Baños y bañistas en Aguascalientes

Baños y bañistas en Aguascalientes

Fernando Aguayo
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 51.

Los manantiales que alimentaron las acequias de Aguascalientes por varios siglos fueron un espacio de limpieza y esparcimiento al aire libre. Hacia fines del siglo XIX, estos sitios fueron hostilizados por la nueva idea del “pudor” esgrimida por los sectores acomodados, cuando ya las crónicas de viajeros y la promoción del ferrocarril habían catapultado a la ciudad como un lugar singular en los usos del agua.

William Henry Jackson, Bathing in the hot spring acequia 08449, ca. 1884. Library of Congress, EUA.

La ciudad de Aguascalientes debe su nombre a las numerosas fuentes de agua cerca de las cuales se asentaron sus fundadores en 1575. Desde entonces, y hasta avanzado el siglo XX, fueron estos nacimientos de agua los que abastecieron a la entidad. Aunque se reconocía que los manantiales habían “estado al servicio público desde tiempo inmemorial” y que por ello se garantizaban los distintos usos que hacían los habitantes de la ciudad, siempre y cuando no existiera desperdicio, a finales del siglo XIX nuevas propuestas de control y uso del agua modificaron la convivencia en torno a este recurso. A continuación, reseñaré tales transformaciones.

Como en otras geografías, además del consumo directo por las personas, existieron diversos manejos del agua. Una de las singularidades de la ciudad de Aguascalientes fue su utilización para el riego de las innumerables huertas que había en la ciudad, así como la limpieza de vestimenta y el aseo corporal.

El lector debe tomar en cuenta que estas actividades de higiene han cambiado con el transcurso del tiempo, como la frecuencia con que se efectúa el baño y lavado de ropa, la forma en la que se hace y los lugares empleados. Por esta razón, para conocer cómo se hacían estas actividades en otras sociedades del pasado, debemos alejarnos de nuestras ideas y prejuicios, con el fin de observar diferentes modos de pensar y hacer. En especial, nos parecerá ajena a nuestra manera de vivir que en otros tiempos la mayoría de las personas se bañaran en espacios abiertos. Y acostumbrados al baño diario, igual nos parecerá extraña la afirmación que hicieron los médicos higienistas más connotados de Aguascalientes cuando escribieron: “Habiendo agua suficiente en la población, puede decirse que todas las clases sociales son aseadas y limpias. La clase media y el pueblo se baña generalmente cada ocho días los sábados.”

Fue debido a esa abundancia de agua, particularmente a la existencia de fuentes de aguacaliente, y a la fama de las instalaciones de baños, que la ciudad atrajo a finales del siglo XIX la atención de cronistas y fotógrafos. Puede afirmarse que a partir de la publicación de crónicas de viaje y edición y venta de imágenes que circularon por distintas partes del mundo, las autoridades nacionales tomaron cartas en el asunto y modificaron la dinámica que había existido por siglos.

Socialización

A fines del siglo XIX, si bien toda la población de Aguascalientes se bañaba y lavaba su ropa, es fundamental señalar que la diferencia de llevarlo a cabo dependía de la posición social y el lugar. La gente acomodada recurría a las piscinas o a las tinas construidas en los baños de Los Arquitos, Ojocaliente y a un establecimiento de baños de tina en el interior de la ciudad, los cuales se surtían con el agua de los manantiales. En tanto que la gente pobre tomaba sus baños en las múltiples acequias de la ciudad, especialmente en la de Ojocaliente, pues allí el agua alcanzaba mayor temperatura. En pocas ocasiones las personas se higienizaban en su propia casa, pues “eso de bañarse en el domicilio sólo a los enfermos se les concede”. También existía la opción de hacerlo en el río de los Pirules y otra, un poco extraña para la época, bajo la regadera, considerada más bien para fines terapéuticos.

La fama de los baños de agua caliente que se tomaban en las instalaciones de Los Arquitos (también llamados baños de Abajo), Ojocaliente o de Arriba, y en la misma acequia de Ojocaliente, también llamada acequia de Tejas, se plasmó en múltiples narraciones de viaje y en libros promocionales de los ferrocarriles.

Entre los personajes o empresas que acudieron a la ciudad de Aguascalientes para realizar sus fotografías entre 1883 y 1904 tenemos a las firmas Mayo y Wedd, Gove y North, el famoso William Henry Jackson, además de la productora de fotografías estereoscópicas Underwood & Underwood, los socios en diversas empresas fotográficas Winfield Scott y C. B. Waite, y al cónsul estadunidense en la ciudad, Harold George.

Estas fotografías son documentos que pueden ayudarnos a observar con claridad las transformaciones que sufrieron las instalaciones de baños de la ciudad de Aguascalientes para fines del siglo XIX.

