Ana Karen Hernández Hernández
Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Iztapalapa
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 40.
El país de la década de 1920 era introspectivo, desconfiado de lo que fuera extranjero, por eso la aparición de un grupo de escritores, artistas, pensadores y editores denominado Contemporáneos, que se abría a ideas nuevas y alternativas generó polémica y recelo. Allí estaba una generación que quedaría enraizada en las letras mexicanas: Torres Bodet, Novo, Villaurrutia, González Rojo, Owen, Ortiz de Montellano, Pellicer, Gorostiza. Una contracultura en la posrevolución.
Con la llegada de Álvaro Obregón a la presidencia de la república en 1920, se consolidó la pacificación del país tras la revolución. El nuevo régimen necesitaba redefinir a la nación, y crear elementos de cohesión social que le permitiera legitimarse, ello dio paso a la creación del discurso
nacionalista revolucionario. En él se procuró una historia común imaginada como referente para todos los miembros de la sociedad, siendo su eje articulador el elemento del pasado mexicano que más contrastaba con el exterior: las culturas prehispánicas, principalmente la mexica. Fue por tanto un nacionalismo etnológico, pues se identificó lo nacional con lo indígena, y lo indígena con lo popular y lo revolucionario. Todo aquello que fuera extranjero era un enemigo: el nacionalismo revolucionario, lejos de tender puentes entre las distintas nacionalidades, desplegó una estructura simbólica que remarcó y precisó las fronteras entre “lo mexicano” y otras culturas.
En este ambiente posrevolucionario un grupo que no se identificó con el nacionalismo revolucionario fue el conocido como Contemporáneos. Su propósito era integrar a México en la universalidad de la época por medio del conocimiento de nuevas literaturas, principalmente europeas y estadounidenses; por ello emprendió una serie de actividades culturales como la publicación de revistas, traducciones de destacadas obras de ese momento e incluso montajes teatrales. Sus actividades y afán cosmopolita les valieron la acusación de frívolos, despreocupados por el orden social, ignorantes de la cultura mexicana y de rechazar los valores en construcción de la vida de su propio país. Sin embargo, los Contemporáneos no rechazaban su herencia mexicana, sino que al contrario, como conocedores de la misma, sus actividades, varias de ellas al margen de las instituciones oficiales, demostraron un interés en el mejoramiento y la promoción de la cultura, la sociedad, el arte y la literatura mexicana.
A diferencia de otros movimientos artístico-culturales del siglo XX, como el surrealista o estridentista, los Contemporáneos no elaboraron un manifiesto para definirse plenamente. Nada más ajeno a ellos que agruparse bajo normas comprometedoras, que limitaran su independencia creativa. La vanguardia a la que aspiraban asumía el individualismo, ninguno propuso legislaciones o estableció mandataria concertación. De ahí que pueda afirmarse que los unió la amistad: si de soledades fue la atadura, la amistad la desató. Los amigos tenían edad semejante, nacidos entre 1897 y 1904, una base educativa común adquirida en la Escuela Nacional Preparatoria y la colaboración constante en las revistas y empresas de sus allegados. Con base en esos criterios, pueden enunciarse como Contemporáneos a Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José y Celestino Gorostiza, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta y Gilberto Owen.
Alrededor de 1918, cuando era estudiante en la Escuela Nacional Preparatoria, Jaime Torres Bodet planeó la creación de un Nuevo Ateneo de la Juventud junto a sus compañeros Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José Gorostiza y Carlos Pellicer. Este proyecto quería emular al Ateneo de la Juventud de 1906. Uno de sus principales maestros en ese entonces había sido ateneísta: José Vasconcelos. A través de las correlaciones del grupo encabezado por Torres Bodet, otros alumnos se incorporaron. Pellicer conocía a Gorostiza y a su hermano Celestino desde su natal Tabasco; gracias a Celestino, Salvador Novo, su compañero de clases, conoció a Carlos, José y Enrique, y se sumó al proyecto.
