Una historia de emociones. Los motines de pachucos de 1943

Una historia de emociones. Los motines de pachucos de 1943

Ivonne Meza Huacuja 
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 56.

Los prejuicios raciales marcaron en California, hacia 1943, a los grupos juveniles conocidos como pachucos. Las acusaciones de generar disturbios y motines en California obedecían al rechazo a una forma de vestir diferente, pero detrás de ellos estaba también la cosificación racial –no tenían acceso a educación, por ejemplo– y la desconfianza a que se integraran socialmente.

La noche del 3 de junio de 1943 fue el comienzo de una de las más célebres confrontaciones juveniles en la historia de Estados Unidos. Su misma denominación zoot suit riots plantea, de antemano, la arbitrariedad y los prejuicios contra las juventudes mexicoamericanas que habitaban en el que 100 años antes había constituido, geográficamente, parte del septentrión mexicano. Los zoot suit riots o motines de pachucos, como sería traducido, no se trataba de una sublevación contra la “nueva” autoridad anglosajona, tal como el Diccionario de la Real Academia Española define el término motín. El concepto disturbio o motín más bien denota cuál fue la argumentación con mayor fuerza en la sociedad estadunidense, la cual evidentemente atribuye a los jóvenes zoot suits el inicio de los enfrentamientos. Algunos jóvenes marinos argumentaban que la afrenta había comenzado días antes cuando algunos compañeros habían sido atacados por pachucos, y que las incursiones grupales de los marinos estadunidenses, en Los Ángeles, California, golpeando y desvistiendo a los zoot suits fue una simple respuesta a dicha provocación. Los enfrentamientos recrudecieron con el paso de los días, los jóvenes mexicanos, vestidos o no a la usanza pachuca eran agredidos indiscriminadamente. Inclusive, la intervención tardía de las autoridades policiales y marciales no lograron contrarrestar las agresiones completamente, sino que consiguieron únicamente enfriar los ánimos de la sociedad en general. 

Los prejuicios raciales contra la población de origen mexicano en Estados Unidos no es un fenómeno privativo del siglo XX. De acuerdo con algunos investigadores, estos pueden vincularse con la reforma protestante en Europa en el siglo XVI y fue agudizándose siglos posteriores con el proceso de secularización impulsado por la Ilustración en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pero en particular, en el discurso político. En otras palabras, la confluencia de las explicaciones generadas bajo preceptos religiosos fue robustecida con discursos sustentados por algunas teorías de la ciencia moderna. El determinismo biológico fue una de ellas. Esta apuntaba que el clima, el origen racial y la herencia (cuando la genética comenzó a gestarse, a mediados del siglo XIX), tenían efecto en la capacidad intelectual y de autogobierno de los distintos grupos raciales y comunidades nacionales. Todos estos elementos alimentados por el nativismo estadunidense convergieron y justificaron, desde finales del siglo XIX, el expansionismo militar, político y cultural sobre la base científica de una supuesta superioridad racial caucásica (y protestante), y enfatizaron el excepcionalismo de Estados Unidos como una nación destinada a proteger y difundir el proceso civilizatorio.

Una idea de nación 

Paradójicamente, pese a las proclamaciones de Estados Unidos como la tierra prometida y de su composición multirracial, el determinismo biológico tuvo implicaciones negativas en el interior de la nación. El elemento extranjero dentro y fuera de sus límites espaciales del Estados Unidos continental, durante el siglo XX, incrementó los viejos temores y las sospechas sobre el otro y lo diferente. Enclavado en los constantes y distintos intentos en mantener cierta unidad nacional en un país heterogéneo y en constante construcción y expansión, el otro, el “no asimilable” a los usos y costumbres de lo estadunidense fue segregado, invisibilizado o criminalizado.

De acuerdo con especialistas, como el historiador Peter Stearns, algunos elementos definitorios de la identidad estadunidense se basan en algunas ideas y emociones cuyo significado y práctica se han reconfigurado a partir de los dogmas de las distintas confesiones protestantes, como, por ejemplo, la búsqueda de la felicidad como el objetivo central y único de la vida y el consumismo como una de las formas de alcanzarla. Por el otro, el temor, la ira y el avivamiento del odio –en donde el racismo puede considerarse como una de sus tantas dimensiones– se convirtieron en emociones unificadoras y consolidadoras del Estado nacional, así como reforzadora de su autoimagen como potencia mundial, tal y como lo haría Henry Luce en su artículo “The American Century”, aparecido en la revista Life en 1941.

