En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 55
La vibrante vida de las mujeres mexicanas, como contraposición de la desigualdad, la imposición y la discriminación, ha tenido un silencioso y humilde proceso de lucha por el lugar que les corresponde, transformándose con el paso del tiempo en voces de indignación y exigencia por sus espacios democráticos y reclamos de justicia ante el feminicidio, las desapariciones, los abusos de poder, la retribución desigual. En esta edición de BiCentenario hemos conjuntado una serie de historias que nos relatan grandes momentos de su valentía y arrojo, que van desde el siglo XIX a estos días y muestran un proceso largo, insuficiente aún por lo que resta por lograr, pero al mismo tiempo ejemplar para futuras generaciones.
Empezamos por los tiempos del México recién independizado.
Tras el tibio interés de las políticas borbónicas por la mujer –las de la alta sociedad accedían rudimentariamente a la lectura de oraciones y libros piadosos como ejercicio educativo–, se buscó una integración –si bien de puertas hacia adentro de cada hogar– que tuvo en publicaciones dirigidas a la mujer su eje central de formación. La instrucción en literatura, ciencia –rudimentos de la física y la química–, tecnologías de la época, higiene, así como ampliar sus horizontes en los platillos a servir en una mesa, moldeaban su educación como hijas y futuras esposas y madres de familia. Esa modernidad fue ganando algunos espacios, con la posibilidad de escribir o traducir, de salir del ámbito nuclear a estudiar, encontrar trabajo. Mostrar, al fin y al cabo, desde la esfera del conocimiento, el interés por participar en ese mundo de exclusivo dominio masculino.
Pero antes de que estas jóvenes mujeres pudieran comenzar a disfrutar de los nuevos tiempos de la paz después del proceso independentista, muchas otras habían marcado un camino de lealtad y valentía durante la lucha emancipadora. Allí están Josefa Ortiz y Leona Vicario. Y también Manuela Taboada, una mujer de bajo perfil, aún desconocida en la actualidad, a excepción de en su natal Guanajuato, y de quien aquí recuperamos atributos de una vida marcada por el amor a su marido, Mariano Abasolo, a quien acompañó hasta su muerte en la cárcel, pero que también contribuyó con sus propias arcas personales a financiar el levantamiento independentista, y desde su estilo reservado, como la retrató José María Luis Mora, advirtió de la traición de Ignacio Elizondo, aunque desoída y hasta menospreciada por Miguel Hidalgo.
Manuela Taboada fue de aquellas que rompieron época como también lo hicieron un siglo después las chicas que, en los dorados años veinte del siglo XX, nuevamente después de un proceso revolucionario, se lanzaron a quebrantar las formas en que eran vistas: cambiaron el estilo de vestir, escandalizaron con nuevos cortes de cabello y el uso del maquillaje, y se animaron a hablar y escribir a contramano del conservadurismo imperante. Mujeres inteligentes y con el desparpajo de liberarse, como cuentan las crónicas de entonces, en las que destacaban Cube Bonifant, Elena Arizmendi, Antonieta Rivas Mercado, Tina Modotti y Nahui Ollin. Conocidas como flappers –se sumaron a una moda en boga en Estados Unidos– o “pelonas” –llevar el pelo corto les generó hasta persecución–, pertenecieron a una generación que conquistó la libertad para disponer de su cuerpo y sus ideales.
No resulta extraño, con esos antecedentes, que pocas décadas después irrumpieran actrices deslumbrantes en el escenario artístico; tal es el caso de Stella Inda, consagrada junto a directores como Luis Buñuel, Roberto Gavaldón y Chano Urueta. En una entrevista que recuperamos con la artista michoacana, queda claro que más allá de las cualidades profesionales, Inda necesitó abrirse camino por propia inspiración y actitud. Y, aun así, cuando pasados los años y el olvido acechaba, se mantuvo en la humildad de la enseñanza de la actuación para nuevas generaciones, como su manera de hacer honor a una batalla que fue constante por la dignidad, el trabajo y el legado. Una misma batalla que, trasladada a nuestros días, la vemos en los reclamos en las calles por justicia ante la violencia y el derecho a decidir.
¿Qué otras historias te podemos contar de este número de la revista? La de Emiliano Zapata, por ejemplo, convertido en el heredero de la custodia de los reclamos por las tierras de los campesinos de su natal Anenecuilco. Una custodia que lo marcaría hasta el final de sus días en su gesta revolucionaria agrarista.
Si te contamos de conflictos sociales y políticos, allí están para analizar a profundidad cómo fue la interesante estrategia militar naval en los días de la lucha para la emancipación, donde controlar los puertos sobre el Pacífico y el Caribe mexicano resultaba clave para cortar las comunicaciones de la armada española y mermar el abastecimiento para sus tropas. Otro conflicto, ya en 1965, descrito aquí, fue el de los médicos que se rebelaron contra la falta de pago de salarios por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz –la lucha había empezado en los últimos días de la administración de Adolfo López Mateos–, lo cual marcaría un tiempo de grandes descontentos y sería el preámbulo de las protestas y la represión del movimiento estudiantil de 1968.
El auge y destrucción del Gran Teatro Nacional, centro de la escena del poder cultural y político en la segunda mitad del siglo XIX, se incluye entre los textos de este número de BiCentenario, así como también un recorrido rápido por el México de 1981, año en el cual, a pesar de las dificultades económicas, se inauguraba el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, cuna de esta publicación y, sobre todo, de la formación de recursos humanos y de investigación en Historia y Ciencias Sociales. Hasta la próxima.
Darío Fritz