Tenemos, asimismo, la fortuna de que todavía existan las instalaciones de los Arquitos y Ojocaliente. Las primeras convertidas en un soberbio centro cultural, que se salvó gracias a que los especialistas las catalogaron como patrimonio nacional, mientras que las segundas no solamente se preservaron, sino que siguen funcionando como un establecimiento que es orgullo de la ciudad.

Los viajeros que pasaron por Aguascalientes reconocieron las diferentes instalaciones y las distintas formas de baño que practicaban los pobladores, llamándoles principalmente la atención la acequia de Ojocaliente. En la guía de turistas, publicada por el Ferrocarril Central, se describe de la siguiente forma: a lo largo del paseo llamado la Alameda, y en toda su extensión, se observaba un canal angosto de unos pocos pies de ancho, medio lleno de agua, del que salían pequeñas ráfagas de vapor caliente. Junto había un muro de piedra irregular y disparejo bordeado de arbustos:

A lo largo de toda la longitud del canal, hasta donde alcanza la vista, se encuentran dispersos cientos de nativos de ambos sexos, y de todas las edades, alineándose a la orilla del agua y exhibiéndose en todo estado concebible de desnudez. Quinientos de los descendientes de Moctezuma toman sus baños tranquilamente a mediodía en una carretera pública, con tal privacidad como la república de México y el cielo azul se lo permiten.

En varias crónicas publicadas sobre el tema de los baños en Aguascalientes se relata esta actividad casi de la misma manera. El punto de acuerdo más importante es el señalamiento unánime de que no existían distinciones de edad o sexo al tomar el baño. Se afirma esto con distintos tonos. “El agua de los manantiales ofrece al ciudadano común, hombre o mujer, viejo o joven, el uso de una lavandería y baño gratis”; utilizado por la gente más pobre como lavandería y baño. “¿Todos los de aquí se bañan al aire libre? –me atreví a preguntar. ‘¿Por qué no? Aquí tenemos de todo’.”

Cuando se hacen referencias al sexo o edad de la población, los narradores lo hacen con el mero fin de adornar la descripción. De esta forma, refieren a “un indio joven, alto y recto” o a “ancianos que se zambullen como una tortuga en el agua tibia”. También a jóvenes indias en grupos de media docena que se sentaban junto al canal y peinaban su cabello ondulado y negro, lustroso y húmedo, mientras conversaban alegremente con sus amigos, cuyas cabezas se balanceaban sobre el borde. Familias enteras que se empapaban en grupos, bañando a sus bebés en el agua tibia y secándolos en la orilla, donde brillaban bajo la deslumbrante luz del sol como cupidos bronceados. “Bebés, con sus madres”, montones de hombres, mujeres y niños tomando un baño gratis. Pequeños muchachos de color chocolate “con manos regordetas”. “Mujeres jóvenes que yacen en la orilla, a la sombra.” Y solían concluir: “es una de las costumbres del país”.

La gente común se servía de la acequia abierta para disfrutar libremente del baño. Las descripciones refieren juegos y diversión: una pareja saltando “salvajemente en las aguas corriendo, hombres jalando a las mujeres de la cabeza, con el pelo blanco de jabón, recordando a un caniche de mascota –y viceversa–, niños gritando, perros ladrando, a los lados de las zanjas alineadas por personas de la misma clase, en pleno disfrute de la escena”.

Estas representaciones son totalmente costumbristas y describen cómo era el arribo al lugar y la preparación para el baño, así como el lavado de su ropa, reduciendo la escasa vestimenta que llevaban con ellos: “Un solo traje para ser lavado y secado, mientras esperan el tiempo restante en su propio baño, seleccionan un arbusto conveniente como un perchero.” En conjunto, la imagen se ve iluminada por las “prendas multicolores que cuelgan para secarse en los arbustos que por aquí sirven como tendederos”. Estas descripciones coinciden totalmente con las siete fotografías que hizo William Henry Jackson sobre el tema.

En la opinión de los cronistas, la negativa a tener una ablución con toda la privacidad circundante de las paredes de piedra y comodidades adicionales, tales como la toalla de un pie cuadrado y la pastilla de jabón, no se debía solamente a las costumbres, sino que la entrada a un baño se consideraba un lujo inalcanzable, cuyo costo era mayor a lo que la generalidad de la población ganaba en un día entero de labor.

La destrucción de la acequia

Autor no conocido, New Baths. Aguascalientes, ca. 1900. Museo Histórico Regional, Aguascalientes.

Existe abundante información acerca de los conductos de agua en la ciudad de Aguascalientes, haciéndose una significativa diferencia entre las instalaciones que llevaban el agua a los baños y a las fuentes de la ciudad, y otra, “de dominio público”, en la que mucha gente se bañaba o lavaba la ropa. Algunos autores denominan acequia real al conducto del agua limpia fabricada con tubos de barro, distinguiéndola de la acequia de Tejas, por la que iba el agua destinada al riego, construida a cielo abierto y sin revestir.

