Margarita Maza y Carlota de Bélgica. Dos mujeres con liderazgo

Margarita Maza y Carlota de Bélgica. Dos mujeres con liderazgo

Guadalupe C. Gómez-Aguado de Alba
Universidad Nacional Autónoma de México

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60

Las esposas de dos líderes clave del México decimonónico, Benito Juárez y Maximiliano de Habsburgo, tuvieron papeles diferentes en el quehacer político de ambos, pero destacados, como soportes de sus proyectos personales. Margarita enfrentó la persecución, atenta al cuidado en solitario de los hijos o como activa recaudadora de fondos; Carlota fue un personaje con cualidades de mando –había sido formada para ello– que llevó a cabo acciones extraordinarias para una mujer de su época.

Anónimo, Margarita Maza de Juárez, óleo sobre porcelana, siglo XX, Museo Nacional de Historia. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

Margarita Eustaquia Maza Parada y María Carlota Amelia de Sajonia-Coburgo Gotha y Orleans son dos protagonistas de excepción de la resistencia republicana y el segundo imperio mexicano. Ambas son muy conocidas por haber sido esposas de Benito Juárez y Maximiliano de Habsburgo. Ambas jugaron un papel fundamental en los sucesos ocurridos en esos años, pero han sido siempre figuras marginales cuando se habla de la vida pública mexicana. De Carlota de Bélgica se han escrito numerosos trabajos, la mayoría sobre su breve reinado como emperatriz de México y su trágica caída en el abismo de la locura. Por su parte, Margarita Maza ha tenido un papel destacado como la esposa del Benemérito, pero ha sido una figura marginal en la historiografía por la escasez de fuentes y por la gran importancia que la historia oficial ha dado a su ilustre marido. Sin embargo, ellas participaron en los acontecimientos que marcaron la “gran década nacional” y su papel dista de haber sido el de meras acompañantes al cuidado del hogar o de los hijos. En las siguientes líneas se analizará el papel que jugaron ambas mujeres en los acontecimientos de esos años.

Los orígenes

Margarita nació en Oaxaca el 29 de marzo de 1826 y fue la menor de los cuatro hijos que procrearon el genovés Antonio Maza y la oaxaqueña Petra Parada. Eran una familia prominente y la joven creció en un hogar libre de prejuicios, ya que sus padres no estaban casados por la Iglesia debido a un matrimonio previo de Antonio. La madre educó a su hija en los valores que se esperaban de una niña de familia acomodada: fue instruida en los preceptos cristianos y aunque no asistió a la escuela, como era común en muchas niñas de su condición, sí aprendió a leer y escribir –un privilegio para las mujeres de la época–, así como quehaceres domésticos, labores manuales tales como costura y bordado, además de música, es decir, la educación tradicional para una mujer de entonces.

Margarita Maza y Benito Juárez se casaron el 31 de julio de 1843, ella de 17 años y él de 37. Cuando contrajo matrimonio con Juárez, los Maza no pusieron ninguna objeción al enlace porque él era muy apreciado por la familia, que lo conocía desde niño cuando llegó a vivir a la casa en donde su hermana Josefa era cocinera. Así, lo vieron crecer y convertirse en un abogado con ambiciones políticas y con una prometedora carrera. Existen testimonios que dan fe de que Margarita se casó enamorada y en la correspondencia que ambos sostuvieron es posible ver la relación cercana y profunda que disfrutaron a lo largo de su vida en común.

En 1847 Benito Juárez fue nombrado gobernador interino de Oaxaca y un año más tarde resultó ganador en las elecciones para el gobierno del estado. Entre 1843 y 1862, mientras el papel de Juárez cobraba cada vez mayor importancia en la vida pública de México, nacieron doce hijos de la pareja, de los que murieron cinco en la primera infancia. Y no obstante los embarazos, las separaciones forzadas y las dificultades que enfrentaron, Margarita fue un apoyo invariable para su marido, lo acompañó siempre, enfrentó con él los problemas y las persecuciones, convencida de la legitimidad de su lucha.

María Carlota Amelia de Sajonia-Coburgo Gotha y Orleans fue la hija más pequeña de los tres vástagos del rey Leopoldo I y la reina Luisa María de Orleans. Fue la preferida de su padre y a los diez años quedó huérfana de madre. Tuvo una educación austera, alejada del rey, que viajaba mucho, y se volvió tímida, seria y retraída. En contraste con la que recibió Margarita, que era la propia de las mujeres de ese tiempo, Carlota recibió una instrucción igual a la de sus dos hermanos varones, esmerada y rígida acorde con los principios paternos: introspección y culto a las obligaciones, una formación masculina en la que dominaban las ciencias y la política. Así, la pequeña Carlota fue educada para gobernar algún día, es decir, para ser reina de alguna corte europea.

