En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 12.
Desde su nacimiento como país independiente, múltiples historias se han entretejido para delinear los contornos físicos y sociales de un México que día con día sigue construyéndose. Su ayer y su hoy están marcados por procesos y actores diversos que Bicentenario se ha propuesto recuperar a partir de situaciones y escenarios concretos, por lo que cada número intenta emprender una aventura distinta, aun cuando los destinos espaciales y temporales sean los mismos y los personajes se repitan.
En esta ocasión iniciamos el camino de la mano de insurgentes cuyo color quebrado provenía de la mezcla de ancestros africanos, indígenas y españoles. Vistos a la distancia y sin importar si lucharon por la independencia o se opusieron a la misma, queda claro el papel subalterno que jugaron dentro de la sociedad de la época y se intuye que atrás del mismo existían condicionantes que iban más allá de la cuestión económica y su estatus social.
El telón de fondo era una discriminación que abierta o encubiertamente logró subsistir a lo largo del tiempo y “La Casa del Estudiante Indígena” lo pone de manifiesto al mostrarnos cómo se concebía y trataba al indígena en las décadas de 1920 y 1930. Pero además de la discriminación racial y étnica, hay otras formas de segregación que deben y pueden combatirse para construir un mejor mañana; las experiencias que sirven de base a la propuesta “Formar lectores: una labor cotidiana” lo indican e invitan a que todos pongamos una grano de arena para que en el futuro de México no tenga cabida el analfabetismo y la lectura se convierta en un hábito placentero.
Otra de las líneas que abre el número 12 de Bicentenario nos conduce por los rumbos de la historia política: desde los artilugios diplomáticos desplegados en los primeros años de vida independiente para conseguir el reconocimiento internacional de la soberanía mexicana, así fuese a costa de Cuba, hasta la Convención del Partido Antirreeleccionista que tuvo lugar en abril de 1910 en el Távoli de la ciudad de México, pasando por una batalla que Antonio López de Santa Anna podría haber perdido de manera intencional en 1847 y el encuentro ficticio de una alumna que desde la actualidad grita “¡Muera el mal gobierno!, a una mujer que fue testigo presencial del cautiverio de Miguel Hidalgo, son muestras excelentes de la diversidad de aristas que nutren los referentes políticos del México actual.
Hurgar en la cotidianidad de quienes en distintos momentos y circunstancias han formado parte de esa complicada madeja que conocemos como historia nacional es otra vertiente de este número de Bicentenario. Con el apoyo de testimonios orales, escritos y visuales es fácil dejar volar la imaginación para saber qué pasaba en la Plaza Mayor de la ciudad de México en el siglo XVIII, cómo se celebró el Centenario de la Independencia en un barrio de la misma ciudad o cómo transcurría la vida en Mixcoac durante la década de 1920.
Las minucias y los grandes acontecimientos que detallan la entrevista y los dos artículos dedicados a tales temas permiten identificar formas de apropiación, uso y transformación del espacio urbano. Sea que nos acerquemos a las cercanías de la casa que habitó el abuelo porfiriano de Octavio Paz en un entorno con aroma a campo, tan distinto del que hoy priva alrededor de la plaza que alberga al Instituto Mora. O que demos fe de la mejoras materiales que los vecinos de la municipalidad de San Ángel realizaron para conmemorar los cien años de Independencia; o bien, que recurramos a un A?leo sobre tela para analizar las características de los espacios públicos en que simbólicamente conviven poderes terrenales y eclesiásticos, los tres textos ponen al descubierto distintas caras de ese Distrito Federal al que actualmente asociamos con tráfico, vías rápidas y gente viviendo de prisa.
Los materiales que componen esta entrega dejan pues saldos más que estimulantes; la falta de espacio impide que me detenga en todas las pistas que ofrecen los temas mencionados a vuelo de pájaro y otros más como la expedición que de 1827 a 1832 quiso delimitar la frontera con Estados Unidos y estudiar de manera científica la naturaleza de los lugares recorridos; la “Memoria de mi infancia” de un personaje anónimo nacido en Veracruz al inicio del siglo XIX, o el recuento sobre la A?pera en México. Tocará al lector descubrir la riqueza que encierra cada texto y en función de ella disfrutar de un fugaz paseo por el ayer y hoy de México.
Diana Guillén
Instituto Mora