Seiko Velasco
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 38.
Exhibición de riqueza, idolatría, estilo de vestimenta, nota roja en los medios, corridos, música, lenguaje, series de cine, videojuegos. La presencia del narcotráfico está presente en la vida diaria de México. Sustraerse de ella resulta imposible.
En México, la situación de violencia generalizada ha propiciado la emergencia de nuevas expresiones culturales, que se corresponden con esta realidad. La incidencia del narcotráfico sobre la sociedad mexicana ha calado hondo, a tal grado que ha propiciado la modificación de valores éticos y estáticos, facilitando la concepción de una subcultura basada en la violencia, la narcocultura, misma que se impregna de una estática kitsch en el ejercicio del poder económico evidenciado en el consumo acelerado de recursos materiales y simbólicos, donde la constante discursiva es la impunidad, que da el encontrarse por encima de la ley e imponer su propia justicia. En las siguientes líneas se realizará una descripción del proceso en que el narcotráfico, con su influencia económica, ha reclamado su propia identidad, transformando el imaginario social conformado alrededor del fenómeno del narco desde los productos culturales montados en los medios de comunicación.
La iconografía del narco adopta dos posibilidades de representación; la primera que se abordará es la hedonista, la cual propone a la figura del narcotraficante como un dandy.
La segunda posibilidad, correspondiente al sadismo, se ve concretada en la nota roja como subproducto industrial de la actividad del narco. La difusión y extensión de los tipos, que a grandes rasgos engloban las posibilidades de representación del narco, dependen de los medios por los que esta se realice. La presencia del narcotráfico en México cobra mayor visibilidad en los años ochenta, pero no es sino hasta la década siguiente, cuando los grandes capos de la droga se han repartido ya el territorio, que las historias de estos jefes se convirtieron en narrativas, que relatan desde el videohome o el narcocorrido las proezas y sacrificios fundacionales que permitieron la creación de la estructura de la gran industria a la cual Rossana Reguillo ha denominado la narcomáquina.
Las primeras expresiones culturales del narco son incipientes, al igual que los medios de los que disponen para su difusión, situación que ha cambiado en su complejidad; se han diversificado abarcando casi todos los medios de difusión. Paulatinamente se han instalado en el imaginario, permeando en un ecosistema de informaciones y productos culturales que envuelven a las personas en su diario devenir. El día de hoy se puede hablar de una subcultura característica del narco, que mantiene una relación de dependencia con el poder y control que la economía del narco ejerce sobre los entornos en los que permea. Por ello no es extraño ver el progresivo surgimiento de expresiones culturales, formas simbólicas y productos comerciales desarrollados en torno a él.
El poderío económico de esta industria ha transformando los estilos de vida de las personas implicadas directa e indirectamente en ella, las pocas posibilidades lícitas de desarrollo personal que existen en las pequeñas comunidades del norte de México, si no es que en la totalidad del país, el narcotráfico se ha convertido en la opción inmediata para cubrir las necesidades básicas y conseguir satisfactores, aun a costa de una muerte violenta. Las narrativas de la narcocultura se sustentan en el capital económico que genera dicha actividad, y el poder que permite ejercer sobre el otro. La narcocultura se ha construido sobre el dolor, un dolor que se ha arrastrado por generaciones en México, el dolor de la desigualdad social.
La riqueza generada por la industria del narcotráfico ha coercionado a las sociedades para ser aceptada, el capital económico traducido en derrama ha propiciado su paulatina aceptación y posterior deseo. En la práctica de la actividad económica se han cambiado los valores éticos y estéticos de este campo de interacción social, permutando la percepción negativa que en un principio se tuvo del narco por la de una figura positiva. Si bien que esta no es la percepción generalizada de la población, sí lo es de quien participa de la narcocultura. Prueba de ello es la marcha ciudadana que de manera pacifica se realizó de manera simultánea en el malecón de Mazatlán y Culiacán en febrero de 2014, pidiendo la liberación de Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera, jefe del cartel de Sinaloa. Ante la noticia de su recaptura, una parte de la población del estado se organizó de forma espontánea independiente en pro del que consideran su benefactor.
La idolatría por “el Chapo” llevó a proponerlo como un posible candidato para la presidencia, claro está, un candidato independiente, candidato ciudadano promovido desde las redes sociales. En todo caso, en este “destape presidencial” se hace patente la aspiración popular por disminuir las tan marcadas diferencias sociales. Denota el interés de un grupo de mexicanos que ven en el narco la posibilidad de movilidad social, de escalar en una estructura que tiende a lo vertical. Por ello, los sustantivos empleados para referirse a los matones a sueldo, creados muchas veces por los medios, se ven ungidos de un aura de dandismo; entre estas expresiones encontramos la figura del buchón, sicario, alterado, arremangado.
A la figura del buchón, lo caracteriza su consumo de whisky Buchanan’s, bebida que más allá de su coste es usada como símbolo de poder, la estética del buchón es el sincretismo entre lo cosmopolita y el rancho, bebe whisky y viste trajes italianos, que alterna con botas y tejana; al alterado lo define su consumo de cocaína, que además de mostrar una situación económica favorecida, indica a la violencia como forma deseable de conducta. Mientras que en el caso del arremangado se encuentran depositados los valores deseables de las personas que trabajan en la industria del narco, al mostrar arrojo, ser enérgicos y cabales al ejercer su poder.
La narcocultura es una gran construcción aspiracional, casi utópica, como en algún momento lo fue cruzar la frontera en busca del sueño americano, con la diferencia de que a la narcocultura la invade un profundo nacionalismo, una búsqueda de las raíces, de exaltación del rancho y el caballo, las peleas de gallos, la fiesta y con ello el dispendio del dinero. En palabras de Heriberto Yépez autor de La increíble hazaña de ser mexicano:
La narcocultura está gritando qué es lo que desea ser. Desea estar compuesta de hombres respetados y de mujeres deseadas; personas ricas y poderosas. Ellos quieren lo que todos deseamos. La narcocultura está dando salida a las aspiraciones de millones de seres. La narcocultura no es más que una exageración de los clichés del mexicano.
Esta visión del narco como forma aspiracional reviste a aquel que trasciende los límites de la ley. Los narcocorridos son, sin lugar a dudas, una de las máximas expresiones del capital cultural del narco, su primera expresión y el primer producto cultural que tiene éxito, la simiente de las demás expresiones de esa cultura. Evidentemente no fueron las últimas manifestaciones, sino que también se dan en la arquitectura, la moda y la joyería. Se podría extender el uso de este prefijo a un tipo de literatura, programas de televisión, sitios en Internet y videojuegos; que a pesar de pertenecer a diferentes medios repiten los relatos y los personajes. Tal es el caso de algunas narrativas que van de la literatura impresa a la pantalla chica, como La reina del sur, novela de Arturo Pérez Reverte, que fue producida por Televisa y protagonizada por Kate del Castillo, la cual, según la crónica popular era seguida por el jefe del cartel de Sinaloa “el Chapo Guzmán”, gran admirador de la actriz.
Un proceso similar se da con la historia de Walter Withe o Heisenberg, personaje principal de Breaking Bad, una popular serie de procedencia estadunidense, donde se narra la historia de un maestro de química a nivel secundaria que se convierte en el capo de Nuevo México, enfrentando incluso a los carteles mexicanos. Breaking Bad se expresa en sonoridad propia del mundillo del narco, a través del narcocorrido Negro y Azul: The Ballad of Heisenberg, escrito e interpretado por Los Cuates de Sinaloa, el cual tiene la peculiaridad de ser el primer narcocorrido que es dedicado a un personaje de ficción. En 2014, Breaking Bad sufrió la tropicalización de Televisa, en una producción que se llamó Metástasis. Luego se convirtió en Breaking Bad: Empire Business, videojuego para dispositivos móviles, disponible para las plataformas iOS y Android. Esta serie es un ejemplo claro de cómo una narrativa propia del narco ha fascinado al mundo entero, se distribuyó de forma global gracias a la plataforma Netflix.
El caso más reciente de éxito comercial de la cultura del narco es la serie producida por Netflix para Internet Narcos, que relata la vida de Pablo Escobar Gaviria y encuentra resonancia en Narcos: Cartel Wars, otro videojuego para dispositivos móviles. La idolatría de la figura del narco está en boga y se baña con las luces doradas de los reflectores, cobra valor como producto de exhibición que reporta ganancias millonarias. Las producciones citadas son parte de un sistema cultural que demuestra la fascinación estos capos y no sólo es propia de México, sino que gracias a los nuevos medios de comunicación cobra carácter global.
