Sin miedo a volar. Las primeras aeronautas mexicanas

Sin miedo a volar. Las primeras aeronautas mexicanas

Cristóbal Sánchez Ulloa
Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 48.

Antes de que un mexicano volara por primera vez en un globo aerostático, dos mujeres, cuya identidad se desconoce, ya habían hecho algo similar. Sin embargo, pasaron algo desapercibidas para sus compatriotas. En la concepción social decimonónica, el rol de la mujer tenía protagonismo en lo doméstico, pero no en la esfera pública.

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Relation du Premier Voyage aerostatique exécuté dans la République Mexicaine. París, 1835.

Desde ahí podía abarcar toda la ciudad de México con una mirada. Hasta ese día, sólo las aves y su acompañante habían contado con esa perspectiva: se veían en todo su esplendor la redonda plaza de toros de San Pablo, desde donde partieron, las cúpulas y torres de las iglesias y las azoteas de los demás edificios, colmados de personas que los admiraban transitar. Reconoció fácilmente el Paseo de la Viga, la Plaza Mayor, la Catedral y la Alameda, sitios que frecuentaba y que había admirado. Desde las alturas se veían distintos, más serenos.

El viento los llevó hacia el suroeste cuando comenzaron el descenso. La ciudad quedó cada vez más lejos y la perspectiva se hizo familiar. Casas, árboles y personas volvieron a su tamaño habitual.

Es imposible saber lo que pasó por su cabeza durante el viaje –que duró sólo unos minutos–. Tampoco podemos saber las sensaciones que el acontecimiento le generó. Pero, seguramente, desde que se separó del suelo y hasta que sus pies volvieron a tocarlo, tuvo una mezcla de temor y asombro, por lo arriesgado y a la vez fascinante de su viaje. Y también de orgullo, por haber sido la primera mexicana que subió a un globo aerostático en México… antes que cualquiera de sus compatriotas varones.

En la historia de los viajes aéreos y la aviación en México es conocido el nombre de León Benito Acosta, el primer mexicano que protagonizó una ascensión aerostática, en 1842. Pero poco se conoce sobre las dos mexicanas que, antes que él, subieron en un globo sobre la ciudad de México.

Primera ascensión en México por Eugenio Robertson, febrero 12 de 1835, litografía en La Lima de Vulcano, 1835.
Primera ascensión en México por Eugenio Robertson, febrero 12 de 1835, litografía en La Lima de Vulcano, 1835.

En 1835, los habitantes de la capital admiraron por primera vez el vuelo de un globo aerostático tripulado. El aeronauta francés Eugène Robertson se alzó por los aires la mañana del jueves 12 de febrero de 1835 y provocó un gran júbilo entre los mexicanos, quienes lo recibieron como un héroe cuando volvió de su travesía. Con la fama adquirida, protagonizó otros dos espectáculos aéreos ese mismo año, novedosos para todos los que lo presenciaron.

Los vuelos en globos inflados con aire caliente o con hidrógeno se desarrollaron como espectáculo desde finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX. Los aeronautas se presentaron en distintas ciudades de Europa y posteriormente en América, llamando la atención de poblaciones enteras. Para tener un público expectante, además de buscar nuevos escenarios, añadieron detalles pintorescos a su espectáculo, que iban desde lo ornamental hasta actos riesgosos, como pirotecnia o descensos en paracaídas.

En la ciudad de México, Eugène Robertson hizo sus funciones en la plaza de toros de San Pablo que se encontraba en el barrio del mismo nombre, al sureste de la ciudad. Ahí, organizó espectáculos previos a su despegue, que complementaron la hazaña de la ascensión y con los que procuró corresponder a quienes pagaron un boleto para presenciar el vuelo. En estos preámbulos, amenizados por una orquesta, el aeronauta realizaba los preparativos para su viaje: inflaba su nave con hidrógeno y hacía observaciones meteorológicas con globos “correo” no tripulados, lo que otorgaba un carácter científico a la diversión. Finalmente, se elevaba en su aparato por sobre las gradas del coso. De ahí, pasaba al escenario etéreo, donde podía ser admirado por todos los que no podían o no deseaban pagar por el espectáculo y se situaban en las cúpulas de las iglesias, azoteas, plazas y calles de la ciudad.

Para hacerlas atractivas, Robertson incorporó detalles novedosos a sus funciones. En su segunda ascensión, por ejemplo, el domingo 13 de septiembre de 1835, apeló al patriotismo de los espectadores y aprovechó el ambiente político que predominaba en la ciudad, favorable al centralismo y a Antonio López de Santa Anna. Dedicó el espectáculo al general y anunció que en él recordaría el triunfo mexicano frente a la expedición de reconquista española, el 11 de septiembre de 1829.  Así, engalanó su globo con pendones tricolores. Y al elevarse, agitó una bandera mexicana y lanzó versos alusivos al caudillo y al suceso que se conmemoraba. Al descender en el potrero de Balbuena, siguió gritando “vivas” a la nación mexicana y al jefe militar.

