A puro remo y en canoa hasta el mercado de Jamaica

A puro remo y en canoa hasta el mercado de Jamaica

María Concepción Martínez Omaña
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 38.

Ríos, manantiales y canales surcaban el sur y el oriente de la ciudad de México a principios del siglo XX. A cielo abierto, una fuerza hídrica abundante y parsimoniosa era transitada por los habitantes que se fueron ubicando a sus orillas para llegar a las distintas poblaciones que se comunicaban por agua, trasladaban en canoas los productos agrícolas al mercado o utilizaban los afluentes como bebedero para sus animales. Aquellos días son relatados aquí por Zacarías, el hijo del comerciante Florentino Santamaría, quien le dejó en el testimonio oral sus vivencias de travesías de hasta 33 kilómetros diarios.

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En la actualidad existe un conjunto de preocupaciones a nivel regional, nacional y mundial por la escasez, la contaminación y el abatimiento del recurso del agua, considerado vital, finito y no renovable. Estos factores han influido en la apreciación que reconoce la existencia de una crisis del agua. Por eso su estudio se vuelve imprescindible y motivo de interés de la academia, de las organizaciones y sectores sociales, así como de los gobiernos que actúan en diferentes escalas. De ahí la importancia de realizar una lectura que destaque las problemáticas y escenarios pasados de la convivencia con el agua, de sus usos y aprovechamientos por parte de los habitantes como un esfuerzo por revalorar la importancia del agua y despertar entre la población y la sociedad actual una conciencia de su cuidado y preservación.

A lo largo de más de cinco siglos, el agua ha ocupado un lugar importante en la historia del Valle como de la ciudad de México; su presencia ha delineado formas particulares de vida social de los habitantes de esta región, es decir, prácticas, usos, políticas y acciones para su manejo, así como percepciones y representaciones sociales particulares. En las primeras décadas del siglo xx, el agua aún constituía un recurso natural muy importante que formaba parte del paisaje del Valle de México   . Los ríos y manantiales junto con las huellas de las aguas de los extintos lagos de Xochimilco y Chalco que corrían en canales existentes, reflejaban la riqueza hidrológica de la región. Los habitantes de los barrios y de los pueblos ubicados en las orillas de estas fuentes hídricas coexistieron con el recurso, y se lo apropiaron a través de una diversidad de usos. El agua se utilizaba para regar sembradíos y huertas de frutos y flores y en algunas partes de cultivos de maíz, frijol y otras verduras. Asimismo, el agua se destinaba para el abastecimiento de las poblaciones y también constituía la fuerza hidráulica “motriz” de las fábricas textiles existentes en la región. Por otra parte, el agua que corría a lo largo de los canales los convertía en afluentes de comunicación y transportación de productos agrícolas que abastecían el mercado local de la ciudad de México. Por mencionar algunos de ellos, estaban el Canal de la Viga, los canales secundarios Axoloacan, San Juanico, Apatlaco, del Moral y el de la Magdalena. De un modo u otro, los pobladores se relacionaron con el agua, convivieron con ella directa e indirectamente al desarrollar distintas actividades y prácticas cotidianas.

Los escenarios de agua se han descrito en monografías y libros sobre la historia del Valle y ciudad de México; sin embargo, es muy importante continuar enriqueciendo estos estudios con la recuperación de las visiones y versiones de los habitantes que convivieron con el recurso de una manera directa, es decir, disponible a cielo abierto y no a través de un grifo o llave.

