Graziella Altamirano Cozzi
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41.
El capitán de caballería Gregorio Martínez cuenta aquí las duras vivencias como combatientes junto al general Francisco Villa entre 1917 y 1919 antes de deponer las armas. Transformados en gavilleros dispuestos únicamente a sobrevivir, afrontaron el final de la lucha revolucionaria en medio del hambre, el saqueo, las deserciones y la irracional brutalidad.
A fines de 1915 la otrora poderosa División del Norte había desaparecido. Con la derrota a cuestas, el general Francisco Villa decidió seguir una guerra de guerrillas en contra de Venustiano Carranza y, a partir de entonces, con tan sólo un pequeño contingente constituido por hombres que habían militado bajo sus órdenes, comenzó a operar en el estado de Chihuahua, haciendo extensivo su movimiento a los vecinos estados de Durango y Coahuila.
Pequeños destacamentos, divididos en facciones, hostilizaron al gobierno y resistieron durante cuatro años todo intento de pacificación. Estas gavillas al movilizarse en sus lugares de origen mantuvieron contacto con la población, lo cual les facilitó organizarse, incrementar sus contingentes, conseguir provisiones e informarse de los movimientos del ejército federal. El arraigo popular que mantuvieron los villistas en numerosas poblaciones facilitó sus acciones.
En corto tiempo Villa consiguió reunir un respetable contingente armado que, durante los años siguientes, mantuvo sucesivos encuentros con los distintos jefes de operaciones militares enviados a combatirlo. Las guerrillas villistas llegaron a obtener algunas victorias logrando tener en jaque a Carranza y a su ejército a lo largo de casi cinco años. Sin embargo, aunque se fueron engrosando los contingentes guerrilleros, también se empezaron a rendir algunas facciones. Muchos villistas se amnistiaron y se pasaron a las filas carrancistas combatiendo a sus antiguos compañeros, lo que Villa nunca les perdonaría. Ante las represalias ejercidas y la táctica de leva forzosa que implementó, el caudillo empezó a perder apoyo popular, al tiempo que provocó continuos reacomodos en las jefaturas militares del Ejército federal y la formación de numerosos cuerpos de voluntarios y defensas sociales en diversas poblaciones cuya finalidad era proteger propiedades y familias de los ataques guerrilleros.
Después de tantos años de guerra, la guerrilla empezó a declinar y el movimiento se debilitó; apareció el cansancio y la desmoralización entre las tropas. Aumentaron las deserciones en masa porque se intensificó el miedo y empezaron a perder la fe. Muchos que habían sido fieles al ex jefe de la División del Norte y que llevaban años levantados en armas no pudieron resistir más y se fueron retirando de la lucha.
Tras la sublevación del grupo sonorense contra el gobierno, la adhesión de numerosos generales y el asesinato del presidente Venustiano Carranza en mayo de 1920, Villa estuvo dispuesto a pactar con el gobierno provisional de Adolfo de la Huerta. El 31 de agosto de 1920, en la hacienda de Tlahualilo, Durango, los villistas depusieron las armas.
El texto que ahora se presenta es una edición de la entrevista que realicé al capitán de caballería Gregorio Martínez, los días 8 de septiembre de 1983 y 29 de septiembre de 1984 en la ciudad de Camargo, Chihuahua (PHO/1/228). Se han seleccionado los relatos que recuerdan algunos pasajes de su participación de 1917 a 1919 en la guerrilla villista, años en los que se escribió uno de los capítulos más cruentos de la revolución, cuando a salto de mata y ocultas en las serranías, las gavillas hicieron de la guerrilla su modus operandi, abasteciéndose del saqueo y el robo, subsistiendo de lo que podían obtener en forma voluntaria o forzosa en los poblados aledaños y cazando al enemigo para matarlo, a riesgo de ser ellos los victimados. Hasta el fin de sus días, Gregorio Martínez mantuvo vivo el recuerdo de esos años de lucha y sobrevivencia al lado del general Villa, a quien ya no conoció como el líder admirado y carismático de otros tiempos, sino como el caudillo derrotado, despiadado y vengativo.