Algunos de los planteamientos presentados en este artículo se enfocan en la bidimensionalidad del miedo y la ira en la comunidad blanca, anglosajona y protestante en Estados Unidos, comúnmente definida bajo sus siglas en inglés wasp. Como hemos visto en ejemplos contemporáneos –como el 11 de septiembre o las teorías conspirativas sobre la procedencia y los efectos negativos de la vacunación antiCovid 19–, el miedo (y la ira y el odio) pueden analizarse tanto por premeditación tratando de generar intencionalmente respuestas emocionales por parte de un grupo social con alguna finalidad política, social, cultural o económica; o, incluso como fenómenos circunstanciales cuya reacción cuasi instintiva –pero analizable–, dada su naturaleza como práctica social y como consecuencia de imaginarios y condicionamientos (racionales o irracionales), que contribuyen a entender a qué, por qué y cómo temen/odian ciertos individuos o grupos sociales.

Construir diferencias

Aunado a los temores engranados desde los orígenes mismos de Estados Unidos, la emergencia de la idea moderna de la adolescencia y la construcción del adolescente, como un “nuevo” sujeto social, a finales del siglo XIX, engrosaron el inventario de los sujetos potencialmente peligrosos para la sociedad estadunidense.

El temor en estos “nuevos” sujetos partió de una nueva codificación científica confeccionada en Estados Unidos. De acuerdo con la emergencia de nuevas disciplinas, como la psicología experimental, y los nuevos descubrimientos, como el funcionamiento de las hormonas, la adolescencia fue señalada como un periodo de vida caracterizada por transformaciones fisiológicas rápidas y abruptas que generaban capítulos de crisis y estrés en los jóvenes. Considerada inicialmente como la primera etapa de la juventud (para décadas más tarde diluirse y constituirse como un sinónimo de juventud), la adolescencia fisiológica estaba acompañada por transformaciones en los comportamientos. A diferencia de la infancia o la edad adulta, la adolescencia fue concebida como un periodo de alta sensibilidad. Una etapa de vida en la que algunas emociones como el enamoramiento, la ensoñación y la tristeza encontraban su máxima expresión. De acuerdo con algunos especialistas de la época, el peligro máximo era la falta de capacidad de autorregulación emocional, rasgo intrínseco de la edad, la cual sin una apropiada orientación podía incitar a comportamientos transgresores como la rebeldía, la experimentación sexual, el robo, los episodios de violencia contra otros grupos de adolescentes o adultos, e inclusive de normas emocionales, sociales y legales establecidas por el mundo adulto como la rebeldía, la impresionabilidad, la experimentación y práctica sexual y la consecución de crímenes.

Sin embargo, pueden ubicarse momentos de excepción en esta codificación a partir de edades y disparadores de emociones, tal y como lo demuestra los motines de pachucos. Los enfrentamientos iniciados por algunos jóvenes marinos contra los jóvenes pachucos de origen mexicano residentes en la zona son un claro ejemplo de ello y del papel del racismo en la justificaciones, condescendencia e incitación de la violencia y control social contra agrupaciones juveniles minoritarias.

El trato diferencial entre los adolescentes de distintos grupos nacionales y raciales comenzó a perfilarse en el ámbito educativo público. En dicho sector, la matrícula escolar daba cuenta de aquellos grupos en los que recaían los cuidados recomendados para la edad (como los ejercicios físicos correctos para adolescentes, hombres y mujeres, contenidos curriculares y actividades extraescolares de acuerdo con la capacidad intelectual y emocional) y los que no, así como las reglas sociales, las expectativas que el mundo adulto tendría a partir de la oferta educativa y laboral a su disposición. En otras palabras, los programas educativos y sus contenidos tuvieron un papel fundamental en la construcción de la identidad de los individuos. La pertenencia racial, sus orígenes nacionales y creencias religiosas intervinieron en la codificación de actividades que podían realizar, de espacios en los que se podían desenvolver, las profesiones que podían desempeñar y de trabajos en los que podían tener acceso.

Para algunos historiadores, la composición racial y su ordenamiento espacial en las ciudades estadunidenses fue otro elemento que incidió en el tratamiento, desarrollo y destino de los adolescentes de distintos orígenes nacionales y “raciales”. La segregación socioespacial de las comunidades mexicoamericanas en “barrios mexicanos” contribuyó a la construcción de redes de autoayuda y con ello al fortalecimiento de comunidades mexicoamericanas construidas por individuos que compartían su origen nacional, emociones, tradiciones, costumbres, idioma y religión. De igual forma un elemento unificador era el recelo, la discriminación y las codificaciones raciales de las que eran objeto, difundidas en gran medida por la prensa sensacionalista y la literatura de habla inglesa.

