Vicente Leñero. Desde las entrañas de una realidad palpitante

Vicente Leñero. Desde las entrañas de una realidad palpitante

José García Gálvez
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 45

El escritor jalisciense fue uno de los grandes retratistas del México de la segunda mitad del siglo XX a través de la novela, la dramaturgia, el guion cinematográfico, la poesía y el periodismo. Evocamos aquí su amplia obra marcada por una profunda fe religiosa.

Vicente Leñero lo había dejado claro desde 1963. A través de don Jesús, personaje de su galardonada -y quizá más popular- novela Los albañiles, sentenció: “yo no hablo de mariguanadas ni de fantasías, sino de gentes con brazos y piernas y cabeza como la que cada quien, bien o mal puesta, […] trae encima”. Con esta frase nos proporcionó la clave para entender su producción literaria: el mundo que retrata es un mundo vivo, de personas, con todas las complejidades que eso implica.

Aunque la obra de Vicente Leñero se caracteriza también por otros aspectos, como una intención constante por explorar los límites de los géneros literarios o por llevar a cabo estructuras narrativas complejas, fue su compromiso con su interpretación de la realidad la que explica los temas que abordó, así como las formas en las que los presentó. Su visión del mundo, su interpretación de la realidad y, en el caso de México, expuesta, palpitante y al rojo vivo, se fundamentó en dos pilares, que, aunque diferenciados, se superponían constantemente: una afición por las letras adquirida desde edad temprana, devenida en su vocación puesta en práctica de forma crítica; y una férrea convicción religiosa, devenida, a su vez, en una forma teológica combativa de entender el sentido de la vida. Ambos pilares convergieron en una manera particular de asimilar los eventos de la historia nacional (tanto de aquellos de los que fue testigo directo, como de los que le fueron distantes en el tiempo), así como en un modo de entender el arte, la responsabilidad del artista y, por consiguiente, la moral detrás de la palabra escrita.

Los inicios

Vicente Leñero y Otero nació el 9 de junio de 1933, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Su nacimiento tuvo lugar en un país todavía impactado por las convulsiones vividas a partir de 1910, mismas que dificultaban la consecución de la estabilidad, tanto política como social. Las instituciones políticas mexicanas continuaban luchando por integrar o coaccionar las demandas de los sectores de la población aún sublevados o en riesgo potencial de levantamiento, los cuales, debido a su capacidad de fuego o movilización, podían hacer peligrar la frágil pervivencia de los grupos en el poder. Hablamos de una época en la que la modernización industrial y de las costumbres se presentaba como la meta a alcanzar. Pese a que la gran mayoría de la población seguía perteneciendo a comunidades rurales y vivía según las dinámicas tradicionales-conservadoras, las ciudades fueron adquiriendo una importancia cada vez mayor en los proyectos de desarrollo. De igual manera, ciertos sectores económicos empezaron a fortalecerse, como la producción en masa, las constructoras y los servicios de mudanzas. Sin embargo, pese a que apostarlo todo en estas áreas podría parecer haber ido a la segura, la inestabilidad misma del país (y la habilidad, o carencia de esta, de cada persona para sortearla) dificultaba el éxito de cualquier empresa. El padre de Vicente Leñero era prueba de ello. Sus múltiples esfuerzos por alcanzar un estatus privilegiado en la sociedad mexicana postrevolucionaria se tradujeron en proyectos que ahora llamaríamos “de emprendimiento” a lo largo de la república. Así es cómo entendemos que Leñero naciera en Guadalajara y pasara apenas unos meses asentado en esa ciudad, pues, una vez fracasada la empresa del padre en la región, volverían a la Ciudad de México, lugar en el que nuestro autor se desenvolvería profesional, intelectual y espiritualmente durante toda su vida y desde el cual presenciaría cómo la inestabilidad se prolongaba a lo largo de las décadas, aunque a través de los años su afectación se manifestara en diferentes sectores de la población.

El padre de Leñero tenía en alta estima a las letras, así que pronto educó a sus hijos (seis en total: tres varones, incluido Vicente, y tres mujeres) para que estuvieran en contacto con grandes obras de la literatura, propiciando, además, que realizaran sus propios ejercicios de escritura. El joven Leñero lo decidió desde el momento en el que se sintió realizado por medio de la literatura: él quería leer y escribir y, aunque no consideraba que en ello encontraría el sustento para su vida, y que a la hora de elegir carrera se decantara -en un primer momento- por la ingeniería, habría de hacerlo hasta el final de sus días.