En este texto nos interesa mostrar el testimonio del señor Zacarías Santamaría quien nació en 1918 en el pueblo de San Francisco Tulyehualco, ubicado en el municipio de Xochimilco, al sur del Valle de México. La entrevista con él la realizamos el 15 de agosto de 2003. Resultó interesante recorrer junto con él sus experiencias en los canales, los itinerarios del día a día de la actividad comercial a la que se dedicaba su papá y el resto de habitantes de su pueblo, así como de Mixquic y de Milpa Alta, la carga a las canoas de costales de verduras y demás productos agrícolas destinados a abastecer el mercado de Jamaica, en la parte oriental de la ciudad, las travesías del viaje que su padre realizaba para transportar la carga o bien las que hacían al atardecer, en el regreso hacia su pueblo que ocupaban un día, una jornada entera de sol a sol, como lo narra. En el relato, Zacarías describe de una manera muy clara los lugares y los personajes, así como los acontecimientos vinculados con la actividad comercial y que quedaron registrados en su memoria y en particular en sus recuerdos. Cabe mencionar que, por el grado de emotividad que le producen esas experiencias, los recuerdos con su padre son más permanentes y más claros; por ello, por la nitidez con lo que lo narra parecería que él vivía todos esos acontecimientos y conocía a las personas, pero no fue así. Es el caso de una memoria heredada, pues algunos de estos episodios se los transmitía su padre, en los cuales hay un cúmulo de acontecimientos, tradiciones, valores, creencias, relación con los otros y con el agua, en su conjunto los rasgos de identidad de un pueblo.

En este sentido, es importante no perder de vista que, a través de sus recuerdos, el protagonista de este texto reconstruye hechos del pasado y a través de ello transmite sus experiencias individuales. Los recuerdos y relatos contenidos en su testimonio dan cuenta de su percepción como testigo de una experiencia vivida en torno a uno de los circuitos comerciales desarrollados a través de los canales y por agua a principios del siglo XX. Por otra parte, es importante no dejar de lado la mirada infantil en la que se sitúa al narrar sus experiencias.

El testimonio de don Zacarías contiene relatos sobre las actividades en una jornada diaria, que organiza en su narración desde el amanecer hasta el anochecer. Comienza su relato con descripciones de los escenarios o cuadros de paisajes con el agua, como el que se refiere cuando arreaban al ganado para que bebieran en los ojos de agua y también en los canales que se nutrían de las corrientes de agua que bajaban de los cerros.

Cabe mencionar que los canales Axoloacan y San Juanico, junto con otros, nutrían a un canal principal, el Canal de la Viga, a través del cual se comunicaban entre sí las poblaciones del sur del Distrito Federal, como Tulyehualco y San Gregorio, en Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta. Además de ser una vía que unía a Xochimilco con la ciudad de México atravesando las poblaciones de Iztacalco, Santa Anita y Mexicaltzingo:

De los Olivos, tantito abajito, estaba el canal que venía de San Juan, de Mixquic, todo eso era un canal muy grande y traía harta agua y mayormente en este tiempo que bajaba el agua de los cerros, de los pueblos, no había tubería como ahora que hay tubos para que se vaya el agua, no, en esa época no había tubos, ni drenaje sino que se juntaba el agua y se iba al canal y ahí se iba para ese canal grandote que pasaba aquí al borde del pueblo, se iba hasta Jamaica.

El testimonio expresa las distintas experiencias y los significados de lo que para los habitantes significó crecer y vivir donde el agua era un elemento primordial del entorno. Los usos, experiencias y prácticas con el agua son elementos incorporados a la memoria y la historia local.

El viaje iniciaba en los embarcaderos, lugares que se distinguen en el relato de Zacarías al describir su localización a la orilla de los canales:

Sí, aquí abajito pasando esta cuadra a la otra, hasta la otra había un embarcadero hasta allá abajo en el bordo del pueblo allá venía la gente de Milpa Alta con este, andando venía a embarcarse y de ahí se iba para Jamaica, la de Milpa Alta caminando, caminando y este se embarcaban. Ahí estaba el embarcadero unas canoas que le nombraban, canoas anchotas, grandotas, así de repente con sus mantas, así bien acomodadas. Si llovía pues no se mojaba la gente y ahí se iban remando todo el camino, iban pasando los pueblos, pasaban San Luis, pasaban después para allá, los pueblos que siguen a San Gregorio más arriba, y de ahí se iban a Culhuacán, hasta allá iba este canal e iban las canoas con la gente de Milpa Alta que se venían a embarcar para ir al centro de Jamaica. Se metían ahí a comprar lo que necesitaban de mercancía y luego, otra vez de allá en Jamaica, se volvían a embarcar en las mismas canoas.