El Villa amable, violento y temperamental
Nací en el rancho de San Francisco, municipio de Camargo, Chihuahua, el 12 de marzo de 1898. Mis padres eran trabajadores de ese rancho que estaba anexo a la hacienda de Victoria… vivíamos en la casa para los peones. Mi padre ponía piedra en seco, esa era su profesión, sentar piedra en seco para hacer cercas para los potreros, para los pastos. Así empastaban los terrenos. Le pagaban un real por cada metro de piedra puesta… Yo no estudié en ninguna escuela. Cuando mi padre pidió permiso al dueño para mandar[me] a la escuela en la hacienda, terminantemente le dijo: “Mira, yo no quiero licenciados, ni esto, ni lo otro; yo quiero gente de trabajo. Llévate a tu hijo a trabajar, que te ayude a poner piedra y es lo que puedes hacer, yo no quiero gente ilustrada” … Nunca nos pusieron escuela los patrones. Yo aprendí a leer, a poner mi nombre en la tierra, en tiempo de la revolución, con otras gentes que andaban ahí, mayores que yo… En la tierra empecé yo a poner la G y la M… Y mal aprendí, a mal firmar y leer muy poco…
Me levanté en armas en 1913 (a la edad de 15 años) con el general Rosalío Hernández, aquí en Camargo. Era la Brigada Hernández, les nombraban “los leales de Camargo” porque en 1910 se levantó don Rosalío con pura gente ranchera de aquí de Camargo… hasta que se separó del general Villa –sería en el quince– y los carrancistas le empezaron a proponer facilidades y así consiguieron que se amnistiara con ellos y entonces ya fue contrario a nosotros. Yo me separé luego luego y me pasé con el general Chávez y el coronel Serapio Lara que siguieron con Villa. En seguida el general Villa me dio el primer ascenso, ya era capitán primero.
Al principio nos pagaban cualquier cosa, nos daban la ropa, el uniforme, pero ya después, cuando Villa salió derrotado ya no fue posible darnos ningún sueldo. El sueldo que teníamos era lo que sacábamos en la parte donde se peleaba. El mismo general Villa nos decía: “Muchachitos, ya saben que aquí vamos a atacar este pueblo, pero con la condición de que nomás las familias me las respetan; si hay animales, lo que sea, pueden disponer de ellos”. Pero sin embargo, a veces se les ponía muy duro.
En la batalla de Zacatecas (junio de 1914) a mí me tocó pelear como unas dos horas, cuando me hirieron y me sacaron herido, ya me tocó la buena suerte y ya no pelié. El día que tomaron Zacatecas me llevaron a un campamento en el desierto donde estuve dos meses y después, a muchos heridos y a mí nos mandaron para acá, a Camargo.
Cuando Villa ya andaba de rebelde, fuera de la ley, me incorporé otra vez con el coronel Serapio Lara, sería a principios de 1917, cuando Villa organizó distintos grupos de diferentes estados, como Zacatecas, Durango, Coahuila, Chihuahua y parte de Sonora. Llegó a juntar alrededor de 5 000 hombres.
Villa mandaba comisiones a la frontera a comprar parque, con dinero que conseguía por préstamos forzosos que les hacía a ciertas personas en las ciudades. Algunos no volvían, se iban con todo y dinero. Una vez, cuando peleamos en Ojinaga, regresaron con cierta cantidad de parque y ái venía Lucita (Luz Corral) y trajeron tela color de rosa para ponernos de contraseña en el brazo. Siempre que peleaba uno, traía contraseña, porque había veces que se revolvía uno con el enemigo. Lucita les hizo la contraseña y a la mayor parte de la gente, nos las puso ella. Era una tira de lienzo. Cuando no teníamos ese elemento, entonces usaba uno el sombrero caído para atrás, ¿eh?; o una manga arremangada, en distintas formas nos distinguíamos.