Primera aeronauta

Para su tercera ascensión, realizada la mañana del domingo 11 de octubre, Robertson llamó el interés del público con más gestos patrióticos y un factor adicional: la presencia de una “jovencita mexicana”, que volaría junto con él.

Antes de Robertson, nadie había surcado el cielo del valle de México. Así, quien lo acompañara, sería la segunda persona en “volar” en México y la primera de nacionalidad mexicana. De esta forma, la mujer –cuyo nombre desafortunadamente desconocemos– fue la primera mexicana en volar en un globo en México, antes que cualquier mexicano.

La función fue memorable. “Creemos imposible que el público haya sido jamás llamado para ser testigo de un espectáculo más hermoso, más interesante y digno de una gran nación”, afirmó el diario capitalino La Lima de Vulcano, que reseñó el suceso.

Los habitantes de la ciudad se congregaron en la plaza y fuera de ella: en torres, cúpulas, azoteas, ventanas y hasta árboles. A la plaza de toros asistieron numerosas mujeres –más que en las funciones anteriores–, llamadas por el hecho de que una de sus compatriotas participaría en el espectáculo. Quienes concurrieron desde temprano, observaron el globo inflarse por medio del hidrógeno, proceso en el que se usó ácido sulfúrico y fue supervisado por profesores del Colegio de Minería. Después, Robertson envió “globitos de prueba” para conocer la dirección del viento. Uno de ellos, adornado con el escudo mexicano, elevó la frase “A D. Miguel Barragán” –el presidente en turno–. Y otro subió al cielo el retrato de Santa Anna. Finalmente, se colgó del globo aerostático la góndola o canastilla en la que subirían los viajeros, adornada con seda y flores.

Una vez terminados los preparativos, Robertson se ausentó un momento, a fin de alistarse para la ascensión. Apareció de nuevo, pero lo hizo en solitario, lo que hizo estallar el murmullo de los asistentes, quienes pensaron que, quizá, la mujer se había retractado. Pero como buen hombre de espectáculo, fue solamente una forma de aumentar el interés y el suspenso. Volvió a esconderse para reaparecer, ahora sí, acompañado por la mexicana. Estallaron entonces aplausos y gritos de aprobación.

Él subió a la góndola primero y le siguió ella. Una vez en la canastilla, dejaron que el globo se elevara unos metros para que los concurrentes contemplaran el aparato “levitando” sobre el escenario taurino. Ambos sonreían. Robertson, de pie, agitaba su mano para despedirse del público y ella, sentada, lanzaba al aire flores y papeles con versos. Cortaron entonces las amarras y los aeronautas iniciaron su travesía, acompañados de los vítores de los espectadores y de las notas de una banda marcial. En el ascenso, el francés ondeaba una bandera mexicana, mientras que su acompañante seguía lanzando poemas y flores.

En la postal que plasmaron los viajeros al salir de la plaza se distinguían los roles que en la época se asignaba a cada género: el hombre, sostenedor del orgullo patriótico (aunque aquí fuera un extranjero), controlando el aerostato con sus conocimientos científicos. Ella, encargada de lo emotivo y lo estético, embellecía el ambiente con su presencia y sus gestos.

El viento soplaba con ligereza y, una vez que el globo abandonó la plaza por sus alturas, lo dirigió suavemente hacia el noroeste. Expresiones de apremio interrumpieron el júbilo cuando pareció que se estrellarían contra la cúpula de un templo, pero fue sólo un susto. Libraron el obstáculo, se elevaron más y permanecieron suspendidos sobre la urbe. La calma en las alturas les permitió ascender a una gran altura y transitar lenta y errantemente por la región etérea, desde la cual pudieron admirar en su totalidad a la capital mexicana, con una perspectiva desconocida para cualquiera. Una vista parecida a la que el artista Casimiro Castro tendría dos décadas después cuando subió a un globo para poder pintar a la ciudad de México como nadie antes lo había hecho.

Como muchas otras cosas bellas, el inédito viaje de Robertson y la mujer mexicana fue breve. Duró unos cuantos minutos ya que la madre de la “señorita”, a quien el francés tuvo que solicitar permiso, pidió que así fuera. Por ello, después de contemplar a la urbe por un corto espacio de tiempo, emprendieron el descenso.

