Percepciones y emociones. Olga Costa y Mariana Yampolsky

Percepciones y emociones. Olga Costa y Mariana Yampolsky

Laura Pérez Rosales
Departamento de Historia, Universidad Iberoamericana – Santa Fe

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 62.

La publicación del libro Lo efímero y eterno del arte popular mexicano (1971) marcó el momento del cruce de caminos entre estas dos artistas de la pintura y la fotografía. No fue coincidencia, hubo un pasado que de alguna manera las hermanaba y lo transmitían en cada personaje de la obra, sus trabajos y vivencias.

Para Arjen, in memoriam

Miembros del Taller de Gráfica Popular durante un reportaje, ca. 1950. Archivo General de la Nación, Fondo Hermanos Mayo.

Hay artistas a quienes une el azar. Sus vidas convergen en momentos de particular creatividad y no sólo se encuentran en el camino del arte, sino que se acercan por los entrecruces de experiencias similares en el pasado. El arte es un territorio fértil para las coincidencias. Ese fue el caso de Olga Costa y Mariana Yampolsky. La primera, pintora y promotora cultural. Mariana, fotógrafa, grabadora y editora. Ambas admiraban y captaron, con la fuerza de la pintura y de la fotografía, la belleza y originalidad del arte popular mexicano, así como la vida sencilla y cotidiana en el campo, en los mercados, talleres o fiestas populares. A principios de los años 60, Mariana Yampolsky tomó una espléndida foto de Olga Costa, de pie, recargada en la pared de su jardín, rodeada por cactáceas y otras plantas mexicanas. Los ojos de Olga, delicadamente rasgados, no deciden ver a la cámara, más bien parecen esquivar la lente y denotan una mirada que se pierde en el infinito, entre el pasado y el presente. Su bello traje oaxaqueño, de dos piezas y tono oscuro, complementan el cuadro de una mujer que refleja serenidad y, al mismo tiempo, cierto donaire en su postura. La fotografía es un ejemplo de dos caminos que se cruzaron en México, cuando Mariana captó un momento ‒que es infinito‒ en la vida de la pintora.

Pasados paralelos

Olga, hija mayor de Jacobo y Ana Kostakowsky, nació en 1913 en Leipzig, Alemania, ciudad en la que sus padres se habían instalado tras huir del antisemitismo en Ucrania. Al iniciar la primera guerra mundial, los Kostakowsky se mudaron de nuevo, esta vez a Berlín, centro político y cultural europeo, donde el activismo político del padre de Olga, obligó a la familia a dejar definitivamente Alemania. Por su parte, Mariana nació en 1925 en Chicago, su padre, Oskar, también era origen ucraniano. Los padres de Mariana habían dejado la Alemania de los difíciles años 20 del siglo pasado para emigrar a Estados Unidos en busca de mejores condiciones sociales y económicas.

Mariana Yampolsky, Olga Costa, fotografía, [s.f.]. Colección Particular.
Berlín fue una ciudad importante para ambas familias, pues también ahí vivía Hedwig Urbach, donde conoció a su futuro esposo, Okcar Yampolsky. Olga y Mariana tuvieron padres artistas: el de Mariana era pintor y escultor, el de Olga violinista, director de orquesta y compositor. Ambos tenían ideas progresistas y se identificaban en la promoción de cambios políticos y sociales. De hecho, Kostakowsky fue encarcelado debido a su activismo socialista. Al igual que los Yampolsky, Ana y Jacobo decidieron abandonar Alemania en 1925 debido a la crisis económica y la atmósfera antisemita de la época. Ana, Jacobo y las niñas Olga y Lía desembarcaron en Veracruz en septiembre de ese año. Por su parte, la familia Kostakowsky llegó en un momento en que el estado posrevolucionario mexicano apenas comenzaba y reacomodaba las relaciones políticas entre el centro y las regiones, poderes y contrapoderes dentro del nuevo pacto social derivado del movimiento de 1910. Las movilizaciones obreras bullían en diversas ciudades y en el puerto de Veracruz, el movimiento huelguista de los inquilinos ‒del cual las mujeres fueron la columna vertebral‒ era de particular resonancia por representar las nuevas formas de protesta social contra las rentas excesivas y las condiciones inhumanas de habitación de las clases populares. La experiencia de Olga al llegar a un país tan lejano y ajeno culturalmente a la Alemania que había dejado, la dejó plasmada en una entrevista:

Era la época de la posrevolución y todavía no se había calmado nada. A cada rato se provocaban descarrilamientos de trenes… Llegamos a Veracruz en plena huelga de inquilinos. La ciudad estaba llena de banderas rojinegras. Para mí todo era distinto, las casas con ventanas de madera pintadas de verde, el aspecto de la gente, los balazos al aire al anochecer, el cielo que por momentos negreaba de zopilotes, los insectos, el pan. La primera vez que entré al baño descubrí en la tina una inmensa tarántula negra.

Ya instalada la familia en la ciudad de México, Olga alternó la escuela con el estudio de la música, pero al conocer el mural Creación, de Diego Rivera, ubicado en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, se inclinó por la pintura. Su maestra de canto la puso en contacto con Rufino Tamayo, quien le aconsejó inscribirse en la Academia de San Carlos, la cual tuvo que abandonar en 1933 por apremios económicos. Durante su breve estancia en San Carlos conoció al pintor José Chávez Morado, con quien finalmente se casó en 1935. Conviene aclarar aquí que para entonces Olga había cambiado su apellido eslavo y lo latinizó como Costa. Ya familiarizada con el ambiente artístico y con el apoyo de su marido, pudo desarrollar su carrera artística de forma autodidacta. Así lo relataba ella misma años después: “Al ver pintar a José y a sus amigos empezó mi aprendizaje. Un mediodía les pedí colores y de pronto me encontré pintando. Pintábamos por puro gusto, sin pretensión alguna. Para mí todo empezó como un juego”.

Durante los años cardenistas, de gran difusión de la cultura por todo el país, Olga, junto con su marido y los pintores Feliciano Peña y Francisco Gutiérrez, viajaron a Jalapa para pintar murales en la Escuela Normal y fundar la Escuela Popular de Pintura en 1936. Ahí quedó seducida por el paisaje y el campo “que invitaba a pintar”. El ambiente y entusiasmo por cultivar y difundir el arte por doquier explica que varias mujeres, como ella, se sumaran al arte como medio de transformación social. Aurora Reyes, por ejemplo, además de ser una importante luchadora a favor de los derechos de las mujeres, pintó El ataque a la maestra rural (1936) en el Centro Escolar Revolución de la ciudad de México, considerado con razón como el primer mural creado en el país por una mujer artista.

Mientras Olga Costa, Chávez Morado y otros artistas participaban en las misiones culturales en diversas ciudades mexicanas, Mariana Yampolsky cursaba sus estudios primarios en Crystal Lake, población rural aledaña a la ciudad de Chicago, donde había nacido. Mariana creció en un ambiente de granjas y habitantes dedicados, principalmente, a la agricultura. Durante sus estudios primarios, y gracias al estímulo de la escritura, los alumnos debían presentar cada semana textos sobre algún tema libre. Las composiciones escritas por Mariana nos acercan a su percepción infantil de la atmósfera que entonces se vivía: la primavera ‒escribía‒ le gustaba mucho pues el cielo era permanentemente azul, las flores empezaban a brotar pero, más que nada, disfrutaba de la temperatura que no llegaba a ser tan extrema como en invierno. De este último le gustaba lo blanco y suave de la nieve, pero le impresionaban lo gris del cielo y lo helado del agua al salir del grifo.

Mariana Yampolsky en el Taller de Gráfica Popular durante un reportaje, ca. 1950. Archivo General de la Nación, Fondo Hermanos Mayo.

