Editorial #49

Editorial #49

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 49.

¿Qué tan desafortunadas eran las condiciones laborales en México hace un siglo? Dos ejemplos, que se describen en este número de BiCentenario, nos acercan a un mundo sombrío y lastimoso. Hacia principios de la década de 1920 un fenómeno imperceptible se afianzaba en los hogares del centro de la ciudad de México: las mujeres que cosían prendas de vestir en algún rincón de su casa para grandes almacenes y tiendas comerciales, por ingresos sumamente bajos en comparación con el precio al público de las prendas en las tiendas. Modistas y costureras combinaban su actividad laboral de más de ocho horas con las tareas de la casa: cuidar hijos, atender personas mayores, cocinar. Algunas veces solas porque no había otros apoyos económicos de maridos, padres o hermanos. Una encuesta del Departamento del Trabajo de l921 dio luz sobre la vida laboral de estas mujeres, en su mayoría en condiciones de salubridad inadecuadas. Sin contratos y a destajo, esa era su manera de trabajar desde fines del siglo XIX. Las leyes laborales no las protegían –han transcurrido décadas y los avances legislativos mantienen huecos por donde los abusos se cuelan–, por lo que estaban a expensas de lo que el mercado les ofrecía para subsistir. La mujer que por entonces pretendía ingresar al mundo laboral no tenía demasiadas oportunidades. Aprender el oficio de coser con sus madres o vecinas les podía abrir un sustento para una economía hogareña precaria. El sector textil y las tabacaleras eran de los escasos espacios donde se podía generar un ingreso, siempre bajo condiciones de sujeción. Recordemos que, para esas fechas, la mujer ni siquiera tenía el derecho a votar. Esas paupérrimas posiciones laborales para la mujer se veían en muchas otras actividades que involucraban también a los hombres; las tareas agrícolas, por ejemplo.

En 1942 miles de mexicanos se sumaron al Programa Bracero por el cual ingresaban como jornaleros temporales a Estados Unidos a levantar cosechas, enderezar rieles ferroviarios o extraer minerales. Fueron más de cuatro millones a lo largo de 22 años en que duró este esquema laboral. Sin embargo, los trabajadores agrícolas estuvieron a expensas de duras jornadas de explotación y corrupción (clientelismo, charrismo, extorsión y engaño). Uno de esos trabajadores relata a BiCentenario el rudo proceso de trabajar en la pizca de algodón en Sonora antes de alcanzar un contrato como bracero. Mal pagados aquí, aunque había tanto trabajo como del “otro lado de la línea”, se tuvieron que someter a los abusos de los funcionarios –generalmente municipales y federales que estaban dentro de la órbita de la Secretaría de Gobernación– para obtener los permisos para trabajar en el sur estadunidense, lo que les aseguraba mejor remuneración, ahorros y el envío de apoyos económicos para la familia.

Esta edición de la revista también da cuenta sobre la economía de la Nueva España y cómo el boom del cacao enriqueció a unos pocos comerciantes asentados en la ciudad de México y dio recursos permanentes al imperio español para hacer frente a sus adversarios holandeses, franceses y británicos. También echamos una mirada sobre otro imperio, el francés, y la llegada con todo su esplendor de Maximiliano y Carlota a la ciudad, glorificados por una clase política y económica conservadora que no dimensionaba la realidad de un país que rechazaba la intervención extranjera.

Música e historia se hacen presentes con dos artículos. En uno, la amplia repercusión que tuvo el mambo del cubano Dámaso Pérez Prado en el sexenio alemanista y cómo aquello que se disfrutaba en salones, clubes, cabarets y en las audiciones de radio caló tan profundo en el cine, que lo adoptó como una pieza estelar para atraer espectadores, al grado de compararse su impacto popular con el efecto que tuvo el rock and roll en sus inicios en Estados Unidos. Y si bien el mambo tuvo una vida rutilante aunque efímera, quien sí se ha podido sostener a lo largo de más de ocho décadas ha sido la inagotable Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM). En paralelo con las vicisitudes que han marcado la vida autónoma universitaria desde 1929, la Filarmónica se ha erigido como una de sus marcas de identidad, tanto dentro como fuera del país.

Si alguien se ha preguntado alguna vez cómo fue aquel día de la muerte del presidente Venustiano Carranza en manos de los militares que se le sublevaron, en estas páginas encontrará el relato del capitán que permaneció a su lado hasta el último momento de la madrugada de Tlaxcalantogo de un día de mayo de 1920. También se hallarán aquí los desencuentros de los exiliados en Estados Unidos que pretendían derrocar a Carranza.

Mucho por leer en este número de BiCentenario. Hasta cómo ha sido el constante e impulsivo desarrollo del grafiti para instalarse en la vida de la ciudad de México como una expresión artística, en este caso callejera.

Darío Fritz


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