Descubriendo Estados Unidos

Descubriendo Estados Unidos

Ana Rosa Suárez Argüello
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 48.

Las plumas cercanas al Porfiriato recorrieron en tren en 1885 más de una veintena de ciudades y lugares turísticos estadounidenses. Se encontraron con colegas periodistas, gobernantes, legisladores y empresarios. El objetivo de los anfitriones era ampliar y aumentar intereses comerciales. Para los mexicanos, cambiar las percepciones negativas sobre el país. Fue un viaje provechoso y de grandes resultados prácticos para el futuro, escribiría Ireneo Paz.

Adiós al valle del Anáhuac, en Alberto G. Bianchi, Los Estados Unidos, descripciones de viaje, México, N. Lugo Viña, 1887. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar-Instituto Mora.
Adiós al valle del Anáhuac, en Alberto G. Bianchi, Los Estados Unidos, descripciones de viaje, México, N. Lugo Viña, 1887. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar-Instituto Mora.

El “Fra Diavolo”, el espléndido y lujoso carro pulman destinado a la excursión de periodistas que viajarían por Estados Unidos, inició la marcha en la estación de Buenavista el 18 de junio de 1885, enganchado al tren del Ferrocarril Central Mexicano, entre los acordes del Himno Nacional y los saludos de quienes se quedaban atrás. Llegaría a las principales ciudades de ese país durante las siguientes semanas.

Viajaban de inicio 16 periodistas y luego sumarían 26 con quienes se incorporaron más adelante, además de algunos familiares. Todos eran liberales y allegados al nuevo gobierno de Porfirio Díaz. Iban provistos de gramáticas y libros de texto pues pocos hablaban inglés. Pertenecían a la Prensa Asociada, una agrupación formada el año anterior, y con la que dos meses antes E. H. Talbott, director de la revista Railway Age de Chicago, había entrado en contacto para invitar a sus integrantes a conocer Estados Unidos.

Una vez que la sociedad aprobó el viaje, una comisión se encargó de prepararlo. Se dio por sentado que Talbott dispondría todo, de forma que los viajeros tuvieran pocos gastos que hacer y, de hecho, nada más se les pidieron 150 pesos para cubrir los costos de hotel y alimentos. Es de suponerse que recibieron ayuda de los periódicos para los que trabajaban y que el resto fueron atenciones que los distintos anfitriones les fueron extendiendo. Asimismo, los excursionistas eligieron a Ireneo Paz de La Patria, como presidente; a Agustín Arroyo de Anda de La Prensa, secretario y a J. Mastella Clark de The Two Republics, tesorero especial. Se nombró cronista a Alberto G. Bianchi, también de La Prensa.

Fábrica de cerveza de Annheuser y Busch, en Alberto G. Bianchi, Los Estados Unidos, descripciones de viaje, México, N. Lugo Viña, 1887. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar-Instituto Mora.
Fábrica de cerveza de Annheuser y Busch, en Alberto G. Bianchi, Los Estados Unidos, descripciones de viaje, México, N. Lugo Viña, 1887. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar-Instituto Mora.

Los propósitos de Mr. Talbott al extender esta generosa invitación eran “ampliar y aumentar nuestros intereses comerciales en nuestra hermana república de México” y aprovechar “el gran servicio que puede hacer la prensa de ese país para alcanzar ese objeto”. Su proyecto tuvo eco inmediato pues –según The Railway Age— tan pronto se informó sobre los lugares que tocarían, los periódicos, ferrocarriles y negocios estadounidenses se dispusieron a agasajar a los viajeros, a “enterarlos de la manera más completa y práctica posible […], de las ventajas, servicios, etc., de esos puntos, para proporcionar al pueblo de México sus productos”, que conocieran no sólo a la gente, sino también “nuestras principales industrias manufactureras, nuestros grandes establecimientos mercantiles, nuestros servicios de tren superiores, nuestras instituciones educativas y otras, y los muchos otros elementos importantes de nuestra grandeza comercial”.

Por su parte, los periodistas mexicanos partían con una mira distinta. Pretendían:

ponerse en contacto con el periodismo americano, a fin de destruir antiguas y funestas preocupaciones que muchos americanos han abrigado acerca de las personas y de las cosas de nuestra patria; mira que, una vez realizada, no podrá menos que producir resultados benéficos para esta República y la vecina, para dos grandes naciones que están llamadas a ejercer gran influencia en los destinos del mundo.