Debido a la importancia del tema, los sucesivos gobiernos estatales dedicaron parte de sus informes a proclamar las “mejoras materiales” que realizaban en el campo de la distribución del agua. Construían fuentes, instalaban en una parte del sistema cañerías de hierro, y en otros tramos simplemente reponían las de barro que conectaban con las fuentes públicas. Sin embargo, si bien había cambio en los materiales y pequeñas variaciones en las formas de cuidar el abasto para la ciudad, la dinámica persistía, como señalaban los pobladores, desde tiempos inmemoriales.

Esto cambió repentinamente en septiembre de 1883, cuando se instalaron las vías del Ferrocarril Central Mexicano en la ciudad de Aguascalientes. El gobernador del estado ordenó celebrar el acontecimiento de un modo digno; de igual forma, la legislatura concedió recursos para el festejo, en calidad de suplemento al presupuesto destinado a la ciudad. Aunque la línea troncal del primer ferrocarril que uniría a la ciudad de México con Estados Unidos tardó varios meses más en concluirse, desde entonces se hizo notoria la preocupación de las autoridades por hacer cambios en la ciudad.

Ahora bien, en lugar de componer calles, banquetas, construir viviendas o nuevas escuelas, o realizar las otras muchas obras pendientes de la ciudad, lo primero que se les ocurrió a las autoridades para la celebración fue destinar los recursos públicos para cerrar con losas la acequia principal de Ojocaliente. El objetivo explícito fue “evitar que en esa acequia se bañen completamente desnudas algunas gentes”.

Finalmente, los recursos para la obra material no se ejercieron y solamente quedó en pie la prohibición de bañarse en la acequia, la cual, según se lee en los documentos de archivo, no se acató. Por esta razón, se recurrió a un segundo proyecto que buscaba modificar las costumbres populares. El 25 de mayo de 1893, la junta de beneficencia propuso “la construcción de baños públicos de uso gratuito para los pobres”, en el mismo lugar en el que se bañaban, esto es, en “la calzada que conduce al manantial llamado ‘Ojocaliente’ a algunos metros al oriente de la vía del Ferrocarril Central, de tal manera que los dos departamentos en que ha de dividirse la obra queden situados paralelamente en una y otra orilla de la calzada”.

Autor no conocido, Baños para pobres, ca. 1900. Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, Antonio de Luna 242.

Un año después, las instalaciones estaban terminadas y el gobierno del estado las puso a disposición del Ayuntamiento el 28 de mayo de 1894, acordando que su uso fuera perpetuamente gratuito. De ahí que, en 1899, la acequia de Ojocaliente fuera cerrada, disposición justificada por el establecimiento del nuevo sistema de distribución de agua y la construcción de los baños gratuitos para pobres. Las elites de la ciudad aplaudieron la medida, si bien algunos literatos se quejaron de que persistía el baño colectivo en las instalaciones recién construidas, que juzgaban indeseable; pero se reconoció que con los baños para pobres se lograba la separación de mujeres y hombres, además de que se lavaban su ropa y se bañaban en espacios cerrados. De acuerdo con las elites, para la mayoría de la población, la mejor higiene era el pudor.

En 1899 se construyó un moderno sistema de distribución de agua para la ciudad, siendo su único inconveniente que atendía a una parte mínima de la población. Por otro lado, si bien no se han encontrado datos sobre la capacidad de los baños para pobres para atender las necesidades de las mayorías, sabemos que los propietarios de espacios con acequias cobraban a las personas que acudían a bañarse y a lavar su ropa, justificándose en que iban a su hacienda “más de cien personas, por estar completamente lleno los baños gratuitos”.

En resumen, por los documentos que sobreviven de la época, sabemos que la población siguió concurriendo de forma masiva a lavar ropa y bañarse en las múltiples acequias en otros rumbos de la ciudad; sin embargo, con la creación de la calzada Arellano y la destrucción de la acequia de Ojocaliente se cerraba un capítulo en el uso del agua en la ciudad de Aguascalientes.

PARA SABER MÁS

  • Aguayo, Fernando, “Las fotografías y los ‘apuntes’. La construcción de género en Aguascalientes, 1883-1904”, Fotógrafos extranjeros, mujeres mexicanas, siglo XIX, México, Instituto Mora, 2019, en <https://cutt.ly/VgdsUoF
  • Gómez Serrano, Jesús y Francisco Javier Delgado Aguilar, “La ciudad de Aguascalientes, sus aguas termales y la higiene pública. Los baños de Los Arquitos, 1821-1994”, Investigación y Ciencia, 2017, en <https://cutt.ly/RgdsAfR>

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