Andrea Chong Muñoz
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 44.
Desde Porfirio Díaz hasta Pancho Villa fueron deslumbrados por la artista española. A pesar de amenazas e intimidaciones, y la necesidad de ausentarse del país en algunas temporadas, logró preservar su espectáculo, sin importar las filias políticas.
Caos. Es la primera palabra que se formula en los labios de cualquiera que escuche hablar de la revolución mexicana. Sin embargo, en medio de las idas y venidas de los ejércitos, del miedo y de las balas que rozaban las cabezas de los incrédulos, los teatros estaban llenos de vida. Ya fuera el Colón, el Lírico o el Principal, ya fueran los oficiales o los soldados rasos, había una artista que nadie podía perderse, una pícara española que derrochaba alegría y podía salvar una vida con su sonrisa. Su nombre era María Conesa, “La gatita blanca”.
Corría el año 1910. María Conesa contaba apenas con 20 años y su popularidad en la ciudad de México desbordaba los teatros; nadie se le comparaba en la zarzuela del género chico, que incorporaba crítica política y social a la parodia y la picardía. Al mismo tiempo, las elecciones presidenciales estaban a la vuelta de la esquina. Porfirio Díaz se enfrentaba a Francisco I. Madero, a un contendiente que realizaba una campaña política en las poblaciones más importantes del país, algo antes nunca visto. Así que, mientras los tacones danzaban y las multitudes aplaudían, Madero era encarcelado en San Luis Potosí y la paz se restablecía. Por ello, no resulta extraño que Díaz, junto con su gabinete, asistiera dos veces al Teatro Principal para ver a aquella española de la que todo el mundo hablaba.
La primera ocasión ocurrió con motivo de la función organizada por estudiantes de preparatoria que buscaban obtener fondos para organizar un congreso y la segunda por el festejo de la independencia de México. Como el lector sabrá, la Constitución de 1857, lo mismo que la actual, prohibía realizar modificaciones a la bandera del país. Sin embargo, ya fuera por su simpatía, por su belleza o su habilidad artística, Conesa, quien vistió un traje de china poblana con el escudo nacional, en vez de ser regañada, recibió una foto autografiada por el presidente Díaz.
Como todos sabemos, la paz no fue eterna. Después de que se declarara a Díaz reelecto en octubre, Madero huiría de la cárcel y publicaría en Texas el Plan de San Luis, el cual llamaba al pueblo a tomar las armas el 20 de noviembre. María Conesa tenía su propio problema con el cual lidiar. Se la amenazaba con sisear durante sus funciones si no pagaba una suma de dinero mensualmente, se la intimidaba con manchar su reputación artística con el fin de conseguir unos cuantos pesos. Así que, mientras Madero pugnaba por la democracia y pedía el apoyo de sus conciudadanos, “La gatita blanca” debía defender quién era por medio de la policía.
Marzo de 1911. El movimiento maderista estallaba en todo el país, Pascual Orozco, Francisco Villa y Emiliano Zapata son solo los nombres de algunos de los combatientes más destacados. Dos meses después, tanto Madero como la Conesa triunfaban. El primero firmaba los Tratados de Ciudad Juárez el 21 de mayo y el pueblo tomaba la galería de la Cámara de Diputados tres días después, es decir, su victoria era completa. La segunda, con la ópera Aires de Primavera, con la que debutaba en el teatro Lírico, demostraba a todos, incluso a ella misma, que no era solo una artista que sabía cantar cuplés o bailar.
Con Francisco León de la Barra como presidente interino (26 de mayo-6 de noviembre), el 7 de junio del mismo año hizo su entrada triunfal a la capital Francisco I. Madero. Es probable que el primer encuentro entre ambos personajes, de trayectorias distintas, ocurriera el 2 de julio, día en que en el palco del Principal, en medio de las actuaciones de Conesa, Madero le dedicara una fotografía a la artista. Durante ese año, el optimismo cundía en los corazones de los escritores, actores y espectadores del teatro. Porque, además, fue en ese momento cuando el Estado perdió el control sobre el teatro frívolo y, por fin, apareció la revista política de forma libre y sin censuras.
Basta con mencionar que, en septiembre, después de que en las semanas anteriores se crearan numerosos partidos políticos, la postulación de Bernardo Reyes por el Republicano se volvería tema de cuplé. Por ello, no es tampoco de extrañar que El Ahuizote del 16 de septiembre tuviera las siguientes letras impresas: “Ahora son los labios rojos de la Conesita que derraman sobre la derrumbada formalidad del divisionario candidato coplas de burlas y sarcasmos suaves como rasguñones de gatita”.
Las obras que se presentaban exhibían la creencia y el entusiasmo por la revolución; por ejemplo, la obra de teatro El surco, escrita por José F. Elizondo y José Rafael Rubio, que se estrenó en el Principal el 15 de septiembre y en la que actuó María Conesa, contaba con frases como: “Me gusta tu demócrata actitud” o “Acerque usted la urna de sus besos, que con los votos esos trastorna mi casilla electoral.” En una ciudad en que las prácticas democráticas se distinguían por el abstencionismo, el teatro servía ahora como portavoz de esa nueva fe o emoción en el proceso electoral.