De Buenavista, el ferrocarril tomó rumbo para el norte, y por la ruta de Querétaro, Celaya, Silao, León, Lagos, Aguascalientes, Zacatecas y Chihuahua llegó a Paso del Norte, “el último pueblo de la frontera mexicana”. Los viajeros cruzaron en seguida el puente sobre el río Bravo, sin que en la aduana examinaran su equipaje, lo cual, al decir del ocurrente Paz, “agradecemos mucho a los americanos que son muy rígidos y que sabían que nos acompañaban 500 botellas de pulque conservado y algunos cientos de puros”. Fue la primera de las muchas facilidades que se les brindaron durante el recorrido.

Ya en El Paso, Texas, los recibió un comité encargado de hacerles los honores y que les trató como invitados especiales. Mr. Talbott los invitó a “considerarse como huéspedes de la nación americana”. El “Fra Diavolo” y otro carro boudoir puesto a su disposición se conectaron poco después con el ferrocarril Atchinson, Topeka y Santa Fe. Durante las semanas siguientes, cada vez que fue necesario, cambiarían de red férrea regional. Asimismo, Mr. Talbott subió a sus invitados mexicanos en buques de vapor o ferries, en la mayoría de los casos pertenecientes a las mismas empresas de trenes. Así llegaron hasta el límite con Canadá, después volvieron a El Paso, y el 19 de agosto al mediodía al Distrito Federal. A lo largo de este tiempo, se beneficiaron además de los servicios gratuitos de las líneas telegráficas. Así, familiares y lectores de prensa en la república mexicana estuvieron al tanto de los sucesos de la excursión.

Visitaron Las Vegas, Topeka, Kansas City, Saint Louis, Chicago, Minneapolis, Detroit, las Cataratas del Niágara, Albany, Saratoga, Boston, Nueva York, Coney Island, New Haven, Filadelfia, Baltimore, Washington, Mount Vernon, Pittsburg, Cincinnati, Denver y las Montañas Rocallosas. En cada pueblo y ciudad donde se detenían eran recibidos por bandas que solían interpretar el himno nacional y la canción titulada “La Paloma”, entre otras melodías, y por comités de bienvenida –casi siempre formados por periodistas, hombres de negocios o ciudadanos “destacados”—, los cuales asumían la tarea de pasearlos, festejar su visita con banquetes, brindis y conciertos. Se les mostraba lo mejor de cada punto, en particular aquello que exhibía el adelanto económico y tecnológico.

Los estadunidenses resultaban tan galantes –se burla Paz en una carta dirigida a sus compañeros de La Patria— que “en todas partes nos preparan cuando llegamos en domingo misas de todo rumbo con sermón […]”. También relata cómo se topaban con banderas de México a cada paso:

En los vagones en que hemos hecho nuestro viaje, en los hoteles en que hemos sido alojados, en los edificios públicos en donde se nos ha recibido, en los vapores diversos en que hemos hecho viajes o paseos, en muchas de las calles por donde hemos pasado, en los teatros a que hemos sido invitados […], en los salones en que se han verificado los muchísimos banquetes que se nos han ofrecido y […] en los ojales de las levitas de los caballeros y en los vestidos de las señoras que han formado las comisiones para recibirnos y obsequiarnos […]. Hasta los cuadernos que se imprimieron con el facsímil de nuestros periódicos y con nuestros retratos; las invitaciones, los billetes del menú, todo, todo fue hecho en papel o en raso tricolor, o con lazos y flores que contenían los matices de nuestra bandera.

Otro mundo

El ir de “asombro en asombro” comenzó en El Paso, donde los excursionistas se admiraron que la población tuviese ya más de 5 000 habitantes –cuatro años antes era “un páramo donde los salvajes cometían depredaciones”– y contara con una escuela pública, un hotel, dos bancos, un templo presbiteriano, otro bautista y otro católico, “una elegante corte”, una “excelente cárcel”, un depósito desde el cual se distribuían las aguas del río Bravo, además de alumbrado público y “otras mejoras propias de los pueblos civilizados”. Allí mismo Paz sentiría su primer gran estupor ante “el tiro de un diario que produce cien mil ejemplares en dos horas con poderosas máquinas”.