Desde los años 30, luego de la devastadora crisis financiera de 1929 en Estados Unidos, se registraron intensas movilizaciones de descontento social de izquierda en México, Estados Unidos y Europa. Pero también se puso de manifiesto el arrastre social del fascismo y el nazismo que ofrecían aparentes salidas a la crisis de esos años, lo cual atrajo a los sectores populares. El mundo vivía años de serios contrastes, transformaciones sociales, enfrentamientos y luchas internacionales. Alemania no cejaba en su deseo de controlar el mundo a partir de un proyecto basado en la discriminación racial y el control de la economía mundial. Italia y Japón se sumaron a sus planes. La guerra civil española estalló en 1936 como preludio de los conflictos internacionales que enfrentarían al bloque formado por Gran Bretaña y Francia ‒a quienes, dos años después, se unió Estados Unidos‒ con el eje Berlín-Roma-Tokyo.

En ese contexto de tensión mundial, mientras la joven Mariana Yampolsky cursaba sus estudios de secundaria en Chicago, en México nacía el Taller de Gráfica Popular en 1937, un espacio colectivo de creación artística, fundado por el grabador Leopoldo Méndez, el pintor estadounidense Pablo O’Higgins, Luis Arenal e Ignacio Aguirre. Al poco tiempo se integraron al grupo artistas de la talla de Raúl Anguiano, Ángel Bracho, Alfredo Zalce, Antonio Pujol, Xavier Guerrero y José Chávez Morado, entre otros. Todos ellos de izquierda, la lucha antifascista era su leit motiv. Las invasiones italiana y alemana a países africanos o europeos indignaron a los grabadores mexicanos del taller, quienes desde un inicio produjeron carteles y grabados que denunciaban las agresiones nazifascistas. En esos terribles años, durante los cuales se echó a andar la maquinaria de la muerte, Mariana fue admitida en la High School de la Universidad de Chicago y, ya en la evaluación semestral de diciembre de 1941, se asentaba que tenía una gran habilidad para el arte y auguraba éxito en ese campo.

También a principios de los años 40, varios artistas progresistas de Chicago viajaron a México para colaborar con el Taller de Gráfica Popular, el cual tenía vínculos desde finales de los años 30 con las galerías del Artists Union de Chicago, el cual había invitado a Méndez, O’Higgins, Pujol, Zalce y Gonzalo de la Paz a presentar su obra en Chicago. Poco tiempo después, otro grupo de grabadores estadunidenses viajaron a México para conocer la práctica artística mexicana y trabajar con el equipo del taller, entre ellos Eleanor Coen y Margaret Taylor-Burroughs. Las transformaciones sociales en México y la ebullición de la vida cultural y social de la época lo hacían un lugar atractivo para escritores, músicos o artistas. Eleanor Coen y Max Kahn, amigos de Alfredo Zalce, reconocido muralista mexicano, fueron presentados en el Taller de Gráfica Popular. Con la experiencia adquirida durante su estancia en el taller e identificados con las causas sociales y antifascistas de los artistas mexicanos, sus colegas estadunidenses regresaron a Chicago y ahí dieron a conocer el trabajo colectivo de los grabadores mexicanos. En una visita a la universidad de esa ciudad, Mariana Yampolsky escuchó las conferencias y experiencias de Coen y Kahn con los grabadores mexicanos y su activismo político. La joven Mariana quedó simplemente cautivada. Oskar Yampolsky, su padre, murió en 1945 y ese mismo año, emulando la experiencia de Coen y Kahn, Mariana decidió viajar a México. Llegó casi al final del sexenio de Manuel Ávila Camacho, cuando la segunda guerra mundial estaba por finalizar; en esos momentos el país iniciaba el tránsito del predominio de los militares al frente del gobierno hacia un nuevo periodo, civilista, con los universitarios al frente del poder, impulsores de la industrialización y modernización. Daban comienzo los años de la guerra fría, de la partición del mundo en dos bloques dominantes, encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética.