El viento llevó a los viajeros hacia el suroeste y el globo tocó tierra en la pradera de Las Culebritas, cercana a Mixcoac. Un regimiento de caballería se apresuró a llegar al sitio para escoltarlos y ayudarles a controlar a la multitud que se reunió en donde aterrizaron. Desinflaron el globo y montaron a caballo hacia la garita de San Antonio Abad, donde la joven se encontró con su madre, quien la esperaba ansiosa y con cierta angustia contenida. Después, los dos viajeros cabalgaron hacia la ciudad, ahí fueron recibidos con muestras de júbilo.

Desgraciadamente, así como no contamos con el nombre de la “primera aeronauta mexicana”, tampoco conocemos su testimonio. Los editores de La Lima de Vulcano solamente recogieron el de Robertson, quien se expresó muy bien de su acompañante. El periódico refirió: “no ha incomodado en manera alguna su trabajo ni aun distraído su atención con palabras ociosas, al contrario, estaba encantada y parecía gozar del magnífico espectáculo que se desarrollaba a sus pies”. Curioso testimonio: el hombre se ocupaba de los asuntos “importantes”, como controlar el ascenso y descenso de la nave, mientras que ella contemplaba y se divertía, omitiendo expresar preocupaciones o inquietudes, lo cual, en la mentalidad de la época, era lo que debía hacer. Daban por hecho que la mujer no comprendería o simplemente no le interesaba conocer los aspectos científicos detrás del viaje en globo.

Independiente de las ideas que predominaban sobre el rol de cada género, el relato evidencia la tranquilidad que la mujer mostró en una faena sumamente riesgosa y que muy pocas personas en el mundo habían experimentado. Seguramente, a muchos les habría atemorizado la idea de subirse a un aparato que volaba a merced del viento y que le había costado la vida a más de una persona. Los habitantes de la ciudad conocían historias trágicas de vuelos en globo. Entre ellas, la de Sophie Blanchard, una valerosa aeronauta francesa quien, entre otras proezas, lanzaba pirotecnia desde su globo. Blanchard murió en 1819 al incendiarse su globo de hidrógeno en un espectáculo en París.

Por ello, aunque acompañaba a un experimentado aeronauta y su presencia obedeció a la necesidad de hacer atractivo el espectáculo, hay que resaltar el valor de la primera mujer que voló en un globo aerostático en México. Aunque su nombre es desconocido, su hazaña no lo es.

Segunda en “volar”

Seis años después, en agosto de 1841, el empresario estadunidense Fernando Lapham ofreció presentar un nuevo espectáculo aerostático, esta vez protagonizado por el mexicano Francisco Carrillo, quien subiría acompañado de su esposa. Para nuestro infortunio, tampoco conocemos el nombre de esta mujer.

La función se programó para el domingo 15 de agosto de 1841. Las autoridades de la ciudad, para prevenir complicaciones o decepciones, pidieron a los catedráticos del Colegio de Minería que revisaran el globo y las aptitudes del navegante. Lo hicieron a regañadientes, porque después de las primeras experiencias habían concluido que el éxito en las ascensiones dependía de la suerte, más que de la pericia. Se inquietaron cuando Carrillo les explicó que su esposa subiría sola en el globo sujetado por cuerdas, a una altura de “doscientos o trescientos pies”, es decir, ¡de 60 a 90 metros! Luego, ella bajaría para que él ascendiera en el globo sin amarras. Los profesores de Minería se preocuparon por la seguridad de la mujer y porque la maniobra podría ocasionar un desperfecto en el artefacto que impidiera concluir la función.

A pesar de las advertencias y la inexperiencia de Carrillo, el espectáculo se efectuó. Días antes de la función, León Benito Acosta, quien deseaba ser el primer mexicano en realizar una ascensión aerostática, intentó detenerlo. Primero, solicitó a las autoridades de la ciudad que le concedieran el privilegio de ser el único mexicano que pudiera efectuar ascensiones, pero no le fue concedido. Ante este fracaso, el miércoles 11 de agosto fijó una representación en las esquinas de varias calles, al lado de los carteles que anunciaban la función. En ella, acusó que la ascensión se haría sin un previo examen ni con la certeza de que los aeronautas tenían los conocimientos necesarios. No obstante, su plan fracasó y el espectáculo se realizó… o se intentó.

Ese domingo, la plaza de San Pablo volvió a contar con una gran entrada para el espectáculo aerostático. Al centro se infló el globo, con el mismo procedimiento seguido en ascensiones previas, para el cual se usaba ácido sulfúrico. Una vez henchido el aerostato, lo abordó la joven mexicana. Como hizo su antecesora seis años antes, subió a la canastilla saludando a los presentes. Y ascendió lanzando versos al aire. El globo subió hasta la altura de los segundos palcos de la plaza, sostenido por varias cuerdas.

