Ximena Montes de Oca y Héctor Luis Zarauz López
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 40.
La autora de A la sombra del Ángel, una biografía novelada sobre su suegra, la polifacética Antonieta Rivas Mercado, actriz, mecenas, escritora, promotora cultural y defensora de los derechos de la mujer a principios del siglo XX, narra aquí su vida en México, la formación en Estados Unidos, el paso por Cuba y cómo es que llegó tardíamente a las letras.
Kathryn Skidmore Blair nació en Cuba en 1920 y tres años después llegaba a una ciudad de México, provinciana y apacible, según relataría años más tarde, aunque en pleno proceso de reconstrucción posrevolucionario. Muy joven viajó a California, Estados Unidos, la patria de sus padres, en donde completó su formación escolar. Con el estallido de la segunda guerra mundial se involucraría como empleada en una fábrica de armamento y comentarista en Hollywood. Posteriormente viviría en Cuba donde presenció el ascenso del régimen revolucionario, lo cual la decidió a regresar a México en donde reside hasta la fecha.
Además de haber ejercido el periodismo, es escritora y ha publicado obras como El diario de Lucía (2000) y Breve relato de la historia de México de los olmecas al siglo XXI (2010), aunque sin duda su libro A la sombre del ángel es su obra más importante en la narra la vida de su suegra, Antonieta Rivas Mercado. El libro fue publicado por primera vez en 1995, y a la fecha ha vendido más de 200 000 ejemplares.
Aunque Kathryn no conoció en vida a Antonieta, el parentesco que las unía le dio la oportunidad de entrevistar a los familiares, obteniendo información de primera mano. La exhaustiva investigación que le tomó cerca de 20 años de trabajo, le permitió reconstruir de forma muy precisa la biografía de Antonieta, quien vivió tres momentos cruciales de la historia de México: el final del Porfiriato, la revolución y posteriormente la lucha de poderes por gobernar al país, hasta su muerte en 1931, año en que decidió poner fin a su vida en la Catedral de Notre Dame, en París.
La obra de Blair tiene el valor de haber “rescatado” la figura de Antonieta Rivas Mercado, en un momento en el cual era poco conocida, al igual que otros personajes femeninos de gran relevancia para la historia nacional. Su relato permitió dimensionar la importancia de las labores altruistas y políticas de Antonieta.
El olor a tinta y tacos
Mi nombre es Kathryn Louis Skidmore Blair. Nací en Cuba… y llegué a México a los tres años con mis padres americanos. La empresa de mi papá lo trasladó a México. De mis 96 años, he vivido en México 73.
Mi papá trabajaba en The National Paper and Type Company, vendían todo lo que fuera papel, lo más importante era el papel para los periódicos. Los linotipos también los vendían. Íbamos a la fábrica y se olía el papel como a dos kilómetros antes de llegar. Él tenía un edificio en la calle de Bolívar, de cuatro pisos, era el más alto en toda el área y convirtió el cuarto piso en un penthouse. Enfrente estaban “Los tacos de Beatriz”. Siempre he dicho que crecí con dos aromas: la tinta y los tacos. Éramos tres, un hermano cuatro años mayor y una hermanita seis años menor, esa hermanita hoy tiene 90 años.
Mi papá controlaba todo [el comercio] hasta Panamá. Así que México era la base […] de la empresa en América Latina, y las fábricas más grandes estaban en México.
Cuando hizo mi papá el penthouse, tenía unas ventanas tipo francesas. Y mi hermana y yo teníamos una recámara con balcón que daba a la calle. Jamás se me olvidará el momento en que escuchábamos una trompeta, es que venía la carpa y el policía que estaba en la esquina desviaba el tráfico alrededor de la cuadra para que pudieran poner su tapete y ahí los malabaristas y los acróbatas […] tenían unos perros que bailaban. A veces venía sólo la marimba.
Fui a la escuela americana. Pero imagínese, en mi clase había gente de todas las nacionalidades, porque las embajadas los mandaban […] para aprender el inglés. La escuela americana en aquellos tiempos estaba en la esquina de Insurgentes y Jalisco [hoy San Luis Potosí]. La ciudad de México era pequeña, había tranvías. Entonces, casi siempre te movías por el camión o tranvía. San Ángel estaba lejísimos y yo, muchos años después, viví en San Ángel.
