Manuela Taboada. La mujer leal que Hidalgo menospreció

Manuela Taboada. La mujer leal que Hidalgo menospreció

Rodrigo Sánchez Arce.
Comité Técnico del Consejo Editorial de la Administración Pública del Estado de México

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 55.

El liberal José María Luis Mora fue el primero en dar ribetes de heroína revolucionaria a esta mujer guanajuatense, esposa de Mariano Abasolo, a quien salvó del pelotón de fusilamiento y estuvo a su lado hasta que murió en prisión en Cádiz. Fue una crítica de los primeros tiempos insurgentes y advirtió de la traición de Ignacio Elizondo, que Hidalgo no quiso escuchar.

Mariano Abasolo y Manuela Taboada al centro en Juan O’Gorman, Retablo de la Independencia [fragmento], fresco sobre aparejo, 1961, Museo Nacional de Historia.

El padre de la patria siempre tuvo una relación especial con las mujeres, la cual, por decir lo menos, fue ambivalente. En las biografías escritas por el historiador Carlos Herrejón sobre Miguel Hidalgo, se reflejan las dos caras de la misma moneda. Tomando el ejemplo de su comportamiento en Guadalajara, Herrejón dice, por una parte, que siendo “amigo de alternar con mujeres que tuvieran alguna gracia, llamó la atención que en un concierto diera su brazo a una joven hermosa para conducirla a su lugar”. Sin embargo, Hidalgo pensaba que las mujeres en el ejército insurgente podían entorpecer sus propósitos, por lo que en la Perla Tapatía también emitió un bando junto con Ignacio Allende para prevenir –entre otras cosas– su presencia: “siendo tan indecoroso como nocivo el transporte de mujeres, y mezcla de estas en el cuerpo militar, mandamos que ninguna de ellas emprenda acompañarnos sin licencia expresa ni especificación de causa que sea bastante”.

En esta última cara de la moneda, en la que se ubican las mujeres que Hidalgo despreció, existió una que le alteró el “frenesí” de la guerra y le causó incomodidad, irritación y desasosiego, ya que se le enfrentó hasta hacerlo desazonar, al grado de prohibirle estar ante su presencia: Manuela Taboada.

Considerada heroína de la guerra de Independencia, aunque poco conocida en la actualidad, la biografía de Manuela Taboada ha sido rescatada por cronistas, historiadores y periodistas, aunque por intereses más locales; recientemente se publicó una interesante novela inspirada en su vida: La insurrecta, de Guillermo Barba. No obstante, merece un estudio más completo y una mejor biografía.

Sabemos de ella aspectos fundamentales: nació en Chamacuero, hoy Comonfort, en lo que fue el virreinal Ayuntamiento de Guanajuato, el 15 de junio de 1786. Tuvo educación esmerada –su familia era adinerada– y se casó con Mariano Abasolo antes que comenzara la insurgencia. La faceta más conocida de Manuela es por su vínculo con este capitán: después de haber tenido que entregar parte de su riqueza familiar cuando la insurgencia pasó por Chamacuero, el 19 de septiembre de 1810, y luego de que su esposo se incorporara al movimiento a pesar de las súplicas que le hizo de no hacerlo. Lo acompañó en ciertos tramos de la ruta seguida por Hidalgo hasta las Norias de Baján, en la que los principales jefes fueron apresados, aún después de que ella obtuvo de Calleja el indulto para su esposo. A partir de ahí vivió un calvario para salvar la vida de Abasolo bajo los argumentos de que no participó en las ejecuciones sumarias de españoles ordenadas por Hidalgo, a quien incluso recriminó su reprobable comportamiento criminal, y de que hizo esfuerzos por evitar las ejecuciones, a veces con éxito. Taboada logró su cometido: Abasolo no fue fusilado ni descabezado en Chihuahua, como sí lo fueron Allende, Aldama, Jiménez, Hidalgo y otros, pero sus bienes fueron incautados y el capitán condenado al destierro. Manuela lo acompañó hasta su prisión en el Castillo de Santa Catalina en Cádiz, España, donde murió el 14 de abril de 1816. Ocurrido el fatal desenlace, regresó a México, se dedicó a criar a su hijo Rafael, vio la consumación de la independencia, logró recuperar algunos bienes, se dedicó a la caridad y, finalmente, murió el 29 de septiembre de 1845.

