Edgar Sáenz López
UAM-I
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 48.
El general Manuel Chao se movió en diciembre de 1923 hasta el norte del país para iniciar el alzamiento armado que propugnaba el ex presidente De la Huerta. En su poco más de seis meses de acciones, principalmente ataques a las vías de comunicación, asaltos y secuestros, obtuvo escaso respaldo de la población, y terminó en un rápido fracaso. Siete meses después sería atrapado y fusilado, y acabaría allí cualquier intento de insurrección.
En términos políticos, el año 1923 fue conflictivo para el país. El triunvirato sonorense –De la Huerta, Obregón y Calles– se fracturó con la sucesión presidencial de ese año. El general Plutarco Elías Calles fue el candidato del presidente Obregón para relevarlo en el gobierno durante el cuatrienio 1924-1928, mientras que el expresidente Adolfo de la Huerta mantenía la esperanza de regresar a la primera magistratura del país.
La candidatura de Calles dividió profundamente a diferentes sectores del país. Un importante grupo de militares de la más alta graduación se opuso a la designación del entonces secretario de Gobernación como candidato. Se manifestó en contra porque consideraba que tenía el derecho de obtener beneficios de la revolución. De igual forma ex villistas, ex carrancistas y una considerable cantidad de grupos expresaron su descontento y encontraron en la campaña presidencial un medio para alcanzar sus ambiciones personales.
Cuando en septiembre de 1923, Plutarco Elías Calles renunció a su cartera en el gobierno y aceptó la candidatura a la presidencia de la república, Adolfo de la Huerta estaba indeciso sobre si hacía públicas sus intenciones políticas, lo que finalmente sucedió el 23 de noviembre, cuando aceptó ser candidato respaldado por el Partido Nacional Cooperativista.
Desde un principio, la rebelión delahuertista se caracterizó en todos sus frentes por el personalismo de sus dirigentes. Si bien eran opositores del gobierno de Álvaro Obregón y de la candidatura de Plutarco Elías Calles, también tenían cada uno sus propios fines y ambiciones en caso de que triunfara el movimiento. La poca cooperación entre ellos los llevó a la derrota de la rebelión, ya que cada uno centró la atención en su zona de influencia, sin cooperar demasiado con los otros frentes. Esto provocó que los generales fueran focalizados y combatidos eficientemente por el ejército nacional.
En el norte del país, la situación fue distinta. Los hombres que se unieron a la rebelión, a diferencia de otros frentes, ya no se encontraban al servicio de las armas, su derrota militar los llevó a encontrarse más aislados, y con ello su poder de convocatoria fue limitado. Sus tropas fueron exiguas y sin la completa convicción de unirse a una aventura que podría causarles más perjuicios que beneficios. Muchos de los que integraron la división del norte llevaban ya una vida alejada de las armas, algunos habían conseguido tierras con las políticas de repartimiento agrario en los estados de Durango y Chihuahua, y otros estaban fastidiados por los años de combate que no se reflejaban en la mejora de sus condiciones de vida.
No todos los hombres cercanos a los jefes villistas, avecindados en Canutillo, optaron por las armas. Quienes sí lo hicieron, se limitaron a acciones guerrilleras como ataques a las vías de comunicación, asaltos y secuestros para la obtención de recursos. Muy pocas veces presentaron batalla formal y, además, fue poco el respaldo brindado por las diferentes poblaciones, de modo que nunca pudieron engrosar sus filas. Estas, incluso, ofrecieron sus servicios para combatirlos.
En suma, el gobierno federal y las autoridades de Durango y Chihuahua se encargaron de mantener conformes y, hasta cierto punto tranquilos, a los habitantes de sus demarcaciones: los repartos agrarios y demás derechos otorgados hicieron que prefirieran combatir antes que ayudar a los nuevos alzados.
