El fracaso de los exiliados en Estados Unidos

El fracaso de los exiliados en Estados Unidos

María Luisa Calero Martínez de Irujo
Universidad Iberoamericana

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 49.

Los intentos de derribar al gobierno de Venustiano Carranza por diferentes grupos desterrados de personalidades mexicanas en el exilio sucumbieron ante sus propias divisiones motivadas en razones ideológicas y de proyectos políticos. Pero también porque el gobierno de Woodrow Wilson rechazó apoyarlos.

Manuel Garza Aldape con Victoriano Huerta y otras personalidades, ca. 1913, inv. 38744, SINAFO. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.
Manuel Garza Aldape con Victoriano Huerta y otras personalidades, ca. 1913, inv. 38744, SINAFO. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

A lo largo de la segunda década del siglo XX se produjeron distintas oleadas de exiliados con motivo de la revolución mexicana. Las circunstancias políticas variaban, pero aquellos que salieron de México eran hombres que participaron en la lucha por el poder y se vieron obligados a desterrarse al resultar derrotados por otras fuerzas políticas. Las figuras que componen este exilio fueron personas con distinto bagaje cultural, ideas y capacidades. Ente ellos había miembros de la administración pública y de la iglesia, integrantes del extinto ejército federal o del que nació de la revolución, hacendados y empresarios importantes, así como profesionistas destacados (periodistas, abogados, escritores, ingenieros, médicos) y artistas.

En términos generales, puede decirse que con la caída de la dictadura salieron del país los porfiristas más influyentes acompañados de sus familias. Cuando el general Victoriano Huerta se apoderó de la presidencia, en febrero de 1913, los maderistas se vieron forzados a huir, y en junio del año siguiente, vencido Huerta por el ejército constitucionalista, se generó la mayor oleada de exiliados porque quienes participaron de una manera u otra en ese régimen, o dieron su apoyo, fueron perseguidos. Incluso, los miembros del disuelto ejército federal. Poco después continuó el destierro de los felicistas, partidarios de Félix Díaz, un grupo que aspiraba a regresar a los tiempos porfiristas. Por último, tuvo lugar el exilio de los convencionalistas y, entre agosto de 1915 y febrero de 1916, los villistas y zapatistas escaparon de la persecución al rechazar las imposiciones carrancistas.

El destierro significó para todos ellos el aislamiento fuera del país. La respuesta ante la frustración de no poder participar directamente en el devenir de México fue diferente según los casos. Si bien muchos se alejaron de la política, otros buscaron en el extranjero, principalmente Estados Unidos, algún tipo de participación opositora como la fundación de periódicos o escribiendo en ellos, la creación de organizaciones políticas y hasta orquestaron expediciones armadas, como la de Félix Díaz. Estos personajes heterogéneos pretendieron estructurar un país distinto al que se estaba conformando, desde diversas facciones políticas y maneras diferentes de pensar.

Hermanados por el descontento, de 1915 a 1920 existieron en Estados Unidos varias asociaciones políticas mexicanas que intentaron revertir la situación que se vivía en México. Las circunstancias cambiantes de la revolución fueron marcando sus características y objetivos: en un inicio se trataba de evitar que Estados Unidos reconociera a alguna de las facciones revolucionarias y luego se buscó revertir el reconocimiento del gobierno de facto. Así, en 1915 los huertistas fundaron la Asamblea Pacificadora en San Antonio y al año siguiente los villistas establecieron en Texas el Partido Legalista, a su vez, l conservadores -aquellos considerados como porfiristas-, constituyeron en 1916 en Nueva York la Liga Nacionalista Mexicana. A partir de 1917 los exiliados se centraron en derrumbar a Carranza y derogar la nueva Constitución. La Carta Magna de 1857 representaba para ellos el triunfo contra el conservadurismo y símbolo de la república como tal, por lo que su derogación la consideraban inaceptable, aunque creían en la necesidad de modificarla.