Todas las tiendas estaban allá [en el centro]. Fíjese, yo me acuerdo [que] una tía, la más joven hermana de mi papá, era monísima, linda, su trabajo era de secretaria con una empresa. Íbamos ella y yo al Zócalo, y en él estaba el organista y un chango parado allí con su copita y me encantaba tratar de tocarle la cabeza, yo venía muy despacito así […] y cuando llegaba siempre volteaba a verme y sacaba su copita. También me acuerdo que había un chubasco, de repente a las cuatro de la tarde comienza a llover: “prum-pum-pum-pum pum”. Y se acaba como en dos horas. Y no podíamos cruzar la calle Madero. Estaba inundado y de repente vienen dos jóvenes como de 16 años, se quitan los zapatos, se suben los pantalones y te llevaban así por dos pesos, te llevaban al otro lado de la calle.
En Estados Unidos
[Aquí] estudié hasta segundo de secundaria porque me mandaron a California. Había yo terminado, vamos a decir el… freshman here. el high school. Me pusieron en el senior class, me recibí de high school a los 16 años, creo. Porque me recibí de la universidad cuando tenía 19 años [en el] Hollywood High School, y luego seguí con la UCLA.
La UCLA tenía muchos mexicanos […] y teníamos un grupo de habla española, que se juntaba como una vez al mes y nada más nos contábamos cosas que nos habían pasado. Algo que queríamos, pedir ayuda, lo que fuera. Y también en la UCLA pertenecía yo a un grupo que se llamaba The Religious Confronts. ¿Y quién cree que estaba ahí?… Jackie Robinson [primer beisbolista afroamericano en ingresar a las Ligas Mayores de Béisbol], estaba jugando football, y años después fue vecino mío en Connecticut y cuando lo fui a saludar, cuando apenas se habían cambiado a esa casa le dije: –I knew you at UCLA. Y se me quedó mirando, y se me quedó mirando.
–Don’t tell me that you are the red head from Mexico. Le dije: –I still I’m.
Ya había egresado de la universidad […] y me quedé en California, tenía un trabajo. Cuando comenzó [la segunda guerra mundial] el presidente Roosevelt decía que los jóvenes, [las] muchachas egresadas de la universidad fueran a trabajar en las fábricas, porque las fábricas que hacían automóviles las convirtieron en fábricas de armas y yo decidí quedarme. Fue la primera vez, verdaderamente, que me sentí americana. Con la guerra y sobre todo cuando encontré una casa en Westworth.
Todo el mundo escuchaba a Edward Earl Merrell, no había televisión, sólo la radio, a las seis de la tarde, hora de Los Ángeles, él hacía un broadcast de Londres, y decía: –This is Edward Earl Merrell. Y de repente oías una siren, que ya los alemanes estaban atacando Londres.
[Entonces] Nelson Rockefeller y el presidente Roosevelt se habían dado cuenta de que, [a] los submarinos alemanes Argentina los estaba escondiendo y, [que] algunos habían venido por el mar del Golfo de México, habían atacado a un barco que iba llevando latas y comida, etcétera […]. Nelson Rockefeller decidió que había muchos soldados que eran realmente americanos, pero los abuelos […] o los papás habían llegado de México […], cuando Roosevelt se dio cuenta de lo que estaba pasando hizo lo que se llamó el Secretary of Interamerican Affairs, y tenían una oficina en Hollywood. A él se le ocurrió hacer [un] broadcast, usando a las estrellas de Hollywood para que promovieran la guerra […] e iba a ser en español. […] Una señora que conocí […] me presentó con el señor, que era director de programas en inglés y conocía a toda la gente de Hollywood […].
Pues me dieron a mí el trabajo de estar segura de que a las estrellas de Hollywood se les entendiera el español. Ese era mi trabajo: supervise the stars that we interviewed. Le voy a decir, una que hablaba español muy bien era Rita Hayworth […] se llamaba Rita Cansino y su padre daba clases de baile español. Ella estaba en muchos de los programas. Pero digo, teníamos a todas las estrellas, Bing Crosby, Bob Hope, hicimos un on the road. […] En fin y mi trabajo era eso.
Yo iba al estudio para que revisaran lo que tenían que decir e inventé mi forma de enseñar el español. Es muy fácil, [la clave] es la pronunciación de las vocales, si puedes decir a-e-i-o-u, puedes leerlo. Y entonces yo iba al estudio y repasábamos el guion y era mi trabajo ver que salía bien. Así que me quedé en Hollywood, me quedé en el NBC toda la guerra. Se trataba de transmitir hasta Argentina. Toda la América Latina.