Los intentos de algunos sectores de la sociedad por alcanzar la modernización, no sólo se vieron dificultados por las condiciones políticas y económicas nacionales, sino también por el fuerte arraigo de una moral católica en gran parte de la población y por la influencia de la Iglesia sobre la dinámica nacional. Los roces entre el Estado y la Iglesia, ocasionados por los proyectos modernistas del primero y sus intentos por contrarrestar la presencia de la religión en la vida “pública”, alcanzaron altas cotas de violencia en la década de 1920. Sin embargo, pese a que a lo largo de las décadas posteriores los enfrentamientos violentos se redujeron, las tensiones entre ambas instituciones no desaparecieron. Leñero se encontraba justo en el medio de dicha confrontación, pues si bien su padre, aunque católico, tenía una postura liberal, su madre y las demás mujeres de la casa procuraron educar a su familia en la fe, alistándolos cada domingo para ir a escuchar misa, así como posibilitando que los estudios de Leñero fueran llevados a cabo en una escuela religiosa, como lo era el Colegio Cristóbal Colón de los lasallistas. En consecuencia, desarrolló una convicción religiosa que le acompañaría el resto de su vida, aunque se manifestó de manera más evidente durante su juventud, ya que participó en grupos como Acción Católica, donde se exigía una colaboración intensa. Décadas más tarde, durante los ochenta, sabríamos que su vena activista no había desaparecido del todo, pues Leñero coqueteó con la Teología de la Liberación, un movimiento religioso radical que buscaba justicia social. No obstante, para él la forma preferida de actuar y manifestar lo que pensaba siempre fue a través de la literatura, pues esta, al ofrecerle el acercamiento a preguntas y debates que de ninguna manera tendrían cabida dentro de la institución eclesiástica, contrarrestó durante su juventud la influencia de esta. Así pues, la relación con la literatura desarrolló en él un posicionamiento mucho más crítico frente a la realidad social mexicana en todos sus niveles, ocasionando que se distanciara de la Iglesia, aunque no por ello renunciara a su fe, la cual, según recuerda su familia, practicó a lo largo de su vida de manera no dogmática.

De la ingeniería a las letras

Durante los últimos años de los cincuenta, mientras Leñero estudiaba ingeniería en la Universidad Nacional Autónoma de México, comprendió que esta carrera poco o nada abonaría a su deseo por volverse escritor, y pese a que no desertó, decidió formarse, paralelamente, en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Ahí, según él mismo recordaría en su discurso de agradecimiento por haber recibido el Premio Nacional de Periodismo Carlos Septién García 2010, aprendió “los secretos necesarios para escribir bien [sus] tropezados cuentecillos y poemas de juventud”. Entendiendo que para Leñero “escribir bien significó entonces escribir bien periodísticamente. Aprender las exigentes reglas de la noticia, del reportaje, de la crónica, de la entrevista…”, en las que el reportero-escritor es comprendido:

como buscador y desentrañador de la realidad –no de la Verdad, que se escribe con mayúscula y pertenece a los territorios de la filosofía o de la metafísica- sino de esta realidad palpitante que exige de ojos que observen, de palabras que describan, de mentes que la estrujen y la manifiesten para mostrar los sucesos de nuestro tiempo, para develar lo que se ignora, para denunciar lo tramposamente soslayado por los poderes políticos, económicos, religiosos.

Las anteriores no son palabras vacías enunciadas en el marco de la condecoración, sino que son congruentes con las intenciones que hubo detrás de su extensa producción literaria, la cual no fue sino su forma de asimilar la realidad nacional. Su formación periodística y su fe no habrían dado como resultado la obra escrita de Leñero si no fuera por las condiciones del país. Estas fueron las que terminaron de darle forma.

La escritura

Hablemos ahora un poco de esa realidad palpitante, la cual, en el caso de México, podría denominarse una realidad taquicárdica, y de cómo fue interpretada en las páginas que conforman la obra de Leñero. La ya referida Los albañiles, segunda novela del escritor, primera en ser acreedora de reconocimiento nacional e internacional, toma por personajes a los trabajadores que van dando forma a la modernidad, a esas personas que son mal pagadas, con familias de las que se hacen cargo y que son víctimas de profesionistas ineptos. Empero, adscrito a la corriente documental de Rodolfo Usigli, el autor no los romantiza como era la costumbre de la época, sino que los retrata con múltiples vicios, como su tendencia a tomar descansos demasiado largos o a robarse el material de las obras. La novela es, pues, la disección de lo que entendía por sociedad, un caleidoscopio que identifica muchos de los problemas sociales: nepotismo, corrupción, deshonestidad, alcoholismo, ineficacia de las instituciones de justicia, mediocridad, lambisconería, etc. Y, sin embargo, es también el reconocimiento de la existencia de la inocencia y el afán de superación (social e intelectual) de ciertos individuos.

