La huella ecológica que todos dejamos

La huella ecológica que todos dejamos

Fernando Gual Sill
Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, UNAM
Cátedra “MVZ. José Figueroa Balvanera”
Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco
Revista BiCentenario #6
Dodo ejemplo de especie extinda desde 1693 en la isla Mauricio debido a la presencia de seres humanos.
Dodo ejemplo de especie extinda desde 1693 en la isla Mauricio debido a la presencia de seres humanos.

A punto de celebrar el Bicentenario del inicio de la guerra de Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana, el momento parece ideal para reflexionar qué queremos para el futuro de México y, más aún, si México tiene futuro, pues lo cierto es que sus recursos naturales (y los de nuestro planeta) están a punto de agotarse, lo que sin duda alguna tendría graves resultados para los habitantes de la tierra incluido el ser humano. Esto resulta alarmante, pero lo han probado quienes se dedican a la ecología, es decir, a la ciencia que estudia cómo el universo, nuestro planeta, el clima, la vegetación, los animales, las bacterias, los hombres y demás organismos estamos interconectados. Es una ciencia que nació como tal hacia 1966 (si bien existían trabajos previos), cuando el naturalista alemán Ernst Haeckel la llamó “ecología”, a partir de las palabras griegas oikos (hogar) y logos (estudio) o sea estudio de los hogares.

La ecología es pues un conocimiento importante, que ayuda a los humanos a entender cómo el uso de los recursos naturales afecta a otros organismos y puede ir del estudio de un individuo o un grupo de individuos hasta el de comunidades animales o vegetales, ecosistemas (sistema formado por seres vivos, su ambiente físico y su interacción), regiones y biosfera (espacio en el que se desarrolla la vida terrestre). Sin embargo, basta con estudiar una población pequeña de organismos, sólo una muestra reducida de ellos (como lo haríamos en un laboratorio), para poder inferir lo que sucede a nuestro alrededor.

México es una nación de historia milenaria y compleja, poseedora de una gran suma de recursos naturales y muy rica en lo que toca a diversidad biológica, pero en la que, como en otros sitios del mundo, ésta se va acabando, o más bien, nos la estamos acabando. Junto con Indonesia, la República Popular China, Colombia, Brasil, la República Popular del Congo, entre otros, se estima a nuestro país como uno de los diez países mega-diversos, es decir, que en su territorio tienen la mayor cantidad de plantas y animales del mundo. Se cree, incluso, que es el tercero en biodiversidad, ocupando el primer lugar en número de especies de reptiles (803), el tercero en especies de mamíferos (529), el cuarto en anfibios (351) y el onceavo en aves (1,282). Esto implica un gran deber para las generaciones futuras y, por supuesto, también para las de hoy.

Tal vez hayamos escuchado esto más de una vez, y no consideremos que tenga que ver con nosotros, la gente común y corriente. De seguro pensamos que ésos a los que llaman “ecologistas” o “conservacionistas” son los responsables de resolver el problema y salvar al mundo. ¿Por qué entonces preocuparnos si ya hay quien lo trabaja?

¿Quiénes son estos héroes de la naturaleza? A veces los vemos en algún noticiero tratando de salvar a una ballena encallada, o hablando de algún animal tan raro que tiene espinas en lugar de pelo, o grandes ojos, o garras y colmillos, y que parece salido de un libro o película de ciencia ficción, y sólo él entiende qué trata de hacer para salvarlo. Por lo general no los notamos o sabemos de ellos, pues se esfuerzan en el “campo”, lejos de la civilización, en algún proyecto que a pocos nos interesa, pues lo más seguro es que venda o impresione más una noticia de guerra o las correrías de los narcos o lo que sucedió en un país de cuyo nombre ni siquiera nos acordamos.

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