Para reunir a los grupos de otras regiones Villa mandaba comisiones de cuatro hombres o cinco, para comunicarles que se reunieran para tal fecha en tal parte. Todos lo respetaban como jefe, todos venían a reunirse a cierta parte, en el campo ¿verdad? sin tocar las ciudades porque había enemigos, en cualquier pueblo chico había enemigos, pero a escondidas, en cierta parte ahí nos llegamos a reunir cuatro o cinco mil hombres.
Para conseguir alimentos lo hacíamos en ciertas formas; en parte por las buenas, con los amigos conocidos; en parte, asaltos a ciertos pueblos chicos para atrapar algo de provisiones. Había pueblos amigos que nos ayudaban. A veces hasta nos mandaban avisar que venían los carrancistas, que sabían que venía el enemigo para tal fecha y nos mandaban avisar para que nos previniéramos o nos alejáramos. Pero como uno siempre andaba deseoso y necesitado de armas y parque, pues procurábamos asaltarlos. Sabíamos que iban a llegar por tal parte, uno procuraba asaltarlos antes de que llegaran a donde hubiera refuerzos y nos equipábamos de parque en esa forma. En algunos pueblos, los carrancistas los sacaban por la fuerza y los echaban; a unos a pie, a otros a caballo, para que no nos pudieran ayudar en cualquier forma a nosotros, ni con agua ni con alimentos de ninguna especie ni con bestias, ni nada.
En las noches el general Villa casi no se acercaba al campamento. Se aislaba con su escolta. Se decía que después de que ya anochecía se separaba solo, a dormir solo, no sé si sería cierto, eso era difícil saberlo.
Las Defensas Sociales se organizaron para proteger al partido carrancista, para defender, por ejemplo, sus criaderos, sus ranchos, sus vecindades. Era la misma gente del pueblo, gente que antes había andado con Villa, pero ya estaban en contacto con Carranza… Yo recuerdo haber peleado con algunos “sociales” –como les decían– en distintas partes y haber recogido prisioneros “sociales” de la sierra.
Cuando la gente que andaba con Villa se fue al lado carrancista, ahí entonces cogió la mala idea Villa con esas gentes y fue a Namiquipa y les dio mano libre para que abusaran de las familias. Entonces, el general [Nicolás] Fernández que andaba con Villa fue y se le presentó y le dijo: “Mi general Villa, vengo a hablar con usted para hacerle saber que hasta hoy fui su compañero si no manda suspender el desorden que anda ahorita ahí, y Villa le autorizó inmediatamente para que fuera a guardar el orden él personalmente… Y así se fue Nicolás Fernández sobre esos abusones. Las familias abatidas todas, con las fieras encima. Esa fue la mayor pérdida del partido villista. De ái vino que todos los de la sierra se convirtieron en “sociales”; la gente se le volteó a Villa, muchos generales que se habían ido con él, se quedaron por el abuso de familias, por esa ofensa… y Villa se salió de esa región porque ya lo combatieron muy duro. Perdió el apoyo de todos, se le pusieron de enemigos, todos. Se echó encima toda la región de Guerrero, en Chihuahua, de toda la sierra.