¡Si tan solo la felicidad fuera eterna…! En noviembre, entre que Madero asumía su cargo el 6 y el 28, en que se enfrentaba al movimiento zapatista y a la publicación del Plan de Ayala, María Conesa tenía ante ella el teatro Principal prácticamente desierto por los levantamientos en contra del gobierno federal. Tanto para el presidente como para la artista, las cosas no iban bien y serían cada vez peores.
Sin posibilidades reales de realizar reformas sociales, unos meses después, en marzo de 1912, el ejército federal, liderado por Victoriano Huerta, tendría que enfrentarse al levantamiento norteño de Pascual Orozco y, el 21 de junio, Conesa viajaría a su tierra natal, España. En principio, la razón se debió al abandono de su público por los movimientos armados y a los reventadores que la obligaron a dejar el escenario el tres del mismo mes, pero también por la presión de Manuel Sanz, su esposo, dueño de haciendas pulqueras quien, a pesar de haberse enamorado de ella en el teatro, ya no aceptaba su permanencia en el mismo.
Mientras la tiple favorita de la ciudad de México estaba en París, Francia, la situación nacional era todo menos romántica. Entre conspiraciones, ocurría la Decena Trágica del 9 al 19 de febrero de 1913, la cual terminó en el asesinato de Madero y de José María Pino Suárez, así como en la presidencia de Victoriano Huerta. Y mediante alianzas, cuyo único objetivo era la destitución de Huerta, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Emiliano Zapata y Francisco Villa lograrían su renuncia el 15 de julio de 1914. A diferencia de lo que pareció tres años atrás, los destinos de México eran entonces muy inciertos.
Por su parte, además de recibir la noticia de los acontecimientos, “La gatita blanca” se encontró por última vez con Porfirio Díaz. Por ello, en la ciudad en la que la torre Eiffel se yergue majestuosa y sin mostrar preferencias políticas, sino únicamente el amor a su oficio y el cariño a sus espectadores, Conesa bailó un tango ante el semblante triste del que había sido presidente de México por alrededor de 30 años. Así que, a la par de que Huerta salía del país y le tocaba el estallido de la primera guerra mundial, María Conesa añoraba regresar al país que tanto amor y admiración le había brindado e incluso llegó a declarar que prefería morir por una bala mexicana que por una francesa o alemana.
Al tiempo que la Conesa trataba de volver a México, las separaciones entre los jefes revolucionarios se desarrollaban y la lucha se convertía en una de voluntarios contra voluntarios, ya que el ejército federal había sido disuelto a partir de la firma de los Tratados de Teoloyucan, el 13 de agosto de 1914. Aunque el día 20 Carranza entró a la capital y asumió la presidencia interina, los revolucionarios aún debían ponerse de acuerdo sobre cómo se iba a gobernar el país. A grosso modo, una vez que se llevó a cabo la Convención de Aguascalientes y se designó como presidente interino a Eulalio Gutiérrez, entre octubre y noviembre, se hizo definitiva la escisión entre, por un lado, Carranza y, por el otro, Villa y Zapata.
Los cambios no se detenían. En noviembre la capital del país era tomada por las fuerzas zapatistas y el pánico cundía, los ciudadanos de la gran urbe se enfrentaban a saqueadores humildes procedentes del sur y a la huida de las fuerzas carrancistas a Veracruz. Y en menos de dos semanas, el 4 de diciembre, presenciaban la llegada de los famosos Dorados de la División del Norte junto con Gutiérrez, Villa y Zapata. Por ello, no resulta extraño ni inverosímil que, el último mes de ese año, Villa, junto con sus adeptos, asistiera a la primera función que, después de cerca de dos años de ausencia, María Conesa ofreció en el Teatro Colón.
Quizá fuera su atrevimiento, su gracia o su picardía, pero Conesa, sin quererlo ni buscarlo, acabo por enamorar al líder de la División del Norte. Una noche de 1914, en la obra Las musas latinas, cuando “La gatita blanca” descendió a las lunetas, ahí donde el público la admiraba en el escenario, con una filosa navaja de afeitar para cortar sombreros, botones y sacos de corbata, sin percatarse de lo que hacía, concentrada en su papel, arrancó todos los botones del traje militar de aquel jefe norteño, en ese momento un espectador más. En consecuencia, temerosa del castigo por su acción y a fin de evitar ser raptada, se vio imposibilitada, primero, de salir del teatro y tuvo que esconderse, después, en la vivienda del jefe de tramoya hasta que Villa abandonó la ciudad.