Casi de manera natural, el primer contacto de Mariana con el Taller de Gráfica Popular fue con su paisano Pablo O’Higgins, quien a su vez la presentó con Leopoldo Méndez, bajo cuya tutela trabajó durante 15 años. Paulatinamente aprendió español y también poco a poco, con la ayuda de sus compañeros del taller, fue conociendo la ciudad de México y después diversas regiones del país, sobre el centro y sureste, recorridos que no pocas veces hacían a pie. En el taller se identificó con el valor de la creatividad colectiva y asumió que la función política del arte era más importante que la fama individual. Después de ella se sumaron varias mujeres al grupo, entre ellas la escultora estadunidense Elizabeth Catlett, la pintora polaca Fanny Rabel y la muralista mexicana Andrea Gómez. Al tiempo que Mariana trabajaba en el taller, impartía clases de literatura o de inglés en diversas escuelas para cubrir sus gastos cotidianos.

Mariana conoció en el taller a un personaje que, posteriormente, fue clave en su arte fotográfico: Hannes Meyer, estupendo arquitecto suizo, progresista, quien había sido director de la Escuela de Artes y Oficios de la Bauhaus entre 1928 y 1930. Meyer era uno de los muchos exiliados germano parlantes y abierto antifascista, razón por la cual dejó su país. Con el gran prestigio ganado por su creatividad arquitectónica a favor de la vivienda social, el gobierno del general Cárdenas lo invitó a incorporarse a los programas de construcción de escuelas populares, en la ciudad y en el campo. Conoció y fue admirador de los artistas plásticos mexicanos y se identificó con ellos por la calidad de su trabajo y por su militancia antifascista. Fue cofundador de la Editorial-Taller La Estampa Mexicana, la cual publicó 17 obras entre 1937 y 1949, todas sobre la producción de grabados elaborados en el Taller de Gráfica Popular. Pero sobre todo, Meyer desempeñó un papel clave en el taller: tomó las riendas de la administración y organizó con eficiencia las relaciones públicas para establecer puentes con galerías, sindicatos o universidades extranjeras, donde fueron presentadas las obras de los grabadores mexicanos. Mariana Yampolsky colaboró cercanamente con él en la redacción, por ejemplo, de cartas en inglés que condujeron a acuerdos de exposiciones o conferencias en el extranjero de los miembros del taller. Pero, sobre todo, Meyer se percató de la habilidad de Mariana para la fotografía. Así por ejemplo, le sugirió fotografiar escenas del trabajo cotidiano en el taller, de reuniones de sus miembros, exposiciones, escenas de la ciudad de México, etc. En más de una ocasión le aconsejó concentrarse en su sensibilidad y creatividad para la fotografía.

Mariana permaneció en el Taller de Gráfica Popular hasta mediados de 1960. Diferencias políticas y concepciones estéticas disímiles, entre otros aspectos, generaron distanciamientos entre los miembros del espacio de creación artística colectiva. Sin embargo, ella se mantuvo al lado de Pablo O’Higgins, Alberto Beltrán, Adolfo Mexiac, Iker Larrauri y Andrea Gómez, todos ellos alrededor de la figura medular de Leopoldo Méndez. A pesar de su separación del taller, su paso por este marcó en Mariana su sensibilidad y su trayectoria artística para captar los acontecimientos sociales, defender las causas libertarias y admirar el arte popular mexicano.

Cruce

Mariana colaboró con Leopoldo Méndez en la publicación de libros de arte editados por el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, de gran calidad en la reproducción de las obras. Y, en este punto, la publicación, en 1971, del libro Lo efímero y eterno del arte popular mexicano, marcó el momento del cruce de caminos entre Olga Costa y Mariana Yampolsky. En los dos volúmenes de esa obra, que reprodujeron textos y fotografías que muestran la maravilla de la permanencia y cambios en la creatividad del arte popular mexicano a lo largo del tiempo, se encontraron las trayectorias de ambas artistas. La elaboración de esta obra contó con la participación de no pocos artistas y estudiosos de primera talla nacional e internacional. La planeación, realización y selección del contenido etnográfico de la obra estuvo bajo el cuidado de Leopoldo Méndez y de Mariana Yampolsky. La dirección para la selección del material fotográfico fue de Manuel Álvarez Bravo, con la colaboración de Mariana y de Pablo Méndez, hijo de Leopoldo. Los textos fueron elaborados por Rafael Carrillo Azpeitia, el pintor Gabriel Fernández Ledesma, Irmgard W. Johnson y Francisco Salmerón, entre otros. La investigación estuvo a cargo del antropólogo Guillermo Bonfil, Doris Heyden, Iker Larrauri, Mercedes Olivera y Francisco de la Maza.

