Ana Buriano Castro. El legado

Ana Buriano Castro. El legado

Silvia Dutrénit Bielous
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 48.

La académica de origen uruguayo fue una historiadora y docente, especialista en bibliotecología y constructora de la biblioteca del Instituto Mora. Era una mujer comprometida social y humanamente. El pasado 23 de septiembre fue presentado su libro póstumo y se nominó con su nombre la sala de lectura de la sede Poussin de esta institución. Se reproducen aquí, palabras leídas en su homenaje.

Ana Buriano Castro. Colección particular.
Ana Buriano Castro. Colección particular.

Luciana, la pequeña Lu, que nació el 9 de febrero de 2019, Iván, Andrés, Maru, Ana Paulina, Pablo, María, Alberto y Victoria, querida familia toda. Después de un breve pero intenso y difícil trajinar, queridos amigos y colegas de este Instituto que tanto tiene en su herencia del trabajo de Ana durante casi tres décadas, hoy se concreta el propósito que esperábamos: homenajearla con la designación de esta espléndida sala de lectura de la sede Poussin. Gracias, muchas gracias, a la doctora Diana Guillén, directora general, a los directores de área, al subdirector de la biblioteca, a los colegas de difusión y a un grupo numeroso de trabajadores que forman parte de la comunidad del Instituto, que participaron para que se hiciera realidad. Es imposible mencionarlos uno a uno, hoy por la labor de todos, estamos reunidos aquí. Y qué mejor forma de hacerlo que con la presentación del libro póstumo de Ana en las palabras de quien fuera su director de tesis de doctorado y su amigo, el doctor Brian Connaughton.

La petición de que compartiera recuerdos sobre Ana no ha sido un encargo fácil, diría que ha sido muy difícil, porque desde ese momento, he pensado y vivido entre lágrimas y sonrisas. Lo acepté, pese a imaginarlo así, porque casi estoy segura, que Ana también lo hubiera hecho.

Es inevitable para mi transitar por algunos hechos y recuperar imágenes sin obviar una relación entrañable de décadas en distintos planos. En ciertos momentos estuve pensando que por pudor debía evitar aquellos en que necesariamente se vincularan nuestras vidas, pero qué difícil ha sido sortearlos.

La recuerdo desde fines de los años sesenta o comienzos de los setenta, Ana era una estudiante del Instituto de Profesores Artigas que formaba parte de un grupo de jóvenes destacadas del IPA, algunas formándose en el campo de la historia y otras de la literatura. Al menos ese es mi recuerdo de estudiante de liceo. Creo que nunca lo hablamos, pero seguramente desde su lugar de joven adulta en estudios de nivel universitario no tendría memoria de mi presencia. Era una época de intensas luchas gremiales y políticas en un Uruguay que “caminaba” hacia el golpe de Estado. Los estudiantes convergíamos en locales gremiales y políticos y en esos espacios la recuerdo, esbelta, elocuente, oradora convincente y fumadora permanente.

Ana e Iván partieron hacia el exilio atravesando situaciones muy difíciles, muy riesgosas. A Buenos Aires llegó doña Mercedes, su madre, con Andresito. Reunidos los tres, y con la vivencia de un nuevo golpe de Estado, el argentino, comenzaron un largo y zigzagueante recorrido por tierras de exilio y también, como se decía en el lenguaje militante, de trabajo internacionalista.

Con Ana no nos vimos en Buenos Aires, pero supe de su presencia. Nos encontramos en México en 1976, en aquel casi fugaz paso por esta geografía humana, colmada de su riqueza cultural que tanto quiso y en donde fincó finalmente y para privilegio de todos, su residencia. Esa riqueza que la atrajo, la fascinó y que, recuerdo, la llevó a visitar varias veces el Museo de Antropología en aquellos pocos meses del 76.

Ese recorrido que comenzó en Buenos Aires y que tuvo distintas escalas con tiempos diversos, México, Cuba, la URSS, más precisamente Jerson en Ucrania, Cuba nuevamente, en donde nació Maru, Nicaragua, otra vez Cuba y México, y esta vez para siempre en 1982, hizo patente en ese recorrido la capacidad permanente, obstinada, con enorme fuerza, de volver a comenzar cada vez que su convicción política, social y académica como lo veremos, lo indicaba. Nada de ello es independiente de una decisión de pareja, de Iván y Ana en cada etapa de este difícil pero enriquecedor camino.

Su regreso e instalación definitiva en México permite ver su crecimiento en distintas facetas, como historiadora, como docente, como constructora de la biblioteca y defensora de la institucionalidad del Mora, como mujer comprometida social y humanamente.

En virtud de que las condiciones políticas del Uruguay no le permitieron recibir su título del IPA, decidió estudiar nuevamente una licenciatura y lo hizo en el Sistema de Universidad Abierta (SUA) de la Facultad de Filosofías y Letras de la UNAM. Una fuerza admirable, en medio de dificultades para lograr con Iván una relativa estabilidad económica familiar, desembocó en el trabajo de tesis que nos permitió desde entonces hasta sus últimos días, hilar nuestros intereses, preocupaciones, pasiones, con coincidencias y discrepancias en los ámbitos intelectuales y políticos.

La elaboración de la tesis de licenciatura, que tuve el privilegio de acompañar en su dirección, hizo posible que dialogáramos y discutiéramos hechos y procesos del Uruguay y América Latina, en tonalidad de conceptos y tiempos de la historia. Nada de ello abandonamos de manera cotidiana.

