Teiji Sekiguchi
Testimonio de un japonés radicado en México durante la Segunda Guerra Mundial
Cuando el presidente Manuel Ávila Camacho supo, en el curso del día 7 de diciembre de 1941, que aviones del Imperio japonés habían a atacado a las 7.55 a.m. la la flota de Estados Unidos anclada en Pearl Harbor y, posiblemente, bombardeado Manila, no debió dudar sobre el camino que iba a seguir. Le obligaban los pactos de cooperación hemisférica y de defensa de la costa del Pacífico firmados meses antes con el gobierno de Estados Unidos y que facultaban a la fuerza aérea de este país a servirse de nuestros aeropuertos para el aterrizaje y el servicio de las unidades en tránsito a otros puntos, a transmitir a Washington los datos que se recabaran sobre los agentes y ciudadanos del Eje Berlín-Roma-Tokio y a no vender materiales estratégicos a países no americanos.
Para calmar el temor del vecino del norte a que Japón empleara territorio mexicano para atacarlo, directamente o a través de sus súbditos, para asegurar la paz interna mediante la vigilancia de una !quinta columna” y para cumplir con los acuerdos panamericanos, a administración de Ávila Camacho condenó el proceder de Japón, con el cual de inmediato rompió relaciones. Poco después tomó medidas que afectaron severamente la vida y los bienes de los inmigrantes japoneses. Ordenó a los que residían en el norte y en las costas del país que se concentraran en Celaya, Guadalajara y el Distrito Federal, embargó sus propiedades, congeló sus cuentas bancarias y suspendió sus garantías individuales. Dejó de otorgarles cartas de naturalización y revocó las otorgadas los dos años anteriores. Hizo todo esto antes aun de que declarara la guerra a las potencias del Eje el 22 de mayo de 1942.
¿Cuántas personas padecieron estas medidas? Sin restar el dolor, las pérdidas y las penas que sufrieron, se calcula que fueron unos 6,000. Y es que la colonia nipona, surgida a fines del siglo XIX, era pequeña, humilde y dispersa. A partir de la firma del Tratado de Comercio y Navegación con el Imperio Japonés en 1924, México pudo regular y medir el número de entradas al país, ya que se requirió a quienes llegaran con intención de quedarse que tuvieran la invitación de un connacional aquí radicado. Así, entre los 2,183 japoneses que se contaron hasta 1932 se hallaba Teiji Sekiguchi, autor del testimonio que, gracias a la generosidad de sus hijos, Concepción y Jorge, reproducimos enseguida, y que se publicó por primera vez en su país de origen en 1993. Nos relata en él sus primeros años en la que acabó por ser su segunda patria y moriría. Años en los que con trabajo y empeño inició un sólido negocio de ferretería, vinculado siempre en forma estrecha a sus compatriotas. Nos relata también los tiempos difíciles que vivieron los nikkei (inmigrantes de origen japonés y sus descendientes) en vísperas y durante la segunda guerra mundial. Tiempos difíciles en los que, como si fuera poco, hubieron sin duda de sobrevivir en una sociedad tradicional y católica, en parte discriminadora y racista, como era y es aún la sociedad mexicana.
A pesar su número escaso, los nikkei se organizaron y ayudaron uno a otro ante el impacto de sucesos lejanos, de los que no eran responsables, pero que no los dejaron escapar. Se formó el Comité de Ayuda Mutua Kyoeikai, dirigido por tres de los más reconocidos por su alcance político y económico, el cual albergó en el edificio que rentó en la colonia Santa María la Ribera a quienes habían sido reubicados y comenzaban a presentarse en la capital, luego de malbaratar sus bienes y deshacer sus hogares en unos cuantos días. Vistos como “prisioneros de guerra” y sin dinero hasta para comer, su traslado se realizó, muchas veces, en condiciones infrahumanas.
A quienes llegaron con algún recurso, se les permitió instalarse en departamentos o casas de renta módica, por lo general situados en barrios pobres como eran entonces la colonia Obrera y la Jardín Balbuena. La mayoría llegó al edificio de la Santa María, que pronto se volvió insuficiente. El Sr. Sanshiro Matsumoto, dueño de un importante negocio de jardinería y floricultura, puso entonces a su disposición la Hacienda Batán, de su propiedad, cerca del pueblo de San Jerónimo dice, al sur de la ciudad de México.
Sin embargo, la Hacienda Batán llegó también al límite y con rapidez; así, un informe de la secretaría de Gobernación da cuenta a mediados de 1942 de que era habitada por 569 personas, que dormían sobre colchones y sin otra cosa que comer que lo que les podían llevar sus connacionales más afortunados. El Comité de Ayuda Mutua propuso entonces la compra de una propiedad rural, para lo que primero hubo de obtenerse el permiso gubernamental. Lo facilitó la amistad de Matsumoto y Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente y poderoso secretario de Comunicaciones y Obras Públicas.
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Entiendo que Tatsugoro Matsumoto diseñó y construyó un jardín en la hacienda San Juan Hueyapan en el estado de Hidalgo. No tuve el gusto de conocerlo pero en aquel jardín durante las noches en que me quedé hospedado en lo que entonces era un hotel, reconocí su espíritu como el de un fantasma benéfico que ha alegrado mucho mi vida.
Los saluda,
César Córdova
Es una triste historia, mi bisabuelo Jorge Furusawa fue uno de los japoneses enviados a la cd de México y mi abuela me platica todo el sufrimiento y carencias que pasaron, que esto les cambio la vida