Madre sólo hay una

Madre sólo hay una

Héctor Zarauz Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 35. 

A partir de los años ´20 del siglo pasado, y siguiendo una tradición estadounidense, se comenzó a festejar a las mamás en México. La festividad fue creciendo hasta transformarse en la actualidad en el día, después de la Navidad, que genera mayor movimiento comercial. Un dato significativo de la transformación de la presencia materna en el hogar es que en la actualidad un cuarto de ellas son las que lo sostienen económicamente.

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México es un país al que se considera particularmente festivo, en ello los motivos, direcciones y fines de las conmemoraciones son variadas. Para el mexicano la fiesta es una actividad que se desliza por distintos hábitats: el campo, los pueblos o la gran ciudad. Lo mismo transita por el camino de lo nacional que por la vereda de lo regional teniendo diversas connotaciones: religiosa, cívica, comercial o familiar, con manifestaciones enclavadas en la tradición o en la renovación constante, que van de lo antiguo a lo moderno, de lo sagrado a lo profano.

Entre todos ellos, los festejos familiares tienen especial relevancia en la sociedad mexicana, probablemente porque en un país en el que las instituciones, los sistemas de protección social o la estabilidad económica son frágiles, la familia llena ese vacío, de ahí dimana, muchas veces, la seguridad emocional, la protección económica y hasta el vínculo laboral. De tal forma, prácticamente, todos los miembros de la llamada “gran familia mexicana”, tienen su celebración: Día de la Madre, Día del Padre, Día del Niño, Día del Abuelo (o del adulto mayor) y hasta Día del compadre. Así nuestra sociedad festeja y exalta las cualidades de la que se considera su sustento.

La madre de las fiestas

Sin duda, el Día de la Madre es el de mayor importancia de este circuito festivo debido a que la figura materna se ha constituido, históricamente, como el centro de la familia. La madre representa para el mexicano el puerto seguro de llegada, quien da consuelo y apoyo incondicional a los hijos, comprensión y fortaleza al padre, quien cuida a los mayores. La madre es un dechado de virtudes y templanza, lo que la convierte en motivo de adoración quasi religiosa.

Su dimensión crece aún más en una sociedad en la que, durante mucho tiempo, la figura paterna fue considerada como ausente y en ocasiones inexistente. Ante ese escenario el mexicano encontró refugio en la figura materna colocándola en un pedestal. Ello explica la existencia de una de las fiestas más populares en el calendario festivo nacional.

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Su nacimiento

En general se considera que el origen de esta festividad se encuentra en Estados Unidos donde hacia 1902 Ann María Reeves, una enfermera de Filadelfia, decidió organizar el Día de la Amistad de la Madre, con el objetivo de reconocer el trabajo de las enfermeras que habían participado en la Guerra Civil. Al morir, el festejo fue continuado por su hija, Anna Jarvis, hasta que la idea cundió en varias poblaciones y estados de la Unión Americana instituyéndose que el segundo domingo de mayo estuviera consagrado a las madres, tal y como sucede en la actualidad en ese y otros países.

Sobre esa base, en México, el periódico Excélsior emprendió en 1922 una campaña a favor del festejo tratando de adaptarlo al contexto local. Desde un inicio se le dio una orientación conservadora ante ciertas ideas liberales, como la difusión de la educación sexual y planificación familiar, que en algunos sectores sociales se trataban de impulsar, como secuela de la Revolución y de la nueva Constitución política (1917). En esta tarea, Excélsior contó con el apoyo de tres instancias fundamentales: algunos sectores del gobierno, la Iglesia y el comercio. La Secretaría de Educación Pública apoyó la iniciativa al difundir la idea en las escuelas. La Iglesia católica retomó la idea con fervor, pues se trataba de apuntalar la idea de una familia convencional, así como la del papel tradicional de la mujer. Por su parte, el comercio organizado percibió el potencial económico del festejo y lo apoyó a través de varias salas cinematográficas.