Existe una fuente directa en la que podemos conocer aspectos de la vida de Manuela: las declaraciones del reo Mariano Abasolo ante el juez comisionado en Chihuahua, los días 26 y 27 de abril de 1811. Sin embargo, hay otra fuente, menos conocida e indirecta, pero cercana en el tiempo, y es el testimonio que el doctor José María Luis Mora, el gran liberal precursor de la Reforma, incluye en su libro México y sus revoluciones. Este libro fue publicado en París en 1836 y constituye la obra histórica de Mora, testigo directo de algunos hechos que narra respecto de la “revolución de independencia”. En ella realiza una serie de semblanzas, a las que el historiador Andrés Lira llamó “retratos”, sobre personajes de la insurgencia y que, aun con sus limitaciones e inexactitudes, es el aspecto más valioso, incluso más que las descripciones realizadas sobre las batallas y otros acontecimientos.

Mora prodiga un especial aprecio y admiración por Manuela en México y sus revoluciones, a quien tal vez conoce en algún momento de su infancia o su juventud pues ambos son originarios de Chamacuero. En el conjunto de la obra, el retrato de Manuela abarca una extensión considerable, superada sólo por los retratos de los mayores héroes de la primera insurgencia: Hidalgo, José María Morelos e Ignacio Rayón. Por lo demás, es la única mujer de la que habla largamente, pues a una heroína como Josefa Ortiz ni siquiera la menciona por su nombre. Se refiere a ella como la “mujer de Domínguez”, en referencia al corregidor Miguel Domínguez, a la que de alguna manera culpa de la aprehensión de su esposo. Otras, como Leona Vicario, no existen en su relato.

Mora inicia el retrato de Manuela diciendo que fue “nacida de una familia rica y principal del pueblo de Chamacuero”, sin mencionar que son paisanos, pero se sobreentiende y de allí que se deduce algún tipo de cercanía entre ellos. Nada dice de su primer nombre: María, ni de su apellido Rojas, sólo comenta que era “de muy corta edad”. Hoy, los historiadores registran 1786 como el año de su nacimiento, por lo que, al iniciar la insurgencia en 1810 tendría 24 años. No obstante, en su Diccionario biográfico y de historia de 1964, Juan López de Escalera registró erróneamente que nació en 1794, el mismo año en que nació Mora, tal vez pensando en ese posible lazo que los habría unido. En lo que coinciden con Mora es en que “se había casado un año antes de empezar la insurrección” y este remata su presentación con el siguiente atributo: “se había hecho ya notable por su discreción”.

Destacan también las críticas que Mora hace sobre la actuación de Hidalgo dentro de la guerra y sólo le concede el mérito, sin atribuírselo directamente, de llevar a cabo una revolución “tan necesaria”. En el demoledor juicio que hace sobre él, Mora dice que su mérito era “muy mediano”, no era hombre “de talentos profundos para combinar un plan de operaciones… ni tenía un juicio sólido y recto para pesar los hombres y las cosas, ni un corazón generoso”, entre otros atributos negativos. Cabe aclarar que Mora también fue víctima de los excesos cometidos por la insurgencia ya que al inicio de la revolución su familia sufrió el despojo de caudales ordenado por Hidalgo. Todo lo anterior convierte a este caudillo, a los ojos del gran liberal mexicano, en un personaje detestable por encima del héroe patrio.

