Crónica de dos hermanos

Crónica de dos hermanos

Yolanda Pintos – Taller de Artificios

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 13.

Valerio Trujano

Una mañana luminosa de abril de 1812, un barco llegó de España al puerto de Veracruz. El recibimiento corría por parte de la Guardia Real y españoles notables en espera de noticias, órdenes y sobre todo de armamento para hacer frente a los motines insurgentes que se sucedían en diferentes puntos. En el puerto no se hablaba de otra cosa. Detrás de ellos, en el malecón, una fila inmensa de curiosos no perdía detalle del momento. En el barco todo era movimiento y bullicio, sólo dos jóvenes españoles permanecían expectantes. Escondidos entre sus crecidas melenas y barbas, los ojos sombríos contrastaban con la claridad del día. Habían pasado la noche en vela sumergidos en sus propias cavilaciones al tiempo que oteaban el horizonte; en el aire se percibía ya el olor a tierra. Las palabras de don Agustín Loranca disiparon la euforia con que habían abordado el barco. Su decisión fue irrevocable, dejar España para siempre y venir a pelear brazo con brazo, codo con codo con los novohispanos. No renunciaban a España ni lucharían jamás contra ella, pero sí contra el despotismo de la Corona. La mirada de Rodrigo se oscureció como si pájaros negros hubieran cruzado por ella, pensaba en la muerte de su padre. Él y Prisciliano se preguntaban si no se habrían precipitado y la duda hizo presa de ellos.

Vicente Guerrero
Vicente Guerrero

Agustín Loranca era un criollo de mediana edad que había ido a España a conocer la tierra de sus mayores, Las noticias llegaban lentas, pero cuando supo de los levantamientos en la Nueva España decidió regresar a proteger a su familia. De esta forma coincidió con los hermanos en el barco. No era hombre de armas, aunque tampoco se oponía a que la Nueva España, después de 300 años de sometimiento, tomase otro rumbo. Pensaba en el trato tan desigual hacia los criollos, considerados inferiores con respecto a los verdaderos españoles; por eso y más no abandonaría a estos muchachos. En el fondo sentía un cierto orgullo por ellos que ofrendaban su juventud y su fuerza por una buena causa.

Parroquia de Tepecoacuilco, Guerrero
Parroquia de Tepecoacuilco, Guerrero

Pero ya sabéis, de esto ni una sola palabra a nadie. Ah, y al bajar del barco nada de ponerse los uniformes, bajad así como estáis con esas camisas sucias, sin escarmenar el pelo. Si antes de estar a salvo, alguien os preguntara por vuestra identidad, decid que sois sobrinos de don Felipe de Unda, quien os ha mandado llamar para ayudarle. Tened esto presente, pues de lo contrario os haríais sospechosos para ambos bandos. Como traidores para unos o posibles espías para los otros. En cualquier caso como corderitos listos para ser sacrificados, ya sea por los unos o los otros.

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