Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell
El Colegio de Michoacán
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 28.
México y Guatemala adoptaron políticas diferentes para afrontar una invasión de langostas que se extendió por amplias áreas fronterizas de sus territorios a mediados del siglo XIX. Los resultados de las medidas no fueron los mejores.
A mediados de 1852, tras un verano seco y sofocante, los corregidores de Jutiapa y Chiquimula se dirigieron al presidente de Guatemala, Rafael Carrera (1840-1865), para informarle la emergencia que enfrentaban debido a que una plaga de langosta había invadido y devastado sus departamentos. Poco a poco, las comunicaciones registraron el avance y los daños que causaban estos insectos en la cubierta vegetal. La experiencia fue tan desoladora que, en tan sólo cinco meses, invadieron la porción centro-occidente de Guatemala e incluso alcanzaron los territorios mexicanos de Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Yucatán. Por si esto no fuera suficiente, la plaga acarreó una serie de problemas que se tradujeron en escasez de alimentos, acaparamiento de semillas, incremento de precios, mortandad de animales y desplazamientos de población. Frente a lo sucedido, los gobernantes guatemaltecos y mexicanos intentaron resarcir los daños: unos, instaron a la población a perseguir y exterminar los insectos; otros, obligaron a los funcionarios a denunciar el acaparamiento y la especulación de alimentos.
Un análisis de lo acaecido en Guatemala pone al descubierto que la plaga apareció en mayo de 1852 y se mantuvo activa hasta noviembre de 1856, especialmente en los departamentos de Jutiapa, Chiquimula, Santa Rosa, Escuintla, Suchitepequez, Quetzaltenango, San Marcos y Retalhuleu. Se tiene conocimiento que este fenómeno impactó en todos los sectores sociales y económicos del país. Los añileros de Jutiapa y Chiquimula, por ejemplo, observaron cómo sus plantaciones sucumbieron ante la voracidad de los insectos; los productores de caña de Santa Rosa y Escuintla experimentaron la devastación de sus plantaciones; por su parte, los hacendados de Quetzaltenango y San Marcos no sólo perdieron sus cosechas de granos sino también padecieron el desamparo de sus tierras al tiempo que los insectos se posicionaron en ellas para reproducirse e inocular sus huevecillos. Obviamente, esta plaga afectó numerosos pueblos de indios cuyas economías estaban orientadas a la producción para el autoconsumo..
En el caso de México, la langosta arribó en septiembre de 1853 y se mantuvo con vida hasta diciembre de 1857. Al igual que en Guatemala, los acrídidos dañaron las plantaciones de maíz y cacao en Chiapas, los cultivos de algodón y las nopaleras de grana en Oaxaca, los platanales y las huertas cacaoteras de Tabasco, así como los sembradíos de maíz, algodón y henequén de Yucatán. Una muestra inmediata de sus efectos fue la carencia de alimentos, el sobreprecio en las semillas, la propagación de enfermedades epidémicas y la crisis en las economías regionales. Dada la porción territorial que invadió, no fue casualidad que los pueblos indígenas fueran severamente perjudicados.
El influjo de la PEH
Existen muchas semejanzas en lo que respecta a la aparición y los efectos que tuvo la plaga de langosta en ambas naciones. De entrada, la presencia y evolución de los insectos debe explicarse en lo que la historia ambiental ha denominado Pequeña Edad de Hielo (PEH) y, específicamente, en la última oscilación que integró esta secuencia climática, entre 1830 y 1860, que se distinguió por una serie de irregularidades ambientales en la porción norte del hemisferio como movimientos bruscos en las temperaturas, aparición de sequías estivales y propagación de especies que afectaban la cubierta vegetal. Los daños causados por la langosta, por su parte, deben reflexionarse en lo que se conoce como dimensión histórica de los desastres naturales; es decir, una perspectiva que no se limita a examinar las plagas en su aspecto biológico, sino que toma en consideración el contexto en que surgieron y evolucionaron con la finalidad de mostrar que este tipo de desastres es resultado de la confluencia de varios elementos: naturaleza, sociedad, economía y política.