Lo anterior es importante para contextualizar una circunstancia protagonizada por Manuela Taboada en el momento de la aprehensión de los primeros jefes insurgentes. En el relato de Mora, Manuela se entera de las maniobras que el traidor Ignacio Elizondo realiza para llevar a cabo la captura de los principales caudillos, pero Mora lamenta que estos desprecien la información de la “atractiva y hermosa” dama, actitud que finalmente los lleva a la ruina:

[…] fue una de las pocas personas que conocieron y pronosticaron el triste resultado de los desórdenes que acompañaron los primeros movimientos… [Hidalgo] la tomó en grande aversión por la mortificación que le causaba ver censurada su conducta y paralizadas hasta cierto punto sus operaciones, por la oposición de una joven en la cual no quería ver otras prendas que los atractivos de su hermosura. El orgullo de Hidalgo, que se consideraba el primer hombre de México y no se hallaba con fuerzas para sufrir esta humillación, lo hizo romper abiertamente con esta dama hasta el punto de despreciar la noticia que ella dio del lazo que les tendía Elizondo.

De esta forma, Mora se convierte en uno de los pocos historiadores que no consideran la traición de Elizondo como causa exclusiva del desastre de Baján, pues también lo atribuye a la indolencia y soberbia mostrada por los jefes insurgentes, especialmente por Hidalgo, al desestimar la ayuda de una mujer como Manuela. El resto de la historia es conocido: los jefes son capturados y trasladados a Chihuahua para ser juzgados y fusilados. Como sabemos, Abasolo es el único que salva la vida, lo que atribuye Mora a su actitud benevolente con algunos españoles, a quienes logra salvar de una muerte segura ordenada por Hidalgo, pero, sobre todo, a la firme actitud adoptada por su esposa: “En este asunto lo sirvieron bien y empeñosamente los españoles que salvó; pero su esposa fue quien puso en acción todos estos resortes, que hubieran quedado inertes sin la cooperación de esta ilustre mexicana… por el ascendiente que ejercía en su marido, contribuyó a la oposición que este siempre hizo a las matanzas de españoles decretadas por Hidalgo.”

La admiración de Mora por Manuela Taboada se reafirma en el retrato completo que hace de ella, que es prácticamente una odisea y vale la pena conocerlo íntegro:

Madama Abasolo, luego que su marido fue preso, se revistió de una energía superior a su edad, a su delicadeza y a su sexo, se presentó a los que debían condenarlo, y sus reclamaciones, apoyadas de sus lágrimas y de las protestas de justificar los servicios de su marido a muchos españoles, le hicieron obtener una especie de promesa de dilatar la resolución final del negocio hasta que ella pudiese presentar los documentos que necesitaba. Luego que la obtuvo, con los pequeños socorros que algunos le prestaron, emprendió su camino parte a pie, parte en un asno; se presentó en Guadalajara, pasó al ejército de Calleja, estuvo en Querétaro, en México, y en todas partes rogó, suplicó, e interesó a cuantos pudo a favor de su marido. Después de haber sufrido mil desaires, mortificaciones y escaseces, de haber atravesado el virreinato dos veces y corrido de la manera más incómoda cerca de 700 leguas

, logró, por recomendaciones y empeños, salvar la vida de Abasolo, y se resolvió a acompañarlo en su deportación a España; pero confiscados los bienes de este por el gobierno español, y arruinados los suyos en consecuencia de la revolución, carecía de los medios necesarios para verificarlo. Entonces haciendo un esfuerzo sobre sí misma, reunió todas sus alhajas, y pasando mil privaciones para llegar con ellas a Veracruz, donde debía embarcarse su marido, las presentó todas al comandante de la fragata Prueba, don Javier Ulloa, ofreciéndoselas en pago de su pasaje, y protestándole que si ellas no alcanzaban, no tenía más para completar su valor. Compadecido de su desgracia, el capitán rehusó generosamente la oferta, y la llevó en compañía de su marido, sin querer recibir nada. Si el gobierno de las Cortes hubiera continuado, la suerte de Abasolo habría sido menos dura, y esta era la esperanza de su mujer, que salió de Veracruz a principios de 1814; pero al llegar ellos a Cádiz el Congreso había sido disuelto, y Fernando [VII] nada piadoso, gobernaba sin sujeción a las leyes. Abasolo salió del buque para la cárcel pública, y su mujer, sola y sin conocer a nadie, anduvo vagando por la ciudad hasta que por gran favor le permitieron ser alojada con su marido en la prisión; después fueron ambos trasladados al castillo de Santa Catarina, donde permanecieron en la miseria, y desamparo que los americanos aliviaban algunas veces como podían, hasta que en 1819 Abasolo murió, y la señora se restituyó a su patria.

