Cómo se orquestó el asesinato de Pancho Villa

Cómo se orquestó el asesinato de Pancho Villa

Guadalupe Villa G.
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 61.

Distintas operaciones de propaganda contra el jefe revolucionario que había dejado las armas en 1920 fueron urdiendo el crimen cometido tres años después. Supuestos intentos de rebelión y acusaciones de acopios de armas, traición de antiguos compañeros dispuestos a cobrar antiguas cuentas, como Calles, Amaro y Obregón, formaron parte de la trama.

 “Después de muerto, le he de dar de comer a muchos

Y ni muerto me van a dejar descansar”

Pancho Villa.

Cuando Francisco Villa cayó víctima de una emboscada en Parral, Chihuahua, el 20 de julio de 1923, un periódico de circulación nacional publicó una caricatura que apuntaba a que el autor intelectual del crimen había sido Plutarco Elías Calles: “¿Quién mató a Villa? ¡Cálle…se señor!”.

En 1920 Villa y sus hombres firmaron el armisticio que puso fin a diez años de lucha revolucionaria. Cansados de tanto guerrear, querían vivir tranquilamente y en paz y coadyuvar a la reconstrucción del país. Para tal fin, el gobierno les concedió tierras para formar colonias agrícolas que se fundaron en las que habían sido haciendas: San Isidro y El Pueblito, en Chihuahua, y San Salvador de Horta y Canutillo, en Durango.

El general deseaba disfrutar de una vida hogareña y estuvo dispuesto, como lo demostró, a contribuir a remediar los problemas sociales que planteaba el agro norteño. Diversas cartas muestran su constante disposición para apoyar al gobierno, ofrecimientos que este invariablemente rechazó. La actitud de Villa y su diligente actividad social propiciaron que los hombres del poder establecieran una estrecha vigilancia en torno suyo.

A partir de 1921 diversos editorialistas insistieron en comprometer a Villa en nuevos hechos de armas; lo mismo ocurrió con personas ligadas a los gobiernos de Chihuahua, Durango y Coahuila, así como al federal.

En un reporte confidencial del cónsul de Ciudad Juárez, sobre rumores de revolución en México, se señalaba a Ramón Vega –antiguo compañero de Villa–, como instigador de una revuelta en el distrito Galeana, Chihuahua, en combinación con agentes de Pablo González, exdirigente de la División del Noreste. Inmediatamente la atención se centró en el exguerrillero, sin embargo el informe asentó que: “Hasta donde parece, Villa está tranquilamente dedicado a la agricultura”.

Por otra parte algunos diarios informaron que Francisco Murguía, antiguo jefe de operaciones en Chihuahua encargado de perseguir al exguerrillero, le había propuesto a su antiguo enemigo sumarse a la rebelión en contra de Obregón, por el asesinato del presidente Venustiano Carranza; o, que el propio Villa había solicitado permiso al presidente de la república para salir a combatir al general zacatecano y a los hermanos Arrieta, levantados en armas en desconocimiento del gobierno. En otros tiempos nada le hubiera dado mayor gusto al general Villa que convertirse de perseguido en persecutor, sin embargo –en el caso de Murguía–, resulta impensable que el antiguo jefe de operaciones militares le hubiera pedido sumarse a la rebelión. Villa no cayó en el engaño ni respondió a las provocaciones. Se mantuvo alerta para evitar que el gobierno de Obregón pudiera tenderle una trampa en el sentido de enviarle emisarios que lo quisieran implicar en una nueva asonada.

De acuerdo con el testimonio de Francisco Gil Piñón Carbajal, hijo adoptivo de Villa, cuando Murguía pasó por Villa Ocampo, al norte de Canutillo, le telefoneó al general invitándolo a unirse a su movimiento, obteniendo por respuesta una negativa.

¿Habría sido Murguía quien llamó a Villa? o ¿fue una trampa para sondear si el exjefe de la División del Norte estaba fraguando rebelarse en contra de Obregón? No es aventurada esta última pregunta.

El propio Piñón señala que la prensa en México, Chihuahua y Durango constantemente publicaba noticias alarmantes sobre cualquier cosa que sucedía en Canutillo. Quería dar la impresión de que en la hacienda se vivía constantemente en un ambiente de rebelión, que estallaría en cualquier momento, y que el general Villa era un hombre feroz, incontrolable, al que era mejor exterminar. Diversos investigadores coinciden en señalar que la entrevista realizada, para el periódico El Universal, por Regino Hernández Llergo, publicada por entregas en junio de 1922 con el nombre de “Una semana con Francisco Villa en Canutillo”, fue la raíz y razón del complot que llevó al asesinato del exjefe de la División del Norte.

