Regina Hernández Franyuti
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 25.
Primero fue una estatua de madera y estuco inaugurada en diciembre de 1796, que alcanzaría el dorado del bronce en 1803. El Caballito tuvo sus mudanzas dentro de la ciudad, hoy espera la definitiva restauración.
El título de este artículo refleja muy bien los avatares de la estatua ecuestre de Carlos IV conocida popularmente como El Caballito. El refrán popular alude a que se deben tomar las cosas con calma y hacerlas bien, y no que salgan mal, como sucedió con la restauración hecha en 2013 cuando sin autorización del INAH se intervino el monumento para su limpieza. Desgraciadamente se aplicó un método que por agresivo ha caído en desuso, y el cual consistió en aplicar ácido nítrico al 30% afectando el bronce y la pátina de la escultura.
El 20 de septiembre de 2013, el INAH suspendió la restauración. Fue un trote rápido, alocado, que no correspondía al paso lento en la historia de la escultura, que hoy en día espera pacientemente su destino.
Desde que el virrey Miguel de la Grúa Talamanca (1794-1798), marqués de Branciforte, propuso al rey Carlos IV erigirle una estatua con el único fin de congraciarse por su mala reputación su paso fue al trote, pues en menos de cuatro meses, el 15 de marzo de 1796, el rey contestó aprobando la obra.
Sin embargo, la realización del proyecto tuvo un paso lento, pero seguro, a cargo del director de Escultura de la Academia de San Carlos, Manuel Tolsá, quien propuso hacer una estatua ecuestre como la del emperador romano Marco Aurelio; la magnitud de la obra tendría un costo de 18 700 pesos cantidad que sería pagada por el mismo virrey. Una vez que el rey aceptó la propuesta, el virrey nombró a Tolsá coordinador de la monumental escultura y a Juan Antonio González Velázquez director de la Real Academia de San Carlos para que se encargara de la remodelación de la plaza.
Al trote, para obtener los recursos, el virrey organizó una serie de corridas de toros y de aportaciones que le permitieron reunir una mayor cantidad de la presupuestada en el proyecto. Así, el 18 de julio de 1796 inauguró, con bombos y platillos, el pedestal donde se colocaría la estatua, pero debido a que reunir los más de 500 quintales de bronce no era una tarea fácil, se construyó una estatua provisional hecha de madera, estuco y placas doradas que ante el regocijo popular, las salvas de artillería y el repique de campanas fue colocada el 9 de diciembre.
Al paso, la obtención del metal fue muy lenta, tanto que el virrey no pudo ver concluida la escultura ya que fue retirado del cargo en 1798. Cuatro años después Tolsá, tomando como modelo un caballo percherón llamado Tambor, propiedad del marqués del Jaral y Berrio, terminó el molde. El 2 de agosto de 1802 en las huertas del colegio de San Gregorio se inició el fundido del metal en dos hornos con grandes crisoles cada uno; dos días después se hizo el vaciado y, ¡por fin!, el día 9 pudo retirarse el molde y quedó a la vista una espléndida escultura. Durante más de un año trabajó Tolsá en cortar, limar, cincelar, pulir y alcanzar la pátina deseada. El resultado fue una escultura de bronce que medía 4.88 metros de alto, 1.78 metro de ancho, 5.40 metros de largo con un peso de aproximadamente seis toneladas. Se necesitó un carro con ruedas de bronce y cuatro días para trasladarla al pedestal de la plaza. El 9 de diciembre de 1803 el virrey José de Iturrigaray inauguró la estatua y dio paso a los tres días de festejo.
Cuando aún se escuchaba el clamor independentista se propuso que la escultura, a pesar de su valor estético, fuera fundida para construir cañones y monedas, más necesarios que la imagen de un rey desconocido. Sin embargo, privó la cordura y la estatua fue llevada en 1823 al claustro de la Pontificia y Nacional Universidad de México. Allí estaría más de 29 años cuando, en 1852, se decidió trasladarla al poniente de la ciudad, en el sitio, cruce de la avenida Bucareli y el camino a Chapultepec, que marcaba el inicio del proceso de expansión de la ciudad. . Lorenzo de la Hidalga fue el encargado de programar y hacer el traslado, que duró 21 días. El 24 de septiembre quedó instalada y allí permanecería hasta que el 27 de mayo de 1979 fue nuevamente trasladada a la remodelada plaza, llamada Manuel Tolsá, ubicada entre el Palacio de Comunicaciones y el Palacio de Minería.
Hoy, la magnífica escultura se encuentra cubierta, en espera de que sanen sus heridas. Esperamos que para la restauración, como en la historia de El Caballito, más vale paso que dure y no trote que canse.