Darío Fritz
BiCentenario
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41.
El mecánico con sus llaves, el carnicero con sus cuchillos, el herrero con sus pinzas, el tornero con sus martillos. Con todas las herramientas a la mano nuestro hombre de la foto podría ser tomado como tal. Los utensilios sobre la mesa, las mangueras suspendidas sobre la pared al fondo, alguna tubería bajando del techo y el artefacto junto a la ventana destinado quizá a apretar algo desconocido. Hay fotos que confunden y engañan como esta. No es el caso de las clásicas luces en el cielo que algunos inspirados se figuran invasiones extraterrestres, pero el paso del tiempo y el blanco y negro ayudan a cuestionar las apariencias y lecturas. Por suerte el señor trae bata, algo arrugada y con manchas –mecánico no, podríamos conjeturar, porque ya se la hubiera acabado por completo–, y el saco y la corbata ajustada nos hacen intuir que destazador de animales no puede ser, tampoco pulidor de piezas de metal. El detalle sin duda está entre ambas manos. En esa especie de gotero que cae sobre un recipiente. Y si a eso se suma un bigote estilo morsa, muy nietzscheano, extraño para aquellas opciones profesionales un tanto rudas, nos acerca al científico que también podríamos imaginar y que los orígenes de la foto dan por cierto. Quién podría vislumbrar que en la azotea de su casa este biólogo septuagenario, que vivía de una pensión, después de toda una vida dedicada a tratar de descubrir los orígenes de la vida, continuaba investigando, empecinado en la difusión secular de la ciencia, darwinista de pies a cabeza, aislado, casi olvidado por sus pares, incluso los que formó, impedido de estar en la universidad, aunque tuviera todos los títulos para merecerlo. Sulfobios, colpoides, protoplasma, plasmogenia, síntesis abiótica, microestructuras, formaban parte de su lenguaje cotidiano como un rompecabezas, el que finalmente tuvo que dejar incompleto. Fue parte de la vanguardia de los científicos de su época en el mundo, por eso mantenía correspondencia con el naturalista alemán Ernst Haeckel y colegas europeos tomaban como influyentes sus teorías y experiencias. Dirigió el Museo Nacional de Historia Natural donde participaría de la creación del Jardín Botánico y el zoológico capitalino. La ciencia en México lo tiene muy presente y valorado como un pionero que hizo escuela, muchas veces escaso de recursos y con una pasión infinita. Un día de 1942 falleció sobre su mesa de trabajo junto al microscopio, como el de la foto, rodeado de sus herramientas. Se llamaba Alfonso Luis Herrera.