Nunca se me olvidará cuando murió Roosevelt […] de repente, nadie hablaba, […] no lo podían creer, porque la guerra todavía estaba muy fuerte, y nadie se acordaba de quién era el vicepresidente. Y por fin alguien sacó una foto de Truman, Harry Truman tocando el piano con Lauren Bacall, sentada encima del piano, con sus piernas largas hermosas. Esa era la única fotografía que teníamos de él. Harry Truman llevó la guerra muy bien, […] tenía que hacer decisiones muy difíciles.
Vuelta a México
Decidí regresar a México nada más para pasar la Navidad con mis padres. Mi papá tenía una casa hermosa en las Lomas, era de las primeras, en la [calle de] Explanada. Cuando llegué, en el desayuno mi papá me dijo: –Bueno, tú que has estado en radio tanto, ¿quieres ir conmigo hoy en la noche? ¿Te acuerdas de Esperanza Iris?
–Papá, cómo [crees que] no me acuerdo de Esperanza Iris.
Dice: –Pues ella va a cantar en un programa que nosotros patrocinamos.
Y me llevó. Mi papá era muy amigo del que comenzó la radio. Ahora su nieto está encargado, Emilio Azcárraga. Porque eran rotarios y mi papá lo conocía muy bien. Pues fui con él para […] verla, porque tenías [el] retrato de la gente que escuchabas y muchas veces eran muy distintos. […] La compañía que [patrocinaba el programa] era J. Warren Thompson, y me presentó con el gerente que apenas había llegado [Danielson Thurmond], había estado en la marina americana y […] lo mandaron a México para abrir J. Warren Thompson acá. Pues… me casé con él.
Mira, vivimos aquí cuatro años y medio. Los mejores años de nuestro matrimonio […] teníamos una casa en San Ángel. Y él, su pasión eran los caballos y lo invitaron a ser charro [risas]. Un gringo charro. Bueno, se compró una silla de montar, toda grabada. De esas sillas mexicanas… había una tienda en Madero, del otro lado de Sanborns, que hacía todo ese trabajo.
Nos trasladamos de ahí a Las Lomas, un poco lejos de la casa de mi padre. Las Lomas apenas se estaba construyendo, y fíjese quién fue el constructor más importante, el esposo de Antonieta, Albert Blair. Era la época de la bonita música. Agustín Lara tocaba piano en el hotel Regis y cantaba […] Pedro Vargas. Se bailaba. Digo, ahora es brinco, brinco, brinco. [Entonces] se bailaba y se cantaban las canciones. Sabías la letra de la canción. Era una época muy bonita para mí. Todos mis años en México, los guardo mucho en mi corazón, de veras.
My ticket home
Su trabajo [estaba] en Nueva York, pero con un hijo, nos fuimos a Connecticut y viví en un lugar muy bonito que se llama Palm Beach y New Canaan. Él estaba encargado del Ford Theatre of the Air. Bueno en fin, mi hijo tenía ocho años cuando me divorcié. No quise regresar a México [y] tuve que encontrar un trabajo otra vez.
Dios me ha ayudado cada paso de mi vida […]. Conocí a una señora que fue la decoradora de Panamerican Airways, de todas sus oficinas, a través de toda Suramérica, oeste y regresando por el este. Y no sé, le caí bien. Era muy, muy importante como decoradora: Pamela Drake. Y me recibió como hermanita. Imagínese, y ella se casó con un americano que había estado en […] la marina –él estaba en el ramo de hoteles– y cuando se casaron lo hicieron el director del Gran Hotel Nacional en Cuba […], pero Cuba entonces era como Las Vegas, de veras, de unos nigthclubs hermosos. Casinos por todos lados y esa Cuba la conocí muy bien. Y […] de repente entra Castro y Pam me llamó y me dice: –Kathryn, we’re getting out of here. We have a ticket on the first plane to go to Mexico. Why don’t you come back to Mexico, and you and I will set a partnership in decorating?
Le dije: –Gracias a Dios y gracias a Castro. I have my ticket home.
