Los milagros del demonio azul y el cine de luchadores

Los milagros del demonio azul y el cine de luchadores

Efraím Guízar Castelo
Instituto Mora

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60

En el cine del género de luchadores la valentía, la lealtad, el respeto, la devoción y la religiosidad católica son valores imprescindibles. El mito de sus principales figuras se lo debe a la cinematografía que construyó personajes urbanos, refinados –diferentes a los de la arena– y justicieros.

Noche de muerte, still de película, 1975. Archivo General de la Nación, IMCINE/SPM/14/13.

El cine de Blue Demon es parte medular de la cultura del ocio en la segunda mitad del siglo xx en México y logró la construcción de mitos que influyen en la vida y en la historia de varios sectores sociales. Punto importante del mito de Blue Demon, además, de la legendaria rivalidad con El Santo, es la proyección que la pantalla grande dio al luchador. Él mismo indicó el ofrecimiento del productor de cine Enrique Vergara en 1964 para la realización de tres películas escritas especialmente para el personaje azul. El cine de luchadores se convirtió en el escaparate de la vida privada de los enmascarados, ya que quedan expuestos sus triunfos, fracasos o amoríos, la pantalla es una ventana a la vida privada de los personajes, es por medio de ella que logramos ver lo que nuestros héroes hacen cuando no están en la arena.

Los luchadores mexicanos se muestran en las películas casi siempre con aires cosmopolitas pasando por encima de lo rural, la capital sobreponiéndose al campo, dejando de lado esa imagen del México rústico, bronco y casi analfabeta posterior a la revolución mexicana. La modernidad se refleja en más de un ámbito cultural; ahora, las imágenes cinematográficas se encuentran llenas de automóviles, edificios de arquitectura moderna y de laboratorios con nivel de equipamiento digno de países del primer mundo, mostrando adelantos científicos inexistentes para aquel tiempo, un cine de ficción por momentos visionario del avance tecnológico que en décadas posteriores se haría presente en la vida cotidiana.

En las películas donde interviene Blue Demon son evidentes temáticas urbanas casi en su totalidad, motivos fundamentales para acrecentar esa idea de cambio y desarrollo donde los protagonistas dominantes no sólo son hombres, sino que se va incluyendo paulatinamente a la mujer de “aires cosmopolitas”, volviéndose esta última parte importante en esta novedosa imagen de inclusión, aunque con una visión un tanto idealizada de lo que realmente sucedía. El cine de luchadores pertenece entonces a la historia urbana de la capital, que afecta y se arraiga fuertemente en el imaginario colectivo del ciudadano o del inmigrante recién llegado en busca de ese espejismo de desarrollo metropolitano que podía contemplar en la pantalla grande.

El cine también es un producto industrial de la sociedad de masas y transmite mensajes o modelos culturales específicos a cierto tipo de público, siendo los valores relevantes en el cine del género de luchadores la valentía, la lealtad, el respeto y, en ocasiones, hasta la devoción y la religiosidad católica.

Por otra parte, esta filmografía también se encuentra inmersa en ritos de inspiración prehispánica, quizá porque México sigue siendo un país lleno de “magia”, rituales, múltiples creencias y superstición. Estos valores culturales, esta mitología, en cuanto pasan al celuloide, se convierten casi automáticamente en mercancía, que es lo que las producciones cinematográficas también ofrecen. En el caso de Blue Demon además de poseer facultades extraterrenales es un objeto de cambio, ya que se transforma en máscaras, juguetes, estampas, comics o adornos. El cine da ese plusvalor al luchador traspasando el límite natural restringido del público, de la arena, y es capaz de llevar su imagen a distintos países.

Este objeto de consumo en el que se convierte el luchador por medio del cine es captado por un sector de la sociedad muy específico, la migración “indigenizada”, la ciudad por decirlo de algún modo y es este púbico el consumidor de la filmografía de luchadores. No debemos olvidar que el migrante es portador de mitos, leyendas o cuentos tradicionales traídos de su lugar de origen, muchos de ellos de corte indígena o prehispánico, siendo esta temática parte indispensable en algunas películas de enmascarados. De esta manera se construyen patrones o conductas de grupo que se mueven en torno al deporte espectáculo, como asistir a la arena o al cine de forma colectiva. El ser partícipe de una función de cine de luchadores es parte de esa expresión cultural que complementa todo lo que gira alrededor del deporte del pancracio y que alcanza prácticas de convivencia comunitaria de tiempo libre de una manera particular.