Piñón deja entrever que el enviado del periódico publicó de manera tendenciosa y alarmista sus declaraciones respecto a la política nacional y a los posibles candidatos a ocupar la presidencia de la república: “yo comprendo que estoy en una situación muy especial, por mi relación tan cercana al general, por el conocimiento que tengo de todo lo que sucedió en Canutillo y por la correspondencia que obra en mi poder, soy, por lo tanto, el único que puede desmentir al señor Hernández Llergo por las falsedades que publicó en su reportaje […] Esa campaña de desprestigio periodístico encaja perfectamente como una obra maestra de la calumnia, una infamia que preparó la desaparición del general Villa del cuadro de la vida nacional. Este señor sabrá por consigna de quién lo hizo y responderá ya sólo ante su conciencia”.

Estas declarciones son importantes, pues es la primera y única vez que se ha sumado a la historia del complot, la posibilidad de que El Universal hubiera estado involucrado.

El único caso reportado por Eugenio Martínez, jefe de operaciones militares en Chihuahua, fue el del general Antonio Ruiz quien invitó al exguerrillero a encabezar una rebelión en contra del gobierno constituido. Villa aprehendió en Canutillo al instigador y al capitán que lo acompañaba, los puso a disposición del jefe de la zona militar quien a su vez los condujo a la prisión de Chihuahua, donde se les formó un consejo de guerra que los condenó a la pena máxima por “haberse comprobado su actitud rebelde y ser miembros del ejército en servicio activo”.

Entre las más frecuentes noticias que corrieron en contra del exjefe de la División del Norte, estaban aquellas que aseguraban estar haciendo acopio de armas para sublevarse de nuevo, lo cual resultó ser “una calumnia”. La correspondencia entre Villa y Obregón prueba que este le regaló un par de ametralladoras Thompson calibre 45; le envió cartuchos y prometió nuevo armamento para uso exclusivo de su escolta.

En septiembre de 1922, Villa agradeció al mandatario la suma de 10 000 pesos destinados a la compra de uniformes, y el ofrecimiento de proporcionarle armamento para su escolta. No sin inquirir a quien entregar el viejo material, una vez recibido el nuevo. Por otra parte, acusa recibo de 4 000 cartuchos máuser recibidos por conducto del Departamento Fabril.

Ocho meses después envió a Eugenio Martínez una petición para que se le autorizara la compra de 10 000 cartuchos 7 milímetros para los “nuevos y buenos rifles mausser” que el gobierno le había enviado, en vista de que las municiones anteriores habían resultado obsoletas e inservibles para estos. Al hacerlo de su conocimiento le pedía también informar a la superioridad, con el objeto de no dar lugar a una mala interpretación “que a ello bien ha visto usted soy ajeno para no ir a cometer errores y para que a la vez se digne usted solicitar el correspondiente permiso para introducir y traer dichas municiones de El Paso, Texas, que es donde he gestionado dichos cartuchos, estimándole se sirva comunicarme en su oportunidad lo que a bien se disponga sobre el particular.”

Las versiones que corrieron sobre el acopio de armas y diversas querellas pendientes de resolución, antiguas y nuevas, habrían de conformar una bien articulada red que se fue tejiendo, en torno del general, hasta culminar con su asesinato.

Entre los hombres que canalizaron sus agravios en el complot para asesinar al ex revolucionario estuvo Melitón Lozoya, antiguo miembro de las defensas sociales en los ranchos de Amador y La Cochinera, Chih., que habían combatido a los villistas. Durante el período de la guerrilla, su hermano Justo había sido aprehendido en Hidalgo del Parral, exigiéndose por su libertad la suma de 4 000 pesos. Cuando el general se estableció en Canutillo, llegó a sus oídos que Melitón Lozoya había vendido lo poco que quedaba de la propiedad en pie y lo llamó a cuentas. Este explicó que cuando, efectivamente, vendió todo, había sido con autorización de la familia Jurado, sus antiguos dueños, y no podía haber adivinado que la propiedad pasaría a sus manos. Villa le dio plazo de un mes para regresar todo lo que allí había. Ante la imposibilidad material de devolver lo vendido y sentir amenazada su vida Melitón fue pieza clave para la organización del complot.