Ahora bien, en medio de una revolución, uno jamás puede olvidar la muerte. 1915 fue uno de los años con mayores pérdidas, en especial para la División del Norte, cuya derrota el 13 de abril en Celaya se convirtió en un desastre que terminaría en su fin y en el repliegue de Villa a las montañas. Asimismo, la situación en la Ciudad de México se volvió cada vez más delicada y frágil, pues si en junio las balas ya no se encargaban de expirar la vida en la urbe, el hambre recorría las casas y las calles y obligaba al pueblo a saquear establecimientos sin que el gobierno de la Convención pudiera impedirlo.
La Conesa, al igual que muchos otros mexicanos, lamentó entonces una pérdida, si bien no a consecuencia de la guerra. Su amigo y coempresario en el teatro Colón, Rafael Gascón, falleció en mayo; la tiple lo describió con las siguientes palabras: “me trataba como una chiquilla, regañaba conmigo frecuentemente y me hacía enfadar de vez en cuando…pero, era muy bueno…aquí le queríamos todos”.
Las cosas se complicaban para la revolución. El 5 de junio en León, Guanajuato, tres mil villistas morían y se destruía al villismo como fuerza nacional. En agosto, las tropas constituyentes, es decir, las carrancistas, lograban conquistar la capital una vez más. Sin embargo, la situación económica del país no cambiaba y las filas para pedir pan se volvían cada vez más largas. Como una forma de crítica social y política, el 23 de noviembre se estrenó en el Lírico El País de los Cartones de Carlos M. Ortega y Pablo Prida, en la cual, como no podía faltar, actuaba María Conesa. La obra, que revivía a Cristóbal Colón, era una parodia de la situación, ya que, en compañía de un guardián del orden público, hacía que el genovés descubriera “el desastre que, en materia de moneda fiduciaria, disfrutamos”.
El País de los Cartones era una crítica política. En primer lugar, respecto a la constante salida y entrada de jefes, a los cuales se consideraba como “una banda de coyotes insaciables”. En segundo lugar, sobre los constantes cambios de bando de los participantes de la revolución, en su propio beneficio, por lo que contaba con expresiones como: “¡Serví a don Porfirio, y fui su barbero, y fui su gran amigo, después de Madero!” y “porque con Carranza estoy ya resuelto, a ser fiel ahora… ¡Si me da algún puesto!”.
En febrero de 1916, María Conesa, después de enfrentar un escándalo en el que se le relacionaba con la “Banda del Automóvil Gris”, cuyos miembros habían sido detenidos y castigados en diciembre del año anterior, así como por la difícil situación económica del país que reducía el público en el teatro, dejó el Lírico y salió de la ciudad de México. Durante ese periodo, únicamente se tiene noticia de que debutó en Nueva York, tanto en el teatro Leslie, de la calle 80, como en el New Amsterdam, a los cuales concurrieron espectadores de todas las comunidades latinas, además de que actuó en La Habana, en el teatro Campoamor. Mientras, en la capital mexicana ocurrirían en noviembre de 1916 las juntas preparatorias del Congreso Constituyente que se reunirían en Querétaro.
En los últimos días de enero de 1917, llegaba a la ciudad de México, a bordo del tren de Veracruz, “La gatita blanca”, quien en una entrevista para el periódico El Nacional… admitía que una de las razones que la obligaban a amar a México era su hijo y anunciaba su retiro del teatro por algunos meses para estar con su familia. El mismo día en que se firmaba la Constitución, se declaraba en el mismo periódico que “las estrellas lo son en todas partes, y María Conesa sólo brilla en México”. ¿Acaso no había sido vitoreada en Cuba o en Estados Unidos? ¿Olvidaban sus miles de seguidores que, durante años, la habían admirado con fervor como para probar que su fama no era circunstancial?
La revolución mexicana, podría decirse, había alcanzado su fin o, si se prefiere, dejaba atrás la época turbulenta y el caos que cubrió el país. A la par, los teatros, el lugar predilecto de María Conesa, comenzaban a quedarse vacíos ante la existencia de 20 salones de cines y variedades de bajo costo. Por lo que, cuando Conesa reapareció en el Colón en septiembre de 1917 y fue descrita como “más artista, más bella, más graciosa y con una mayor dosis de oportunidad”, su éxito no fue igual… No cabía duda, los tiempos cambiaban.
PARA SABER MÁS
- 12 de diciembre de 1892 nace María Conesa, IMER, https://www.imer.mx/12-de-diciembre-de-1892-nace-maria-conesa/
- Durán Estrada, Amayrani, “María Conesa… Leyenda de los Teatros”, ADN 40, https://goo.gl/2MsFrZ
- Monsiváis, Carlos, “Instituciones: María Conesa”, Los ídolos a nado: Una antología global, México, Random House Mondadori, 2011, pp. 172-186.
- Poniatowska, Elena, “¡Ay, ay, ay, mi querido capitán! María Conesa”, Palabras Cruzadas. Entrevistas, México, era, 2013, pp. 27-52.