Su experiencia en cuanto a transportes y comunicaciones modernas les resultó insuperable. Además de los ferrocarriles, los vapores en que navegaron les causaron azoro. Cuenta Bianchi cómo los pasmó ver, junto al lago Michigan, que los vagones en que viajaban subían a un barco de vapor: “Los vagones penetran sobre rieles al vapor; la embarcación se mueve lentamente, y después de veinte minutos de navegación, llega a […] Windsor”, Canadá. Iban a las cataratas del Niágara, donde “en unas carretillas sostenidas por un cable sobre un plano inclinado de gran longitud, descendimos con rapidez vertiginosa al fondo del abismo”.

En Nueva York disfrutaron de los ferrocarriles elevados como de una avanzada solución para el transporte urbano ya que la empresa les asignó un tren especial para que recorrieran, “lo que nunca se hace, todas las líneas […], que son muchísimas, así es que pudimos conocer las diferentes alturas de la vía, lo sólido de la construcción y el aspecto general de esta metrópoli”.

Aunque los viajeros pasaron muchas noches en el “Fra Diavolo”, en varias ocasiones los acogieron los mejores hoteles. El primero fue el New Moctezuma en Las Vegas, Nuevo México, que Bianchi describió a los lectores mexicanos como “uno de los más elegantes que he conocido”. Sobra decir que, conforme fueron alojándose en otros hoteles, se sintieron cada vez más abrumados por “el confort y el lujo” de cada uno, sin duda desconocidos en México. Así, más adelante, en Minneapolis, Bianchi se referiría al West Hotel como “uno de los más elegantes y bien servidos no solo de este país sino del mundo entero”.

Los viajeros llevaban en cada lugar una agenda muy activa. Visitaban todo aquello de lo que se jactaban sus anfitriones: fábricas, negocios, cámaras de comercio y bolsas mercantiles, oficinas de gobierno, obras de ingeniería o arquitectura, monumentos, lugares de recreo, etcétera. Así, en Kansas inspeccionaron los “grandiosos” talleres de la Compañía del Ferrocarril Atchinson, Topeka y Santa Fe, con sus “máquinas de vapor de gran potencia, enormes motores, ruedas de acero y papel, vagones y otra multitud de objetos necesarios en toda vía férrea”. Recorrieron también los corrales de ganado mayor y menor y el rastro de esa población donde:

Se matan multitud de reses, carneros y cerdos diariamente […]. Se preparan carnes conservadas, jamones, mantequilla fina y corriente, salchichones y otras mil cosas. Hay departamentos con máquinas para quitar el pelo y el cuero a los animales; para destazarlos, para limpiarlos y para todo cuanto se necesita. Hay hasta un refrigerador en que se coloca la carne para que no se eche a perder.

En Chicago los llevaron a los establecimientos más importantes; las fábricas de maquinaria agrícola de Cyrus McComick y de William Deering, y otra de maquinaria para minas, las fábricas y almacenes de ropa para dama Marshall Field –predecesora de Macy’s—, que ganaba 25 millones de dólares al año y tenía 2 400 empleados varones y mujeres y la fábrica de relojes Elgin, “que compite por sus trabajos con las fábricas de Suiza. Les llamó la atención el gran número de mujeres contratadas; al respecto Bianchi diría que su trabajo “no está limitado como entre nosotros; aquí se paga bien y se utiliza en todo lo que requiera cuidado y delicadeza. […] hay mujeres empleadas en fábricas, almacenes y aun en oficinas públicas del gobierno”.

En Minneapolis, los periodistas visitaron el molino de Pillsbury, “que es quizá el más grande del mundo, pues fabrica 30 000 barriles diarios de harina”, y las oficinas e imprenta del Tribune y el Evening Journal, donde lo que admiraron y seguramente envidiaron fue “la facilidad con que se hace el tiro de periódicos y en pocos minutos quedan hasta doblados por la máquina, y listos para hacer el reparto”. En Detroit vieron una “magnífica fábrica de estufas”. En Boston, “las excelentes fábricas [textiles] de Lowell. Ya de vuelta, en Denver, estuvieron en dos haciendas de beneficio, donde “según nos dijeron [se] hace costeable el beneficio de los metales de baja ley”.

