada atenta de los empresarios culturales, la posibilidad de entrar en universos hasta entonces prohibidos, aunque no desde un punto de vista moral pues se las miraba sin capacidad de razonamiento, reflexión o conocimiento, sino a una serie de saberes que adquiriría mediante la lectura tranquila que haría en su espacio privado, la casa, y que poco a poco la lanzaría fuera del ámbito nuclear a buscar estudios, trabajo y mostrar interés por el mundo masculino desde la esfera del conocimiento, a entrar, en pocas palabras, en la modernidad a través del estudio de nuevas profesiones.

Tenemos que reconocer que la incorporación paulatina de las ciencias en las publicaciones para mujeres representó un avance inusitado y revela un nuevo momento en el que se rompió, hasta cierto sentido, con la tradición. En su mayoría fueron los hombres los que definieron, en un principio, las publicaciones para mujeres; ellos decidieron los contenidos y escribieron los artículos, ellos pensaron en nuevos temas que ayudaron a instruirlas, actualizarlas, darles pinceladas de una cultura universal que no se opusiera a las buenas costumbres y la moral.

Los rudimentos científicos partieron entonces desde una perspectiva masculina, desde lo que se consideró interesante y adecuado para ellas. En las publicaciones son las figuras masculinas las que están conscientes de la ignorancia de las féminas, deciden los temas y las instruyen a partir de amenas narraciones, de diálogos o a través de cuentos.

Veámos cómo era la enseñanza que se les daba. En “Geografía. Primera lección. Figura de la tierra”, artículo de La Camelia. Semanario de Literatura, Variedades, Teatros, Modas, etc. Dedicado a las Señoritas Mejicanas de 1853, se dice:

me hallaba noches pasadas en casa de unas señoritas a quienes visito y en cuya compañía suelo pasar los más agradables momentos. Son dos jóvenes hermanas de diez y ocho años la una y de diez y seis la otra […] Huérfanas […] han sido educadas por una anciana tía […] muy buena señora, pero que no ha enseñado a sus sobrinas más que coser, bordar, guisar, y a practicar las virtudes […] unos creen que la mujer no debe ser científica y se limitan únicamente a instruirlas en las labores propias de su sexo de donde resulta que no teniendo ningún conocimiento de lo que pasa fuera del círculo en que giran, hacen a Atila contemporáneo de Gregorio XVI y colocan a Dublín en las Islas Baleares. Otros, por el contrario, entendiendo mal lo que quiere decir educación, las dedican a otros ramos que, si bien son necesarios para brillar en sociedad, no les proporcionan más que una utilidad pasajera y de muy poco fruto. El baile, los ejercicios gimnásticos, la equitación, etc. [Pero las mujeres tienen inquietud por el conocimiento, como Consuelo una de nuestras señoritas, quien preguntó:] Señor Don Pedro, desearíamos que usted nos explicara una cosa… quiero que nos diga si es cierto lo que oímos la otra noche en casa de mis primas…que cuando en Méjico son las seis de la mañana, en Roma son poco mas o menos las seis de la tarde… Si usted tuviera la bondad de decirnos esas cosas que ignoramos… [Don Pedro]: … La figura de la tierra es la de una bola perfectamente redonda; esto lo conocerán ustedes fácilmente si observan que cuando uno se embarca, teniendo enfrente una montaña, ve desaparecer sucesivamente el pie y luego la cima… si la tierra fuera plana, no podría producirse este efecto, pues entonces sucedería que la montaña se vería cada vez más pequeña, pero completa sin ocultarse ninguno de sus puntos… Ahora comprenderán ustedes cómo es que mientras en un lugar es de día, en otro es de noche. [con una bola de billar les explica] Puesta frente a la vela, una mitad estará iluminada, es decir allí es de día, mientras que la otra está oscura, es decir es de noche; y en dos puntos diametralmente opuestos, cuando en el uno sea la medianoche, en el otro será el mediodía.