Así como surgieron asociaciones contrarrevolucionarias entre exiliados de diferentes facciones, también se presentaron fricciones entre sus miembros. Estas se exteriorizaron por razones políticas e ideológicas, posturas encontradas con exiliados de otros grupos y sus propios cambios de ideas a lo largo del exilio. Esta falta de unificación restó credibilidad a los movimientos al momento de buscar apoyo moral y financiero a Washington.

Ahora bien, la Constitución de 1917 había producido controversias con los intereses económicos extranjeros, sobre todo por el artículo 27 que establecía la propiedad del Estado en las tierras y aguas, así como el subsuelo. Sin embargo, la decisión del presidente estadunidense Woodrow Wilson de intervenir en la primera guerra mundial implicó que la prioridad fuese mantener en paz a México, por lo cual, mientras duró el conflicto bélico, se antepuso el interés nacional por encima de los intereses de los inversionistas. Pero la relación con México cambió radicalmente cuando Estados Unidos emergió como una potencia mundial fortalecida al término de la guerra en Europa.

Los cabilderos presionaron entonces para que Washington adoptara posturas contrarias a la nueva Constitución mexicana o se eliminaran los artículos que afectaban a los hombres de negocios. La Casa Blanca contempló diferentes planes de acción, entre los que se encontraba imponer la paz a través de una intervención armada si Carranza no aseguraba que los derechos de los inversionistas extranjeros fueran respetados. Los exiliados percibieron la intervención como una medida muy probable, además de que consideraron la posibilidad de que Wilson reclamara a Carranza por su supuesta germanofilia.

Frente anticarrancista

La unión entre los exiliados parecía imposible debido a los enfrentamientos y diferencias entre los puntos de vista de las facciones. Pero los clubes políticos y las reuniones sociales, así como el sentimiento de destierro de los exiliados, servirían para que los ánimos más extremistas se calmaran ante las propuestas de la revolución, y para que incluso los más conservadores rectificaran sus prejuicios contra ella. Ya para 1919 muchos de los mexicanos desterrados defendían los mismos postulados, los cuales habían dejado de ser programas de partido para convertirse en aspiraciones nacionales.

Tras el cambio de la situación internacional, los exiliados se propusieron en 1919 constituir un frente común con el objetivo de destituir a Carranza y evitar una intervención estadunidense. La situación era propicia para la unificación; los expatriados prominentes tenían nexos con los grupos levantados en armas, y los habitantes de las zonas controladas por los carrancistas reconocían la necesidad de buscar alianzas para lograr la paz tan anhelada.

A principios de 1919 existían ya dos asociaciones constituidas en Estados Unidos por exiliados: los Comités de Unión Nacional y la Asociación Unionista Mexicana. La primera era una organización de diferentes facciones. Como presidente estaba Manuel Garza Aldape (huertista), como secretario Pedro Villar (felicista), y entre los directores Tomas Mc Manus (quien fue senador con Díaz y Madero), entre otros. La segunda, fundada por Manuel Bonilla, se hallaba compuesta por seguidores de Francisco Vázquez Gómez y también por felicistas, huertistas y adeptos al “antiguo régimen”. Su objetivo era que cuando la paz fuese alcanzada se convirtiera en un partido independiente, sin afiliación política.

Sin embargo, estas organizaciones no aglutinaban los intereses de todos los exiliados, por lo que se formaron tres coaliciones más: la Alianza Liberal Mexicana, ideada a finales de 1918 por el general Felipe Ángeles; el Consejo Nacional, promovido por Nemesio García Naranjo; y la Alianza Nacionalista, organizada por Jorge Vera Estañol.

La Alianza Liberal Mexicana, como “organización patriótica”, invitó a participar a todos los mexicanos de distintas creencias políticas para evitar la intervención de un poder extranjero, intentando reunir a enemigos de Carranza -radicales y conservadores-, antiguos villistas y carrancistas disidentes como Antonio Villarreal. Su propuesta implicaba unificar a las distintas facciones existentes en Estados Unidos y Cuba, así como afiliar a las que ya luchaban en México contra Carranza, para crear un movimiento contrarrevolucionario y derrocar al gobierno “constitucional”.