Excélsior proyectó perfectamente el ideal materno que gran parte de la sociedad mexicana quería ver. Así apareció en sus páginas una imagen de flores bajo la cual decía “10 de mayo. El Día de las Madres”, además reproducía imágenes de varias madres en actitud contemplativa, de abnegación y sufrimiento. Como parte del festejo se pedía que la gente portara claveles blancos, que evocaban la pureza, en señal de veneración. Asimismo, se sugería hacerles algún obsequio que iba desde los utensilios de cocina hasta relojes, perfumes, vestidos y demás.

No obstante la aparente candidez con que se presentaba, el Día de las Madres tenía mayores implicaciones y en el fondo pareció ser un elemento más de pugna en esa década de efervescencia política, de liberalismo y jacobinismo, que parecían erosionar la moral porfiriana. En ese sentido serían sintomáticas las declaraciones del arzobispo de la ciudad de México, José Mora del Río, publicadas por Excélsior:

En los actuales tiempos de disolución social en que vivimos y en los que las doctrinas subversivas intentan trastornar el orden establecido por Dios y por la naturaleza en los diversos órdenes de la sociedad, sustituyéndolo por utópicas doctrinas que el genio de la maldad ha inspirado a los hombres, muy oportuno es laborar por consolidar las bases del edificio social, comenzando por la familia que está considerada por los sociólogos cristianos como célula de las naciones.

Como corolario a esta campaña, aquel 10 de mayo se presentó en el Teatro Principal la zarzuela El Día de las Madres. Además, hubo homenajes en los que abundaron representaciones teatrales, lecturas de poesía coral, etcétera. El comercio hizo su parte ofreciendo descuentos en algunas mercancías y hasta se realizó una colecta para la Cruz Roja en la que participó el presidente de la República, Álvaro Obregón, lo cual en cierta forma inauguró la adhesión de los gobiernos a este festejo.

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En el curso de los años, los actos conmemorativos del Día de las Madres se solidificaron y continuaron aunque con las adecuaciones propias de cada momento. Por ejemplo, durante los sexenios de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho se aplicaron programas médicos y sociales.

La celebración cundió con tanta fuerza que pronto se vertió en distintos ámbitos, uno de ellos fue el escolar en donde se instituyó suspender labores cada 10 de mayo para organizar festivales dedicados a las madres. Desde entonces, los infantes muestran en ellos sus dotes declamatorias, hacen bailables, cantos corales y elaboran manualidades.

En el ámbito laboral, sobre todo en las oficinas, se hizo costumbre otorgar el descanso total a las empleadas que fueran madres a fin de que pudieran recibir, sin molestia, el merecido homenaje de sus hijos. Por otra parte, en el seno de las familias se organizan comidas, reuniones, etc., que dejan constancia del fervor generalizado por las “cabecitas blancas”.

Apostolado

El festejo pronto trasminó al cine en el cual, desde el primer desarrollo de esta industria, se hicieron obras alusivas como Corazón de Madre (de Jorge Penkoff, 1926), tal vez el primer filme con esta temática y que marcó el inicio de una larga cauda cuyo tema central es la sufrida madre mexicana. Así, el cine nacional ha realizado su parte en la construcción de este arquetipo. Una revisión de algunas de las cintas más famosas: Madre adorada, Madre querida, La madrecita, Corona de lágrimas, Cuando los hijos se van, Cuando los hijos no vienen, etcétera, confirma la idea de que la maternidad está necesariamente asociada a la abnegación, la solidaridad incondicional con los hijos (sin importar el comportamiento de éstos), la integridad moral, el sufrimiento y hasta la abyección. De suerte que se produjeron, de manera efectista, una serie de tramas lacrimógenas que se solazan en el martirologio de la madre, sólo para proyectar su reivindicación final. Claro que en esa lógica la realización de la mujer se daba únicamente a través de la maternidad, sin considerar otros campos, como los laborales, intelectuales, en su sexualidad y demás.

