El Tratado de Guadalupe Hidalgo y la protección a los mexicanos en EUA

El Tratado de Guadalupe Hidalgo y la protección a los mexicanos en EUA

Ana Rosa Suárez Argüello
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  39.

Los acuerdos de Paz de 1848, tras la invasión estadounidense, dejaron inermes a miles de mexicanos cuyas propiedades o vidas estaban establecidas en los territorios bajo nueva bandera. La diplomacia mexicana trató de defenderlos y dejares un estatus de ciudadanos que no fuera avasallado en sus derechos civiles, políticos y religiososo. El protocolo de Querétaro que buscaba ampararlos nunca fue aceptado por el gobierno de Washington.

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La noticia de la aprobación del Tratado de Guadalupe Hidalgo por el Congreso reunido en la ciudad de Querétaro llegó a la ciudad de México la noche del 29 de mayo de 1848, hace ya casi 170 años. Niceto de Zamacois describió la escena 20 años después:

varios cohetes de luces y tronidos de petardos, anunciaron a la capital de México la noticia de la ratificación del tratado de paz. La espaciosa Plaza de Armas se veía literalmente llena de oficiales norteamericanos que manifestaban gran regocijo y entusiasmo por los tratados. En uno de los balcones de palacio, ocupado por las autoridades de los Estados Unidos, apareció iluminado un cuadro en que se leía, Peace-Paz. Al dejarse ver esa inscripción, resonaron mil vivas que multiplicaron el entusiasmo y la alegría de los expresados oficiales. En aquel regocijo no tomaron parte los mexicanos; pues aunque comprendían la necesidad de haber ajustado la paz, no podían olvidar que, para alcanzarla, se habían desprendido de riquísimas y vastas provincias.

El proceso que llevaba a la paz entre México y Estados Unidos, iniciado más de un año antes, estaba por terminar. Faltaba, no obstante, dar algunos pasos para que así sucediera.

Las negociaciones

Negociar fue parte de la estrategia del presidente James K. Polk para ganar la guerra contra México, declarada por su gobierno en mayo de 1846. Así, a los diez meses de conocer la caída de Veracruz, nombró comisionado de paz a Nicholas P. Trist, oficial mayor del Departamento de Estado, quien había servido como cónsul en La Habana de 1834 a 1841 y por tanto hablaba español. Trist recibió sus instrucciones en abril de 1847. Debía adquirir los ya ocupados territorios de Nuevo México y Alta California y fijar el río Bravo como límite suroeste de Texas. Intentaría añadir Baja California y el “paso y tránsito” por el istmo de Tehuantepec, aun cuando esto no era indispensable. Podía ofrecer compensaciones de entre 15 y 30 millones de dólares, así como admitir las reclamaciones de los ciudadanos de Estados Unidos contra México hasta por un total de tres millones. Prometería garantizar por escrito los derechos y propiedades de los mexicanos que permanecieran en los territorios adquiridos.

Poco después de su arribo a nuestro país y antes de que el ejército invasor llegara a la capital, Trist celebró negociaciones gracias a la mediación de los ingleses que fueron un fracaso. Pese a las derrotas y la amenaza sobre la ciudad de México, los hasta entonces vencidos accedían a lo más a renunciar a Texas, pero con el río Nueces como límite, y a una pequeña parte de Alta California; exigían que Washington pagara las reclamaciones de sus ciudadanos y los daños causados por sus tropas y que, en las áreas cedidas, reconociera las adjudicaciones de tierras y protegiese a la Iglesia católica. Se negaban así a admitir los términos que, según el enemigo, reflejaban su desesperanzada situación militar.

Trist suspendió las conversaciones y dejó el camino libre a los soldados. Al saberlo, Polk, quien ante los triunfos militares pensaba ya adquirir más y pagar menos, le llamó de vuelta a Washington. Trist recibió la orden en noviembre de 1847, cuando al fin parecía posible un acuerdo de paz, pues el partido moderado ocupaba el gobierno formado en Querétaro, y se percató que, de irse, los partidarios de la guerra tomarían el poder. Por otra parte, el conflicto le parecía injusto; temía que su alargamiento causara la anexión de todo México a Estados Unidos y, a la postre, una ruptura en este. Aun cuando opinaba que algún día México elegiría sumarse a la república del norte, creía que antes era preciso que se recobrara y educase en la democracia; necesitaba paz, la cual no se lograría si la facción belicosa tomaba el mando.