Entre sus primeros participantes estuvieron personajes moderados del “antiguo régimen” como Jesús Flores Magón, Emilio Rabasa, Pedro Lascuráin, Ramón Prida, Manuel Calero y Oscar Braniff, entre otros. Con su entrada se intentaba dar a la asociación un giro más tolerante, pero su participación no fue aprobada por los villistas, quienes buscaban tener el control por considerarse los representantes de la fuerza militar y la acción, y por pensar que los conservadores solo causarían el fracaso de la alianza.

La Asociación Unionista Mexicana abogó por fusionarse con la Alianza Liberal, pero la negativa de esta fue rotunda, debido a que aquella tenía como miembros a felicistas, huertistas y porfiristas. Advirtieron que no sólo rechazaban unirse a ella, sino que lucharían en su contra.

Miguel Díaz Lombardo, cabeza de los villistas, estaba convencido que la Alianza Liberal funcionaría, siempre y cuando no se incluyera en ella a los que habían sido enemigos de la revolución. Se negó así la entrada a los que él llamaba científicos y advirtió que si los grupos reaccionarios eran aceptados, él se retiraría de la organización y convencería a las demás facciones de hacer lo mismo. Su opinión triunfó y los moderados quedaron fuera. Así, la Alianza Liberal terminaría en manos de los radicales; perdió su oportunidad de convertirse en el núcleo del partido contrarrevolucionario y quedó condenada a desaparecer por la pérdida del apoyo.

Ante la creencia de que unirse era el deber de los expatriados, aunque fuera moralmente, para defender el honor patrio, también a principios de 1919 Nemesio García Naranjo promovió el Consejo Nacional con el objetivo de reorganizar a las juntas contrarrevolucionarias en territorio estadunidense y que todos tuvieran el derecho a ser representados. Logró que el Consejo Nacional se uniera con los Comités de Unión Nacional -estos desaparecieron- y que se trabajara por estrechar las relaciones entre México y las demás naciones, especialmente con Estados Unidos. Al final, sus esfuerzos resultaron inútiles, en especial porque entre sus propuestas estaba la idea de acercarse al gobierno de Carranza con el fin de negociar y lograr la paz.

La propuesta de García Naranjo no fue secundada por Jorge Vera Estañol quien, convencido de que los mexicanos debían prepararse para operar en una coalición, el 30 de enero de 1919 fundó la Alianza Nacionalista Mexicana. Esta, como las anteriores, buscaba encabezar el restablecimiento de la paz, la ley y el orden en México. Más tarde se le incorporaría la Asociación Unionista, fundada por Manuel Bonilla.

Ahora bien, numerosos exiliados se abstuvieron de ingresar a los Comités de Unión Nacional, la Alianza Unionista o la Alianza Liberal, aunque estaban ansiosos de tomar parte activa en el movimiento de unificación contra Carranza. De esta manera, la constitución de la Alianza Nacionalista Mexicana, de Vera Estañol, respondió a las necesidades de quienes quedaron fuera de esas asociaciones. Esta no tenía filiación de origen revolucionario ni antirrevolucionario. Aplazaba la formación de partidos para cuando estos pudieran constituirse en México. Así abría sus puertas a todos aquellos que aspiraran a la rehabilitación de México, anhelando que junto con las demás alianzas hiciera propaganda de la idea unificadora, y todas las agrupaciones inspiradas en este ideal se asociaran en una sola asamblea.

A medida que se iba conociendo el trabajo de Vera Estañol, sus seguidores se incrementaron. Por lo demás, pertenecer a la Alianza Nacionalista Mexicana no impedía ser parte de otros grupos de exiliados, lo cual ayudó a sumar adeptos. En septiembre de 1919 su razón social cambió y pasó a denominarse Alianza, sin embargo esto para 1920 desaparecería.