Carlota de Habsburgo, ca. 1860. Library of Congress, Estados Unidos.

Carlota de Bélgica y Maximiliano de Habsburgo contrajeron matrimonio el 27 de julio de 1857. Al igual que Margarita, Carlota también tenía 17 años, edad promedio en la que las mujeres de esa época comenzaban una vida en pareja. También se casó enamorada y en los primeros tiempos del matrimonio llenó de cualidades a su marido, por el que sentía una profunda admiración. Fue un comienzo de vida en común lleno de buenos augurios, ya que Maximiliano era gobernador de la provincia Lombardo Véneta, tenían visitas y recepciones constantes y su vida transcurría entre el lujo y el boato de la corte. Ellos, a diferencia de la familia Juárez Maza, no procrearon hijos y si bien se ha especulado mucho sobre los posibles motivos, se desconoce por qué no tuvieron descendencia.

Intervención e imperio

En 1854 Margarita Maza y Benito Juárez tuvieron que separarse por primera vez, ya que Antonio López de Santa Anna, a la sazón presidente de México, mandó a Juárez al exilio y éste se fue a radicar a Nueva Orleáns. La familia se quedó en México en una situación económica muy precaria, además de que también enfrentó la persecución del general José María Cobos, jefe militar de Oaxaca y opositor a las ideas juaristas. Margarita y sus hijos se vieron obligados a esconderse algunos meses en diversas regiones del estado. Finalmente, puso una tienda de bordados en Etla, con lo que pudo mantener a sus vástagos y enviar dinero a su marido, que se vio obligado a trabajar como obrero tabacalero en Estados Unidos.

Por su parte, los primeros tiempos de su matrimonio fueron muy felices para Carlota, aunque esa situación duró muy poco. En 1859 Maximiliano fue cesado de sus funciones por sus tendencias liberales y su simpatía por el movimiento de independencia de la provincia Lombardo Véneta y la pareja se quedó sin trabajo oficial. De acuerdo con Konrad Ratz, Carlota “tenía pensamiento político, presencia majestuosa, capacidad de trabajo, entrega a las labores de gobierno, dominio del terreno social y conocimiento de idiomas. La mujer había sido educada con la idea de llegar a ser una gran monarca” y se aburría mortalmente en Miramar mientras su marido viajaba con frecuencia.

El contraste entre ambas en los primeros tiempos de su matrimonio es notable: mientras Carlota tenía todo lo necesario y vivía entre el lujo y el ocio, Margarita huía de la persecución política y debía trabajar para mantener a su ya para entonces numerosa familia. Pero algo que las unía a las dos es que en esas circunstancias ninguna era feliz, la primera por la falta de actividades públicas que dieran sentido a sus tareas cotidianas y la segunda por la separación forzada de la familia.

En enero de 1856 Benito Juárez fue nombrado nuevamente gobernador de Oaxaca y los Juárez Maza volvieron a reunirse después de tres años de separación. A fines de ese año, el Congreso Constituyente lo nombró ministro de Gobernación, lo que lo llevó a la ciudad de México mientras Margarita permanecía otra vez sola en Oaxaca al cuidado de la familia. A partir del 1 de diciembre Ignacio Comonfort fue elegido presidente constitucional de México y Juárez ocupó la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, lo que le permitió ocupar la primera magistratura una vez que Comonfort dio un golpe de Estado contra la Constitución de 1857 y abandonó el cargo.

Mientras los bandos enfrentados se combatían, hubo en México dos gobiernos: el liberal, encabezado por Juárez, que se estableció en Veracruz, y el conservador, bajo el mando de Félix Zuloaga, en la capital del país. Margarita acompañó a su marido entonces en el puerto veracruzano. Tres años después, una vez que los liberales triunfaron sobre las fuerzas conservadoras, la familia regresó a la capital, donde Juárez fue electo presidente constitucional. Las arcas del país estaban vacías y tuvo que declarar la moratoria de la deuda en 1861, lo que desató la intervención tripartita y la posterior ocupación del país por las fuerzas francesas.

En 1862 el panorama político y económico era muy complicado y Margarita Maza, como primera dama, llevó a cabo actividades filantrópicas, presidió una junta de señoras para reunir fondos para los hospitales que atendían a los combatientes heridos y formó comités de damas en Puebla, Toluca y otras ciudades importantes para hacer labores humanitarias y atender a los heridos. También organizó funciones de teatro cuyos recursos estaban destinados a las víctimas de la intervención y los familiares de los soldados muertos en combate. Así, realizó actividades propias de una mujer de su tiempo, siempre con la idea de apoyar al gobierno encabezado por su marido.