En una posterior novela, Estudio Q (1965), Leñero esboza con información de primera mano (pues mientras la escribía trabajaba en Telesistema Mexicano haciendo guiones) la dinámica de los sets de filmación, procurando señalar que la industria mexicana del entretenimiento se encontraba degenerada por la explotación, los “favores” y la calidad cuestionable de las producciones que se sintonizaban en cada vez más casas mexicanas. El escritor no era un simple narrador, sino que su prosa constituía el vehículo de una crítica insistente e incómoda.

Hoy la forma en la que se recuerda a Leñero varía según a quién se le pregunte, pues se desempeñó en varios géneros. Algunos lo recordarán por su participación en los guiones cinematográficos de películas como La ley de Herodes (1999) y El crimen del Padre Amaro (2002), ambas cintas reconocidas y polémicas. Otros por su labor dramatúrgica, donde obras como Pueblo rechazado (1968), El juicio (1972), Martirio de Morelos (1983) o la adaptación de Los albañiles fueron acreedoras de aplausos, pero también de acalorados debates por presentarse en ellas reinterpretaciones históricas que humanizaban a grandes héroes, crímenes en la historia que no se habían resuelto, la degeneración de las instituciones políticas y religiosas; y realidades sociales que causaban desagrado a aquellos que se negaban a reconocer la podredumbre en la que ciertos sectores se encontraban olvidados. Algunos más lo recordarán por su trabajo periodístico, potencializado a partir de que perteneció al grupo de periodistas que fundó la revista Proceso como respuesta al “Golpe a Excélsior” del que Leñero fue víctima y testigo en 1976, que alcanzó -quizá- su clímax en la entrevista que en 1994 hizo al subcomandante Marcos y que arrojó mucha información útil para la comprensión del movimiento del EZLN.

Parece, pues, que la producción de Leñero bebió mucho de los eventos y debates de su tiempo, lo cual no es incongruente si consideramos que los últimos 50 años del siglo XX mexicano (temporalidad en la que se inserta el grueso de su obra) fueron igual o más convulsos que los primeros. Fueron años en los que no cesaron las demandas sociales, encabezadas por grupos diversos: obreros, campesinos, clases medias, como estudiantes y pequeños empresarios; e incluso por grandes empresarios nacionales y extranjeros. Fueron años que vieron la instauración, los resultados favorables (para algunos) y el resquebrajamiento del modelo estabilizador; en los que las prioridades económicas relegaron a sectores como el campo; en los que la cultura y el discurso nacional se sustentaron en un tipo de mexicano “moderno” y, por tanto, no dieron cabida a grupos marginales. Años en los que además se aplicaba de forma selectiva, pero contundente, una violencia represiva por parte de los mecanismos estatales de coerción. Tiempos en los que, mientras más próximos al siglo XXI, se acentuaban las crisis económicas y políticas. La obra de Leñero encontró sus temas en un México que, revolucionario, postrevolucionario o moderno, se caracterizó por su inestabilidad.

Leñero, a final de cuentas, fue un ser humano, como lo son todos. Se enamoró y, posteriormente, se casó en 1959 con Estela Franco, psicoanalista que sin duda dotó de complejidad a sus personajes e historias. Tuvo una familia, formada por cuatro hijas. Trabajó, aunque no le encantara su trabajo, como en aquella época en la que hacía guiones de novelas para radio y televisión. Tenía vicios, como su relación insistente con el cigarro que fue factor clave en su muerte, ocurrida en 2014. Fue poseedor de una fe que inundó las líneas de sus libros, que hacía que se le mirara con desconfianza en el mundo de la intelectualidad y lo llenó hasta el final de sus días, en los que afirmaba que se sentía “más cerca de Dios”. Fue autor de una amplia producción literaria, la cual, aunque al final de su vida pensara que podría “tirarse a la basura” la mitad de sus obras, siempre estuvo potencializada por la crítica, y escrita con la convicción religiosa de que a través de ella podría cumplir con su responsabilidad social, la cual, según él, era mucha debido a las condiciones institucionales y sociales lamentables en las que se encontraba el país. Valdría la pena preguntarnos si nosotros no estamos en la necesidad de, como el reportero-escritor, escribir sobre la realidad, una que, al igual que hace 100 o 50 años, se presenta palpitante.

PARA SABER MÁS:

  • Franco, Estela, comp. “Los católicos” Vicente Leñero en torno a la fe, México, Proceso, 2017.
  • Leñero, Vicente, Los albañiles, México, Joaquín Mortíz, 2009. Puede escucharse un fragmento, leído por el mismo autor, en http://bit.ly/2WQ4onB
  • _____________, Más gente así, México, Alfaguara, 2013.
  • Canal Once, Historias de vida -Vicente Leñero (01/03/2017), 3 de marzo del 2017, http://bit.ly/2Q6zrsy
  • El Universal, Vicente Leñero: abecedario personal de un hombre de palabras, 3 de diciembre del 2014, http://bit.ly/2JNQiPZ