El nuevo muralismo de Manuel Felguérez

El nuevo muralismo de Manuel Felguérez

Ángel González Amozurrutia.

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 52.

El artista, fallecido en 2020, fue uno de los primeros en romper con el muralismo posrevolucionario de Rivera, Orozco y Siqueiros. Construyó una obra personal de arte abstracto que lo ha hecho referente en el mundo. Abordamos aquí uno de los rasgos más importantes y distintivos de sus trabajos: el uso de materiales orgánicos e industriales que lo dieron a conocer en la década de 1960.

Para mi hijo Ángel Augusto “Guty”.

Conchas de ostión, abulón, madreperla y alambrón sobre cemento armado, 500 × 800 cm. Colección MUAC (DIGAV, UNAM). Donación Ángel y Mario Sánchez y Gas, 2016.

Escultor, miembro de la “Generación de la Ruptura” y referente internacional del arte abstracto, Manuel Felguérez Barra (1928-2020), de quien comentaremos aquí algunos aspectos destacados de su obra, adquirió los rasgos significativos de su formación en París, en la década de 1950, ciudad a la que llegó a los 22 años de edad. Estudió civilización francesa en La Sorbona, en donde frecuentó el taller de Ossip Zadkine –que entonces esculpía madera y más tarde figuras cubistas–, a quien consideraba su maestro.

Permaneció allá dos años y regresó a México en 1955 –haría varios viajes–, año en el que obtendría, en la Casa de México, donde trabajaba, un premio de escultura al participar en una exposición-concurso. Por esa época, la influencia de Pablo Picasso y las formas geométricas de Paul Klee marcaban tendencia en el arte internacional.

Para comprender la trascendencia de la obra mural de Felguérez, debemos tener en cuenta el contexto, muy presente aún en los años cincuenta, de la cruzada cultural posrevolucionaria ideada por José Vasconcelos tres décadas atrás, como secretario de Educación Pública, cuando invitó a los tres grandes artistas plásticos de ese momento –Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros– a pintar los muros de varios edificios públicos. La idea del muralismo era plasmar los valores triunfantes de la revolución, sacar el arte de la elite de las galerías y difundir entre el pueblo el discurso nacionalista. Es justamente en Palacio Nacional, símbolo de la historia del poder, donde Diego Rivera pintó la obra “Epopeya del pueblo mexicano”, mural emblemático que respondía a las pretensiones artísticas y propagandísticas del Estado posrevolucionario. Al respecto, el doctor Enrique Florescano Mayet señala, en un libro publicado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público:

El mérito del relato pintado de los frescos de Rivera, Orozco o Siqueiros no radica en una nueva interpretación del pasado o de la historia, sino de haberle dado cabida física a los campesinos, obreros y grupos populares hasta entonces ignorados por la historiografía tradicional, sus pinturas son la primera afirmación plástica del carácter multiétnico de la sociedad mexicana en el siglo xx. La irrupción masiva de los morenos rostros campesinos, de las desafiantes actitudes de los obreros, de la corte de los milagros que habitan los bajos fondos citadinos mezclados con los burócratas, intelectuales, militares, sacerdotes, hacendados, empresarios, miembros de la farándula, profesionistas y políticos de las capas medias y altas del espectro social, produjo la extraña sensación de que por primera vez la sociedad entera, con sus abismales contrastes, aparecía representada en los anales mexicanos. Por primea vez los innumerables rostros de la ciudad, el campo y las aldeas más remotas aparecían retratados en el lienzo histórico, formando parte de la entidad llamada México, unidos por un devenir compartido.

Este nacionalismo exacerbado, representado en los postulados estéticos de la Escuela Mexicana de Pintura fue agobiante, toda vez que la política cultural del Estado fomentó por décadas que se forjara, a través de diversas expresiones, una visión revolucionaria y popular, casi de manera absoluta. Sin embargo, debemos considerar que después de haber concluido la segunda guerra mundial e iniciado la reconstrucción en el mundo, grandes artistas que encontraron refugio en México ante la persecución del estalinismo y el nazismo –Vlady y su padre Víctor Serge, Remedios Varo y Leonora Carrington– tendrían un papel relevante en el arte nacional al aportar nuevas concepciones e ideas al ambiente pictórico del momento.

En 1952, Vlady, Alberto Gironella y Enrique Echeverría fundaron la Galería Prisse, que se considera el primer bastión de la ruptura con el nacionalismo cultural, justamente porque no existía cabida en los museos para los nuevos artistas, incluyendo, entre otros, a José Luis Cuevas, que expondría por primera vez en esa galería capitalina. Otros artistas seguirían pintando, experimentando y rebelándose contra la temeraria frase de David Alfaro Siqueiros: “no hay más ruta que la nuestra”, anatemizando que todo arte existe sólo si tiene un carácter revolucionario y nacionalista.

En ese ambiente de confrontación artística, Manuel Felguérez regresó a México y, en 1957, se integró a las carreras de Arte y Diseño de la Universidad Iberoamericana −para dar clases− y de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1968 participó en la exposición Nueve Pintores Mexicanos, en la Galería Juan Martín, en donde Juan García Ponce seleccionó a la vanguardia del momento y cada autor le regaló un cuadro, de los cuales hace una crítica de arte. La exposición sentaría los cimientos del arte moderno mexicano.

Obra mural

Manuel Felguérez durante una visita del equipo del MUAC, 2019. Fotografía. ©MUAC (DIGAV, UNAM)

Es muy importante señalar que Felguérez participó en un nuevo muralismo, donde no se exaltan la representación épica de personajes y las gestas revolucionarias en un determinado periodo histórico; tampoco hace una alabanza a un discurso político, el cual dominó el muralismo por décadas, tanto en México como en Estados Unidos. En la obra del artista zacatecano se verá una nueva expresión, un nuevo discurso estético. García Ponce comentaría al respecto:

La facilidad con que Felguérez ha pasado en sus obras de la escultura a la pintura demuestra que en realidad nunca ha establecido una diferencia entre los valores que los dos medios buscan expresar. Así resulta natural que en sus murales haya buscado una unión de los dos, intentado agregar a la superficie plana el volumen y derivando finalmente al relieve. En este sentido, los murales de Felguérez contienen soluciones que, por su adecuación al plano, por el sentido de las formas, corresponden a la pintura, pero que están realizadas con materiales escultóricos, se sirven del volumen por encima del color. Sin embargo, los elementos empleados en su realización permiten suponer que el hallazgo que ha hecho posible su creación viene de mucho más atrás.

Uno de los rasgos más importantes y distintivos de los murales de Felguérez fue el uso de materiales orgánicos e industriales que, para la época, resultaron innovadores. Y una muestra de ello fue el “Mural de hierro”, realizado en 1961 en el cine Diana, en Paseo de la Reforma, con base en materiales industriales de desecho. Recuerdo que, a pesar de haberlo visto de niño sin saber siquiera a quien pertenecía, me dejó una fuerte impronta. Organizada la chatarra con una impecable orden, testimonia la memoria de la ciudad de México. Se trata de una composición continua de formas abigarradas de acero, en la que, a diferencia del muralismo tradicional, los elementos abstractos serán determinantes y la figura geométrica marcará la narrativa temática. Evidentemente es una nueva concepción del muralismo, diferente de los personajes o momentos históricos de antaño.

El mural suscita grandes polémicas. García Ponce señalaría su carácter disruptivo: “Se inaugura con un happening dirigido por Alejandro Jodorowsky al que asisten más de 1 000 personas. Esta obra desde un principio ha sufrido una serie de atentados por parte de la compañía oficial que regentea el cine, que va desde la destrucción de su ambiente original hasta utilizarlo para colgar carteles o anuncios.”

Canto al océano (fragmento), 1963, Colección MUAC (DIGAV, UNAM) e intervenciones escultóricas en la exposición Manuel Felguérez. Trayectorias en el MUAC, 2019-2020. Fotografía: Javier Hinojosa. © MUAC (DIGAV, UNAM).

En 1963 realizó el mural “Canto al océano”, construido con conchas de ostión, abulón y madreperla en 500 metros cuadrados frente a una alberca popular del Deportivo Bahía, que se encontraba en la avenida Ignacio Zaragoza rumbo a la salida a Puebla. Fue de los primeros murales que utilizaron materiales orgánicos, además de que completaban al entorno. Recuerdo que de niño acudía a ese lugar y era conmovedor ver integrado el mural al espacio, los rayos de sol y las ondulaciones le brindaban en sus reflejos una luminosidad única. García Ponce escribió: “Esta obra se inaugura con un gran espectáculo, basado en el canto del océano de Lautréamont en el que participan 100 actores y bailarines, lo dirige Alejandro y asisten más de 3 000 personas.”

Estos ejemplos nos brindan la importancia que tiene la obra de Manuel Felguérez en el arte y en la memoria de la ciudad de México.

Por fortuna ambos murales fueron rescatados y restaurados años después y han formado parte de diversas exposiciones del Museo de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM; la última de ellas, Trayectoria de Manuel Felguérez, fue inaugurada por él mismo en febrero de 2020, cuatro meses antes de fallecer por Covid-19. El maestro Felguérez donó su archivo a la UNAM, el cual será fuente documental de suma importancia para el estudio de su obra.

PARA SABER MÁS

  • FELGUÉREZ, MANUEL, Manuel Felguérez, México, Equilibrista, 1992.
  • GARCÍA PONCE, JUAN, Felguérez, México, Dirección General de Publicaciones-UNAM, 1976.
  • Exposición Trayectorias de Manuel Felguérez, en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México, en https://cutt.ly/xj1KdfO

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