Docente en el mismo SUA, casi hasta 15 días antes de fallecer, habiendo renunciado porque sentía que no podía impartir clase, menos aún llegar hasta el salón en la Facultad, fue creciendo extraordinariamente como una inteligente, rigurosa y creativa historiadora. Su acercamiento al Instituto fue a través de las breves historias del siglo XIX latinoamericano. Ahí desarrolló su pasión por Ecuador hasta convertirse en una ecuatorianista reconocida, regional y mundialmente. Su obra póstuma, con una exquisita y rigurosa investigación que siempre la caracterizaba, constituye su último legado.

También ese legado lo encontramos en la biblioteca del Mora, cuya sala de lectura expresa nuestro reconocimiento. No se puede olvidar lo que significó su presencia para contribuir a la construcción de una vigorosa biblioteca. En su perfil integrador de historiadora y especialista en bibliotecología, que se hizo con mucho tesón, el Instituto tuvo el privilegio de cobijarla y dejar que desarrollara toda su capacidad creativa. La recuerdo siempre en aquel cubículo de planta baja de nuestra sede principal, con frío, por la fuente cercana a la ventana que luego se retiró, aunque realmente el frío de ese espacio, creo, no desapareció como tampoco su infinita pasión hasta la locura por el cigarrillo que invariablemente la acompañaba.

Una vez que decidió abandonar la responsabilidad directa y el compromiso que siempre mantuvo con y por la biblioteca, se integró de lleno a la investigación. Transitó desde entonces con la misma entrega por el conocimiento, la rigurosa investigación y la función docente, tanto por los senderos del siglo XIX garciano y el conservadurismo ecuatoriano, como por la historia reciente del Uruguay y América Latina, en especial y en los últimos años, por las violaciones de los derechos humanos, las demandas por esclarecerlas y ubicar y analizar los caminos de las reparaciones. Distantes acontecimientos y procesos que entraban en diálogo sin mayor conflicto y con una dedicación constante hasta sus últimos días. Pienso que su última obsesión era la traducción para comentarla del libro autobiográfico de Louis Joinet, reconocido magistrado francés, activista por la defensa de los derechos humanos. Ana no logró que Joinet respondiera. Ayer se difundió la noticia de su fallecimiento, recordé nuevamente su frustración por no recibir la respuesta con la autorización de publicarlo.

No puedo dejar de decir que además de extrañarla como colega y amiga, me falta día tras día esa llamada nocturna, a cualquier hora incluso muy cercana a la media noche, en la que nos compartíamos los textos en proceso o casi definitivos y nos comprometíamos a leerlos rápidamente, en un ratito, para indicar problemas de conceptos, de fuentes, de redacción u otros más.

Unas últimas y cercanas imágenes necesito compartir con todos ustedes.  Cada una la muestra tal cual fue Ana:

Era diciembre de 2018 y se realizaba el encuentro de confraternización del Instituto. La tradición indicaba que debíamos aportar los postres. Ana no podía asistir, pero de manera reiterada me insistía que traería a casa un postre para que lo llevara como contribución. De manera reiterada le insistí que lo compraría por ella. Casi siempre en ese tipo de cosas, ganaba la discusión. Los merengues de aquel encuentro en Poussin fueron su aporte directo.

Era comienzos de enero y una llamada nocturna de Ana, no extraña, por cierto, esta vez era para decirme que al otro día querría comentarme algo. Sabía muy bien que se estaba haciendo estudios y, ahora sí, realmente no estaba nada bien. Le exigí que me lo comentara de una vez que no esperaría al otro día, esta vez gané yo. Me dijo que tenía cáncer, tomada en varios lugares de su organismo y que aún no se sabía totalmente la situación. Insistí que buscara distintas opiniones médicas, no gané la pulseada. Seguramente sentía ya que no habría mucho para hacer.

A principios, también de enero, debíamos entregar nuestro plan anual, lo hizo y en tiempo reglamentario. Comentamos lo que había registrado, advertí y se lo dije, que había olvidado unas jornadas sobre Historia y Memoria que organizaríamos con Carmen, Héctor, Graciela, Rodrigo y Mario, su último estudiante de doctorado a quien le dirigió la tesis. En aquellas circunstancias de inmediato externó: lo incluyo, lo imprimís, lo firmo y lo entregás. Así fue.

Hacia finales de este mismo enero participó en la sesión del seminario permanente que teníamos desde hacía algunos años. No se dejó ver, pero sí se dejó sentir y escuchar en la transmisión a distancia.

Era el lunes 4 de febrero. La visito en la tarde. Me dice que está agonizando, que me lleve por favor una USB en donde está el texto que había presentado en la sesión del seminario de noviembre pasado. Me explicaba, como lo venía haciendo en semanas anteriores, que no había podido incorporar los comentarios, le preocupaba. Ese texto se integraría y se integrará al libro de nuestro seminario. Insistí reiteradamente que no tenía ganas de llevarme la USB, que lo haría. Gané esa difícil y desgarradora batalla.

Eran las 16 horas del 7 de febrero de 2019. La visitamos Ana Rosa, Carmen, Diana y yo. Estaba muy mal, percibí el deterioro físico entre el lunes y ese jueves. Conversamos mucho, nos pedía que le platicáramos del Mora, de CONACYT, rezongaba porque no nos habían ofrecido té o agua, todas y cada una decíamos que no teníamos ganas, que se quedara tranquila y continuáramos charlando. Esta vez me dijo: estoy en mis últimos momentos de la agonía. Así me fui, así se fueron las amigas. Dos o tres horas más tarde Iván me llamó, lo que diría era lo que esperaba: Ana se nos fue. Se nos fue, lúcida, fuerte en lo que vivía, solidaria y comprometida con todo y todos.

Ana te admiro, te extraño mucho, mucho.

Gracias

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