Una cita a ciegas
Yo no quería regresar sin tener mi propia vida. No quería vivir en casa de mi padre. Renté un departamento, mi hermana vivía en México, casada, con hijas, la llamé y le dije: –Regreso a México. Ayúdame a encontrar un departamento. Y me establecí en mi propio departamento y comencé con una vida completamente nueva.
El negocio de decoración fue muy bien y conocí a Dan Blair on a blind date. [Una amiga] me llamó y me dijo, oye Kathryn, voy a dar un surprise party for Henry, and there’s a young divorce man in the company, that wants to meet you and he asked me to ask you if he could take to the party.
And I said: –What’s his name?
She said: –Donald Blair.
And I said: –Of course, tell him to come for me.
That’s fine.
Y le llamé a mi hermana y le dije: –Do you know a Dan Blair?
She said: –Yes
I said: –What’s he like?
She said: –Low-key, really low-key. Not your type Kathryn.
Y así comenzamos. Y sabe [una ocasión] me llevó a Tepotzotlán y […] me dijo: –Te quiero enseñar una iglesia que mi abuelo salvó de la destrucción. Es un churrigueresco.
Y dije yo, de dónde sacó él esa palabra. Yo sabía lo que era, pero me impresionó mucho y fuimos a ver la iglesia y era churrigueresco, definitivamente. Y […] fue allí que me dijo […]: –Kathryn, I want you to marry me. But I mean, now. Not twenty Fridays from now, I want you to marry me now! This is June.
And I said: –I can’t, I’m going to a lion hunt to Africa. Y era cierto.
Y he said: –I’m a better lion.
[…] De repente como si Dios me pegara en la cabeza: “Kathryn, don’t be a dammed fool” […] y de repente sentí en el corazón que yo estaba tratando de no tener que comunicarme con algo tan seguro, porque había tenido una mala experiencia. Pero en ese momento decidí que sí me quería casar. Él tenía todos los requerimientos, él tenía una familia, quería estar en México, quería un hombre que de veras me amaba y ese matrimonio duró 51 años. Un matrimonio made in heaven.
[Donald Blair] ayudaba a todo el mundo. Dan no era muy bueno en negocios, porque regalaba todo […], así era él. Era de un corazón enorme y yo seguía con la decoración, así es que juntos educamos a los cuatro hijos, se fueron a la universidad, y cuando ya no había nadie en casa hicimos una casa en San Miguel de Allende, hermosa, hermosa. Con todos los artesanos de Dolores Hidalgo y de San Miguel […]. Pero […] yo quería tiempo para escribir mi libro y tuve que salir de México, porque tenía demasiadas obligaciones. Dejé el negocio de decoración a mi socia, una nueva socia, porque Pam había muerto […] y le dije a Dan: –Vámonos a San Miguel Allende.
Y él, sus clientes principales eran de los bancos. Y llega en la mañana con un periódico que decía: “La banca es mexicana”. Y Dan dice: –Pues yo no voy a tener clientes. Muy bien, vámonos allá.
La sombra del ángel
Y fue en San Miguel donde escribí A la sombra del Ángel.
Dan nunca quería hablar de su mamá y supe [de ella] por una amiga mexicana que estaba conmigo en la UCLA y me mandó una carta diciéndome:
—Kathryn, te acabas de casar con el hijo de Antonieta Rivas Mercado. Mi familia la adoraba, era la mujer más inteligente, más bondadosa, más elegante que cualquier mujer que habían conocido. “¡Qué lástima que se suicidó en la catedral de Notre Dame!”
Y entonces supe por qué las tías me dijeron [que] se enfermó y se murió en un hospital de París. ¿Qué había que hacer? Así fue. No querían nada que ver con Antonieta, la dejaron tirada allá y ya. Bye, bye Antonieta. Fui a Notre Dame tres veces, cuando estaba escribiendo mi libro, para tratar de entender por qué una mujer […] que había dado tanto a México […] se suicidó. Y lo que sentí fue que ella había dado todo lo que tenía, estaba enferma, endeudada, no tenía a nadie que la cuidara, nadie que le diera un abrazo, Vasconcelos ya estaba fuera de su vida y ella sintió que sería mejor si ella desapareciera.
Escribí el libro en inglés, porque yo pensaba que con una [historia] tan impactante, los americanos iban a saber algo de la historia de México, porque Antonieta vivió tres décadas muy importantes: la última del porfiriato, la década de la revolución y los diez años en el cual los generales se apoderan del gobierno. Y veo su vida a través de estas tres décadas.