El 15 de julio de 1922, Villa se dirigió a su “compadre” el general Eugenio Martínez, para ponerlo en antecedentes de una “pequeña chirinola” y evitar cualquier errónea interpretación en el caso de que alguien quisiera sorprenderlo. La misiva señalaba que su otrora amigo y compañero de armas Ricardo Michel y él “se habían puesto mal.”

Las desavenencias con Michel databan de tiempo atrás, cuando en plena guerrilla Villa les ordenó a él y a José Galaviz que destruyeran las vías del ferrocarril entre Durango y Torreón, para evitar ser sorprendido por tropas federales cuando intentara tomar la primera de dichas plazas. La desobediencia de ambos le costó el fracaso y la pérdida de Martín López, uno de sus hombres más cercanos y queridos.

Ya en Canutillo, entró en franco pleito con su ex lugarteniente que, sin su autorización, extrajo de la hacienda más de “cien toneladas de cáscara de encino rojo” en beneficio de su suegro Felipe Santiesteban, propietario de una tenería en Parral. Villa le dijo que era “un pícaro sin pensamiento y criterio rectos” y escribió una larga carta al jefe militar de Chihuahua, denunciando los abusos.

En una nueva misiva, fechada el 22 de julio de 1922, le refiere que en cierta ocasión envió a Michel a tratar un asunto con el presidente de la república, circunstancia que aprovechó para hacer una reclamación por 40 000 pesos a nombre de su suegro, según dijo, por haber perdido esa cantidad en pieles, a causa de la lucha armada. El exguerrillero manifestó la pena y el disgusto que tal proceder le habían causado pues, siendo una comisión directamente suya, el presidente podría haber creído que llevaba su aprobación y consentimiento, “cosa que yo ignoraba por completo y sólo lo supe hasta el regreso del referido señor, de la ciudad de México.” En su carta Villa admite haber intentado, infructuosamente, detener a Michel para hacerlo comparecer ante las autoridades.

En febrero de 1923 Villa le demandó judicialmente a su excompañero de armas el pago de un préstamo adeudado desde 1921 y pidió el secuestro provisional de animales, semillas y demás bienes que tuviera en su propiedad de la Hacienda de La Rueda, municipalidad de Villa Ocampo, Durango.

Para agravar más la situación, llegó a oídos del general la noticia de que Santiesteban y Michel publicarían en la prensa muchas cosas que lo difamarían, de ahí que se dijera dispuesto –en respuesta a un telegrama del primero– a resolver a balazos sus diferencias “en esa (Parral) o a salir con usted cuando me lo indique, para que así, el día que nos encontremos pueda estar prevenido y no diga que yo les gano a los hombres con ventaja, pues más bien espero que me acometan para luego defenderme.”

El 24 de abril en otra misiva al jefe de operaciones militares en Chihuahua, Villa le dice: “cuídeme, no deje que los elementos mal intencionados, los que sólo buscan las discordias para su propia conveniencia, pretendieren hacerme víctima de alguna injusticia en la vida”. Felipe Santiesteban habría de sumarse al complot para asesinar a Villa.

Otro enemigo en escena fue Jesús Herrera Cano, Administrador del Timbre (jefe de la oficina federal de Hacienda) en Torreón, hermano menor de Maclovio y Luis Herrera. Ambos generales, al frente de la brigada Juárez, habían formado parte de la División del Norte y tras la escisión del constitucionalismo, los Herrera optaron por seguir al primer jefe, hecho considerado por Villa una traición que nunca perdonó.

En 1919, durante el periodo de la guerrilla, los villistas ocuparon Parral y tomaron presos a los miembros de la Defensa Social entre los que se encontraban Jesús Herrera y sus hijos Zeferino y Melchor, padre y hermanos respectivamente de los desaparecidos Maclovio y Luis. Villa se comprometió a respetar la vida de todos los “socialistas”, excepto la de los Herrera, señalados de haber apoyado a la Expedición Punitiva que buscaba a Villa por la geografía chihuahuense, tras el ataque a Columbus, Nuevo México.