En tiempos recientes, esta visión ha cambiado presentándose nuevos retratos en los que la figura materna adquiere mayor protagonismo en ámbitos antes reservados a la figura masculina. También hay filmes que la desplazan del pedestal o critican a la familia nuclear o bien reconocen distintas conformaciones de la familia. Ejemplo de ello son Lola, Club sándwich, Sin dejar huella, Crónica de un desayuno, Los insólitos peces gato, entre otros.

En la televisión, cada 10 de mayo se producen programas dirigidos a las madres, consagrados a reconocer su lugar como pilares de la familia mexicana. En periódicos y revistas se publican ensayos y artículos que analizan las condiciones de vida de las mujeres, la maternidad, su situación laboral, los cuales tienden a reforzar la idea de la madre íntegra que suple las carencias afectivas, materiales y de toda índole del mexicano.

Por otra parte, la poesía ha sido campo fértil para demostrar el fervor por la figura materna. Las pruebas son profusas: loas, sonetos y cantos que se han empeñado en corroborar la importancia de la figura materna para el mexicano. Qué mejor ejemplo que Manuel Acuña señalando la omnipresencia materna como un ideal: “y en medio de nosotros, mi Madre como un dios”. Así, no es complejo encontrar compilaciones literarias, selecciones de las mejores poesías, discos antológicos con temas dedicados fervorosamente a las madres.

En el ámbito de la escultura también quedó inmortalizada la presencia materna. En la década de 1940 se organizó un concurso para construir el “Monumento a la Madre”, el cual hoy puede apreciarse en la avenida de los Insurgentes y Paseo de la Reforma, en la capital. Este monumento se realizó como resultado de una convocatoria del mismo periódico Excélsior. La construcción se inició el 10 de mayo de 1944 siendo inaugurado por el presidente Miguel Alemán en la conmemoración de 1949. El monumento es descomunal, seguramente para transmitir la idea de la grandiosidad de la figura materna. Se compone de tres esculturas, elaboradas por Luis Ortiz Monasterio, dos de ellas representan a un hombre y una mujer de rasgos indígenas, con una mazorca de maíz, una tercera representa a la madre con un niño en brazos. Por si hiciera falta mayor elocuencia, al pie se encuentra una placa que dice: “A la que nos amó antes de conocernos”.

Esta escultura sirvió de inspiración para que se edificaran réplicas por pueblos y ciudades a lo largo de toda la república convirtiéndose en adoratorios cada 10 de mayo, en los que se realizan festivales y ofrendas florales. Desde luego, estas obras reproducen la idea de pureza, sacrificio, integridad y demás cualidades propias a la madre mexicana.

Ante estas manifestaciones de amor incondicional ―que como se ve abarcan a todas las clases sociales, ámbitos y se dan a lo largo de todo país―, cabe preguntarse si no hay en ello un ánimo compensatorio ante una figura que tradicionalmente ha sido tan sufrida, ¿no existe acaso una necesidad social e individual de resarcir mínimamente tantos sacrificios?, ¿no son estos festejos en el fondo actos redentores?

Lo comercial

Otro elemento interesante es el poder económico de esta fiesta, pues parte de la celebración reside en expresar la veneración, el cariño irrestricto a la figura materna, mediante la compra de obsequios. De tal magnitud es el impulso de esta celebración que después de las navidades, el Día de las Madres constituye el festejo que más movimiento comercial provoca. Desde el punto de vista económico (sin menospreciar el afectivo), es sumamente importante, ya que se reactivan los negocios y la economía en general. De acuerdo con algunas estimaciones, se considera que aumenta en un 20% la venta de electrodomésticos, 20% la industria del calzado y 30% la venta de flores, lo cual da una idea de su impacto.