Es notable que las actividades de entretenimiento del cine desempeñan un papel más importante en las transformaciones sociales e, incluso, pueden ser generadoras de nuevos parámetros de conductas culturales. Por ejemplo, podemos ver a seguidores del cine de horror, de filmes bélicos, o de los comics en alguna sala con el atuendo de su héroe o villano predilecto. Todo esto muestra que el cine logra transmitir ideologías unificando bajo ciertos criterios y códigos diversos sectores y generando rasgos y lazos distintivos en la colectividad dentro de las opciones a elegir, ya que como en distintos ámbitos, la educación y la formación familiar influyen de manera significativa en la elección de la cultura del ocio.

Desenmascarando

Existen dos géneros cinematográficos que generalmente se entrelazan y nos referimos al cine de enmascarados y a la filmografía de horror. La imagen del luchador en la pantalla grande es la de un justiciero que podría ser cualquiera de nosotros bajo el misterio y resguardo de la máscara, porque aquel que sea digno de poseerla tendrá las habilidades y poderes necesarios para hacer frente al horror fantástico incrustado de igual forma en el cine.

La principal herramienta que el luchador utiliza para detener a vampiros, momias, hombres lobo, arañas infernales y demás seres terroríficos es el combate cuerpo a cuerpo justo como lo haría en la arena, y es aquí donde sucede la magia, ya que, las técnicas que los enmascarados muestran en la gran pantalla son las mismas que el aficionado fiel que acude cada viernes a la arena observa de manera directa desde su butaca.

El cine nos va mostrando una nueva imagen del luchador que sin su aparición en la pantalla sería imposible de descubrir, la pantalla nos muestra un personaje culto, en ocasiones refinado y con un lenguaje bastante especializado acorde a la problemática a la que se enfrente.

Por otra parte, en un primer momento el cine de horror a la mexicana se nutrió en gran medida de símbolos culturales o tradicionales propios del país como son las leyendas de brujas, La Llorona, nahuales o algún objeto religioso como un escapulario, pero el miedo, el terror o el suspenso no son exclusivos de entes sobrenaturales endémicos de nuestro territorio, también puede llegar de Transilvania, Marte o de la mismísima hija del Dr. Frankenstein  entendiendo que el género fílmico que estamos tocando avanza y se modifica aunado de los cambios o movimientos sociales que van sucediendo en el mundo como por ejemplo la segunda guerra mundial.

Es aquí cuando el deporte del catch deja de ser un simple enfrentamiento hombre a hombre para transformarse en la herramienta principal con la que se hará una afrenta directa al mal en todas sus formas.

 En el género de enmascarados destacan cintas no sólo de Blue Demon, sino de muchos gladiadores más; por ejemplo, “La sombra vengadora contra la mano negra”, 1954 de Rafael Baledón; “Santo contra hombres infernales”, 1961, de Joselito Rodríguez y “Blue Demon contra el poder satánico”, 1966, de Chano Urueta. Cabe resaltar que dentro y fuera del ring, Blue Demon era poseedor de una gran fuerza física, varias publicaciones hacen énfasis en ese punto tanto como a su carácter volátil. Otro de los sobrenombres con que era conocido fue el de “El Manotas”, apodo que se ganó a pulso, e incluso, El Santo elogiaba lo peligroso del encapuchado azul.

La lucha libre y el cine se alinean para dar vida a una cultura impregnada de mitologías alrededor de la máscara. En diversas civilizaciones, la máscara posee, en sí, poderes que se transmiten a los humanos que las portan, tales como fuerza, velocidad o las características propias de algún animal, como en los mitos del nahual. En nuestro caso el luchador es el portador de esos poderes al cubrirse el rostro, además, la máscara impide que el gladiador muestre sensaciones como el dolor a la hora del enfrentamiento, gestos que quedan casi suprimidos y es aquí cuando surgen las anécdotas, las leyendas o mitos de estos seres de fuerza y valor sobrehumano. Janina Möbius comenta: “la lucha libre debe entenderse como un ritual colectivo especifico de una clase social, como un entretenimiento sensorial, lúdico y placentero”. Consideramos que la lucha libre en aquel tiempo era valorada como un deporte-espectáculo de las “clases bajas”, de personas que no leían ni escribían. Ese cine de entretenimiento se caracterizaba por su lenguaje fácil, temáticas y desenlaces sencillos en una ciudad con altos índices de migración y analfabetismo. Era natural el éxito de estas proyecciones, ya que cualquier persona lograba asimilar este género y sus temáticas. Esa lucha del bien contra el mal que sucede en la arena se trasladó a la pantalla grande con los elementos y recursos narrativos que esta ofrece.