Poco antes de firmarse el Manifiesto de Tlahualilo, a principios de agosto de 1920, el exjefe de la División del Norte envió a Jesús Herrera Cano, un telegrama en el que le pedía “olvidar todos los rencores” pues era necesaria la unión de todos los mexicanos en la nueva etapa que vivía el país. También le hacia saber que había llegado a sus oídos la noticia de que él, Cano, no omitiría ningún sacrificio ni dinero para perjudicarlo, y esperaba cambiara de opinión.

Lo ocurrido después, fue una guerra periodística de denuncias y un constante y mutuo espionaje para cuidarse las espaldas. Algunos medios aseguraron que Herrera Cano había metido a la cárcel a antiguos miembros de la División del Norte, entre ellos al general José García y al coronel Rosario Jiménez, acusándolos de asesinato frustrado a su persona.

Villa aseguró que esos hombres eran inocentes de la acusación e inició una relación epistolar con el general Eugenio Martínez, poniéndolo al tanto de la situación. En marzo de 1923, Villa dirigió una extensa carta a Félix F. Palavicini, director de El Universal, solicitando su inserción en el diario, señalando que venía sufriendo persecuciones ordenadas por Jesús Herrera para asesinarlo: “hace año y medio que Herrera ha estado sosteniendo gavillas de hasta 15 hombres para que me asesinen […] y ha llegado a echar la bravata de que me dejará de perseguir, cuando a él se le acabe el dinero”. Copia de dicha carta llegó también a manos del presidente Álvaro Obregón y de su secretario de Gobernación, Plutarco Elías Calles. Hasta entonces, el general aseguraba estar a la defensiva pues él, hombre de guerra en otras épocas, estaba consagrado al trabajo activo y tranquilo de los campos. “Falto de garantías […] me las podría proporcionar fusilando a Herrera y este sería el único responsable de lo que aconteciera”.

Esta velada amenaza y el historial trágico, heredado de la revolución, contribuiría a que Jesús Herrera entrara en el complot para el asesinato.

Se fue así conformando el grupo de instigadores y organizadores del plan para asesinar a Villa; Jesús Herrera hizo mancuerna con su íntimo amigo Gabriel Chávez, próspero comerciante y ganadero de Parral, quien encabezó la comisión para surtir de víveres, pastura y armas a los nueve emboscados que perpetrarían el crimen.

Una vez urdido el plan, Herrera y Chávez viajaron a la ciudad de México para entrevistarse con Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación, a quien solicitaron apoyo para llevar a efecto el proyecto. Este y Joaquín Amaro, jefe de operaciones militares en el Norte, presionaron a Obregón para autorizarlo aduciendo razones políticas de primer orden. El presidente respondió que Villa estaba trabajando en paz y cumplía con todo lo que había ofrecido al retirarse a la vida privada.

Finalmente el mandatario acabó por ceder, no sin antes advertirles tener cuidado de no inmiscuir al gobierno. Las pruebas del apoyo que dieron los altos funcionarios del gobierno federal a los asesinos materiales de Villa fueron localizadas por el historiador Friedrich Katz en los Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca.

“Obregón dejó a Calles y a Amaro hacer lo que quisieron y él, como Poncio Pilatos, se lavó las manos, porque con su apoyo tácito, además de los matones que contrató Melitón Lozoya, muchas otras personas de Parral intervinieron en el complot para asesinar al general.” Jesús Salas Barraza, diputado por el estado de Durango, se ostentó siempre como autor intelectual del asesinato de Villa, aunque en realidad se arrogó la misión de desviar la atención pública sobre los verdugos políticos.

Cada uno de los asesinos materiales recibió 300 pesos. Unos organizaron, otros negociaron y finalmente ejecutaron con la anuencia de “encumbrados personajes, entre otros Plutarco Elías Calles”.

Así, en medio de la impunidad, terminó la vida de Pancho Villa.

PARA SABER MÁS

  • Ceja Reyes, Víctor, Yo maté a Villa, México, Populibros “La Prensa”, 1960.
  • Hernández Llergo, Regino, Una semana con Francisco Villa en Canutillo, México, fce, El Universal, 2016.
  • Katz, Friedrich, “El asesinato de Pancho Villa”, Boletín Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, 1999, en https://cutt.ly/fwqo2EOh
  • Osorio, Rubén, Pancho Villa. Ese Desconocido, Chihuahua, Chih., Talleres Gráficos del Estado, 1991.
  • Véase “Muerte de Pancho Villa”, dir. Mario Hernández, 1974, en https://cutt.ly/Dwqo2DhL

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