Alfredo Gómez Ruvalcaba
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 47.
La relación México-Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por el sentimiento antiimperialista de los mexicanos, derivado de la guerra de 1846 y la posterior pérdida de territorio. Empero, esto no fue obstáculo para abrir las puertas a la inversión extranjera en el primer gobierno de Porfirio Díaz y el gobierno de Manuel González, cuyas reformas facilitaron las negociaciones confiadas al enviado plenipotenciario Philip H. Morgan.
¿Cómo equilibrar el poco carisma de una persona con un asunto complejo como la diplomacia?, ¿cómo un ministro antisocial pudo sobrellevar un momento de tensión en la relación México-Estados Unidos y triunfar en el intento? Cuando Philip Hicky Morgan recibió en 1880 el nombramiento de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en México, su contexto no podía haber sido más adverso. El vecino del norte, bajo la presidencia de Rutherford B. Hayes, guardaba una imagen negativa entre los mexicanos, no sólo por la guerra de invasión, las anexiones y compra de territorio en el pasado, sino por su política exterior hacia México en 1877, cuando el reconocimiento diplomático al gobierno de Porfirio Díaz fue retrasado once meses, tiempo durante el cual fue prácticamente inexistente la relación oficial.
Por si fuera poco, habría que añadir la perenne actitud expansionista de Washington. El 1 de junio de 1877 Hayes había dado a conocer las órdenes que autorizaban el cruce del ejército estadounidense a territorio mexicano en persecución de los indios que asaltaban la región fronteriza. Con ello provocaba la indignación de México, pues dicho acto era violatorio de la soberanía nacional. Además, la política exterior nacionalista de Díaz, y luego de Manuel González, complicó el panorama. La labor de Morgan como ministro, entre 1880 y 1885, sólo puede entenderse considerando tales antecedentes de lo que, sorprendentemente, derivó en la integración política y económica entre México y Estados Unidos durante el Porfiriato.
Esta integración fue central en la historia diplomática de ambos países en la segunda mitad del siglo XIX. Como ha explicado el historiador Paolo Riguzzi, la suspicacia ante el vecino no desapareció, pero sí se diluyó. Y es que el país del norte inició la década de 1880 buscando nuevos mercados para ampliar sus exportaciones y, en su contraparte, México decidió buscar financiamiento extranjero, en particular estadunidense, para hacerse de tecnologías.
Es en este contexto del último tercio del siglo XIX mexicano cuando aparece Morgan. Cabe destacar la importancia de la administración González, pues en la medida en que efectuó reformas que facilitaron la inversión de capitales extranjeros, a través de concesiones ventajosas para sus dueños, su política económica determinó un mejor diálogo entre las partes. Lo anterior se refleja, por ejemplo, en los nuevos recursos dirigidos al desarrollo de infraestructura: como transportes y comunicaciones, pero también se privilegió el sector minero. No resulta extraño, entonces, que la construcción de la red ferroviaria, la aparición del telégrafo, teléfono y alumbrado eléctrico ocurrieran en esos años. De manera paralela, plasmó una política de conciliación interna con los caciques del norte, que le dio las bases para gobernar sin mayores conflictos.
Respecto a Morgan, era un personaje impopular y esto se debía a su carácter irritante, contrario al perfil idóneo para un diplomático; detestaba las reuniones y, en general, cualquier evento social que involucrara suavizarse para establecer relaciones. Era conservador en ciertos aspectos, rígido en su proceder y arisco. Para colmo, tenía problemas de salud: el reumatismo que sufrió durante su carrera lo retrataba bien. No obstante la difícil personalidad que le provocó menosprecio en la historia de las relaciones bilaterales, hay evidencia que nos permite dilucidar el papel activo que desempeñó en la apertura entre los países vecinos.
El Personaje
Philip Hicky Morgan nació en Baton Rouge, Luisiana, el 9 de noviembre de 1825 y fue un abogado republicano destacado. Sus abuelos paternos provenían de la élite de Canonsburg, Pensilvania, siendo su bisabuelo el coronel George Morgan, comerciante y agente de tribus indias, y su abuelo John Morgan. Sus padres fueron Thomas Gibbes Morgan, oriundo de Nueva Jersey, jurista prominente y cercano a la aristocracia mercantil de Nueva Orleans, y Eliza Ann McKennan. El futuro diplomático perdió a su madre a la temprana edad de cinco años. Su padre no tardó en contraer un nuevo matrimonio con Sarah Hunt Fowler, quien sería su madrastra y le daría ocho medios hermanos.
Recibió sus primeras enseñanzas en escuelas públicas de Baton Rouge. Su preparación profesional la continuó en el extranjero. Entre su juventud y el ingreso a la educación superior, viajó a La Habana, Cuba. Aunque se ignora qué hizo en la isla caribeña, su estancia le dio oportunidad de aprender el idioma español. En 1841 ingresó a la Universidad de París para estudiar leyes, esto le permitió añadir un idioma más a sus conocimientos. Cinco años después se graduó, a la edad de 21 años.
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Para leer la entrevista completa, consulte la revista BiCentenario.
PARA SABER MÁS
- Riguzzi, Paolo, “Evolución de las relaciones económicas entre México-Estados Unidos: del porfiriato a 1929”, en <https://www.youtube.com/watch?v=kwhJIOlmAxs>.
- Riguzzi, Paolo, “Las relaciones de México con Estados Unidos, 1878-1888: apertura económica y políticas de seguridad”, Jahrbuch für Geschihte Lateinamerikas, 2002, en <https://www.degruyter.com>.
- Toussaint, Mónica, “Philip H. Morgan (1880-1885)”, En el nombre del Destino Manifiesto. Guía de ministros y embajadores en México, México, Instituto Mora, 1998.
- Villegas, Silvestre, “La diplomacia mexicana en el siglo xix”, en <https://www.youtube.com/watch?v=JmXSnbjDVEs>.