Una vez, después de un enfrentamiento en el rancho de El Espejo, de aquí de Camargo, Villa se regresó por el norte de la laguna de Taboada y se quedó atrás un general con toda su gente, se llamaba Pablo Seáñez y cuando llegó a la laguna y estaban todos acampados allí, él vino a saludar al general Villa y al general Fernández que andaban paseándose a pie. Nosotros estábamos acampados no lejos de ahí comiendo tortillas y haciendo café, cuando llegó Seáñez y le saludó, y Villa riéndose le dijo: “¿Qué pasó, Pablito, por qué no siguió el avance de nosotros? –“Pues se nos cayó un caballo, mi general, y no pudimos avanzar”, dijo él. Pues riéndose Villa le dijo: “¡Qué caray, mi general!, ¡qué caray, Pablito!, yo esperaba que nos siguiera”. Así platicando, platicando y sonriéndose Villa, cuando menos pensó Pablo, estaba atravesado, Villa sacó la pistola y le metió tres pajuelazos con la 45, y ahí cayó Pablo, echándole, diciéndole que era un malagradecido. Y entonces le dijo el general Villa a Nicolás Fernández: “Acaba de matar a este perro, jijo de quién sabe qué”. Sacó Fernández y le dio el tiro de gracia en la frente a Pablo. Al otro día colgó a su secretario.
En una ocasión que llevábamos muchos prisioneros, después de que Villa estuvo confesándolos, platicando y riéndose con ellos, preguntándoles qué generales iban y cuántos eran y todo eso, después de como unos 15 minutos, entonces le dijo al general Fernández: “Bueno, general, ya me voy; usted sabe lo que hace con estos individuos, nomás no me gaste ni un cartucho porque andamos muy escasos de parque”. Se fue el general Villa y luego ordenó el general Fernández que los colgaran de un tronco. Pues ahí mismo luego luego empezamos a colgar con la reata bien tapizada. Eran como 33, ahí quedaron colgados.
Una noche en la sierra de San José de Boca veníamos con la gente villista de Tepehuanes, Durango, donde el enemigo nos levantó en cuerpo y alma, haciéndonos varios muertos. Ahí nos metieron, redotados, contra la sierra. Esa noche dormimos con la caballada ensillada y muchos heridos. Algunos amanecieron y ahí se quedaron. Aclarando, desfilamos toda la gente afilada por el canto de la sierra cuando corrieron la voz de que hiciéramos alto. “¿Qué pasará?” No esperábamos enemigo en esas montañas. Pues nos quedamos serenos, serenos, cuando de repente oímos una balacera para debajo de la sierra. Allí había una lagunita con agua y estaban unos “sociales”, había mulas y vacas. Villa despachó una comisión de unos 40 jóvenes para aquel lado que los combatieron ahí y los acabaron, dejando nomás uno ahí amarrado. Ya entonces ordenaron que avanzáramos. Ahí nos bajamos a comer y almorzar y a cenar… Agarramos carne, agarramos bestias de remuda. Todo se lo quitamos a esa gente y a todos los mataron, dejaron nomás a un individuo para que sirviera de guía. Ahí curó Pancho Villa al general Chávez, que le habían quebrado este brazo. Villa personalmente lo curó lavándolo con agua de sal hervida. Y le hizo una venda grande para que le trabajaran trementina de pino. La calentaron y la pusieron así en el trapo ese, y con ese trapo le puso unas vendas delgadas y luego con ese trapo con trementina le vendó y mandó que cortaran luego la corteza de dos pinos delgaditos para ponerlo así como tablas, como yeso ¿verdad? Y en esa forma lo curó.
Otra vez, después de que la gente de nosotros venía muy redotada desde Tepehuanes, llegamos a Las Nieves, Durango. Ahí ordenó Villa que se juntara toda la gente, ahí nos juntamos en un día muy frío y estuvo Villa hablando, comentando la pérdida, la redota que había sufrido, diciendo que había perdido a la gente de nosotros por falta de parque, pero que nos iba a mandar a descansar para ver si en eso él podía buscar la manera de parquearnos y él mandaría varias comisiones a cada región donde había compañeros, generales, con grupos de gente: a la sierra de Chihuahua, a la frontera de Ojinaga, a la región lagunera, ahí por San Pedro y a aquí en Río Florido, a un lado de Canutillo, en Durango. Y él se quedó en la sierra con su escolta nada más. Ahí estuvo comentándonos y llorándonos a lágrima viva ¿verdad? Y todos en una media luna, y él en medio hablando ahí, lamentando la pérdida y la escasez de parque, la escasez de provisiones. Nos decía que no perdiéramos la fe, que no nos fuéramos a derrotar, que no nos fuéramos a ir a acompañar al enemigo carrancista, hablando muy bien Villa… pero ya nosotros, ya alguna gente ya estaba muy desconsolada, ya la veíamos muy difícil en ese tiempo.