Yo lo escribí, lo reescribí y lo reescribí viviendo en San Miguel Allende. Tenía dos señores, publicaba libros uno y el otro era un guionista de películas, y daban ellos clases sobre escribir […].
Este [último] que era guionista de Hollywood me llamó y me dice: –Kathryn, acabo de leer tu manuscrito. Con él he aprendido más de historia de México, que todos los veranos que he pasado en San Miguel.
Y me dice: –¿Sabes lo que hiciste? Aquí esta una línea, aquí está tu historia y los personajes caminan por esa línea de esta manera. No quiero saber lo que sucedía mientras caminaban, lo que quiero saber es qué pensaban, qué tenían en la cabeza, qué sucedía en su vida. Has contado muy bien su historia, pero ahora quiero conocer a tus personajes, quiero saber quiénes son. Así que analicemos a tus personajes.
Y comenzamos con Antonio y […] cambié el nombre de la mamá porque su nombre verdadero era Matilde y yo la llamo Cristina. Le cambié el nombre porque dije, se puede defender siendo Cristina [ríe]. Y comenzamos […] hicimos el papá, la mamá, íbamos en tía Alicia cuando él se tuvo que regresar a Hollywood, pero yo ya sabía cómo [hacerlo].
[Luego lo llevé] a cinco o seis editoriales en Nueva York. Nadie lo quería publicar. […] Era un manuscrito grande, ¿eh? El primero tenía 800 páginas. Lo reduje a 600, de ahí lo reduje a 500. [Entonces] me dieron el teléfono de esta agencia y del director, y le hablé y […] aceptó leerlo en inglés.
[…] Cuando salió me dijo, este, el [editor…]: –Quiero hacer, la presentación en el Museo de Arte Moderno porque […] tienen un mezzanine con una placa que dice: “Antonieta”. […] y me dio una tarjeta para […] Teresa Franco. Era la directora entonces.
Y dice [ella]: –Yo creo que quizá podrías tener máximo 200 personas.
Le dije: –Es bastante. Fine.
¿Sabes cuántos llegaron? 500. Cuando el periódico avisó que iba a salir un libro sobre la vida de Antonieta Rivas Mercado. Y desde esa noche el museo había comprado 50, para que les durara todo el año. Se vendieron en menos de una hora.
Antonieta me ha dado a mí muchísimos regalos. A través de esa novela conocimos gente que nunca hubiera conocido e ido a lugares. Durante el Bicentenario [se hizo] la Fundación Rivas Mercado. Comenzó con dos jóvenes mujeres, una de ellas una nieta de Alicia y la otra, que había leído mi libro y simplemente se enamoró de Antonieta […]. Les di yo todo lo que tenía de fotos, de cartas que había escrito ella, la hija de la hermana más chica, Marylin Curtis, tenía unos patines de hielo que pertenecían a Antonieta. Alguna ropa que había sido de ella y entonces se fue recibiendo lo suficiente para hacer exposiciones.
[Además] rescataron la casa. Estaba casi en ruinas, está perfecta hoy. Perfecta, ¿ustedes la han visto?
Memorias
Nada más he escrito tres libros, la verdad. El primero fue el de la niña El diario de Lucía, luego Antonieta, a la sombra del Ángel. ¿Sabe quién me dijo ese nombre? En una plática que tuve con un señor que la conoció […] y en la plática me dijo: —A pesar de su muerte, la forma en que murió, Antonieta fue una mujer muy afortunada, porque tuvo a su padre que la educó, él la educó a la sombra del Ángel.
Escribí otra cosa: La historia de México, es una historia que no es académica. Lo cuento como si fuera una novela. Y ahora ando con mis propias memorias. Sabes cómo se [titulan], ¿te dije cómo se llaman mis memorias?: Life without a road map. ¿Lo entendiste?: La vida sin mapa de camino.
Para saber más
- Blair, Kathryn, A la sombra del Ángel, México, Penguin Random House, 2015.
- Ver Antonieta, dir. Carlos Saura, con Isabelle Adjani, Hanna Schygulla e Ignacio López Tarso, España, 1982, 113 minutos.
- Visitar la casa de la familia Rivas Mercado, en la calle Héroes N° 43, colonia Guerrero. Contacto: visitas@casarivasmercado.com