Miguel Esparza
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 32.
Los orígenes del olimpismo mexicanos están atravesados por disputas de organizaciones y liderazgo. La convocatoria internacional para asistir a las olimpiadas parisinas ayudó a establecer la conformación de un equipo. Los resultados no fueron los esperados, pero la participación fue un parteaguas para el deporte amateur.
Las olimpiadas son uno de los eventos que a nivel mundial generan mayor impacto social y captan gran atención mediática. Cada cuatro años, las naciones del mundo se preparan para disputarse la hegemonía deportiva en todas y cada una de las competencias. México no ha sido ajeno al movimiento olímpico y en la actualidad existen instituciones como el Comité Olímpico Mexicano (COM) y la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE), que fueron creadas con el objetivo de administrar y fomentar el desarrollo de las diversas disciplinas deportivas y que cuentan con enormes sumas de dinero para financiar la formación y preparación de los deportistas que representan al país.
Los inicios
Los deportes se practican en México desde el porfiriato, pero no fue sino hasta 1924 cuando por primera vez nuestro país participó en unas olimpiadas. Las razones que retrasaron su integración al movimiento olímpico fueron, en primer lugar, que los deportes más populares entre los mexicanos durante el porfiriato (el boxeo y el beisbol) no formaban parte del programa olímpico, porque su práctica era profesional y no amateur. Además, el deporte que en el Porfiriato cubría el requisito del amateurismo era el atletismo, sin embargo, era administrado y fomentado, principalmente, por estadounidenses, quienes no deseaban ni tampoco podían representar al país en las olimpiadas.
Tras el estallido de la revolución maderista en 1910, la práctica deportiva celebrada en público decayó significativamente, pues los extranjeros dejaron de administrarla (volviéndose improvisada, disgregada y desorganizada).
En 1916 se inició la recuperación y reorganización de las actividades deportivas y a partir de 1920 se logró un considerable crecimiento, incluso la prensa señalaba que todos los deportes se habían convertido en una fiebre que había contagiado a un gran número de individuos, pues semana a semana, muchos mexicanos practicaban alguno y un tanto más era asiduo a presenciarlo en los diversos campos y llanos de la Ciudad de México.
Sin embargo, a pesar de la existencia de un gran número de practicantes y espectadores, no había un gran nivel competitivo ni un significativo progreso en cuanto a las marcas y récords realizados, ya que cada club realizaba sus competencias por separado. Nuestro país carecía de instituciones (federaciones) que a nivel nacional se encargaran de administrar, fomentar y extender la práctica deportiva, organizando competencias donde los mejores deportistas de cada estado o región se eliminaran entre sí, para con ello conocer quiénes eran los mejores atletas, lo que finalmente haría posible que México pudiera participar en las olimpiadas.
Institucionalización
México se integró al movimiento olímpico e hizo posible que participara en olimpiadas cuando comenzó a construir sus propias instituciones deportivas, principalmente en el atletismo. Sin embargo, ni la institucionalización de los deportes ni la incorporación al movimiento olímpico, fueron procesos simples de lograr, pues existían pugnas entre los diversos grupos que se disputaban el control de los deportes. Estos se enconaron aún más cuando se supo que el vicepresidente del Comité Olímpico Internacional (Coi), el conde Henry Baillet Latour, había invitado a México a integrarse y participar en las olimpiadas. Conviene aquí explicar cómo se lograron institucionalizar los deportes (en específico, el atletismo), cómo los diversos grupos se conciliaron y diluyeron sus diferencias para establecer los acuerdos que permitieron formar y enviar un equipo atlético a las olimpiadas de París de 1924.
En 1918, el deporte más organizado en México era el atletismo, gracias a que el grupo de los estudiantes de las escuelas profesionales de la Ciudad de México habían formado la Federación Atlética Interescolar (FAI), una organización encargada de promover las carreras a pie, los saltos y los lanzamientos. Sin embargo, esta agrupación sólo fomentaba el atletismo entre los estudiantes capitalinos, sin permitir la participación ni reconocer o validar los récords impuestos por los deportistas que no pertenecían al gremio estudiantil.
Como la FAI impedía la participación de los atletas no estudiantes en los eventos que organizaba, se propuso realizar una competencia donde pudieran participar todos los corredores del país, pues se pensaba que en lugar de restringirse la participación, debía hacerse todo lo posible por acrecentar la práctica y el nivel de competencia. Fue así que en 1920 surgió el primer Encuentro Atlético Nacional, una competencia que marcaría “una verdadera revolución en el desarrollo cultural de nuestra raza”, puesto que serviría para mostrar el progreso deportivo que para ese momento había alcanzado la práctica del atletismo en el país y para mostrar a los extranjeros que no todos los mexicanos tenían “penachos de plumas”, sino que México era un país capaz de organizar y celebrar competencias deportivas similares a las de cualquier “país civilizado”.
El primer Encuentro Atlético Nacional fue un éxito porque propició la formación de la Federación Atlética Nacional (FAN), institución que se encargaría de organizar competencias nacionales anualmente. Sin embargo, dividió aún más a los grupos atléticos, ya que a principios de 1923 el grupo de los estudiantes boicoteó la reunión en la que se pretendía formar la Federación Atlética Nacional. Después de un primer intento fallido por constituir la Fan, la llegada providencial al país del vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, el conde Henry Baillet Latour, impulsó a los diferentes grupos en pugna a establecer acuerdos. Baillet Latour invitó a México a incorporarse al movimiento olímpico, siempre y cuando se cumpliera con los requisitos de constituir un Comité Olímpico Nacional y que todos los deportes estuvieran organizados en federaciones nacionales.
Atletas estudiantes y no estudiantes se reunieron para trabajar en conjunto y buscar puntos de acuerdo que permitieran que el atletismo se organizara conforme a los requisitos del Comité Olímpico Internacional y así poder asistir con una representación atlética en la Olimpiada de París de 1924.
Tan pronto se formó el Comité Olímpico Mexicano y la Federación Atlética Nacional, se dio paso a la organización del III Encuentro Atlético Nacional, que a sugerencia de Baillet Latour sería el evento que, en su cuarta edición, sería el selectivo para reunir al equipo representativo de México en las olimpiadas.
Pero la tregua entre los grupos duraría muy poco. La disputa por controlar el atletismo resurgió e incluso se hizo más enconada. La nueva disrupción aconteció luego de la visita del conde Baillet Latour y derivó en la desintegración del recién formado Comité Olímpico Mexicano. Se criticaba que Baillet Latour impuso como dirigentes a miembros de la aristocracia, políticos, militares y empleados del gobierno (como Carlos Rincón Gallardo, Carlos B. Zetina, Tirso Hernández y Moisés Sáenz), en lugar de elegir a los personajes más compenetrados con el atletismo (estudiantes y no estudiantes), como Alfredo B. Cuéllar o Rosendo Arnaiz.
Así, con el argumento de que poco iba a lograrse con personas que no tenían interés en desarrollar las tareas encomendadas, Rosendo Arnaiz, José Peralta, Fernando Valenzuela y Alejandro Aguilar citaron a una reunión y ante la presencia de Lamberto Álvarez Gayou, miembro del Comité Olímpico Internacional se dio paso a la formación legal de un segundo y nuevo comité olímpico, la Asociación Olímpica Mexicana, quedando en espera del reconocimiento del Comité Olímpico Internacional, el cual, al conocer la existencia de otro organismo que buscaba su aprobación, hizo caso omiso, pues, para Baillet Latour, el deporte en Centroamérica estaba “primitivamente organizado”. Así que se consideró un problema normal que existieran grupos en pugna (eventualmente ambos grupos se fusionarían y colaborarían en conjunto con el membrete del Comité Olímpico Mexicano).
Tan pronto como quedó constituida, la Asociación Olímpica Mexicana se autonombró como el único organismo reconocido para enviar un equipo representativo a las Olimpiadas y en 1924 puso en operación un plan de trabajo para organizar el IV Encuentro Atlético Nacional, que tendría carácter selectivo, ya que los atletas ganadores formarían el equipo representativo que iría a la Olimpiada de París. Todo deportista que buscara ser parte del equipo olímpico debía inscribirse en la Asociación Olímpica Mexicana, presentarse a los entrenamientos y participar en la competencia selectiva.
También se integró una comisión financiera a cargo del banquero Ernesto Amezcua, con el objetivo de recaudar los fondos necesarios para organizar el IV Encuentro Atlético Nacional, además de los 30 000 pesos mexicanos para pagar el transporte de quince deportistas a Francia. El comité financiero buscó afanosamente la ayuda económica de Obregón, sin embargo, en esos momentos “estaba más interesado en lograr imponer a Calles como su sucesor que en el envío de una representación deportiva a las Olimpiadas”. El gobierno mexicano no aportó recursos, tampoco realizó acciones significativas para recaudarlos, sino que fueron los esfuerzos y gestiones particulares de entusiastas deportistas como Alfredo B. Cuéllar y Lamberto Álvarez Gayou, así como el apoyo de las “fuerzas vivas” del país, los que hicieron posible reunir el dinero necesario para el envío de los atletas a la olimpiada.
Selección olímpica
Entre más se acercaba la fecha de partida hacia Francia, más notoria se hacía la disputa que mantenían los grupos de estudiantes y no estudiantes por dominar el atletismo. En el IV Encuentro Atlético Nacional la paridad fue notoria: los estudiantes ganaron cinco pruebas, mientras que los no estudiantes seis. Posteriormente, se dio paso a la formación del equipo representativo que iría a las olimpiadas y aunque en repetidas ocasiones se dijo que la “selección sería cuidadosa y sin interés de ninguna especie”, y se daría prioridad a los atletas que hubieran realizado las marcas más cercanas a los récord mundiales, ambas federaciones atléticas (la Interescolar y la Nacional) buscaron imponer a sus atletas en el equipo olímpico y acabaron por convenir realizar la selección mediante una votación y no por las marcas.
La causa de haber decidido lo anterior fue el dinero, pues no se recaudó lo suficiente para poder enviar a los 20 triunfadores del IV Encuentro Atlético. Así que se decidió enviar a aquellos que, por su experiencia (se pensaba), tuvieran mayores posibilidades de destacarse. Debido a que en la votación participaron únicamente los representantes de las federaciones Interescolar y Nacional, los atletas de otros estados y otros grupos fueron excluidos. Tan pronto se publicó la lista de atletas seleccionados, se comenzó a decir que “no todas las designaciones fueron justificadas”, ya que varios ni siquiera lograron ganar el primer lugar de sus competencias, como fue el caso de Daniel Eslava y Mariano Aguilar, quienes en sus respectivas pruebas llegaron en segundo lugar. Caso similar fue el del corredor de 800 metros Juan Escutia, quien por encontrarse enfermo no fue capaz de terminar su prueba, pero, aun así, se le incluyó en el equipo nacional.
La mitad de los seleccionados no debió asistir a la Olimpiada porque simplemente no se ganaron su lugar. Sin embargo, las federaciones atléticas (la Interescolar y la Nacional) antepusieron sus intereses de grupo, aunque fuera en detrimento del rendimiento deportivo. El desempeño del equipo olímpico mexicano en París dejó mucho que desear pues, aunque se esperaba que la delegación fuera derrotada, su desempeño fue muy inferior al realizado en las competencias en México.
En opinión de Alfredo B. Cuéllar, el jefe de la delegación mexicana, la causa principal del fracaso fue la inexperiencia de los atletas en este tipo de eventos. Por ejemplo, durante el viaje en barco a Europa, no entrenaron por dos semanas y comieron más de la cuenta y como resultado aumentaron de peso (cerca de cinco kilos cada uno, en promedio). En segundo término, los atletas no iban lo suficientemente concentrados o físicamente aptos para afrontar la competencia: el lanzador de bala Jesús Aguirre Delgado se lesionó la muñeca al tratar de impresionar a una dama haciendo un salto, lo que le impidió que pudiera igualar su récord personal. El saltador de altura Alfonso Stoopen, casi un niño, tuvo pánico escénico, y “por completo perdió sus facultades” y no fue capaz de saltar ni a lo alto ni a lo largo.
En el caso de Juan Escutia, este atleta siguió enfermo; literalmente se levantó de la cama para competir y por su estado físico fue el último lugar de su eliminatoria. Daniel Eslava, por su parte, desde que llegó a París se dedicó “a engullir manjares de todos colores, sabores y olores, resultando que a la hora de la hora estaba más panzón que un canónigo y comenzaba a sudar y resoplar en cuanto se movía”, razón por la cual terminó abandonando su prueba. Los más destacados fueron Herminio Ahumada, Carlos Garcés, Guillermo Amparán y Pedro Curiel, quienes, sin embargo, por el peso ganado durante el viaje, no pudieron competir al tú por tú con los corredores finlandeses (los atletas más destacados de la Olimpiada de París).
Aprendizaje
En opinión de Alfredo B. Cuéllar, México pudo tener una mejor actuación si hubiera contado con mejor apoyo técnico y mejor entrenamiento. Con respecto a lo primero, se quejó de la poca ayuda que recibió de los enviados del gobierno ( José Peralta y Tirso Hernández), quienes se ocuparon más de la diplomacia que de la preparación de los atletas. Menciona que mientras él hizo “el papel de entrenador, de representante oficial, de proveedor, de enfermero, de todo”, los representantes gubernamentales, por su inexperiencia, fueron un estorbo.
Por su parte, los atletas mexicanos se dieron cuenta de que con sus rudimentarios conocimientos en materia de entrenamiento deportivo les era imposible competir al nivel de las otras naciones, ya que por no saber cómo entrenarse, en los días previos, presentaban diversas molestias: “músculos distendidos y tendones restirados”, así que antes de competir se sometieron a un tratamiento de “toallas con agua hirviente para neutralizar los dolores musculares”, aspecto no recomendable previo a una competencia.
Para Cuéllar, hubo una mala planeación de todo el proceso de preparación, selección y transporte, que acentuó de manera significativa la mala actuación que tuvieron los atletas mexicanos y proponía que, en el futuro, se sometiera a los deportistas a una preparación científica que les permitiera desarrollar de mejor manera sus capacidades y se seleccionara a quienes tuvieran los mejores récord. Finalmente, a pesar de las pugnas y los problemas entre grupos así como de los traspiés suscitados en la travesía, lo importante de la primera participación de México en las olimpiadas fue el aprendizaje que significó y que sirvió para impulsar el atletismo organizado en todo el país, el cual, a partir de las Olimpiadas de 1924, tuvo una significativa expansión a nivel nacional e hizo pensar que, en poco tiempo, los atletas mexicanos estarían en condiciones de competir contra los extranjeros “con muchas probabilidades de éxito”.
PARA SABER MÁS
- Mcgehee, Richard V., “The origins of Olympism in Mexico: The Central American games of 1926”, The International Journal of the History of Sport, 1993, http://goo.gl/6oBSkx
- Mcgehee, Richard V., “El pugilismo en Centroamérica y México 1900-1927”, V Congreso Centroamericano de Historia, San Salvador, 2000.
- Torres, César, R., “The Latin American ‘Olympic explosion’ of the 1920s: Causes and Consequences”, The International Journal of the History of Sport, 2006, http://goo.gl/psMc2L