Llama la atención el trato de cortesía afrancesado que Mora prodiga a Manuela: “Madama”, así como la descripción de los esfuerzos y penurias que pasó para salvar al esposo y el mal momento en que llegaron a España, cuando Fernando VII había restaurado la monarquía y los presos que habían sido liberales o insurrectos, tanto en España como en Nueva España, no gozaron de su clemencia. El retrato de Manuela tiene un digno ribete, que lo hace uno de los pocos que en revoluciones cruzan el tiempo de la consumación de la independencia: “Esta heroína mexicana, con grandes títulos y sin ningunas pretensiones a la admiración pública y a la gratitud nacional, nada reclamó a su favor verificada la independencia, y si se le restituyó la hacienda de su marido confiscada por el gobierno español, pero aún no vendida en aquella época, esto fue por disposición de una ley general que se dio sobre la materia.”

Tal vez Mora se refiere a un decreto expedido el 19 de julio de 1823 por el Congreso ya reinstalado, luego de la abdicación y destierro de Agustín de Iturbide, quien honró los servicios prestados por los primeros héroes de la independencia, tanto muertos como vivos, y retribuyó en varias formas a los sobrevivientes o a sus familiares. Por lo demás, este último pasaje hace suponer una mayor probabilidad de que Mora conociera a Manuela después de 1821 y observara en ella a una mujer extraordinaria por su actitud valiente y decidida, al oponerse a las matanzas de españoles que ordenó Hidalgo, actitud que admiró Mora sobre otras, no sólo en ella, sino en los insurgentes que la tuvieron.

Es así como a través de los ojos del doctor Mora se conoce desde 1836 la historia de esta heroína, crítica de la primera insurgencia, pero con actitud favorable a la independencia. Hoy, Manuela es homenajeada en el estado de Guanajuato, especialmente en el municipio de Comonfort, pero no ha logrado trascender e instalarse de manera permanente en el panteón de heroínas nacionales. Varias circunstancias contribuyen a ello, comenzando por la poca valoración que se ha tenido de México y sus revoluciones como testimonio cercano a la guerra de 1810; el lugar de Abasolo en el panteón de héroes, opacado por Hidalgo y Allende, con justa razón dado su comportamiento vacilante; y, sobre todo, la adoración que se tiene en México al padre de la patria y el odio a sus detractores, así hayan tenido razones justificadas para recriminar su mal comportamiento, como lo hizo Manuela Taboada.

PARA SABER MÁS

  • González Lezama, Raúl (intr., selec. y notas), “Declaración de Mariano Abasolo”. Voces insurgentes. Declaraciones de los caudillos de la independencia, México, Secretaría de Cultura/INEHRM, 2019, pp. 208-248, en <https://cutt.ly/8RLJBcG>
  • Herrejón Peredo, Carlos, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente, México, Fomento Cultural Banamex, 2011.
  • Mora, José María Luis, José María Luis Mora. Obras Completas V. Obra Histórica III. México y sus revoluciones 3, inv., recop. y notas de Lilián Briseño Senosiáin, Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre, México, Instituto Mora/CONACULTA, 1994.
  • Saucedo Zarco, Carmen, “Esposas” en Ellas, que dan de qué hablar. Las mujeres en la guerra de Independencia. México, SEP/INEHRM, 2011, pp. 73-81, en <https://cutt.ly/MRLJ4vn>

1 comentario

Ligada la historia de ésta gran mujer, los datos de EL CURA HIDALGO DE RODILLAS del sabio mexicano Don Salvador Abascal Infante, Editorial Tradición; y del Libro MIGUEL HIDALGO EL SEFARDITA de José Antonio Martínez de la Serna, nos acercan al hecho de que Hidalgo es EL PRIMER GRAN TERRORISTA DE LA HISTORIA DE MÉXICO. Arturo De La Peña Guerrero, Julio 31, 2023, lunes, Ciudad de México.

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