En Chihuahua, el gobernador Ignacio C. Enríquez se encargó de organizar el reclutamiento de personas, para que, a manera de policía rural combatieran los posibles brotes de rebeldes. Se formaron contingentes denominados Defensas sociales, que habían sido creados desde 1916 y reforzados por contingentes de agraristas armados, cuya preparación y abastecimiento fueron proporcionados por el gobierno federal.
De este modo, a pesar de no ser núcleos militares numerosos por parte del gobierno, el septentrión no quedó desprotegido. La ausencia de militares se debió a que, en zonas como Veracruz, Guerrero y otras entidades, la presencia de rebeldes era demasiado elevada y el ejército no contaba con suficientes elementos para enviar al norte. Si bien representaba un foco importante de preocupación, no era tan inmediato como en esas zonas.
El norte no fue el escenario principal del movimiento, como sí sucedió en los años más vertiginosos de la revolución, debido a que el presidente Obregón había mantenido estrecha vigilancia en la región desde algunos años antes y muchos jefes ex revolucionarios eran leales al primer mandatario. El factor de mayor importancia fue sin duda el asesinato de Francisco Villa en julio de 1923, con este hecho se redujeron las posibilidades de que la región apoyara a De la Huerta hacia principios de 1924.
Rebelión norteña
A principios de 1924 el principal rebelde en aquella zona era el general Manuel Chao, comisionado por De la Huerta para organizar la rebelión en Chihuahua. El 3 de diciembre anterior, el jefe villista había salido de la ciudad de México rumbo al norte de la república, con el propósito de levantarse. Fue provisto de recursos por Rafael Zubarán Capmany, uno de los hombres que junto con De la Huerta organizaron la rebelión del 6 de diciembre de 1923. Ante las noticias, el general Enríquez encomendó, el 5 de enero, la organización de tres regimientos que resguardasen Parral, Ciudad Juárez y la capital estatal. Esta movilización fue primordial, ya que Chao había asaltado un tren que corría de Parral a Durango y los informes lo ubicaban merodeando las cercanías de Santa Bárbara, al sur de Parral, terrenos que conocía bien, pues en ellos había operado durante su militancia con la división del norte.
Para Chao, reclutar gente para la rebelión no fue tarea sencilla. La Comisión Nacional Agraria informó que fallaron los agentes encargados y, peor aún, consiguieron un fin contrario, puesto que algunas comunidades agrarias situadas a lo largo de la línea fronteriza se organizaron para impedir el contrabando de material bélico para los rebeldes. En el pueblo de Guadalupe, la población batió al destacamento de El Porvenir, que se sublevó y trató de apoderarse del pueblo con el propósito de facilitar la introducción de armas. El mismo rechazo acaeció en Coyamé, donde un grupo de 20 rebeldes invitó a sublevarse a los labriegos, quienes se negaron a secundarlos.
El día 11 de diciembre fue localizado Chao, pero rehuyó el combate, ya que tan sólo llevaba 20 hombres, por ello se abstuvo de atacar el poblado de La Boquilla. Cerca del lugar, en Pilar de Conchos, Chao y su gente sostuvieron un enfrentamiento contra el capitán Abelardo Legorreta, quien los combatió con sólo cuatro elementos. El villista tomó prisionero a Legorreta –quien después se unió a la rebelión y terminó fusilado por las fuerzas del gobierno–, entró al pueblo y se apoderó de los fondos de la tesorería municipal. Otra de las actividades que realizó Chao –seguramente para obtener recursos y continuar la lucha–, fue la extorsión a empresarios o gente adinerada. A modo de préstamo forzoso, obtuvo alrededor de 10 mil pesos de un alto empleado de la American Smelting and Refining Company.