Había otras, unas iban y venían, unas caminaban en la noche, caminaban en la noche y llevaban sus remeros, dos o tres remeros, y otros jalando las canoas porque estaban pesadas con toda la gente que llevaba. Figúrese que los de Milpa Alta se dormían en las canoas, ahí se acostaban y la canoa iba caminando, iba caminando y ellos ni cuenta se daban, ya cuando sentían ya estaban en Jamaica.

Don Zacarías describe de manera muy precisa la travesía por el canal de 33 kilómetros. En su narración encontramos detalles del recorrido, los personajes representados por los remeros y los pasajeros, el trajín diario del comercio y los poblados que se recorrían. Los recuerdos del mercado de Jamaica coinciden con lo que las fuentes documentales han registrado, como pasajes del arribo de las canoas al embarcadero de Santa Anita donde se depositaba la carga de productos agrícolas para llevarla al mercado de Jamaica, lugar donde los habitantes de los pueblos del sur vendían su mercancía.

El mercado de Jamaica constituyó y ha constituido un sitio emblemático, del comercio de la ciudad de México. En los tiempos en los que se sitúa el testimonio de don Zacarías, el comercio sobre el Canal de la Viga tenía gran fuerza. El destino de las mercancías se ubicaba, atravesando el puente de Jamaica, en los cruces de las calles de Resurrección y San Esteban en donde se encontraban las barracas que eran los puntos de venta de frutas, verduras, variedad de follajes y flores. Existen varias versiones del origen de su nombre, quizá la más aceptada por los historiadores fue que toma este nombre por una fiesta taurina, “Las jamaicas”, que se celebraba en el lugar donde se encuentra el mercado. Según las fuentes escritas, los eventos se adornaban con enormes arcos de flores colocados a lo largo de las calles, se trataba de una gran diversión para los habitantes de la zona.

En el testimonio de Zacarías encontramos descripciones detalladas de las canoas, soporte importante de la actividad comercial, pero también medio de transporte de las gentes que viajaban hacia la ciudad de México:

Se llevaban la canoa sin mentirle, era como de aquí a donde está la cubeta amarillita, así de largas y de anchas, era ancho como de aquí a allí, anchotas, así y nomás que llevaban sus asientos de cada lado y llevaban sus techos para que si llovía, no mojaba a la gente, a los pasajeros que iban allí.

Las canoas, según la apreciación de Zacarías, medían de cinco a seis metros de largo por uno o dos y medio de ancho; en su relato distingue los tipos de canoas que existían, unas para transportar la verdura y otras para transportar gente:

Eran unas canoas muy anchotas y llevaban sus remeros que iban remando con pala, iban remando, eran como unos cuatro remeros y aparte iban otros en el bordo con unas riatas amarradas del pecho, ayudándole a jalar toda la gente que iba allí en la canoa… Así venían también las canoas de Mixquic, Tetelco, que traían verdura esas eran otras, esas canoas en las que venían los de Mixquic traían su lechuga, rábano, lechuga, zanahoria. Lo que sembraban allá en Mixquic…, en las chinampas, y sembraban la lechuga y como cosechaban harta lechuga… en esa canoas venían llenas así de como de este tanto de alto de pura lechuga ya repollada, amarrada. Porque cuando ya esta buena la lechuga, buscan estapil y la amarran, ya venía amarradita así para que repollara y blanqueara la hojita: Ya venía y luego la cortan y a echarla a las canoas ¡y se la llevaban hasta Jamaica! a venderla allá. Pero eran canoas grandotas; y le digo eran canoas grandotas y los remeros también venían reme y reme.