Marinos contra pachucos

Algunos discursos políticos de funcionarios locales, entrevistas a la población angloamericana y columnas en periódicos californianos, publicadas durante los motines de pachucos, recurrían a las viejas explicaciones sobre la naturaleza de la “raza mexicana” para dar explicación del porqué de la violencia juvenil mexicoamericana. El comportamiento incivilizado de los mexicanos, de acuerdo con ellas, era producto de “la mezcla de la sangre indígena y española” pero definitivamente el catolicismo era considerado el catalizador de los mayores males de la comunidad, pues alentaba el conformismo y la superstición de sus feligreses. Pese a explicaciones deterministas, como la anterior, los jóvenes mexicoamericanos, dadas las características de la adolescencia, no eran responsabilizados totalmente de la supuesta ola de asaltos y agresiones cometidas en contra de la población “blanca californiana”. El problema, de acuerdo con algunos funcionarios y columnistas era la falta del esmero de los padres de familia en la educación de sus hijos, la permisividad y sobreprotección de las madres mexicanas, pero también la ineptitud de los cuerpos policiacos para perseguir, castigar y encerrar a los menores infractores. Autoridades cercanas a las comunidades mexicanas como los padres católicos y trabajadores sociales, al igual que algunos corresponsales de periódicos independientes como Los Angeles Times y The New York Times, referían que los marinos angloamericanos había iniciado las agresiones, sino también denunciaban al amarillismo de los periódicos (en particular las notas de la Associated Press y la United Press) y a las condiciones de marginación económica, social y cultural de los jóvenes mexicoamericanos.

Los encabezados cargados de emocionalidad fomentaban la ira, el racismo y el odio de los lectores de habla inglesa quienes vitoreaban las agresiones de los jóvenes marinos. Estos últimos, aún uniformados (pese a estar en su día libre), habían propinado golpizas e iniciado una cacería contra los jóvenes mexicoamericanos vestidos con el traje característico de los zoot suits. Los marinos no sólo habían incursionado en la zona “multirracial” del centro de Los Ángeles, atacando indiscriminadamente a jóvenes de tez morena y de otras minorías (algunos jóvenes pensilvanos, de origen italiano habían sido interceptados y golpeados por los marinos, filipinos y afroamericanos corrieron la misma suerte), sino que habían ingresado en los barrios mexicanos en búsqueda de pachucos. La población de origen mexicano, autoridades diplomáticas mexicanas, organizaciones sociales como la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) y algunos líderes sindicales manifestaron su descontento, la indignación no sólo radicaba en la falta de reacción de las autoridades policiales y navales, sino la violación al espacio de seguridad de la comunidad (los barrios mexicanos) y en particular el abuso de poder por parte de jóvenes sin jurisdicción alguna contra jóvenes inocentes simplemente por su color de piel, origen nacional y/o racial.

Entre la paranoia, miedo e ira, algunos sectores de la población anglosajona en California congratulaban la actuación de los marinos; por su parte, muchos espectadores del noreste estadunidense miraban con recelo y sarcasmo la actuación de las autoridades y la histeria colectiva de la población (blanca) del suroeste. El análisis de la emocionalidad manifestada en notas y entrevistas publicadas en diarios de los dos extremos geográficos estadunidenses durante los motines de pachucos permite confirmar la sospecha de Peter Stearns sobre la existencia de diferentes formas de experimentar y reaccionar emocionalmente entre las distintas regiones estadunidenses determinados por una historia y composición social disímil. En este caso particular, las emociones “negativas” sobre los otros se conjugaron con los miedos causados por la incertidumbre costera durante la segunda guerra mundial. La espera de posibles ataques de los ejércitos del Eje al territorio estadunidense contribuyó a la especulación sobre la conspiración entre alemanes nazis y pachucos para causar rupturas y caos en la sociedad estadunidense, lo que facilitaría el triunfo de los primeros en la conflagración. Dicha historia, aunque negada por autoridades gubernamentales después de algunos interrogatorios a jóvenes pachucos, había sido avivada por los recuerdos sobre el episodio del telegrama Zimmerman durante la primera guerra mundial. Algunas noticias periodísticas resaltaban que la resistencia a la asimilación total a la cultura estadunidense por parte de los pachucos mostraba su falta de patriotismo, y, por lo tanto, representaban un gran peligro para la seguridad nacional. Incluso, la respuesta del alcalde de Los Ángeles, Fletcher Bowron, frente a las denuncias y exigencias de investigación y castigo por parte de la diplomacia mexicana, fue la de manifestarse en contra de la intromisión mexicana, pues se trataba, en sus propias palabras, de un asunto doméstico, entre ciudadanos estadunidenses.