La ciudad de Pittsburgh les pareció un “templo del trabajo material”, pese a que “en vez de aire se respira el humo del carbón de piedra o emanaciones del gas natural”. Les sorprendieron, en especial, las empresas que empleaban este recurso, como la Carnegie:

Allí contemplamos toda la fuerza del gas natural como combustible, en una fragua que por su magnitud me pareció la morada de los cíclopes que nos refiere la fábula. Las fábricas son colosales, hermosas y de resultados que apenas pueden concebirse. El gas que en ellas no se emplea tiene fácil salida por altos tubos donde se inflama y despide por las noches una luz de gran intensidad.

En cada lugar se acercaron a los procesos fabriles, “habiendo quedado mil veces maravillados ante los avances que ha hecho en este país el uso de la maquinaria”. En suma, sus anfitriones querían que los mexicanos “compraran” Estados Unidos y lo lograron.

Otra forma de persuadirlos del éxito del modelo estadunidense fueron los obsequios que recibieron, muchos de los cuales se llevarían a México, donde sin duda los mostraron: desde tres barricas de cerveza hasta una navaja de bolsillo. No faltaron los folletos de diversa índole, los libros, etcétera.

Atenciones

A lo largo del viaje trataron con muchas personas: empresarios, periodistas, escritores y políticos de primer rango. Así, los presentaron con varios gobernadores, senadores y representantes federales y estatales y alcaldes. Desde luego, se reunieron con los cónsules de México y algunos compatriotas residentes en Estados Unidos. En Washington no solo fueron recibidos por Matías Romero, el ministro mexicano, sino en la Casa Blanca por el mismo presidente Grover Cleveland y los integrantes del gabinete, que para recibirlos suspendieron por un rato el duelo nacional decretado por la muerte reciente del expresidente Ulysses B. Grant.

Amén de que los estadunidenses vendieron a sus huéspedes otra imagen de su país, los excursionistas también lo hicieron con la de México. Según dijo Paz casi al término del viaje, se esforzaron por ser “expresivos y corteses”, a fin de eliminar muchos temores “desfavorables” y “arraigados” sobre México, de suerte que en ese momento se veía a los mexicanos como “más civilizados y capaces de podernos gobernar con nuestras leyes y con nuestros hombres por nosotros mismos”. Tenía la certeza de que los efectos “que se han despertado con la palabra y todos los medios de comunicación de que hemos podido disponer no se desvanecerán al dejar nosotros este suelo, sino que serán provechosos y de grandes resultados prácticos en el porvenir”.

Muy en broma, pero de forma representativa, Pedro Zubieta, redactor de La Voz de Juárez, dialogó en algún momento con el Dr. Abel González, de La Voz de Hipócrates:

Zubieta. — Antes creían aquí que estábamos vestidos de plumas.

Abel. — A mí, al salir de misa me alzó una vieja la levita, probablemente buscándome la cola.

The Two Republics, el periódico en inglés que se editaba en la ciudad de México, admitía dos años después del viaje que aún resultaba difícil evaluar debidamente los buenos resultados de la excursión. Sin embargo, agregaba:

Que así lo fueron muchos no pueden dudarlo. Muchos periodistas estadunidenses cuyo interés en México se despertó por primera vez al entrar en contacto con los integrantes del grupo, han desde entonces hecho servicios importantes al representar a este país correctamente […]; capitalistas que conocieron a estos editores han venido a hacer inversiones y muchas personas ricas que hasta entonces supieron de estos caballeros los atractivos de este país como un lugar de descanso, que pasaban los inviernos en Florida, volvieron sus pasos hacia México para escapar de los rigores del clima norteño.

En cuanto a los periodistas mexicanos, que sin duda volvieron dolorosamente conscientes de las carencias de su país, agregaba que, si bien habían comenzado el viaje con “fuertes prejuicios contra Estados Unidos, regresaron a sus casas como amigos y admiradores entusiastas de los estadunidenses y sus instituciones”. Para muchos de ellos, Estados Unidos debía de ser, sin duda, el modelo a seguir.

PARA SABER MÁS

  • Bianchi, Alberto G., Los Estados Unidos. Descripciones de viaje, México, N. Lugo Viña, 1887, en https://cutt.ly/Brn8lLU
  • Carballo, Emmanuel, ¿Qué país es este? Los Estados Unidos y los gringos vistos por escritores mexicanos de los siglos XIX y XX, México, CONACULTA, 1996.
  • Quirarte, Vicente, coord., Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas/Coordinación de Humanidades, UNAM, 2009.

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