Como las principales actividades de Chao y sus seguidores eran el asalto a trenes y la destrucción de vías de comunicación, Enríquez mandó construir carros blindados que sirvieran como escolta de los trenes de pasajeros. Al final de la primera quincena de enero, el gobernador determinó que el único núcleo rebelde en la entidad era el encabezado por Chao. Los contingentes de agraristas serían los encargados de dar cuenta de ellos, pues estaban muy bien organizados en las diferentes zonas de Chihuahua. El 26 de enero, los federales aumentaron los elementos para la persecución, pero Chao se vio reforzado por los villistas que se rebelaron a finales de enero en Canutillo. El balance ese mes mostró que los ataques del jefe rebelde no habían desestabilizado al gobierno, ni representaron triunfos para la rebelión delahuertista, pero se evidenció su movilidad, ya que con muy pocos elementos pudo mantenerse fuera de las manos del gobierno.
Sin embargo, para finalizar el mes las actividades de Chao llevaron a atentados importantes. El primero fue el asalto al tren de pasajeros que corría de México a Ciudad Juárez. En la estación Corralitos, Chao e Hipólito Villa dinamitaron las vías, se apoderaron de los fondos que transportaba el ferrocarril y cortaron las comunicaciones. Lo anterior marcó formalmente la participación de los villistas en la rebelión delahuertista. Por otra parte, el día 30, los rebeldes habían tomado Jiménez; dinamitaron un tren, sin que se destruyera la vía ni se interrumpieran las comunicaciones, desarmaron a los soldados y se apropiaron de 22 000 pesos del fondo que llevaba consigo la escolta. Si bien el movimiento rebelde para este momento no estaba considerado como una fuerza mayúscula, contaba con un mayor número de contingentes. Ya no sólo estaba Chao, sino también Hipólito Villa, Juan B. García, Petronilo Hernández y Nicolás Fernández. A ellos se agregó que en Ojinaga apareciera con actitud rebelde, el general Domingo Arrieta, quien se encontraba en El Paso, Texas. Atravesó la frontera y se estableció en la colonia agrícola El Porvenir, distante 50 kilómetros de Ciudad Juárez, con intenciones de unirse al movimiento de Hipólito Villa.
Los rebeldes adquirieron mayor notoriedad cuando, en su afán por obtener recursos, recurrieron a los secuestros, el más sonado de ellos fue el del ingeniero T. George MacKenzie (gerente de la Northern Mexico Power and Developement Company), pero el jefe de la rebelión, Adolfo de la Huerta, ordenó que lo liberaran, sin embargo, esto no se realizó. Además, se sospechaba que también habían secuestrado a los norteamericanos C. C. Coomer, J. Simpson y al alemán G. Schemmerting. También les atribuyeron los secuestros de Melquiades Urías, el hacendado Francisco Almazán y el señor Doodly, empleado de la Smelting and Refining Company.
El general Enríquez que tenía la facultad de organizar la persecución de los villistas, se valió de la ayuda Jesús Salas Barraza, personaje implicado directamente en el asesinato de Francisco Villa. Además de los agraristas y fuerzas rurales que seguían en campaña, se enviaron fuerzas yaquis llegadas de Sonora, que asistirían en la lucha contra los sublevados.
Para el 10 de febrero, en la población de Rosales, fueron derrotados los rebeldes encabezados por Hipólito Villa y Chao, y se les recogieron caballos y armamento. Los villistas se dispersaron en fracciones de 30 o 40 individuos para despistar al gobierno y eludir el combate. El general Enríquez se dirigió a Satevó para combatir al núcleo más importante. El éxito parecía seguro, pues en número no llegaban a más de 300 a 400 sublevados.
La persecución se incrementó con contingentes de campesinos que voluntariamente se integraron a las fuerzas regionales y a los que se les impartió instrucción militar. Tras las constantes derrotas de los villistas, el balance que realizó el general Enríquez fue bastante halagüeño, declaró que habían sido arrojados a Durango y que la zona minera de Chihuahua operaba sin ningún contratiempo. Aseguró que el estado se encontraba en completo control, que solamente quedaba Chao con un muy reducido grupo de seguidores, y que muy pronto serían exterminados.