Aunque el episodio de las incursiones de marinos contra los pachucos fue desvaneciéndose con las semanas debido a la decisión de las autoridades navales de sancionar a los marinos involucrados en los acontecimientos, el recelo en contra de la comunidad mexicoamericana permaneció durante varias décadas.

Balance final

Para muchos reporteros, trabajadores sociales, psicólogos y futuros activistas mexicoamericanos, como Luis Valdés, e historiadores, como Mauricio Mazón, algunos de los muchos detonadores de las agresiones fue la vestimenta de los pachucos y el cambio de prácticas y reglas con respecto a la adolescencia y juventud a partir del grupo racial. Con respecto a lo primero, el gobierno estadunidense había sancionado el desperdicio de tela y había pedido a la sociedad su racionalización. Los textiles se habían convertido en objetos de suma importancia para la confección de uniformes militares y para la elaboración de vendajes para los soldados heridos. Como es bien sabido, algunos pachucos ignoraron dicha decisión y utilizaron mayores cantidades de tela para sus vestimentas para con ello lograr el efecto deseado “nadar” en sus atuendos lo que permitía mayor soltura en los movimientos de baile. Por otro lado, la codificación racial había obstaculizado la movilidad social de los jóvenes mexicoamericanos. Pocos jóvenes tenían la oportunidad de extender su vida como estudiantes, el ingreso familiar dependía de su trabajo, contrariamente a lo que sucedía con los grupos WASP. La irrupción de la guerra dio un vuelco a la vieja dinámica, muchos jóvenes angloamericanos habían sido reclutados voluntaria o involuntariamente y con ello, además, de los temores a morir a temprana edad, de ser separados de sus familias y amigos, eran tratados como adultos, con responsabilidades que en otro periodo no hubieran sido consentidas. En pocas palabras, gran parte de la afrenta contra su contraparte mexicoamericana fue la melancolía, el temor, la ira y el resentimiento de haber perdido parte de su juventud y la injusticia de observar a las minorías raciales disfrutando de lo que a ellos se les había ido de sus manos.

Otro tema de discusión y de investigación es el de las jóvenes pachucas, a pesar de haber encontrado pocas alusiones a ellas en los periódicos estadunidenses, su papel ha sido rescatado por investigaciones históricas basadas en documentos en archivos históricos y entrevistas. Una pregunta pertinente sería el porqué de su ausencia en los diarios de la época. Quizá lo poco que pueda rescatarse de estas escasas menciones es la ferocidad con la que defendían a su contraparte masculina, su papel en secundar a los pachucos y las afrentas a partir de su actitud y vestimenta contra el estereotipo y valores “propios” de la mujer tradicional mexicana. La producción historiográfica es abundante en señalar la participación voluntaria de jóvenes mexicoamericanos en los ejércitos estadunidenses durante la segunda guerra mundial. Algunos testimonios dan cuenta que algunos pachucos habían intentado ingresar al frente de guerra, pero debido a su minoría de edad y en otros casos a la desconfianza de los reclutadores (por el riesgo de traición a Estados Unidos), habían sido rechazados y enviados a trabajar a sus hogares en el frente doméstico. El caso de los motines de pachucos permaneció en la memoria colectiva de la comunidad mexicoamericana, que 20 años más tarde habría de retomarse para constituir la memoria histórica que daría unidad y fuerza al movimiento chicano.

PARA SABER MÁS

  • Bohórquez Carbajal, Julián David, “Razones y racismos. Antecedentes del determinismo biológico en el pensamiento ilustrado”, Utopía y Praxis Latinoamericana, 2020, en https://cutt.ly/dImlwCM.
  • Fiebre Latina (Zoot Suit), Luis Valdez (dir), Los Ángeles: Universal Pictures, 1981.
  • Mcwilliams, Carey, Al norte de México: el conflicto entre anglos e hispanos. México, Siglo XXI, 1968.
  • Mazón, Mauricio, The zoot-suit riots: The psychology of symbolic annihilation, Austin, University of Texas Press, 1984.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *