La historia del ballet en México está aún en construcción, en busca de interesados en descubrirla y de plumas para registrarla. Y es que pese a lo avanzado, aún se sabe poco al respecto. Podemos situar su inicio en nuestro país en el último cuarto del siglo XVIII, cuando por iniciativa de José de Gálvez se formó una compañía de ballet en la corte virreinal, con lo cual seguía el ejemplo de sus iguales italianas, donde el balleto se practicaba en los festines desde el siglo XV y de la corte francesa que profesionalizó el ballet como disciplina y codificó sus pasos. Ya en el México independiente llegaron a nuestro país el francés Andrés Pautret y su esposa, la española María Rubio, quienes hacia 1825 fundaron una compañía de danza en el Teatro Provisional, que se mantuvo por décadas y presentó obras del repertorio internacional y nacional –como Alusión al grito de Dolores. Abrieron una escuela gratuita, La Escoleta, donde enseñaron a varias generaciones y de la que saldrían figuras como Aurora y Joaquina Pautret, Antonio y Ángel Castañeda, Soledad Sevilla y la famosa María de Jesús Moctezuma, de quien un periódico diría después: “En el arte del baile, Chucha es la más adelantada, la más inteligente de todas las que se han dedicado a este ramo en México; y en cuanto a su figura, es una de las más hermosas y simpáticas que han pisado las tablas”.
El ballet y las distintas formas de la danza tuvieron un papel relevante en la vida social y ar- tística del país. Los principales teatros capitalinos ofrecían temporadas regulares de sus cuerpos de bailarines. Eran éstos figuras públicas, cuya vida seguía el público, de allí que se comprenda el apoyo que muchos tuvieron al negarse a bailar ante los invasores estadunidenses en 1847. Por otro lado, un buen número de ellos alternaría con compañías extranjeras, como la Monplaisir, que visitó México en 1849 y en sus presentaciones recurrió a mexicanos; las salas se llenaron y tanto los asistentes como la prensa aplaudieron la destreza mostrada por el conjunto franco-mexicano. Años después, el emperador Maximiliano quiso formar una gran compañía de ballet y envió agentes a Viena, París y Nueva York para constituirla, contratando por ejemplo a la gran Anneta Galletti como primera bailarina del Teatro Imperial.
El ballet atravesó por un periodo de crisis en todo el mundo hacia el último tercio del siglo XIX y México no fue la excepción. Contribuyeron el fin del romanticismo y, ya en el Porfiriato, la falta de instituciones para preparar a nuevos bailarines y la fuerza que adquirieron la ópera y la zarzuela en el gusto del público. Hubo con todo momentos importantes, resultado de las presentaciones de algunas compañías italianas, como la del maestro Giovanni Lepri hacia 1880, quien enseñaría en nuestro país hasta 1892. Gracias a la paz porfiriana, el ballet no desapareció del todo.
En plena Revolución mexicana, se fundó la Dirección general de Bellas Artes en la Secretaría de Educación Pública, abocada a incorporar danza y bailes regionales a la educación escolarizada. Esta dirección pasó en 1917 a la Universidad Nacional, donde conservó los objetivos de fomento y divulgación del arte nacional. El ballet no llegó a participar de este proyecto cultural sino hasta 1932, cuando por iniciativa de Narciso Bassols y José Gorostiza, defensor de la profesionalización del arte, se fundó la Escuela de Danza de México, dirigida primero por Carlos Mérida, quien fue sucedido por Nellie Campobello de 1937 a 1984.
Los bailarines así profesionalizados –como Amalia Hernández, Josefina Lavalle, Ana Mérida, Guillermina Bravo, entre otros– se verían posteriormente influidos por artistas extranjeros como Waldeen y Anna Sokolow y por movimientos internacionales modernos. Proliferaron las compañías y grupos dancísticos, que experimentaron en sus movimientos y tendencias existentes, pero siempre en pos de una expresión dancística propia. Se instauraron instituciones como la Academia de la Danza Mexicana para fomentar la danza moderna y nacional, en la que si bien no faltaron desacuerdos sí se coincidió en el rechazo del ballet clásico. Éste, sin embargo, no se dejó de enseñar. Gloria Contreras formaría en 1970 el Taller Coreográfico de la UNAM, con abstracciones de la danza clásica tradicional, y en 1977 se instituyó la Compañía Nacional de Danza, cuyo repertorio incluyó obras modernas y contemporáneas, pero que es la máxima representante del ballet en México hasta la actualidad.