Los embarcaderos, como los de Tulyehualco y el centro de la ciudad constituían los marcos sociales de sus recuerdos infantiles y que enlaza con los episodios trasmitidos por su padre:

Le nombraban el embarcadero de canoas, era de donde está la iglesia grande para abajo como…. a tres cuadras abajo, allá estaba el embarcadero, yo apenitas me acuerdo, era yo chamaco; y de las que bajaban de Milpa Alta yo de eso ya no me acuerdo porque me contaba mi papá que venían los de Milpa Alta, mi papá se llamaba Florentino Santamaría. Vivía yo a dos cuadras para arribita, allá vivía mi papá y nos contaba que venían, bajaban los de Milpa Alta a embarcarse, porque en esa época no había camiones, nomás se venían en canoa y ahí se embarcaban, como si hubieran sido carros de camiones de pasajeros… Sabe cuánto les cobrarían de pasaje, ahí se venían todos de Milpa Alta con sus maridos y las señoras que iban a comprar al centro, llegaban hasta Jamaica y de Jamaica pues ya ahí estaba donde se desembarcaban toda la gente, en Jamaica. Porque también había desembarcadero y este y ya se bajaban todas las señoras y ya se metían al centro, y ya estaba cerquita el centro para ahí, se iban caminando y ya llegaban a Jamaica, ya está cerquita, que es la Avenida del Taller, ya nada más atravesaba y ya iban a hacer sus compras y luego regresaban otra vez a Jamaica con toda su mercancía. La acomodaban y ya salían las canoas otra vez para casa y volvían a bajarse ahí y se la echaban caminando, atravesando el cerro. Por eso los caminos de aquí todos los que venían eran los de Milpa Alta, componían los caminos que no estuvieran, porque ya ve que en tiempo de agua baja el agua harto y rompe y hace zanjas, pero apenas los de acá componían los caminos, como los de Milpa Alta, porque ellos transitaban mucho en los caminos.

Con relación al tipo de verduras, nos aclara que los principales productores de lechugas eran los de Mixquic y de San Juan Ixtayopan, producción que vendían en el mercado de Jamaica e iban de pueblo en pueblo cargando la producción.

Respecto a las canoas, don Zacarías describe la manera de conducirlas, que exigía habilidades especiales de los remeros, para realizar las maniobras sobre todo cuando iban muy cargadas. Eran cuatro conductores a quienes ayudaban las personas que caminaban sobre la ribera del canal.

Pues ahora vera usted, según como fuera la canoa de recio, le digo a usted para cuando la canoa estaba muy pesaba, dice mi papá, que estaba muy pesada, iban un remero de este lado adelante enfrente de la canoa, uno allá y uno de este lado y otros en la cola de la canoa, donde terminaba la canoa iban otros dos y aparte de esos iban otros jalándola con riata que se la amarraban del pecho y esos iban caminando en el bordo de donde estaba la zanja así, en los bordos dice que no habían árboles ni nada, habían como veredas así donde caminaban los que llevaban jalando la canoa también, ayudándole a jalar la canoa porque estaba pesada…

El recorrido de las travesías ocupaba toda la noche, los pobladores de Milpa Alta se embarcaban en la noche y cuando despertaban ya estaban en Jamaica:

Era mucha gente la que bajaba de Milpa Alta… ya despiértense, ya decía, ya llegamos, ya llegamos, párense, ya se paraban, las señoras iban durmiendo, se la pasaban durmiendo toda la noche, pus yo creo que toda la noche era de caminar… Pues yo creo en la madrugada llegaban, toda la noche caminaban y ya ahí salían las señoras, se paraban y ya se iban, se metían a Jamaica, ya les agarraba cerquita ya andaban por ahí comprando y ya volvían a regresar otra vez a Jamaica, a embarcarse otra vez, a venirse otra vez para acá.