Algunos de los regalos tradicionales siguen siendo el obsequio de flores, sobre todo blancas por ser indicativo de pureza. También es costumbre llevar “mañanitas” con mariachis para alegrar el inicio del día de las progenitoras. Los panteones se ven inundados con flores y músicos que son llevados a las tumbas de las madres fallecidas, como constatación de que no son olvidadas por sus hijos. Asimismo, en el curso del día los restaurantes están saturados debido a que son comunes las invitaciones de las familias a desayunos, comidas o cenas. Igualmente se volvió una tradición obsequiar aparatos electrodomésticos; esto sobre todo surgió en la década de 1950 cuando se consideraba que la sociedad mexicana emergía a la modernidad, de manera que el festejo a la madre reflejó este proceso. En principio, regalar licuadoras, lavadoras, aspiradoras, estufas, etc., tenía la intención de facilitar las labores domésticas que entonces eran exclusivas del género femenino. Posteriormente, este tipo de obsequios fue cuestionado, pues se consideró que representaban una reiteración de los deberes de las madrecitas mexicanas.

La gama de obsequios hoy en día es prácticamente interminable: relojes, chocolates, productos de belleza, discos, hasta viajes de descanso. En años más recientes han aparecido otro tipo de regalos vinculados a los cambios tecnológicos como teléfonos celulares, ipods, ipads y computadoras. Los grandes almacenes recurren a enormes campañas publicitarias, a planas enteras de periódicos, catálogos, spots en radio y anuncios de televisión que insisten en que se debe obsequiar y retribuir a quien da la vida por nosotros.

El siglo XXI

En las últimas décadas, la familia típica mexicana ha experimentado transformaciones importantes: el número de sus integrantes se ha reducido, los roles que juegan se han modificado y su forma ha cambiado. Es innegable que hay muchos tipos de familias y que el “ideal” nuclear se ha trastocado. Actualmente, 64% de los hogares son considerados como nucleares, es decir formados por los padres e hijos, pero también por uno solo de los padres con los hijos o por parejas sin hijos; otro 24% los representan los hogares ampliados, los cuales están constituidos por un hogar nuclear al que se suman otros parientes (tíos, primos, suegros, etcétera). Por otra parte, han aumentado las posibilidades de ruptura matrimonial por viudez, separación o divorcio generando hogares dirigidos plenamente por la figura femenina. Al respecto, de acuerdo con el último censo de población, los hogares se clasifican según la persona que los dirige (desde el punto de vista económico), observándose que alrededor del 25% están a cargo de una mujer: “la jefa”.

Estos datos indican claramente que la familia tradicional ha cedido espacio a otras formas de vincularse. Ello tuvo su manifestación desde el punto de vista legislativo en la promulgación de la Ley de Convivencia en la ciudad de México, la cual tiene un concepto amplio de familia. Ello ha provocado reacciones de sectores más conservadores ligados a la Iglesia católica, que postulan una visión más tradicional. Las diferencias han llegado al encono y enfrentamiento. Tal posición fue expresada en la convocatoria del Día Nacional de la Familia Mexicana, decretado por el gobierno federal en 2006, y que contó con el apoyo de algunas agrupaciones civiles, empresariales y religiosas, y que pretende anteponer el concepto de familia nuclear, plantada sobre los valores cercanos a una visión religiosa y conservadora, ante los cambios de la sociedad que incluyen el ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral, el divorcio, las uniones libres y otras expresiones más.

Con todo y esos cambios el Día de las Madres sigue siendo el festejo cumbre de la familia. El amor filial es impermeable a todo y el festejo se mantiene incólume.

PARA SABER MÁS

  • Escuchar “Bendita seas madre querida”, con Los Panchos:  https://goo.gl/FRkNw6
  • Ver Corona de Lágrimas, Dir. Alejandro Galindo, 1968, https://goo.gl/hDa6MC
  • Ver El Día de las madres, Dir. Alfredo B. Crevenna (1969). https://goo.gl/axAkuq
  • Leer Poesías a la madre, selección de Pedro Alvarez, Editores Unidos de México, 2007.

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