Fue así que decidió desobedecer y seguir las discusiones hasta el final. El 2 de enero de 1848 comenzó a reunirse con Miguel Atristáin, Bernardo Couto y Luis G. Cuevas nombrados comisionados por parte de México por el general Pedro María Anaya, a quien el Congreso había designado presidente a la renuncia del general Antonio López de Santa Anna. Polk se indignaría al enterarse de la desobediencia de su comisionado; habló entonces de cesarlo, pero se lo impidieron la posibilidad de que Trist ya hubiera suscrito un acuerdo razonable y el miedo a la reacción de sus opositores en el Congreso. Por lo demás, Trist había seguido sus instrucciones. Pudo exigir más, pero comprendió que hacerlo equivalía a suspender las pláticas. Negoció varias semanas; por fin, a las seis de la tarde del jueves 2 de febrero de 1848, firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Esa misma noche pidió al corresponsal del Delta de Nueva Orleáns que lo llevara a Washington.

El tratado

Constó de 23 artículos, además de uno secreto, y norma aún parcialmente las relaciones México-Estados Unidos. Abordaremos tres: el 8º, 9º y 10º, los cuales evidencian la reflexión que se venía haciendo en México sobre las garantías individuales y que, sin duda, sería compartida por los constituyentes del ‘57, quienes les dedicaron un capítulo entero.

Reinaba gran preocupación por lo que Cuevas llamaba “la suerte futura de los habitantes de Nuevo México y de la Alta California”. Si bien era de suponerse que la Constitución y las leyes de Estados Unidos protegerían sus derechos, se quisieron obtener garantías para ellos. El artículo 8º normó que los mexicanos vecinos de los territorios que cambiaban de manos pudieran permanecer en ellos o mudarse a México cuando quisieran, se aseguró el respeto inviolable de sus bienes, que podrían vender, trasladar o retener, generación tras generación. Quienes se quedaran habrían de elegir antes de un año entre la ciudadanía estadunidense y la mexicana. Aquellos que no lo hicieran tendrían la primera.

El artículo 9º confirmó a estos mexicanos el goce de su libertad, propiedades y derechos civiles, como se los otorgaban las leyes mexicanas e iguales a los estadunidenses. Se amparó la práctica religiosa y el uso de sus bienes a clérigos, comunidades y corporaciones eclesiásticas y otro las relaciones entre los católicos y las jerarquías en México, mientras no se trazaran nuevos distritos según las leyes de la Iglesia católica romana.

El artículo 10º ratificó la validez de las concesiones de tierra hechas por las autoridades mexicanas en Texas, Nuevo México y California. Quienes tuvieran la posesión, pero no hubiesen cumplido los requisitos, habrían de hacerlo en un plazo fijo; de no hacerlo la perderían. Los comisionados mexicanos pretendían que los propietarios pudieran completar la legalización de sus títulos, demorada por los cambios políticos y la lentitud de la burocracia. Se resaltaba el caso de Texas, donde desde su independencia se habían acumulado las quejas de reclamantes mexicanos desposeídos por estadunidenses.

El Tratado de Guadalupe Hidalgo dio fin a la guerra, pero ha contribuido a las fricciones y disparidad en las relaciones entre ambos países. Para México, que trató de salvar lo más posible a través de sus diplomáticos, probó su condición rezagada. A Estados Unidos le facilitó el despegue como potencia americana; ganó un territorio gigantesco y rico en recursos, amplió su litoral en el océano Pacífico tanto como su ambición y tuvo además la certeza de su Destino Manifiesto. De cualquier forma, apenas comenzaba el proceso para que el tratado entrara en vigor. Faltaban tres pasos: la aprobación de los respectivos Congresos, las ratificaciones presidenciales y el canje de estas.

