Eduardo Flores Clair
DEH-INAH
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 31
Subirse a un carruaje para recorrer algunas distancias en el México de hace más de 150 años era lanzarse a la aventura de la inseguridad y el robo latente. La delincuencia no estaba mal vista y sus protectores abundaban. El límite entre legalidad e ilegalidad resultaba más cercano a la impunidad.
Este texto aborda algunos puntos sobre los viajeros y sus miedos provocados por la delincuencia. Los delincuentes eran aquellas personas que quebrantaban la ley, infringían las normas sociales y subsistían gracias a las prácticas ilícitas de la economía ilegal. Como sabemos, existe un sinnúmero de relatos de viaje, pero sólo nos abocaremos a unos ejemplos que describen de manera detallada la violencia, a través de las costumbres de la sociedad y las instituciones de mediados del siglo XIX.
José María Tornel publicó en 1843 una extensa reseña del libro México. Memorias de un viajero del barón austriaco Isidoro Löwenstern. En ella recriminó agriamente al escritor por sus juicios ásperos y de desprestigio para la imagen del país en el extranjero. Todo era causa del desconocimiento de las tierras que había pisado, argumentaba. Agregaba que el libro era una infame sátira cuyo blanco ha sido nuestra patria. En su texto, Löwenstern, después de quejarse de la hospitalidad mexicana, dejó testimonio de un problema recurrente de los viajeros: el robo en los caminos, pero sobre todo de las diligencias que recorrían el trayecto de Veracruz a la ciudad de México.
Con todo detalle, el barón relataba la inseguridad que existía en la ruta dominada por bandidos y, en general, la incertidumbre de los ciudadanos por la inestabilidad política. Estando en Jalapa, sin reparos le pareció una actitud pusilánime que seis viajeros de la diligencia de Veracruz se presentara semidesnudos por haber sido despojados de sus pertenencias por dos hombres. Reseñó que eran jóvenes robustos armados con un fusil y un sable. Resultaba inexplicable que contaran con muchas ventajas y se hubieran dejado humillar por los bandidos. Aprovechó el hecho para hablar sobre la falta de valor de los mexicanos y expresar que en su estadía había sido testigo de muchos actos de cobardía. Ante la inseguridad, los ciudadano eran incapaces de defenderse, mucho menos confiar en que las autoridades les brindarían protección. Explicó cómo sucedía un asalto:
El mexicano que viaja en diligencia sólo llevó consigo objetos sin valor, envía todos sus bártulos con los arrieros. Ligero de equipaje y con el bolsillo provisto de unos cuantos pesos, se preparaba para la visita de los bandidos con la misma paciencia con la que un viajante de comercio se somete a las exigencias de la aduana. Una vez llegados los ladrones, es cosa de ver quién salta más rápido de la diligencia para tenderse elegantemente boca bajo en el suelo; nadie debe abandonar esa humilde postura salvo cuando haya que quitarse la chaqueta y otros vestidos aún menos indispensables.
Tornel reconoció que los carruajes públicos eran asaltados y que los viajeros extranjeros y nacionales se enfrentaban por igual a los bandoleros, quienes organizados en cuadrillas los atemorizaban. Pero intentó restar importancia al problema a través de la comparación estadística con otras latitudes como Estados Unidos y Europa. Puntualizó: no hay más que leer sus gacetas de los tribunales, para conocer que nos llevan la ventaja en una horrible desproporción.
Estando en Puebla, Löwenstern reflexionó sobre las consecuencias funestas de las revoluciones respecto a la religión y, siguiendo su postura política, aseguró que el partido conservador era una garantía para esta, pero el partido destructor [el liberal] codicia las riquezas que en México posee todavía el clero […] y vista la audacia de este partido, y el apoyo que encuentra en el desorden de las masas, sus concesiones son muy prudentes, porque están en relación con el estado de deterioro del país.
Cabe añadir que las autoridades locales proporcionaron al barón Löwenstern durante su estadía una escolta para protegerlo y tenía permiso para portar armas. Tornel criticó, con cierta mofa, que para realizar el trayecto de Puebla a Cholula, el austriaco solicitó resguardo; según él, para esa distancia tan corta no se requería y sólo la pedían los hombres miedosos. Es posible que fuera una forma de contestaría la afrenta de cobardía de los mexicanos. Por su parte, Löwenstern, sin mostrar gratitud, embistió contra los soldados que lo cuidaron y los comparó con los degolladores de la conquista. Dejó en claro que los cuerpos de seguridad caminaban a lo largo de una línea muy tenue entre la legalidad y la ilegalidad. Más allá de los ataques al nacionalismo, este viajero legó un testimonio de la transgresión y la injusticia cuando se refirió a las deudas ancestrales de los peones de las haciendas, entre otros muchos temas.