Don Zacarías, en el momento de realizar su entrevista, en agosto de 2003, tenía su chinampa en el lugar denominado La Loma en la que cultivaba el maíz, buena tierra, decía, porque le daba “unas buenas mazorcotas”. Sin embargo, como lo relata, esa tierra empezó a afectarse por las inundaciones causadas por el agua que bajaban del cerro de Xico. Corrientes que ya no desembocaban en los canales como en años anteriores.

Ya se secó, ese canal que venía de Los Olivos, ya no hay canales, ya ve usted que ahora ya no hay agua, ahora la agua se mete para los ejidos, en el ejido que tenemos que es de Tulyehualco, ya se está anegando porque ya esa agua dicen que viene de aquí por la compañía, de alguna fábrica ha de estar por ahí, por la compañía que ha perjudicado mucho, que se viene toda esa agua del cerro de Xico, que hasta los de Chalco los ha molestado mucho, se andan anegando allá y ya nos está amolando aquí, porque el ejido ya se está anegando también. Ya se viene todita esa agua y tantito la de aquí, la que baja de los pueblos se mete para allá, uno lo que se sembraban unas mazorcotas que se daban así, ya desde allá, ya se hunde todo eso…

A la pregunta de una vecina que si iba a sembrar su maicito, él responde: “Le digo sí”, y ella me dice, “pues ya ni siembre usted, ya ve después se anega y sí da el maicito se lo roban, se roban todo el elote y ya no le dejan a usted nada…” Pues nada más logré sembrar cuatro zurquitos y ya.

Como a mí me operaron, mi hija ya no me dejó ir a seguir sembrando porque me dice, “papá te va a hacer mal eso, te vas a asolear y te va a ser mal”. Como refiere nuestro entrevistado, los canales se secaron, no por causas naturales sino por las políticas de desecación impulsadas en la primera mitad del siglo xx. Las obras hidráulicas realizadas y el avance de la urbanización hacia el sur de la ciudad son algunas de las razones de la desaparición de estas vías de comunicación y con ello la desaparición de un modo de comercialización y por tanto de una forma de vida social.

De acuerdo con la información documental, para la década de los años cuarenta el Canal de la Viga había sido abandonado y en parte rellenado, privando de agua a las tierras inmediatas. Algunos habitantes mencionan que la desecación del Canal de la Viga sucedió poco a poco. En el año de 1945, el canal ya no pasaba por Iztacalco, se fue cortando, primero dejó de llegar al centro, después nada más llegaba hasta Avenida del Taller, después hasta Santa Anita, y, por último, Apatlaco, hasta que por lo mismo, lo desecaron por completo y se convirtió en un foco de contaminación.

A manera de conclusión, en la experiencia de vida de don Zacarías, encontramos entrecruzadas la dimensión individual y la dimensión colectiva ubicadas cuando el narra acontecimientos de los que fue testigo siendo un niño y los que le transmitió su padre. Lo colectivo está en la manera de narrarlos, en la interpretación, la selección de ciertos recuerdos que pone en relación con otros. Son parámetros que resaltan ciertos rasgos de identidad de los pueblos del sur de la ciudad a partir de la relación que establecieron con el recurso del agua. Una historia que contar.

PARA SABER MÁS

  • Garzón Lozano, Luis Eduardo, Xochimilco Hoy, Gobierno del Distrito Federal, Delegación Xochimilco/Instituto Mora, México, 2003.
  • Martínez Omaña, Ma. Concepción (coord.), El agua en la memoria. Cambios y continuidades en la ciudad de México. 1940-2000, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, 2009.
  • Rivera, Nayar, En la casa de la sal. Monografía, crónicas y leyendas de Iztacalco, México, Gobierno del Distrito Federal, México, 2002.
  • Visitar Xochimilco y hacer desde el embarcadero de Cuemanco las travesías por los canales.