Daniela Bázquez Corral
BiCentenario #9
La victoria del 28 octubre de 1810 en el Monte de las Cruces constituyó un gran triunfo para las tropas de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende; no sólo por haber derrotado al ejército realista comandado por el general Torcuato Trujillo y mermado en su ánimo, sino por haber sido la batalla en un terreno estratégico para la conquista de la Ciudad de México. Paradójicamente, el triunfo se tradujo en una serie de diferencias entre los principales jefes insurgentes. Como es sabido, Allende y sus partidarios trataban de dar algún orden a sus improvisadas huestes, mediante una organización más precisa de sus integrantes, pero el cura Hidalgo discutía ese orden que reducía a mera retaguardia a las multitudes indígenas.
La primera fase de la guerra de Independencia fue muy difícil, violenta y afectó a todos los sectores sociales. La noticia de la derrota de Trujillo a una distancia tan próxima a la capital novohispana causó pánico entre sus habitantes. Los más acomodados temieron que las tropas revolucionarias repitieran los abusos y despojos cometidos contra los peninsulares en Guanajuato, por lo que resguardaron sus tesoros y sus alhajas en la Inquisición y algunos conventos. El virrey Francisco Javier Venegas reforzó la línea militar establecida en las calzadas de Bucareli y la Piedad, delegando su vigilancia al Regimiento Urbano del Comercio y al nuevo cuerpo de Patriotas Distinguidos de Fernando VII.
José Mariano Jiménez llevó un pliego al virrey, el 31 por la tarde, en el que Hidalgo, como capitán general de las fuerzas insurrectas, le instaba a llegar a un acuerdo. El rechazo de Venegas, sumado a la escasez de víveres y de armamento, lo llevó a tomar la resolución de alejar con sus hombres hacia el pueblo de San Jerónimo Aculco, a pesar de las objeciones de Allende. Sin embargo, al saber que el teniente general Félix María Calleja y Manuel de Flon, conde de la Cadena e intendente de Puebla, habían reunido sus fuerzas en Querétaro y se disponían a atacarlos, los jefes rebeldes acordaron que fingirían marcharse del posible sitio del encuentro para luego retroceder y atacarlos y así poder vencerlos. Calleja no lo permitió; la mañana del 7 de noviembre se ganó las palmas de Aculco, en poco más de una hora, mediante un nutrido fuego de artillería.
Las opiniones sobre los hechos de insurgentes y realistas fueron públicas desde el inicio del movimiento. Cada parte brindaba su apreciación de los mismos e inclusive pretendía atraer el favor de sus oyentes o lectores. La batalla de Aculco, acaso por haber sido la primera derrota de los insurrectos, generó gran interés. Aquí presentamos dos visiones opuestas: la del soldado Pedro García y la del médico Luis Montaña, las cuales revelan tanto la complejidad del proceso revolucionario como la idea que se iba formando de los sucesos en los distintos estratos sociales de la Nueva España.
García trabajaba como dependiente en la casa comercial de Ignacio Allende en San Miguel el Grande cuando se sumó a la insurrección. En marzo de 1811 fue aprehendido en Acatita de Bajón con los principales jefes insurgentes, pero él pudo recuperar la libertad y se estableció en Dolores, donde radicó el resto de sus días. Es conocido por sus Memorias sobre los primeros pasos de la Independencia, donde relata con gran con simpatía la etapa inicial del movimiento, desde el grito del 16 de septiembre (que le contaron) hasta la muerte de los caudillos en la villa de San Felipe el Real (hoy Chihuahua).
Luis Montaña era un médico distinguido, radicado en la ciudad de México, quien trascendió en el medio científico –a pesar de su condición e criollo y expósito–, por haber sido precursor de la reforma de la profesión médica en la Nueva España, por su investigación de las virtudes curativas de algunas plantas americanas y por su valiente y lúcido desempeño en varios brotes epidémicos, como la viruela de 1797 y las “fiebres misteriosas” de 1813. Su gusto por la literatura lo llevó a establecer una “academia de poesía y elocuencia” en su propia casa. Montaña advertía los problemas imperantes entre criollos y peninsulares así como el malestar general de la población, pero estaba totalmente en contra de que se renegara de la metrópoli y de la violencia que revelaba el conflicto.
Los escritos que enseguida mostramos –con la ortografía actualizada para facilitar la lectura– abordan la batalla de Aculco desde perspectivas contrarias. Son, primero, un fragmento de las Memorias de Pedro García, cuyo manuscrito no fue publicado sino hasta 1928 por el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología de México. Segundo, casi todo el folleto intitulado “Carácter político y marcial de los insurgentes de Luis Montaña”, impreso por la Oficina de D. Mariano Ontiveros en 1810 y que hoy se localiza en la biblioteca del Colegio Preparatorio de Xalapa, Veracruz, y en la Coleccón Lafragua de la Biblioteca Nacional de México.
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