Mientras, nos recogimos a descansar, a que engordaran los caballos y a ver si conseguíamos parque y qué comer. Ái nos la pasábamos. Fueron como cuatro meses. Comíamos carne y tortilla de maíz que conseguíamos cerca de la frontera por los ranchos del río. Robábamos ganado para comer porque no había a quien venderlo, si no, lo hubiéramos vendido.
Nos volvimos a reunir otra vez, pero ya con muchas dificultades, cuando nos atacaron aquí en la frontera, nos mandaron como unos 6 000 individuos. Eso fue en Palomas, acá para el lado de Ojinaga… Después, ya fueron pocos los combates que tuvimos, nos la pasamos ya casi nada más pues defendiéndonos en ciertas partes, hasta que Villa se decidió a comunicarse con De la Huerta y se fue a Sabinas, Coahuila… donde lo fue a atender el general Eugenio Martínez. Yo sé todo eso porque me lo platicaron en Canutillo los compañeros, yo no fui al armisticio. Yo vi a Villa en Canutillo, porque fui y me presenté con él. Eso ya fue en junio o julio de 1920. Le pedí permiso para venirme a mi casa y me dijo: “Bueno, pues puedes retirarte, puedes irte a tu casa, o si quieres quedarte aquí con nosotros, ya sabes que te puedes quedar”. –“Quiero ir con mi padre, que ya tiene edad avanzada”, y me dejó venir… Los que se fueron a Canutillo con él pensaron en ponerse a trabajar en la labor, que fue lo que Villa prometió, cambiar las armas por los arados, les dieron facilidades para que trabajaran en Canutillo y la mayor parte se quedaron con él ahí, otros se fueron a otros lugares.
Yo veía a mi general Villa muy amable, con mucha apariencia, pero con mucha violencia, se le tenía temor porque era muy temperamental; uno veía los arranques que tenía con las gentes, así es que pues uno lo apreciaba porque era del partido ¿verdad?, pero no, no con mucha confianza para él. Hombre sano y de confianza, Nicolás, el general Fernández; ese sí era de mucha confianza, era sincero, él sí se atravesaba por sus compañeros, el general Villa no, era de menos agallas que el general Fernández. Lo digo porque me consta; en la Laguna de la Estacada nos llevaban como 300 compañeros de infantería matándolos a caballazos, y el general Fernández se atravesó ahí, me encontró ahí y me dijo: “Vente, vamos a organizarnos, a organizar un grupo de unos 50 hombres para proteger la infantería”, y lo hizo. Organizó como uno 90 hombres, generales y oficiales, y con órdenes de echársele encima al enemigo, que era como de 2 000 y pico de hombres, tenían tres banderas, y las alcanzamos a ver muy cerca, las tres banderas con un letrero y unas canillas pintadas, y una calavera arriba, y el letrero decía:
“Exterminio para los villistas”. Era un paredón de gente tremendo. Sin embargo, el general Fernández le hizo frente a ese enemigo, con esos pocos hombres, con órdenes de llegarles de frente, hasta estar a cierta distancia y luego ya disparar las pistolas y dar media vuelta, y el que cayó, cayó, y el que se salvó, se salvó, para salvar la infantería. Por eso le digo a usted que le reconocí yo más hombría, más valentía… Villa siempre andaba adelante, esa vez, me consta que iba un desparramadero de gente, como 1 000 y pico de hombres villistas iban corriendo y Villa andaba atravesándose con la pistola en la mano gritando: “¡Párense hijitos, párense hijitos, miren a sus compañeros, los vienen matando como perros, hay que protegerlos!” Y a otros; “¡Párense hijos de aquí y de ahí!”, con la pistola en la mano paraba aquí y se le pelaban de aquí y paraba estos y la gente se le quedaba por allá, y él delante, y él delante. Y Fernández no se preocupó por parar a la gente sino por salvar la gente que venía de infantería. Por eso le digo que yo le reconocí muchos méritos al general Fernández y más valentía y hombría.
