En revista BiCentenario. El ayer y el hoy de México, núm. 57
Mirar desde los extremos suele ser un recurso habitual para hallar diferencias y desencuentros o ahondar en la confrontación. Se instalan polémicas y abunda la ceguera; los matices como los grises quedan rezagados a la actuación secundaria, si es que obtienen alguna oportunidad. La bipolaridad capitalismo-comunismo del siglo XX, los clásicos y los bestsellers en la literatura, ciudades o barrios enfrenta- dos en algunos deportes, apuntan como ejemplos. Extremos que arrastran multitudes o dividen países en bandos, familias que quedan marcadas. El tiempo es el mejor aliado para restañar las heridas de rivalidades perseverantes. Donde en el pasado no había medias tintas, se instala la mansedumbre y las tonalidades de los contrastes se multiplican. Al fin y al cabo, los abusos de la imposición se desvanecen. En la Mérida de 1915, la revolución debía quedar sellada sin vacilaciones. La llegada del enviado de Venustiano Carranza, el general Salvador Alvarado, se hizo de la mano de leyes y decretos duros que pusieron un alto a toda expansión de la Iglesia, tanto en la atención a sus feligreses como en influencia política. Como suele ocurrir, lo que un poder exhibe, otros lo aplican por su propia cuenta: una noche de septiembre de ese año, aquello que era una marcha anticlerical por las calles de la ciudad, como se relata en el texto de nuestra portada, terminó con la irrupción de una muchedumbre en la catedral y la destrucción y saqueos de lo que allí dentro formaba parte de la imaginería católica. Tuvieron que pasar cinco años para que, con más limitaciones que libertades, la catedral volviera a recuperar su espacio perdido.
Otros textos presentes en esta edición de BiCentenario dan muestra de estas grietas que abren las relaciones sociales de los pueblos, y que luego tardan décadas en cicatrizar. ¿Cómo era la vestimenta de los campesinos, mineros, obreros, anarquistas o mujeres que se sumaron al levantamiento de Emiliano Zapata en el sur del país? Por supuesto, muy variopinta y a modo de las tradiciones propias de la actividad de gente sin recursos económicos. No había allí opciones para un uniforme que los identificara, como si a los integrantes de la División del Norte o a los constitucionalistas. Esto trajo como colación una imagen generada por los diarios y publicaciones impresas de la época que los mostraban sucios, mal fajados, pobres… en resumen, una idea de hombres y mujeres bandidos, en lugar de los revolucionarios de la talla de Francisco I. Madero. En esa estigmatización el diario El Imparcial llegó a calificarlos de zoológico−, los zapatistas no tenían cabida: eran un símbolo del atraso y degradación social.
Esta etapa revolucionaria del México de hace un siglo y de las miradas sin matices la podemos hallar también en el caso del asesinato de Carranza. Ana María Serna se pone a escudriñar en su texto cómo la simbiosis del periodismo con la literatura afecta con eufemismos y ficciones la historia de los hechos violentos del México contemporáneo. La autora, que deja asomar una relación de ese pasado violento con el presente del país, plantea que la narrativa de los medios impresos llegó a influir en el proceso penal del crimen y la rendición de cuentas, pero oscureció el legado más grave: el de la violencia a manos de las fuerzas armadas.
Salimos de esos tiempos históricos de imposiciones y diálogos truncos para alentar a lectoras y lectores sobre otras narraciones de este número que colmarán sus expectativas. ¿Puede haber una relación entre mariposas y migrantes que cruzan, van y vienen, entre México, Estados Unidos y Canadá? ¿Será posible que no haya fronteras, policías ni muros? Columba González-Duarte dice que hay una unidad metafórica y un instinto compartido entre las mariposas y las rutas migratorias humanas. Una lectura para reflexionar.
Han pasado unos cuantos números en que las historias ferroviarias se ausentan de estas páginas. En esta ocasión, abordamos la difusión del medio de transporte, sinónimo de progreso en la segunda mitad del siglo XIX. El litógrafo francés Víctor Debray y el impresor José Decaen revolucionaban la impresión con el Álbum del Ferrocarril Mexicano, publicado en 1877, un trabajo exquisito donde se relataba el recorrido de la ciudad de México a Veracruz, con ilustraciones e impresiones de alta calidad.
Asimismo, les presentamos un gran testimonio de época, que nos muestra al cantante, actor y productor Antonio Badú. Nuestro investigador de joyas en los archivos del Instituto Mora, Ramón Aureliano, recupera una conversación de 1976 donde Badú narra sus amistades con algunas de las glorias del cine de oro mexicano: Jorge Negrete, Cantinflas y Pedro Infante, y de cómo aquel cine gustaba, entretenía y ponía en alto a los artistas nacionales.
Por supuesto que esto no es todo lo que podrán descubrir en este número. Muchas gracias por leernos. Hasta la próxima edición.
Darío Fritz