Testimonio de José González M., Secretario de redacción del periódico Nueva Era
Presentación de Regina Hernández Franyuti / Instituto Mora
Revista BiCentenario #19
México vivió con emoción el proceso electoral para elegir presidente y vicepresidente de la República el 5 de octubre de 1911, ya que durante años, este proceso había estado regido por la presencia y los deseos de Porfirio Díaz. Ese día, por primera vez en mucho tiempo, los ciudadanos emitieron su voto libre por la fórmula Francisco I. Madero-José María Pino Suárez. Un mes después, ambos, triunfadores en el que quizás haya sido nuestro proceso electoral más limpio, rendían protesta ante el Congreso. Se iniciaría entonces un gobierno inestable que no logró satisfacer las diferencias entre facciones revolucionarias y las presiones de los políticos porfiristas que aún ocupaban cargos públicos.
Madero, idealista, soñador, buscaba la manera de establecer un equilibrio entre dos elementos contrarios: autoridad y libertad. No quería que por razones de autoridad se limitara el uso y el disfrute de la libertad. Quería y soñaba con un régimen libre y democrático. Sin embargo, su ilusión fue vana, sus errores políticos debilitaron de forma creciente su fuerza, prestigio y popularidad, la oposición porfirista ganó terreno, el desorden político progresó en todo el país. Su rompimiento con los hermanos Vázquez Gómez lo enfrentó con los antirreeleccionistas, quienes le habían acompañado hasta entonces; la formación de su gabinete con funcionarios porfiristas desilusionó a quienes deseaban cambios radicales. El desarme de las fuerzas revolucionarias y la conservación de los viejos cuadros militares acentuaron el descontento y la desconfianza; las presiones de la pluripartidista XXVI Legislatura multiplicaron sus dificultades.
Entrada de Madero al Zócalo, 9 de febrero de 1913
Era yo en febrero de 1913, secretario de redacción de Nueva Era. La víspera de que estallara el cuartelazo de la Ciudadela, se efectuó en el Teatro Principal una lucha greco-romana, entre dos atletas, uno de ellos francés. Enrique Ugartechea, cronista deportivo del periódico, me invitó a que fuera a la función. Concurrí, y al terminar nos despedimos retirándome yo para cenar con algunos amigos, todos periodistas, en el Restaurante del Principal. Allí, en alegre charla, pasamos el resto de la noche, y como a las dos de la madrugada nos despedimos todos, dirigiéndose cada uno a su domicilio.
Durante la cena, algún amigo mío, militar que conocí como Oficial del Escuadrón de Gendarmes del Ejército, cuando estuvo al mando del Mayor Pradillo, viéndome en una de las mesas del Restaurante, se acercó a mí preguntándome si no había visto a algún otro militar que también fue de Gendarmes y que entonces se encontraba comisionado en la Escuela Militar de Aspirantes en Tlalpan.
El periódico “La Nueva Era”
“¿No has visto a Fulano?”
“No, no ha venido por aquí.”
“Gonzalitos: tenemos bola. ¿Vienes con nosotros?” Yo creí que se trataba de alguna correría de aventuras nocturnas. Le contesté que no; que estaba cansado y pronto me retiraría. Se fue el militar. Yo no di importancia a sus palabras. No pasó mucho tiempo y llegó el oficial por quien se preguntaba la misma consulta.
“¿No has visto a Zutano?” “Sí, acaba de estar aquí, pero se retiró luego.
“¿Tenemos bola?”, me dijo en tono parecido al confidencial.
“¿Vienes con nosotros? ¡Va a estar buena!”
Fuente: Juan Manuel Torrea, La Decena Trágica. Apuntes para la historia del ejército mexicano. La asonada militar de 1913, México, Joloco, 1939, pp. 60-65.
[…]
Para leer el artículo completo, suscríbase a la Revista BiCentenario.