La escena fue pintoresca: en tanto que ella lanzaba los versos y saludaba desde las alturas, en tierra el empresario Fernando Lapham hacía uso de toda su fuerza para sujetar uno de los cables atados el artefacto. Carrillo, por su parte, se paseaba por el ruedo, despidiéndose de los concurrentes, al tiempo que una orquesta amenizaba el espectáculo.

Al cabo de unos minutos ella descendió hacia la arena. Pero como lo habían advertido los catedráticos de Minería, pronto el globo perdió gran parte del gas que lo inflaba y él ya no pudo subir. Se quedó frustrado en el ruedo, en tanto el público salió de la plaza con la sensación de haber sido engañado.

Según contó más adelante Carrillo, el ácido sulfúrico manchó el globo, agujerándolo y provocando que el hidrógeno se escapara. Esto, sin embargo, no lo vieron los concurrentes y manifestaron su decepción. El periódico El Apuntador publicó al día siguiente que todos los asistentes se lamentaban de “que no hubiera sido ayer el día señalado para que el pabellón mexicano ondeara en los aires por la primera vez en manos mexicanas”. Es decir, les entristeció el hecho de no tener un aeronauta mexicano aún.

Los críticos pasaron un poco por alto la participación de la esposa de Carrillo en el espectáculo aerostático, ya que fue solamente el preámbulo del acto principal. Sin embargo, es innegable que, aunque no voló más allá de la plaza de toros de San Pablo, sí arriesgó su integridad al subir.

De esta forma, antes que cualquier mexicano subiera en un globo aerostático, dos mexicanas ya lo habían hecho.

El honor

Meses más tarde, el domingo 3 de abril de 1842, León Benito Acosta se convirtió en el primer mexicano en realizar un vuelo en globo aerostático –construido por él mismo– en la ciudad de México, y tuvo el honor de ser el primer hombre en ondear una bandera mexicana desde la altura. Fue recibido de manera triunfal y su valentía alabada en los medios impresos.

Su hazaña fue merecidamente celebrada en su tiempo. Nadie, sin embargo, aludió a las dos compatriotas que previamente se habían elevado en globo. Esto se debe a que el rol de ambas mujeres fue más bien publicitario, como parte de una estrategia para atraer a más espectadores. Su labor en el espectáculo se redujo a “embellecer” la escena con su presencia y los versos lanzados al aire. Por eso también se les negó el privilegio de ondear la bandera mexicana. Esto explica el rol que la sociedad decimonónica atribuía a la mujer, ligado a la idea de que representaba el lado sensible de la humanidad. Ellas tenían protagonismo en lo doméstico, no en la esfera pública. El patriotismo, la valentía, el saber para ejecutar con éxito una ascensión eran atribuibles únicamente a los hombres. Y el honor, una cualidad central para la sociedad en el siglo XIX, también se les reservaba casi exclusivamente. Por este motivo, no se habló del honor de la acompañante de Robertson o de la esposa de Carrillo. La misma diferencia en cuanto a la imagen pública hizo que no se considerara necesario dar a conocer los nombres de esas valerosas mujeres.

Los vuelos de las dos mujeres mexicanas podrían resultar algo “simples”. Una solamente acompañó al experimentado Robertson y otra subió en un globo amarrado, se puede pensar. Hay que imaginar, sin embargo, lo que implicaron estos “sencillos” actos. Ascender en la canastilla de un globo inflado con hidrógeno resultaba peligroso no sólo por la altura; también por el gas que se usaba, altamente inflamable. Un viento intempestivo o un desperfecto podían ocasionar un accidente mortal.

Pero lo cierto es que, si bien cumplían un papel “ornamental”, se requería de mucho valor para lo que hicieron. Aunque dicha cualidad no se les solía atribuir, estas mujeres la tuvieron; así como el honor de surcar el cielo mexicano antes que muchos otros lo hicieran.

PARA SABER MÁS

  • Alfonseca Arredondo, Raquel, “El riesgo de caer. Las ascensiones aereostáticas en México”, BiCentenario: el ayer y hoy de México, vol. 5, núm. 19, 2013.
  • Hamue Medina, Rocío Elena, El globo de Cantolla. Historia de la aerostación en México, 1784-1914, México, UNAM, Facultad de Ingeniería, 2011.
  • Velázquez Guadarrama, Angélica, Ángeles del hogar y musas callejeras: representaciones femeninas en la pintura del siglo XIX en México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2018.
  •  “La osada historia de los pioneros de los globos aerostáticos”. Video sobre el libro de Richard Holmes, Falling Upwards: How we Took to the Air (Nueva York, Pantheon, 2013), en: https://cutt.ly/hrnk3uS

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