A la par de lo que ocurría en territorio nacional, un grupo de monarquistas ofreció a Maximiliano de Habsburgo la corona de México, con la idea de formar un gobierno fuerte y estable que trajera paz a un país que desde su independencia había vivido en medio de asonadas militares, golpes de Estado e intervenciones extranjeras. Carlota fue la más entusiasta con el proyecto e influyó decididamente en su marido para aceptar lo que le ofrecían. En una carta sobre su probable anuencia, aseguró que el trono debía reposar sobre una base legítima y con base en una constitución. Es evidente que quería tener una participación clara en el gobierno monárquico y estaba convencida de que su apoyo era esencial, y si bien se le ha acusado de haber sido la única interesada en aceptar la corona, en realidad compartió con su marido las ambiciones políticas.

Con el avance de las fuerzas imperiales en territorio nacional, y después de la toma de la ciudad de México por el ejército francés en junio de 1863, Juárez debió trasladar su gobierno a San Luis Potosí y más adelante se estableció en Paso del Norte. En la capital se formó una regencia que decidió que la forma de gobierno sería una monarquía constitucional y que la corona del imperio mexicano se ofrecería al archiduque austriaco. Mientras eso sucedía, en noviembre de 1863 nació el último de los hijos de la pareja Juárez Maza. En esa coyuntura, Margarita viajó con su familia por rutas intransitables, en medio de un calor sofocante, y vía Nueva Orleáns se trasladó a Nueva York, donde permaneció hasta agosto de 1867. Así, mientras Juárez mantenía su gobierno en Paso del Norte, ella vivió en Estados Unidos con sus hijos bajo el amparo de su yerno Pedro Santacilia.

En cambio, en esa misma época los emperadores llegaron a las costas de Veracruz y emprendieron el camino a la ciudad de México en medio de grandes celebraciones y recibimientos fastuosos. De acuerdo con Concepción Lombardo:

La recepción que México les hizo fue verdaderamente regia […]. En algunas casas se veían los retratos de Maximiliano y Carlota pintados sobre grandes transparentes, rodeados de plantas, luces y banderas, terminado el adorno con cortinajes de seda y terciopelo. Al día siguiente de la llegada de los soberanos hubo en su honor una función en el teatro, a la cual asistieron las autoridades, el cuerpo diplomático, la corte y toda la alta sociedad de México. El emperador llevaba frac y sobre el pecho la condecoración de la Gran Cruz de Guadalupe. La emperatriz vestía un elegante traje blanco, adornado de encajes, una diadema de brillantes y al cuello un grueso collar de perlas.

Sobra decir que el contraste entre la situación de los Juárez y los Habsburgo no podía ser mayor.

En 1865 Margarita vivió la muerte de sus hijos Antonio y José. Esos fueron los años en que la pareja Juárez-Maza sostuvo una nutrida correspondencia y en ese intercambio epistolar, Margarita escribió a su marido en diciembre de 1865: “El que continúes con la presidencia, no me coge de nuevo, porque ya me lo tragué desde que vi que no me contestabas nada siempre que te lo preguntaba; qué hemos de hacer; al fin, aun cuando te hubieras separado tú, no te habías de venir con nosotros. Lo que es yo, no tengo esperanzas de volverte a ver hasta que triunfemos […]”.

La información sobre la estancia de Margarita en Estados Unidos destaca que fue muy bien recibida por las autoridades estadunidenses, que incluso le organizaron una recepción en Washington y la llamaron “primera embajadora”. Si bien su viaje era por motivos privados, la consideraron representante de Juárez. Esto coincidió también con el final de la guerra civil estadunidense y la situación comprometida de Napoleón III en Europa, que decidió retirar a las tropas francesas de México.

Esa época fue compleja para Margarita que cayó en una fuerte depresión por la muerte de sus pequeños hijos. Al respecto el 10 de noviembre de 1865 escribió a Juárez:

Te pongo esta carta para decirte que todos estamos buenos y por tu última carta de 29, hemos visto con gusto que tú estás lo mismo; yo estoy sin ninguna enfermedad, pero la tristeza que tengo es tan grande que me hace sufrir mucho: la falta de mis hijos me mata, desde que me levanto los tengo presentes recordando sus padecimientos y culpándome siempre y creyendo que yo tengo la culpa que se hayan muerto; este remordimiento me hace sufrir mucho y creo que esto me mata; no encuentro remedio y sólo me tranquiliza, por algunos momentos, que me he de morir y prefiero mil veces la muerte a la vida que tengo; me es insoportable sin ti y sin mis hijos […].

Estas líneas permiten asomarnos al terrible dolor que vivió esta madre alejada de su marido, de su patria, en una circunstancia por demás incierta, y nos dejan saber que el estado de ánimo de Margarita era sombrío y sin esperanza. Y aunado al sufrimiento que padeció, enfrentó la acusación de hacer ostentación de su riqueza cuando la acusaron de asistir a una recepción luciendo joyas y ropa elegante. Ella desmintió esa versión y en una carta a su marido le aseguró que se había puesto el único vestido que tenía para visitas de etiqueta y sólo unos aretes; decía que “no vayan a decir estando tú en El Paso con tantas miserias, yo esté aquí gastando lujo”. Después de esos años tan complicados y de la derrota del imperio, la familia pudo regresar a México en julio de 1867 y al fin, reunirse con Benito Juárez.

