Juan Manuel Bueno
BiCentenario #7
El cielo de Querétaro siempre me ha impresionado. ¡Es tan luminoso! Cuando camino por sus calles adoquinadas, entre las casas coloniales, me gusta mirar el cielo azul entre las hojas verdes de los laureles que dan sombra a los paseantes. Hijo, en estas calles y en sus edificios se encuentra nuestra historia familiar, la que hoy te cuento pues no sé si tendrá otra ocasión para hacerlo y porque espero que cuando la escuches te sientas tan orgulloso de ella como lo estoy yo.
Comienzo mi relato por la ciudad, mi bella ciudad, escenario de grandes hechos de nuestra historia y que hoy lo será de nuevo cuando en el Teatro de la República se inicie el Congreso Constituyente, igual que en 1917, hace cien años. Aunque viendo como la revolución cubre a casi todo el país y las bajas se multiplican, la verdad es que temo que estemos más cerca de un golpe de Estado que de una Constitución. Quiero estar allí, pero ni siquiera si los grandes intereses que dominan el gobierno y me saben defensor de los marginados –de eso jamás me arrepentiré–, y por tanto opuesto a ellos, no me darán acceso. Trataré de colarme, como pueda. Hijo, de todo corazón deseo que cuando enciendas este reproductor y oigas mis palabras todo haya terminado bien.
Estoy sentado en los portales posteriores del Gran Hotel, cerca del teatro, en un restaurante con mesas de encino americano y manteles de lino blanco, como en su mejor época. Admito que venir aquí parece un gusto burgués, del que no he logrado ni quiero desprenderme porque el Gran Hotel perteneció a don Cipriano, mi Abuelo grande. Te lo explicar mientras es hora de acudir a la gran cita. Antes estuvieron aquí las capillas del convento de San Francisco; la Reforma lo volvió un gran solar en el que, años después, el gobernador quiso construir un palacio de gobierno; como no pudo acabarlo, en 1890 lo vendió a tu tatarabuelo, quien enseguida reanudó la obra, obra que fue más señorial de lo que pensó al inicio.
Imagino al Abuelo grande muy pendiente, como ahora yo, del Congreso de 1917, aunque él no debió pelear por la entrada. Pero mejor vuelvo a lo nuestro. Fue también dueño de la hacienda de San Rafael, cerca del pueblo de Chichimequillas. ¿Recuerdas que te contaba de ella cuando eras niño? Como vivía solo, hizo venir de Güemes a dos sobrinos: Joaquín, su preferido, y Cecilia, a quien con el tiempo apodaron Chila la Tequilera por su gran afición al tequila. Tía Cecilia no se casó, pero tuvo amores y amigos, desde aristócratas hasta labradores y gavilleros.
Además de administrar el Gran Hotel y llevar las cuentas de la hacienda, Abuelo Joaquín tenía un bazar en los bajos del hotel. Fue un gran coleccionista, pues compró la cama en que Maximiliano durmió la primera vez que visitó Querétaro. Espero que la guardes y cuides, al igual que las copas francesas para servir ajenjo caliente y la vajilla Napoleón III que también estuvieron en el negocio. Allí crecieron su hijo Isaac y sus hermanas, jugando entre antigëedades. Fueron ellos quienes llamaron Abuelo Grande al tío Cipriano.
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PARA SABER MÁS:
- Selva Daville Landero, Querétaro: sociedad, economía, política y cultura, México, UNAM, 2000.
- Ramón Del Llano Ibáñez, Lucha por el cielo: religión y política en el estado de Querétaro, 1910- 1929, México, Miguel Ángel Porrúa, 2006.
- Marta Eugenia García Ugarte, Breve historia de Querétaro, México, El Colegio de México/ FCE, 1999.