La paz en Estados Unidos

La oportunidad y la tentación de tomar más territorio eran mayores que nunca cuando el Tratado de Guadalupe Hidalgo llegó a Washington. El gobierno de Polk podía exigir que la paz reflejara los triunfos militares así como el costo humano y material. En su último mensaje anual había dejado las posibilidades abiertas y cuando revisó el acuerdo con el gabinete, admitió que él habría pedido más, tal vez llegar a la Sierra Madre. Lo indignaban los términos fijados por Trist y pudo vetarlos; pero tuvo que ser prudente ante la creciente división en su propio partido y, peor aún, dentro del país. Temía que su gobierno perdiera apoyo por la actitud de sus enemigos en el Congreso, que lo culpaban de la guerra. Había además presiones financieras. Los demócratas recelaban de que el gasto bélico creciente llevara a restaurar los aranceles altos. Los círculos comerciales se sentían inquietos por el déficit administrativo y la posibilidad de otro préstamo bélico. Polk también quería aumentar las oportunidades de su partido en la próxima elección presidencial. Por lo demás, el país se hallaba cansado de la guerra; tres días después de la llegada del tratado, su contenido se filtró a la prensa y la reacción colectiva fue de alivio.

Estas consideraciones, junto con el riesgo de agregar a su país una población numerosa y extraña si se reanudaba la guerra, decidieron al ejecutivo a someter al tratado al Senado, aunque invitándolo a eliminar el artículo 10º. El 28 de febrero, 34 senadores demócratas y 11 whigs comenzaron a discutir, hacer y rechazar propuestas. Al final, el documento recibió siete enmiendas, algunas mayores que otras. Para el tema aquí abordado, hay que destacar la del artículo 9º, cuyo texto se remplazó con otro más vago y general. Se sacrificaron los derechos políticos y civiles de los mexicanos que permanecieran en Estados Unidos; ni ellos recibirían la ciudadanía ni los nuevos territorios serían estados sino “en tiempo oportuno” y a juicio del Congreso. Se borraron los párrafos sobre privilegios clericales y nada más se aseguró el libre ejercicio de la religión; se vetó la protección especial a una iglesia –lo cual era anticonstitucional– y rompieron los lazos con la jerarquía eclesiástica en México. Asimismo, el Senado aceptó la recomendación de eliminar el artículo 10º. Se juzgó que podía resucitar reclamaciones en Texas, ya nulas, así como dar pie a litigios largos e injustos. Era también ofensivo para la soberanía de este estado y se presumía la existencia de permisos ilegales en Alta California y Nuevo México.

El Tratado de Guadalupe Hidalgo recibió la aprobación del Senado el 10 de marzo, por 38 votos contra 14. Polk lo ratificó el 16. Las noticias se propagaron con rapidez; era el arreglo más aceptable para la mayoría estadunidense, pues se obtenían comarcas grandes, ricas y, mejor aún, poco pobladas.

Aprobación y ratificación

Como había la posibilidad de que, por las enmiendas, México objetara al tratado, Polk decidió enviar a dos comisionados: el senador Ambrose H. Sevier, presidente del comité de Relaciones Exteriores del Senado, y su Procurador General, Nathan Clifford. Le alarmaba un rechazo, pues alargar el conflicto pondría en su contra a la opinión pública. Sus instrucciones fueron no alterar la última versión del tratado y no negociar otro. Debían hacer ver a los mexicanos las ventajas de restaurar pronto la paz, en condiciones tan favorables, y recalcar que si la guerra se renovaba, Estados Unidos tendría que adueñarse, sin pago inmediato, de un gran territorio para cubrir los gastos de guerra.

En cuanto llegaron, Clifford y Sevier se pusieron a las órdenes del secretario de Relaciones; dijeron estar autorizados para el canje de ratificaciones y listos para hacer aclaraciones. Luis de la Rosa acusó recibo, pero les pidió que aguardaran a la reunión y resolución de las cámaras para viajar a Querétaro. Pero no hubo quorum sino hasta el 3 de mayo; había sido preciso celebrar elecciones, pero además reunir fondos para pagar los viáticos de los legisladores. El presidente interino Manuel de la Peña y Peña –quien había sucedido al general Anaya a principios de año– abrió las sesiones el 7, con un discurso elocuente donde enunció las razones para apoyar la paz; en el mismo sentido respondió Francisco Elorriaga, presidente del Congreso. El 9 De la Rosa explicó el contenido y advirtió que, si la guerra continuaba, los males serían terribles. Se oyó, además, al general Pedro María Anaya, ministro de Guerra, quien describió la situación militar y la dificultad de reanudar las hostilidades, tanto como a los comisionados mexicanos, que insistieron en que la derrota se decidió en el campo de batalla, no en la mesa de discusión. Concedían que el tratado era “una gran desgracia”, aun cuando impedía la prosecución de la guerra y mayores pérdidas.

Los hechos apoyaban la postura del gobierno. La situación financiera era desesperada. En el terreno militar, se acababan de perder Chihuahua y las costas del mar de Cortés. De modo que la mayoría de los congresistas optó por el mal menor: aceptar el tratado significaba salvar el ser político de México, impugnarlo reanudaría las batallas, demoraría la paz interna y causaría un mayor sacrificio territorial. Los comités de Relaciones Exteriores dictaminaron a favor; luego de un fuerte debate en el pleno de cada Cámara, la baja votó a favor el 19 de mayo (51-35) y la alta el 25 (33-4).

Protocolo de Querétaro

Los comisionados llegaron a Querétaro el mismo 25 por la tarde. De la Peña los recibió a la mañana siguiente ante el gabinete así como funcionarios civiles y militares. Ambas partes expresaron el deseo de establecer relaciones amistosas. Seguían la ratificación presidencial y luego su canje con la estadunidense, pero se tardaron cinco días, pasados en recepciones y conferencias. Una de suma importancia fue cuando De la Rosa, Cuevas y Couto pidieron una aclaración de las enmiendas. Como los comisionados respondieron que no alteraban en lo más mínimo la esencia del arreglo, el primero les pidió que lo pusieran por escrito; no les quedó más remedio que hacerlo, pese a sus órdenes de evitar notas escritas en lo posible.

Fue el origen del llamado Protocolo de Querétaro, que establecía que, al modificar el artículo 9º, el Senado de Estados Unidos no pretendió cancelar nada de lo pactado en favor de los habitantes de territorios cedidos por México, quienes gozarían de sus garantías civiles, políticas y religiosas. Sobre la supresión del artículo 10º, se esclareció que no había el intento de anular las concesiones de tierra hechas por México y sus poseedores podrían defender sus títulos legítimos en los tribunales. Así, según el protocolo, Estados Unidos se obligaba a respetar los derechos y patrimonio de los mexicanos en las provincias anexadas.

Conforme con esta explicación, De la Rosa se obligó a proceder a la firma del Tratado y el canje de ratificaciones después de que los comisionados y él firmaran el protocolo. De tal modo les arrancó un compromiso tan importante que lo presentó a las Cámaras, que expresaron su agrado unánimemente, y lo publicó en la prensa. Los estadunidenses, empero, apenas lo mencionaron en su despacho al Departamento de Estado.

La firma de presidencial y el canje de ratificaciones tuvieron lugar el 30 de mayo. El mismo día, el general José Joaquín de Herrera fue electo presidente constitucional de México. Tomó posesión el 3 de junio. Él y su gabinete se trasladaron al pueblo de Mixcoac, en las afueras de la capital, donde aguardaron la salida del ejército invasor.

Las noticias llegaron a Washington el 22, mientras el tratado ratificado por México arribó el 4 de julio. Polk tenía lista desde antes la proclamación de la paz, pero quiso firmarla en el aniversario de la independencia de su país. Dos días después presentó el tratado al Congreso, junto con los documentos que ilustraban las diversas negociaciones, sin incluir el Protocolo de Querétaro. La suerte de los mexicanos que permanecieron en Estados Unidos quedó en sus manos y las de los diplomáticos mexicanos, quienes tratarían de defenderla con empeño. Sobra decir que no les fue muy bien, pero esa es otra historia.

PARA SABER MÁS

  • “Tratado de Guadalupe Hidalgo. Tratado de paz, amistad y límites entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América”, https://goo.gl/XtY81G
  • Vázquez, Josefina Zoraida, “El Tratado de Guadalupe Hidalgo”, Revista de la Universidad de México, 1999, https://goo.gl/cmgbdE
  • “Tratados de Guadalupe Hidalgo”, https://goo.gl/1HdLXM