Lillian Briseño Senosiain
Tecnológico de Monterrey, Campus Santa Fe.
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 31
Alumbrada por velas y faroles, y tan sólo en algunas calles, la vida nocturna era limitada en México antes de que el milagro de la luz eléctrica se hiciera presente en el último cuarto del siglo XIX. La vida se desarrollaba entre el amanecer y los últimos rayos de luz de la tarde, pero la actividad en las noches era muy reducida. Trabajar, ir al teatro, bailes, reuniones sociales o caminar, implicaban ciertos riesgos que sólo algunos estaban dispuestos a correr.
La noche ha sido, de manera tradicional, un espacio para el descanso y el recogimiento de la población, aunque también un ámbito de relajamiento y diversión tras días o semanas de trabajo. Sin embargo, esto último parece no haber sido siempre así, y quizás el uso de la noche para actividades que van más allá de la preparación para dormir sea una construcción de la vida moderna, resultado de la posibilidad de alumbrar la oscuridad de las ciudades con la llegada de la luz eléctrica en el crepúsculo del siglo XIX o principios del XX.
Es difícil imaginar que la vida nocturna, como la conocemos, sea tan reciente. Pero lo es más concebir cómo eran esas horas que se encontraban entre el ocaso y el alba para la inmensa mayoría de las personas. Afortunadamente, algunos publicistas, cronistas y novelistas, recogieron en sus escritos pinceladas de las noches decimonónicas, dejándonos con ello testimonios que nos permiten reconstruir aquellas horas negras de los días.
¿Es posible inventar la noche? Al parecer sí, si consideramos que antes de la llegada de la luz eléctrica, la vida nocturna era más bien escasa. Por supuesto que desde el descubrimiento del fuego ha existido la posibilidad de iluminar la oscuridad, ya sea con antorchas, velas, ocotes, lámparas de aceite, petróleo o queroseno, e incluso de gas, pero las primeras apenas dejaban ver las cosas más próximas y las últimas datan del siglo XIX, lo que en una línea del tiempo las ubica tan cercanas a nosotros como algo que sucedió ayer, en términos históricos.
Entonces, si no había luz nocturna, ¿qué se podía hacer durante la noche? ¿La gente podía trabajar, convivir, divertirse? De nuevo la respuesta sería sí, pero a veces. Sí, dependiendo de si había o no luna llena; de hecho, los calendarios acostumbraban a incluir las fases lunares para que se supiera cuándo alumbrar a el astro en todo su esplendor y entonces planear alguna actividad, pues al menos el camino estaría iluminado. Esto, desde luego, suponiendo que hubiera buen clima y que las nubes no cubriesen el cielo impidiendo el paso de su luz.
Ya se me acabó el ocote,
¿qué desgraciada fortuna!
¿Para qué queremos luz,
habiendo una hermosa luna?
CANCIÓN DEL PASTELERO
Si no era con la luna, sí podía haber algo de actividad por las calles que contaban con las lámparas que prendían los serenos cuando estos hacían bien su trabajo en las ciudades. Sí, también, si se salía antes del toque de queda que daban las campanas. Sí, por supuesto, para los pocos parroquianos que asistían al teatro y que podían terminar más allá de esa hora, pero que al parecer salían de prisa de las funciones, en busca del refugio del hogar, según relata Francisco Zarco cuando referían: Son ya las diez y se oye el toque de queda, y el somnoliento alerta de los centinelas. Todo se cierra y nada interrumpe el silencio de la noche hasta que se acaban las funciones de teatro. La multitud sale en masa y se dispersa en todas direcciones.