Estos esfuerzos de unificación también fueron considerados por los principales jefes revolucionarios opositores a Carranza. En El Azteca, periódico de la Alianza Constitucionalista, se informó que el día 3 de ese mes, las facciones de Manuel Peláez, Félix Díaz (Ejército Reorganizador), Gildardo Magaña Cerda, sucesor de Emiliano Zapata (Ejército Libertador del Sur), y las fuerzas de la Convención, enviaron al presidente Woodrow Wilson un comunicado conjunto en el que promovían el reconocimiento de sus beligerancias con la esperanza de que, de alguna manera, Estados Unidos intercediera en su favor, y depusiese a Carranza. Pedían su apoyo moral y del pueblo estadunidense, así como su respaldo en el proceso de reconstrucción. Su compromiso era unirse en un solo gobierno provisional, con elementos liberales que buscaran una verdadera democracia y no un poder personal.

Esta coalición no tuvo el apoyo de Washington y por lo tanto desapareció. Para finales de 1919 surgió otra nueva organización: la Comisión Mexicana de la Paz. Esta presentaba dos planteamientos. En el primero proponía enviar emisarios a los líderes revolucionarios y a los dirigentes carrancistas para hacerles ver la necesidad de la unificación, esperando que los últimos enviaran delegados para pactar un armisticio. El segundo consistía en acordar con Carranza su renuncia y buscar el respaldo de todos los grupos para que un presidente provisional, nombrado por el Congreso, dirigiera al país hasta las elecciones de 1920. También se sugirió que antes de renunciar, Carranza debía declarar una tregua que le garantizara a los exiliados sus vidas y propiedades. En sí, no se llegó a ningún acuerdo definitivo, la Comisión Mexicana de la Paz terminó por disolverse y sus planteamientos no pasaron de ser meras propuestas.

Como se ha visto, todas las proposiciones perseguían la unificación de los mexicanos, pero la situación no resultaba tan fácil y las ideologías y objetivos no hallaron un punto de acuerdo: unos buscaban la conciliación revolucionaria inmediata, otros tenían miras más nacionalistas y contemplaban propuestas integrales para que el país continuara con nuevos planteamientos.

Finalmente, ninguno de los grupos pudo convencer a Washington de que rompiera con Carranza y los apoyara. Wilson rechazó a unos por huertistas o felicistas, a otros por compartir cierta ingenuidad maderista o por el populismo de los convencionistas, y a los villistas por su posición contraria a Estados Unidos. Además, el concepto original de unir las facciones no funcionó y muchos exiliados no supieron diferenciar entre las alianzas formadas en el extranjero (tan solo cuatro en 1919). Los diferentes grupos que se encontraban alzados en armas contra Carranza y los propios carrancistas, a quienes se trataba de atraer, terminaron confundiéndose.

PARA SABER MÁS:

  • Garciadiego, Javier, “Los exiliados por la Revolución Mexicana”, en Javier Garciadiego y Emilio Kourí, comp., Revolución y exilio en la historia de México. Del amor del historiador a su patria adoptiva: Homenaje a Friedrich Katz, México, El Colegio de México, Centro Katz, The University of Chicago, Era, 2010, pp. 539-565.
  • González Gómez, Claudia, Intelectuales, exilio y periodismo en Cuba durante la Revolución Mexicana, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2011.
  • Lerner, Victoria, “Los exiliados de la revolución mexicana en Estados Unidos, 1919-1940”, en La comunidad mexicana en Estados Unidos, Fernando Saúl Alanís, coord., México, El Colegio de San Luis, CONACULTA, 2014, pp.71-126.
  • Raat, Dirk W., Rebeldes Mexicanos en los Estados Unidos 1903 -1923, México, Fondo de Cultura Económica, 1988.

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