DESDE MI SÓTANO: UN PECULIAR PERIÓDICO CLANDESTINO (1926-1927)

DESDE MI SÓTANO: UN PECULIAR PERIÓDICO CLANDESTINO (1926-1927)
Manuel Olimán Nolasco / Departamento de Historia, Universidad Iberoamericana
Revista BiCentenario #8

Tal parece que la creciente y muy bienvenida difusión de episodios “no oficiales” de nuestra historia mexicana del siglo XX tornará casi imposible que hubiera de esos hallazgos interesantes que permiten entrever acciones humanas de débil trazo pero fondo relevante. Sin embargo, la realidad es otra y los renglones que siguen podrán demostrarlo.

El doctor José Morales Mancera, un buen amigo, me invitó a desayunar el 3 de marzo del año pasado. Tiempo atrás me había comentado que quería regalarme unos papeles “de la época cristera” conservados por su suegra. Así que, antes de dirigirnos al lugar señalado para el desayuno, pasó a su oficina situada a pocos pasos. Allí me entregó una caja de lata un poco oxidada similar a las empleadas por la “Sal de Uvas Picot” cuando yo era niño, pero que alguna vez guardó unos pastelillos llamados “Biscuits du Chateau”, decorada en el exterior con la figura de una casona, más que castillo, de fabricación decimonónica. La guardó en la cajuela del coche, sin abrirla, y luego nos fuimos a hacer un buen desayuno, mejor por estar sazonado con una agradable charla.

Desde mi sótano B-8No fue sino horas después cuando abrí la caja misteriosa. Me di cuenta entonces, conforme hojeaba papeles amarillentos, que contenía un tesoro documental. Había, entre otros, sin conciencia del paso de los años, un buen número de periódicos de pequeño formato titulados Desde mi sótano.

Conforme pasaba la vista por sus pequeñas páginas, me di cuenta de lo atinado del nombre: la redacción breve, directa y casi siempre picante revelaba a un observador atento que, por una ventanuca, se asomaba a la acera de su calle, y a través de ella miraba los botines, choclos, borceguíes, huaraches y hasta uno que otro pie descalzo de los transeuntes sin que lograra ver los rostros correspondientes. Desde su escondite también oía rumores, completaba frases entrecortadas, escuchaba silbidos, pregones, el ruido acompasado de los motores y hasta disparos. Por ese medio y a través de las cartas, hojas sueltas y recortes de periódico que le pasaban por debajo de la puerta, percibía e interpretaba la tensión de una ciudad, de un país y del mundo.

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