Por su parte, desde su arribo a México, Carlota se involucró decididamente en los asuntos de gobierno, redactó junto con Maximiliano el proyecto de Constitución e incluso abrigó la idea de que, en caso de ausencia del emperador, ella podría sucederlo. Cada vez que él se ausentó de la capital, Carlota se quedó como regente del imperio y se reunía frecuentemente con los ministros para tomar decisiones de gobierno. La reforma social que se llevó a cabo bajo el gobierno imperial incluyó la creación del Consejo de Beneficencia, presidido por ella. También fomentó la fundación de hospitales, asilos de ancianos, orfanatos y la formación de la Junta Protectora de las Clases Menesterosas.

En vísperas de su regreso a Europa, cuando el futuro del imperio ya se veía muy comprometido, escribió a su marido:

Carlos X y mi abuelo se hundieron porque abdicaron. Por eso esto no se debe repetir […]. Abdicar es condenarse, extenderse a sí mismo un certificado de incapacidad y esto es solo aceptable en ancianos o en imbéciles., no es la manera de obrar de un príncipe de treinta y cuatro años, lleno de vida y de esperanzas en el porvenir […]. Yo no conozco ninguna situación en la cual la abdicación no fuese otra cosa que una falta o una cobardía.

Como queda claro en las líneas que anteceden, Carlota no apoyó al emperador en su intención de abdicar a la corona imperial. En cambio, decidió partir a Europa para hablar con Napoleón III y convencerlo de no retirar su apoyo al imperio, empresa que fracasó rotundamente. A partir del 30 de agosto de 1866 se refugió en Miramar, en donde se fue agravando su estado psíquico. La derrota de su proyecto político, la falta de todos sus referentes y del apoyo de sus antiguos aliados provocaron que perdiera por completo el contacto con la realidad. Su familia decidió trasladarla a Bélgica, en donde permaneció casi prisionera entre las paredes del castillo de Bouchout en medio de crisis de locura y periodos de lucidez.

Con el regreso de los Juárez-Maza a México, pudieron disfrutar por fin de un periodo de relativa paz y tranquilidad, aunque la salud de Margarita no era buena. Las privaciones, los sobresaltos, el sufrimiento por la muerte de sus hijos y todas las circunstancias que tuvo que enfrentar afectaron su salud. Es probable que haya sido cáncer la enfermedad que cobró su vida el 2 de enero de 1871, sólo tres años y medio después de su regreso a México. Joaquín Villalobos le dedicó unas palabras para manifestar la profunda tristeza que causó su partida:

Jamás ¡Oh sí!, jamás la vanidad y el orgullo la levantaron a la fatuidad y al despotismo; en el hogar doméstico y rodeada de su familia, se entregaba a sus labores con la misma sencillez que cualquiera otra persona de menos representación social y veía siempre en Juárez a su esposo, nunca al primer jefe de la República […]. ¡Juárez ha perdido la mitad de su vida, sus hijos el timón del hogar doméstico y la sociedad, un alma bienhechora!

Se escribieron numerosas oraciones fúnebres en su honor; todas alabaron sus cualidades y su abnegación. Por su parte, Juárez se deprimió profundamente y sobrevivió a Margarita unos cuantos meses.

El 19 de enero de 1927, 56 años después que Margarita Maza, y 60 años más tarde que su marido, murió Carlota de Bélgica. Seis décadas antes, declaró en una carta a Charles Loysel “si hubiera sido hombre en 1867, Querétaro hubiera sido evitado”. La emperatriz siempre sostuvo que de haber estado ella al frente de los destinos de su patria de adopción, habría cambiado la historia del segundo imperio. Sin embargo, al morir, casi nadie recordaba a esa mujer que fue emperatriz de México; nadie le dedicó una oración fúnebre, el mundo había cambiado y ella era sólo un recuerdo.

PARA SABER MÁS:

Aguilar Castro, Alicia, Margarita Eustaquia Maza Parada. Primera dama de la República mexicana, México, DEMAC, 2006.

Galeana Patricia, La correspondencia entre Benito Juárez y Margarita Maza, México, Para Leer en Libertad, 2014.

Ratz Konrad, Correspondencia inédita Maximiliano y Carlota, México, Fondo de Cultura Económica, 2003. Ypersele, Laurence van, Una emperatriz en la noche. Correspondencia desde la locura de la emperatriz Carlota de México. Febrero a junio de 1869, México, Martha Zamora Ed., 2010.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *