Mario Virgilio Santiago Jiménez
Instituto Mora / FFyL, UNAM
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 28.
Gobernar no es lo mismo que estar en la oposición política. Esto lo ha sabido el Partido Acción Nacional que desde su creación en 1939 se ha ido transformando en una lucha permanente por mantener su esencia.
Fundación del Comité de Acción Nacional de Tlalpan, al centro Clicerio Cardoso Eguiliz, 1 de febrero de 1942. (CEDISPAN).
El Partido Acción Nacional (PAN) nació como oposición al régimen de partido único. Durante décadas mantuvo un discurso coherente con su principal demanda de democratizar la política nacional. Sin embargo, a partir de los años ochenta comenzó una rápida transformación tanto en el perfil de su militancia como en los principios, apuntando hacia un pragmatismo que le permitiría, algunos años después, acceder a puestos de representación. En este último tramo, los panistas más tradicionales se convirtieron en estatuas y bustos de bronce, dejando el paso a las nuevas generaciones que gozaron las mieles del poder político, desde la primera gubernatura ganada en 1989 hasta el triunfo electoral de Vicente Fox en el 2000. Luego vendrían doce años de presidencia blanquiazul, en los que quedó claro que el partido no podía olvidar su origen.
Entre 1920 y 1940, cuando la polvareda y el humo de la revolución comenzaron a disiparse, cobró forma una amplia y heterogénea tendencia política cuya característica principal fue su oposición a lo que consideraba el proyecto de la revolución pues atentaba contra sus intereses o contra su idea de nación. Este rechazo incluía necesariamente a la Constitución promulgada en febrero de 1917 que sintetizaba el ideario revolucionario y generaba un marco jurídico que empoderaba al Estado posrevolucionario.
Muy pronto estos opositores engrosaron las filas de la llamada reacción, nombre con el que eran señalados aquellos que precisamente reaccionaban contra la revolución, sin importar que en algún momento hubieran formado parte de la misma. En otras palabras, si no se estaba en la facción revolucionaria correcta o triunfadora, era muy probable que se terminara fusilado, exiliado o en compañía de otros reaccionarios.
En todo caso los distintos sectores sociales, individuos o grupos que conformaban la franja reaccionaria se manifestaron de formas muy diversas. Por ejemplo, en 1929 los empresarios de Monterrey –furibundos críticos de la revolución– fundaron la Coparmex, organismo que tenía por objetivo defender a los patrones de la creciente intromisión del Estado en favor de los trabajadores. En ese mismo año, concluyó la rebelión cristera, otro ejemplo que se desarrolló en el Bajío desde 1926, aglutinando a clases medias, campesinos, sacerdotes y jerarcas católicos contra la aplicación de los artículos anticlericales de la Constitución. También los estudiantes universitarios se movilizaron en 1929, pero en torno a la candidatura de José Vasconcelos bajo la consigna de democratizar el proceso revolucionario y luego a mediados de los años treinta en defensa de la autonomía y la libertad de cátedra frente a la llamada educación socialista.
La lucha del Estado posrevolucionario por convertirse en la fuerza política hegemónica llegó a su clímax en el sexenio del general Lázaro Cárdenas (1934-1940), por lo que también fue el momento de mayor efervescencia entre los opositores quienes respondieron al llamado para crear un nuevo partido político.
La convocatoria fue hecha por Manuel Gómez Morin quien nació el 27 de febrero de 1897 en Batopilas, un pequeño pueblo en la sierra de Chihuahua. Su padre, un español oriundo de Santander, falleció muy pronto, por lo que en compañía de su madre, Manuel comenzó un largo peregrinaje por distintas poblaciones y ciudades hasta 1913 cuando se establecieron en la capital del país. Cabe destacar que hasta ese momento su educación había sido profundamente católica, así que la entrada a la Escuela Nacional Preparatoria (ENP), institución claramente liberal y positivista, no fue del todo fácil. Pero el ambiente fuera del recinto educativo tampoco era sencillo: el nuevo presidente era el general Victoriano Huerta quien llegó al cargo luego de encabezar un golpe de Estado que incluyó varios días de combate en las calles del centro de la ciudad de México, así como el derrocamiento y asesinatos del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez. Por si no fuera suficiente, los zapatistas seguían amenazando el sur del Distrito Federal, mientras que en el norte del país, el gobernador de Coahuila encabezaba un ejército para derrocar a Huerta. Difícilmente se podría ignorar ese escenario. La revolución y su futuro eran temas comunes en los pasillos y aulas de la ENP. Así continuó Manuel su formación en compañía de otros jóvenes como Daniel Cosío Villegas y Vicente Lombardo Toledano; con este último compartía a Antonio Caso como mentor. Alumno destacado, desde los 17 años el joven Gómez Morin ya era profesor en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y ejercía la profesión de abogado, título que obtuvo en 1921.
Su carrera fue en ascenso y entre 1925 y 1929 formó parte del Consejo de Administración del Banco de México, erigiéndose como uno de los personajes importantes en la reconstrucción financiera del país durante los siguientes años. Paradójicamente, en ese mismo periodo, específicamente en 1927, representó legalmente a la embajada soviética.
Todo esto, sin embargo, no lo alejó de las aulas y la vida universitaria, uno de sus espacios preferidos. De hecho, en 1933, fue nombrado rector de la Universidad Nacional que para entonces ya había obtenido la autonomía, aunque renunció un año después para regresar al ámbito profesional jurídico y financiero, camino que lo llevó a representar los intereses del grupo empresarial más importante de la época y cuyo asiento estaba en la ciudad de Monterrey, donde diseñó el proyecto legal del primer holding en México.