Ocaso
Para abril de 1924, la rebelión estaba prácticamente muerta en Chihuahua. Las operaciones militares más importantes contra los villistas se desarrollaron para entonces en Durango. En Chihuahua, las noticias ya no tenían como actores principales a los rebeldes de Canutillo, únicamente. A manera de rumor se llegó a mencionar que Adolfo de la Huerta intentaría por última vez, después de estar en Estados Unidos desde marzo, introducirse por ahí a territorio nacional. Asimismo, uno de los sucesos de mayor relevancia fue el escape del señor Mackenzie de manos de los villistas, realizado durante un encuentro que estos sostuvieron contra las fuerzas del general Marcelo Caraveo en Durango. Para finalizar abril, y como última embestida a los rebeldes, se nombró jefe de las operaciones en el norte al general José Gonzalo Escobar, quien daría la estocada final a los villistas.
Entre tanto, el general Chao no se rindió e intentó seguir adelante con el levantamiento. Para darle captura, las fuerzas de Caraveo y de José Gonzalo Escobar lo cercaron. Su derrota definitiva llegó a las tres de la tarde del día 25 de junio de 1924, cuando fue capturado por tropas del general Francisco R. Durazo en Parral. Se le formó un consejo de guerra y fue condenado a la pena capital. Fue fusilado el día 26 a las 5:00 de la mañana. Durante el interrogatorio afirmó que su motivo para tomar las armas fue el asesinato de Francisco Villa, de ahí que, a pesar de la rendición de sus compañeros, él decidiera mantenerse en pie de lucha hasta el final. Sus palabras ante el consejo sumario fueron: “No quiero solicitar clemencia porque comprendo que conforme a las leyes militares mi delito no tiene disculpa, y estoy, por tanto, dispuesto a soportar las consecuencias de mis actos.”
Con la ejecución de Chao pudo considerarse terminada la rebelión delahuertista en Chihuahua. El foco rebelde se extinguió junto con la vida de uno de los generales más importantes de la antigua división del norte.
Para culminar las rendiciones en aquella región, Hipólito Villa claudicó definitivamente en los primeros días del mes de octubre de 1924. Ya nada ganaba con seguir y, a pesar de que intentó imponer condiciones para el cese de hostilidades, no se encontraba en posición de poder negociar. Lo único que consiguió fue salvar su vida, aunque sin ningún bien material, pues desde febrero el procurador general de justicia, Eduardo Delhumeau, había informado sobre la incautación de bienes y propiedades de todos aquellos que participaron en la rebelión contra el gobierno de Álvaro Obregón.
Si bien la razón que llevó a Nicolás Fernández y demás villistas de Canutillo a combatir, fue, según sus propias declaraciones, vengar la muerte de Francisco Villa, muy probablemente decidieron secundar la rebelión –a pesar de que Obregón les había prometido garantías si permanecían en paz– porque vieron posibilidades de éxito y de poder mantener su posición. Otra interpretación puede ser que ante el inminente triunfo de Calles pensaran que con el nuevo presidente no obtendrían lo que habían conseguido con Obregón. Finalmente, la derrota militar les significó perder la posición económica que tenían, mientras que el general Chao encontró la muerte.
PARA SABER MÁS
- Castro, Pedro, Adolfo de la Huerta. La integridad como arma de la revolución, México, Ediciones Siglo XXI-UAM-I, 1998.
- José Valenzuela, Georgette Emilia, El relevo del caudillo. De cómo y porqué Calles fue candidato presidencial, México, Ediciones El Caballito-Universidad Iberoamericana, 1982.
- Martínez, Rafael, Sálvese el que pueda (los días de la rebelión delahuertista), México, El Gráfico, 1931.
- Rocha Islas, Martha Eva, Las Defensas sociales en Chihuahua, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia (colección divulgación), 1988.