Sin embargo, mientras más reflectores alumbran la figura del narco, más profundas son sus sombras, que se proyectan como producto cultural en otros medios de difusión, en los que se figura la antítesis del narco dandy, la imagen del vencido, de aquel que sufre la violencia del narcotráfico. Las proyecciones negativas del narco reportan ganancias económicas para la industria editorial mexicana que coloquialmente se conoce como de nota roja, cuyas características son la exhibición del cadáver producto de la violencia, la exposición del dolor que la exalta, la difusión de titulares impactantes que procuran la dramatización, la creación o reforzamiento de estereotipos. Se genera una iconografía del dolor, la cual se nutre de cadáveres convertidos en subproducto o desecho de la narcomáquina y permite una tipología cada vez más amplia del cadáver violentado.
El aumento en la violencia ha traído consigo un incremento en la visibilidad de los cuerpos. En efecto, la cobertura de la violencia sistematizada por parte de los medios de comunicación la torna parte esencial de sus contenidos. Ahora bien, la violencia como forma de comunicación antecede a los medios. Se basa en la puesta en escena, la creación de contextos donde se exhiban formas simbólicas del dolor como promesa de castigo, estrategia que tiene concordancia con el programa pedagógico que en el periodo del barroco español se popularizó en Nueva España: la visión del flagelo y la tortura se exhibieron entonces sin decoro con fines tanto de comunicación como pedagógicos. En ambos casos la función de la imagen ha sido la difusión y extensión del hecho violento, del tormento más que de la muerte.
Al igual que la narcocultura, la nota roja desplaza los límites éticos y estéticos, no sólo políticos y legales. A lo largo de tres décadas hemos experimentado con las formas en las que se representa al narco y la violencia que este ejerce, la repetición de imágenes violentas en los medios de comunicación plantea una distancia anestésica que mitiga el dolor y la incomodidad, que en otros tiempos estableciera un límite estético. El asco producido entonces marcaba una franca barrera entre lo que como sociedad podíamos o nos permitíamos ver y aquello que nos era invisible, insoportable. Ahora pagamos por consumirlo.
Si se ejerce una mirada retrospectiva sobre los medios de comunicación se hará evidente la progresión o territorialización de la violencia en las normas sociales que regulan el ejercicio de la visualidad, permitiendo el consumo de imágenes cada vez más violentas. Un indicio del desplazamiento de estos límites es la proliferación de diarios noticiosos de nota roja. En efecto el número de publicaciones de este tipo se ha incrementado exponencialmente en la última década. Así, en la Ciudad de México se crea Metro y El Gráfico y posteriormente se les suma Basta! Pero el gran cambio se dio en los estados fronterizos del norte, desde Baja California hasta Tamaulipas se originaron pequeños diarios que participan del negocio de la muerte, de su difusión y que proponen una nueva forma de hacer fotoperiodismo, muchas veces hecho desde la falsa seguridad de un chaleco antibalas.
El diarismo de nota roja imagina y modela, es decir reproduce una serie de estereotipos, prejuicios y estigmas que se construyen alrededor de personas y lugares, por medio de la exhibición de la pobreza evidenciada en la precaria condición de las víctimas y los detenidos. En dichas representaciones, los cadáveres pierden toda dignidad, la falta de pudor es la lógica de su exhibición. Desaparecer la calidad humana para hacer surgir el cuerpo anónimo, incapaz de contar más historia que la de su tormento y de transmitir otro mensaje que el del sometimiento al otro. En efecto, la nota roja se vuelve parte de la narcocultura, no sólo al cubrir los crímenes resultantes del narcotráfico, dándoles difusión y extensión; sino al integrarse a la apología del desprecio a la pobreza, en ella se ve inscrito el repudio de lo que como pobre se es y que por lo tanto se desea dejar de ser. La manera en la que se disponen los cuerpos despojados de su dignidad, exhibidos en su pobreza y fragilidad, son la expresión de ese profundo odio arraigado, es el grito que clama por la redistribución de las riquezas, por establecer un nuevo orden en las relaciones asimétricas del ejercicio del poder, donde se intercambia la condición de la violencia económica por violencia física.
PARA SABER MÁS
- El hombre que vio demasiado, México, Trisha Ziff, 2015, https://goo.gl/ScfoP9
- Martínez Sánchez, Jesús, “Suplicios, excesos y nota roja: elementos para pensar la violencia como acto significativo”, México, Unam, tesis de maestría, 2012, https://goo.gl/f3sQiU
- Reguillo, Rossana, “La narcomáquina y el trabajo de la violencia: Apuntes para su decodificación”, E-misphérica, 2011, https://goo.gl/J6qBpc
- Servín, Juan Manuel, A sangre fría: periodismo de morbo y frivolidad. México, Almadía, 2008.