En esa última etapa de la revolución yo ya era un bisoño, toda la revolución la pasé con la ambición nada más de la libertad, el libertinaje, no esperaba yo nada; que me mataran de un momento a otro porque según lo que veía, con frecuencia, dejaban gente con la cara al sol… Los muertos ahí se quedaban tirados como cualquier perro. En esa época era un muchacho de 19, 20 años de edad, pues no me preocupaba mucho, la ignorancia usted sabe, lo tenían arropado a uno; uno no hacía más que divertirse, mientras le ordenaban ensillar y a caminar, fuera de día o de noche, y a caminar… Yo cargaba, por ejemplo, mis cobijas, un morral con maíz −cuando teníamos maíz−, para mi caballo; mi maleta con alimento de carne o gordas, o tortillas, o en fin, luego pinole y… las armas, rifle y cartucheras. Era yo lo que cargaba… Cuando había oportunidad lavábamos la ropa; a veces llevábamos algo de jabón y a veces no. Le tiraba lo que podía de piojos, porque andábamos llenos de piojos. Porque pues a veces se bañaba uno, se lavaba la cabeza, lavaba su ropa y la asoleaba, pajareando para todos lados a ver si no venía el enemigo. Era una vida muy dura. Si se ofrecía pelear pues ya sabía uno lo que tenía que hacer; ya venía el jefe, general o coronel y ordenaba a uno ponerse en línea de fuego. Era lo que hacía uno…
En los últimos años la gente ya estaba tan decepcionada y tan redotada, que ya lo que trataba pues, por mi parte, yo lo sentía y lo digo ¿verdad?, ya lo que trataba uno era de defenderse del enemigo a la sombra de Villa, pero sin ninguna esperanza de que Villa nos diera algo, y con temor. Es natural que la mayor parte de la gente por temor no lo dejaba; sin embargo, mucha gente lo dejó. En esa campaña que hicimos a Tepehuanes, se le regresaron como unos 30 individuos, de seis, de ocho, de a nueve y así; se desertaban a las horas de la noche. Tenían miedo, ya no tenían fe.
Ya últimamente andábamos nosotros muy mal, pos como fieras en el campo ¿verdad?, porque no teníamos a veces ni qué comer y furiosos y que encontrábamos al enemigo frecuentemente, y andábamos como lobos. Cuando encontrábamos al enemigo, a pelear, a pelear y a pelear, no nos importaba perder gente de nosotros, pero a defender y a defendernos; y gracias a que la mayor parte, nos tocó la de buenas, de que no perdíamos, al principio triunfábamos por la astucia de los jefes nuestros, porque eran astutos y eran valientes y nos obligaban a nosotros a ser valientes para poder triunfar, porque ya sabíamos que el enemigo era corriente y fácilmente lo dominábamos. Pero últimamente sí, ya tuvimos enemigos muy valientes, gente de la misma que había sido antes de nosotros, que por ciertas cosas se le voltearon al general Villa y ya tuvimos que pelear con ellos y matarnos unos con otros. Ya fue muy difícil la vida para nosotros, nos aguantábamos por una grave necesidad, por la valentía y por defender la vida, porque sabíamos que si nos veían aquí, aquí nos mataban los carrancistas, más vale jugárnosla fuera, como enemigos acérrimos de los carrancistas, hasta que fue la forma en que terminó la cosa. Ya Villa se decidió y tuvo las grandes garantías de Adolfo de la Huerta, le dio todas esas facilidades, se las ofreció, se las cumplió y se amnistió.