Los textos buscaban dar explicaciones sobre el entorno que rodeaba a las mujeres. Pretendían llevarlas a amar y a entender la naturaleza e invitarlas a emprender sus propias observaciones. Los escritores, hombres ilustrados, estaban conscientes de la necesidad de divulgar los conocimientos y encontraban en estos proyectos editoriales una vía para darlos a conocer. Buscaron traspasar su torre de marfil para derramar sus conocimientos más allá del círculo político-intelectual al que pertenecían.

Las mujeres, por su parte, empezaron a relacionarse con la ciencia en las páginas de las publicaciones propias para señoritas. Los calendarios, por ejemplo, informaban de los eclipses, las fases de la luna, la temporada de lluvias, calor o vientos y representaron una primera vinculación con temas de este género y al mismo tiempo una forma simple de involucrarlas con la naturaleza.

De esta manera, la ciencia comenzó a volverse un tema cotidiano; cobró importancia en tanto conocimiento compartido y encontró escritores para formularla en lenguaje sencillo y simple, pues el objetivo de quienes escribían era la difusión del conocimiento y no la apropiación de este. Como señaló el escritor Luis de la Rosa en su artículo “Utilidad de la literatura en México”:

La ciencia no está siempre en la necesidad de usar un lenguaje rigurosamente técnico para propagar la instrucción y muchas veces un idioma poético es el más a propósito para difundir la verdad, y las imágenes con que este idioma se embellece las más adecuadas para representar las ideas metafísicas, de un modo perceptible.

No hay que olvidar que sobre las mujeres pesaba aquel estigma de “mujer que sabe latín no tiene marido ni buen fin”, y por ello temían pasar “por sabias y exponerse a los sarcasmos que persiguen a las mujeres desde la época de Moliêre”, como se leía en “Ciencias. De la utilidad de su estudio”, en el Semanario de las Señoritas Mejicanas de 1841. Atentas a este temor y quizá por evitar la profundidad en la enseñanza, estas publicaciones novedosas buscaron ofrecer los conocimientos sin tanto término griego o latino, sino con la sencillez del lenguaje cotidiano.

Los temas científicos en ellas revelan el entorno mismo de los escritores, haciendo que todo lo que los rodeaba fuera motivo de inspiración. Los mares, el clima, los animales microscópicos, los pájaros, el movimiento de la tierra, la lluvia, los truenos, las plantas, etc., se convirtieron en objeto de estudio y dieron vida a pasajes pequeños, ya bien llenos de poesía, herencia de una visión literaria, u ofrecían al público la posibilidad de una lectura sencilla y agradable sin complejidad alguna pues, como decía el mismo artículo:

las ciencias […] se limitan a un resumen de sencillos principios y de hechos constantes que ni exigen tan largos estudios ni grandes aparatos para ser comprendidas. Aun las experiencias químicas reservadas hasta ahora, para la instrucción de los farmacéuticos o de los mineralogistas, pueden presentar fácilmente a las mujeres asuntos muy variados de distracción, de diversión y de utilidad práctica.

Un artículo publicado en 1851 en La Semana de las Señoritas Mexicanas en torno al coral comenzaba con estas palabras que revelaban sencillez y claridad en la exposición:

En los mares, los ríos y los arroyos y aun en las lagunas de todas las partes del mundo, hay animalillos microscópicos, de los cuales algunos dejan después de muertos en el paraje donde han existido, ciertas porciones de sus cuerpos, los cuales, llegando a adquirir solidez, forman debajo del agua unos cuerpos en forma de árboles considerados en otros tiempos como plantas marinas…

Existió también el interés por incluir artículos que hablaran de un nivel superior de conocimientos y que manifestaron la atención prestada por los editores a las inquietudes de las mujeres. Es interesante ver, por ejemplo, en El Semanario de las Señoritas Mejicanas, la inclusión de un artículo escrito en torno a un temblor de tierra que fue padecido por los mexicanos un lunes de 1841 y sirvió de pretexto para exponer a las mujeres el fenómeno que les tocó vivir. Se explicó a través de “algunas de las reflexiones físicas y religiosas escritas por el célebre alemán Mr. Sturm sobre este imponente fenómeno de la naturaleza”.