El cine como medio masivo de comunicación exhibe temáticas diversas que quedan al descubierto ya sean sociales, musicales, regionales, bélicas, sacras o demoniacas. Es claro cómo la imagen popularizada de vampiros, demonios, momias y demás seres surgidos de la imaginación quedan expuestos ante miles de espectadores, y lo “maligno” representado en Blue Demon se va volviendo cada vez más familiar, dejando de ser aterrador, ya que ahora la imagen del demonio se vuelve mucho más amigable.

En el caso de Alejandro Muñoz Moreno, mejor conocido como Blue Demon (1922-2000), fue un personaje que oscila entre el bien y el mal pero jamás deja de encarnar a un demonio azul, que con el paso del tiempo se logra transformar en una figura benefactora e, incluso, lúdica por medio de la pantalla grande o de la historieta, ya que, a la par del Enmascarado de Plata, se le puede ver luchando por las causas justas o contra seres del inframundo. Existe un cambio del lenguaje común heredado de la revolución mexicana a una narrativa fantástica en la que tienen cabida seres imaginarios de diferentes lugares, tiempos y espacios. A diferencia de la arena, el cine corona lo previsible, ese final inequívoco que todos aguardan en las butacas, el triunfo de los enmascarados que hace de lado a melodramas y machos envalentonados protagonistas del cine de corte ranchero. La diferencia del cine en relación con la arena es que el enfrentamiento se prolonga y el aficionado logra capturar los instantes, congelarlos en el cuadrilátero, más allá de lo que ocurre en el ring o en un concierto, en el que los acordes y llaves se desvanecen al instante, como dice Alberto Dallal.

Consideramos que con el impulso que brinda el cine a la lucha libre comienza la apropiación del deporte-espectáculo como parte de la cultura mexicana, ya que trasciende a la arena, el mercado, la feria de pueblo, la iglesia; es decir, el cine reinterpreta lo que la vida real soslaya, espías, conspiraciones combinadas con seres fantásticos, vampiras, monstruos, zombies, extraterrestres y romances. El cine transforma el anonimato de una máscara en heroicidad, en ese rostro alternativo que enarbola la imagen de la justicia.

La filmografía enmascarada

Los luchadores enmascarados no se coronaron solos, ya que se necesitó de un coctel multiforme y bastante heterogéneo en lo que respecta visualmente; nos referimos a toda esa pléyade de villanos coestelares en las películas, como el multifacético Fernando Osés, luchador, guionista, productor, etcétera. Y es que, la combinación del terror, del suspenso y la ciencia ficción son la piedra angular de estas cintas con seres capaces de provocar miedo, morbo o la materialización de aquello que únicamente lograba habitar en la fantasía urbana del espectador.

El cine como producto de una continuidad que se va consolidando por medio de un largo bagaje de películas con características muy parecidas en su estructura es capaz de construir un discurso y una estética única en el mundo, logran posicionarse en festivales internacionales volviéndose con los años de culto, como se les llama hoy en día. Los signos vitales de este género aún continúan en movimiento mostrando la vigencia del género mediante el uso de otros recursos como la caricatura, donde se resaltan dos producciones medianamente recientes: “Los campeones de la lucha libre” (2008), de Eddie Mort, y “AAA La película, sin límite en el tiempo” (2010), de Alberto Rodríguez.

No hay que olvidar que México fue un gran productor de cine de horror, cintas como “La cabeza de Pancho Villa” (1957), de Chano Urueta; “El esqueleto de la señora Morales” (1960), de Rogelio A. González; “Macario” (1960), de Roberto Gavaldón; “El fistol del Diablo” (1961), de Fernando Fernández; “El espejo de la bruja” (1962), de Chano Urueta; “La maldición de La Llorona” (1963), de Rafael Baledón; “El escapulario” (1968), de Servando González; “El profeta Mimi” (1973), de José El Perro Estrada; “Alucarda, la hija de las tinieblas” (1977), de Juan López Moctezuma, son filmes que introducen en su temática a taxidermistas, posesiones diabólicas, asesinos seriales, héroes de la revolución, seres prehispánicos y hasta al mismísimo rey de los infiernos, teniendo así un vasto coctel de temáticas casi inagotables lográndose un género cinematográfico de gran tradición que se enraíza en el gusto del espectador muy probablemente por esas tradiciones culturales de las que somos parte, ya que, la muerte, las brujas, los diablos, o los nahuales son ese adn heredado y que hasta la fecha logra adentrarse en la mente de gran cantidad de la población.