Mariana Yampolsky en el Taller de Gráfica Popular durante un reportaje, ca. 1950. Archivo General de la Nación, Fondo Hermanos Mayo.

Olga facilitó el acceso a su colección de arte popular y Mariana tomó y prestó fotografías de su autoría para reproducirlas en Lo efímero y eterno del arte popular mexicano. Las dos artistas, de raíces familiares similares y lejanísimas de México, hijas de padres artistas, llegadas a México, en donde descubrieron el hechizo de su cultura artística popular, se encontraron en el oficio de la edición artística. Hay algo en lo visual que hechiza al ojo. Con ese hechizo y con su creatividad en la fotografía y en la pintura, Olga y Mariana colaboraron en la preservación y representación de una cultura popular centenaria, que a su vez se deriva del contacto con otras culturas propias y ajenas. Ambas buscaban composiciones, es decir, elegían un ángulo, un color, una imagen, personajes o sentimientos y ambas ‒mediante la fotografía o la pintura‒ les otorgaban nueva vida, ritmo y medida, para siempre. Junto con otras colecciones privadas y públicas, Lo efímero y eterno del arte popular mexicano representa un ejemplo del trabajo colectivo de artistas para preservar, reconocer y revalorar el contenido y trascendencia del arte popular como elemento vivo y permanente en la formación de la sociedad mexicana.

Desde la fotografía y desde la pintura, ambas artistas sentían y transmitían su propio presente y pasado cuando posaban su atención en personajes, labores o vivencias que las hechizaron. Infancias que transcurrieron en ciudades frías, con pocos meses de luz, en ambientes de tensiones, contrastaban en sus etapas maduras al reproducir un ambiente lleno de sol, de color por todos lados y de música sin parar. Una diferencia de índole formal, aparentemente, las distinguiría: Mariana fotografiaba sobre todo en blanco y negro y Olga derrochaba colorido en sus espléndidas pinturas. Sin embargo, esta diferencia no obsta para volverlas a unir en su capacidad para transmitir su deseo y cariño por atrapar con la cámara fotográfica y con el pincel la representación de la realidad radical, la de la vida.

Si el origen coincide con el destino, los de Olga y Mariana se encontraron en la exuberancia del color, de la música y de la vida. El pincel y la cámara fotográfica fueron los instrumentos que les permitieron desmentir el mito de creer que la creación es hacer algo de la nada: nos demostraron que la imagen fotográfica y la pintura nos permiten reconocer el suelo de nuestras percepciones y emociones, sobre las que vivimos y nos hacemos día a día.

PARA SABER MÁS

  • Costa, Olga, Apuntes de naturaleza 1913-2013, México, Museo del Palacio de Bellas Artes, 2013.
  • Labarthe, Jorge, “Imágenes (Una entrevista a Olga Costa)”, Pretextos, Centro Guanajuatense de Escritores, 1986, en https://cutt.ly/NwvfkPVF
  • Moncada, Gerardo, Olga Costa, la fiesta del color y la sensualidad, México, Otro Ángulo, 2022.
  • Pérez Rosales, Laura, “El movimiento continuo. Mariana Yampolsky y su llegada a México, Facetas. El legado de Mariana Yampolsky en la Universidad Iberoamericana, 2019, vol. 2, pp. 23-40.
  • Visitar Exposición Digital “La infancia en la lente de Mariana Yampolsky”, en https://cutt.ly/IwvflqrI

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