Se suponía que las lectoras se relacionarían fácilmente con la ciencia a través de lo que habían experimentado. Por ejemplo, los temblores causados por la explosión de los volcanes eran parodiados “al modo que cuando se vuela un almacén de pólvora, causan un sacudimiento y conmoción sensible a muchas leguas”. Sin embargo, a esta ejemplificación inicial proseguía otra de mayor complejidad, en la que se apelaba a los principios del científico Laplace, fundados en la química de la neumática. Este hecho nos revela que, para entonces, las lectoras ya eran visualizadas con capacidad de conocimiento, interés por la ciencia y necesidad de tener las explicaciones más profundas.

No obstante, esta visión moderna que las incorporaba al mundo científico de los sabios, no descartó otra que las consideró con inclinaciones particulares hacia ciertas temáticas, que según esta óptica resultaban más afines a ellas, como la ornitología y la botánica, que se pensaron agradables para la mujer. Como señalamos, la mayoría de los trabajos incluidos en estas publicaciones recogían el entorno que rodeaba a los escritores y paralelamente revelaban la riqueza natural de México. Este hecho ponía a las mujeres en posibilidades de reconocer y emprender sus propios estudios pues ¿Quién no podía admirar y estudiar las aves y las flores?, ¿Quién no podía reconocer la magnificencia de las montañas o las variedades infinitas de árboles y plantas que estaban a su alrededor?

Los artículos incluidos en los calendarios y las revistas para mujeres muestran admiración, observación y un sentido lúdico frente a la ciencia. La observación y la descripción representaban los métodos a través de los cuales se aprehendía el objeto a estudiar y ofrecían la posibilidad de experimentar su capacidad. No era una ciencia encerrada en el laboratorio, sino la ciencia del hombre en comunión con la naturaleza, la explicación simple de los fenómenos observables, la presencia de Dios en la creación.

Junto a las páginas dedicadas a la ciencia convivían los principios de moral, economía doméstica, arte, literatura, tradiciones, historia, así como labores manuales –bordados– y partituras. No obstante, las mujeres pudieron acercarse además a una multitud de temas de botánica, medicina, zoología, geografía, mineralogía, ornitología, entre otros, siempre bajo la mirada atenta de los hombres quienes a fin de cuentas decidieron los intereses intelectuales de las mujeres, y sin proponérselo les abrieron nuevos horizontes intelectuales, espacios que, a la larga, les permitirían estar al lado de ellos, con capacidad para pensar, reflexionar, dirigir, etcétera.

Más allá de poderlas encerrar en su casa, las publicaciones fueron un detonador y causaron temor en los hombres pues llegaron a considerar que, a través de este medio, las mujeres lograrían ocupar sus lugares pues “va a hacerlas concebir ideas tan exageradas, que muy pronto se creerán expeditas para presentarse a oposición en las vacantes de nuestras cátedras, aptas para ocupar un asiento en nuestros congresos, y para tenérselas con el más erudito de nuestros congresos o nuestros literatos”, como señalaba el Proyecto del Semanario puesto a discusión en una tertulia que apareció en 1841 en el Semanario de las Señoritas Mejicanas. Educación Científica y Literaria del Bello Sexo.

PARA SABER MÁS

  • Consultar página de la biblioteca del Instituto Mora www.institutomora.edu.mx y buscar: Presente Amistoso Dedicado a las Señoritas Mexicanas, México, Ignacio Cumplido, 1847.
  • Vicente García Torres, Semanario de las Señoritas Megicanas: Educación Científica y Literaria del Bello Sexo, México, 1841-1852.
  • Suárez de la Torre, Laura, Constructores de un cambio cultural: impresores-editores y libreros en la ciudad de México (1830-1855), México, Instituto Mora, 2003.