Esta pincelada del género de horror a la mexicana nos da una idea de la importancia de esta temática dentro de la cultura del ocio en una sociedad que mezcla sus tradiciones con la modernidad, ¿y quién sino un luchador enmascarado para enfrentar este tipo de amenazas?, ya que por medio de él se materializan las garantías y los valores para el desarrollo de una sociedad moderna representada por el heroísmo y la justicia, se traduce en el bienestar individual o colectivo, nacional o mundial. Y es que, en una sociedad tan católica y conservadora como la mexicana el monstruo suele ser el portador de la destrucción del tejido social, de lo familiar, es el rostro de la promiscuidad, de la maldad, es el que corrompe.

Parece que el horror en la filmografía de luchadores se da de forma natural, en primer lugar por ese impacto que el deporte espectáculo tuvo en la sociedad, aunado al gusto por el cine de “espantos” que también generó celebridades, no debemos olvidar que el cine va construyendo “estrellas” que dota de una fisonomía o estructura muy particular al producto, esto es, le imprime el sello de la mexicanidad a cada monstruo, ya que no es igual un vampiro de producción europea a un vampiro forjado en tierras aztecas. El cine de luchadores logra cohesionar de forma exitosa estas dos opciones de la cultura del ocio, cine y lucha a la par bajo un mismo techo, manifestaciones fílmicas de un demandante público con gusto por extraterrestres, cíclopes, muertos vivientes, hombres lobo, magia negra, espías, científicos dementes entre innumerable cantidad de fauna o ejemplares extraídos de los más íntimos miedos del ser humano. Hay que resaltar cómo estos seres dentro de esta filmografía están muy alejados de la literatura que los vio nacer para volverse en alguna medida parte de un bagaje central dentro del cine mexicano, la mexicanidad se apropia de ellos, les construye un discurso, les da un rostro único dentro de todas las formas en las que se manifiestan dentro de expresiones artísticas, culturales y cinematográficas.

Así, pues, elementos fundamentales del cine de luchadores como el cuadrilátero, los ídolos del momento en la lucha libre, las temáticas metafísicas y los seres o villanos nacidos dentro de la literatura occidental, prehispánica, colonial o eventos de temática contemporánea como el crimen, violencia citadina e incluso científicos exiliados de la segunda guerra mundial, son el soporte de este viaje fílmico que logra innovar o refrescar en su momento las carteleras cinematográficas mexicanas.

Podemos pensar en una renovación o reinvención en la forma de ver a la lucha libre desde que incursiona en el cine, ya que no se pierde la parte deportiva que es fundamental, pero ahora se adereza con situaciones que revelan la vida privada de los enmascarados y quizá se logra mirar al luchador de manera distinta al verlo por la tarde en el cine y por la noche en la arena, se va construyendo una relación más personal, ya que el aficionado va hilando el desempeño fílmico con lo que acontece en el cuadrilátero, en la arena es donde pone a prueba las técnicas que utilizó en las películas para erguirse como héroe y demostrar, por poner un ejemplo, por qué Blue Demon es capaz de derrotar licántropos únicamente con la fuerza de sus manos.

PARA SABER MÁS:

Möbius, Janina, Y detrás de la máscara… el pueblo. Lucha libre-un espectáculo popular mexicano entre la tradición y la modernidad, México, Instituto de Investigaciones Estéticas-unam, 2007.

Bertaccini, Tiziana, Ficción y realidad del héroe popular, México, Universidad Iberoamericana/Conaculta, 2001.

Visitar el Museo del Juguete Antiguo Mexicano (mujam), en Dr. Olvera 15, Col. Doctores, Delegación Cuauhtémoc, Ciudad de México. Visitar Las Tortas de Super Astro, en Luis Moya 116, Centro Histórico, Ciudad de México.

1 comentario

muy buen articulo, el escritor me llevo de la mano como si estubiera visualizando una pelicula, muy buena publicación.

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