Celebrando a la Guadalupana en los años veinte: ¿una ceremonia política o religiosa?

Celebrando a la Guadalupana en los años veinte: ¿una ceremonia política o religiosa?

María Gabriela Aguirre Cristiani – UAM-Xochimilco

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 13.

La Madre de Dios en MAi??xico
La Madre de Dios en México

El XXV aniversario de la coronación a la Virgen de Guadalupe fue objeto de una magna celebración. Desde muy temprano, en aquella mañana del 12 de octubre de 1920 la Basílica se encontraba adornada de flores que cubrían todo el templo en señal de la gran fiesta que estaba por empezar. La ceremonia fue la oportunidad para que en torno al arzobispo de México, monseñor José Mora y del Río, se reuniera todo el episcopado en pleno, en un homenaje a la Reina y Madre de México.

Muy probablemente, el contexto político revolucionario eclipsó la importancia de este evento. No habían pasado cinco meses desde que el presidente Venustiano Carranza se trasladara a Veracruz a establecer su gobierno, cuando fue asesinado en el poblado de Tlaxcalantongo, Puebla.

Inmediatamente el Congreso de la Unión nombró al entonces gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta, presidente provisional con la tarea de convocar a elecciones. Ello significó el triunfo de la rebelión de Agua Prieta que apoyó la candidatura de Álvaro Obregón a la presidencia. En este contexto, a escaso mes y medio de que este general tomara posesión de su cargo, tuvo lugar el jubileo a la Virgen de Guadalupe.

La Guadalupana

Siendo todavía presidente interino Adolfo de la Huerta, los preparativos para el festejo religioso iniciaron su curso en un ambiente en el que prevalecía la inestabilidad política. A pesar de que su interinato fue muy conciliador, los levantamientos locales seguían dando problemas a la Federación. El logro más importante de este gobierno fue la rendición de Francisco Villa y el repliegue a su hacienda de Canutillo.

En estas circunstancias, la ceremonia a la Virgen de Guadalupe no quedó registrada en la historia oficial de la Revolución e intentar reconstruirla pone de manifiesto no sólo la magnitud del culto a la Guadalupana, sino la fuerza que en ese momento tenía la Iglesia católica como una institución que pretendía restaurar el orden social cristiano.

El Abad Mitrado de la Colegiata de Guadalupe, Antonio Plancarte y Labastida
El Abad Mitrado de la Colegiata de Guadalupe, Antonio Plancarte y Labastida

Si recordamos que para esos momentos la recién promulgada Constitución de 1917 establecía importantes límites a las iglesias entre los que se encontraba la prohibición del culto externo, es decir, el culto fuera de los templos (artículo 24), la conmemoración a la Guadalupe adquiría una dimensión no sólo religiosa, sino política. La Iglesia católica mostraba una postura más combativa que ya venía trabajando, incluso, desde antes de que estallara el movimiento revolucionario, a fin de lograr hacer valer su proyecto social de nación.

En efecto, conmemorar los veinticinco años de la coronación a la Virgen era la gran oportunidad para convocar a todos los mexicanos a un acto masivo que mostrara la unidad y concordia de un pueblo que hasta el momento no lograba la paz, pero con su fe y su fervor proclamaría su amor a la patria. También era el momento de recordar el origen del culto a la Guadalupana, el cual, a los ojos del clero era, sin lugar a dudas, el símbolo de la identidad nacional. En efecto, la celebración significó traer a la luz el pasado virreinal cuando la Virgen se le apareció a Juan Diego; fueron los indógenas y los mestizos originarios de las tierras mexicanas los primeros en sentirse “hijos de Guadalupe”. En el siglo XVIII se consagró el culto cuando en 1737 fue proclamada Patrona de la ciudad de México y nueve años después, de todo el reino de la Nueva España. Más adelante, en 1754, el papa Benedicto XIV aprobó el patronato, autorizó la traslación de su fiesta al 12 de diciembre y le concedió misa y oficio propios.

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Grabado italiano anónimo a partir de una pintura de Miguel Cabrera, 1732

La fecha paradigmática de esta celebración fue el 12 de octubre de 1895, cuando el entonces arzobispo de México, Próspero María Alarcón, en nombre y con la autoridad del pontífice León XIII coronó a la Virgen, Señora de Guadalupe. En estas bodas de plata, el jubileo retomaba esta tradición devocional convirtiéndose en una fiesta religiosa de carácter público. El Universal ofreció una descripción de cómo se vivió el homenaje ese día:

Desde las primeras horas cada minuto partía del Zócalo un tranvía lleno de fieles y de peregrinos. La calzada de Guadalupe iba colmada de gente que caminaba a la Basílica a pie o en carros de tracción animal, adornados con flores y banderitas de papel de vivos colores. Las fachadas de las casas estaban igualmente adornadas, y por la antigua calzada de los Misterios, iban también las peregrinaciones de devotos, que rezando avemarías se detenían ante los restos de aquellos toscos monumentos levantados en trechos, en pretéritos tiempos. Todo México y toda la población flotante estuvieron allí.

El alcance que esta celebración adquirió en términos de los fieles que acudieron a la Basílica y en función de los resultados obtenidos, una vez que la jerarquía católica se reunió con el fin de tomar acuerdos en cuanto a su política a seguir, nos lleva a reflexionar sobre el carácter del evento: ¿religioso o político?

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