En octubre de 1921, José Vasconcelos fue nombrado secretario de Educación. Desde su cargo, realizó un deslumbrante despliegue para la alfabetización del país: su misión moral era la construcción de una raza cósmica que fuera el imperio de la integración, la creación y el amor en contra del expansionismo de la cultura estadunidense de los “fabulosos veinte”: en el cine, la música, el baile, etc. Vasconcelos llamó a Torres Bodet para que fuera su secretario personal, y en 1922 lo nombró director del Departamento de Bibliotecas: desde este puesto, Torres Bodet brindó los primeros apoyos a sus amigos del Nuevo Ateneo. Su oficina en la secretaría se convirtió en el centro de reunión del grupo: ahí cobró forma y se expandió. Salvador Novo integró a dos compañeros suyos: Xavier Villaurrutia y Jorge Cuesta, quienes a su vez llevaron a Gilberto Owen. El grupo ideó un órgano en el que se publicarían críticas literarias y se dieran a conocer obras originales, para lo cual buscaron el respaldo del secretario de Educación. Fue así como nació la revista La Falange en diciembre de 1922, que pronto se convirtió en la expresión propagandística de Vasconcelos, gracias a sus comentarios editoriales. Sin embargo, la mayoría de las contribuciones publicadas fueron sobre literatura, arte e ilustradas por algún joven artista. La escasez de buenas contribuciones y los absorbentes trabajos gubernamentales de los editores, la llevaron a su fin en octubre de 1923, tras sólo siete números publicados.
Otro rumbo cultural
Plutarco Elías Calles fue electo presidente el 6 de julio de 1924 y designó a José Manuel Puig Casauranc como secretario de Educación Pública. Esto trajo consigo un cambio de rumbo de la política cultural: se dejó atrás el afán de fraternidad latinoamericana, y el discurso nacionalista se volvió defensivo y lleno de autoelogios; su estructura simbólica remarcó las diferencias culturales ente México y el mundo. Bernardo J. Gastélum fue nombrado jefe del Departamento de Salubridad, donde dio puestos menores a Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo, brindándoles un sueldo e ingresos para sus proyectos editoriales. Por su parte, Salvador Novo consiguió un puesto en la Secretaría de Educación Pública en 1925, mientras mantenía una estrecha relación con Xavier Villaurrutia, quien en ese entonces realizaba estudios de teatro. Carlos Pellicer aceptó un puesto en el departamento de Bellas Artes, mientras que José Gorostiza se volvió profesor en la Universidad. Entre 1925 y 1926 se redujeron las actividades literarias del grupo: se dispersaron porque aumentaron sus responsabilidades burocráticas; aunado a ello, sabían que el gobierno no promovería algún proyecto o publicación “extranjerizante”.
El pintor Agustín Lazo regresó a México en 1926, tras una estancia de cuatro años en Europa. Él contó a Novo y a Villaurrutia sobre las vanguardias europeas: esas charlas impulsaron en ellos el deseo de editar otra revista y crear una compañía de teatro. En busca de financiamiento para sus proyectos, acudieron al secretario José Manuel Puig. En mayo de 1926 realizaron una función privada en su casa de la obra La puerta reluciente, del escritor irlandés Edward John Moreton, Lord Dunsany. El secretario les negó el apoyo dentro de los cauces oficiales, porque ni la historia ni el escritor eran mexicanos, pero se comprometió a ser el mecenas de la revista. El proyecto teatral de Villaurrutia y Novo quedó a la deriva en espera de alguien que accediera a financiarlo.
Después de tres años de estancia en el viejo continente, Antonieta Rivas Mercado regresó en 1926 a México junto con su padre, el reconocido arquitecto porfirista Antonio Rivas Mercado. Durante ese tiempo, Antonieta osciló entre España y Francia, siendo testigo de las vanguardias artísticas de las que Lazo había hablado con sus amigos: conoció el Théâtre de l’Atelier, de Charles Dullin, la Nouvelle Revue Française, de André Gide, y la Revista de Occidente, de José Ortega y Gasset; el arte de Picasso, la génesis del surrealismo y la moda de Coco Chanel. Tras la muerte de su padre, Antonieta heredó la mayor parte de su fortuna, pero su hermana mayor, Alicia, se quedó con la casa de Héroes 45 en la colonia Guerrero, por lo que tuvo que mudarse al número 107 de la calle de Monterrey, en el triángulo que formaba con Insurgentes y la antigua avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón), en la colonia Roma, durante abril de 1927. Antonieta hizo de esa casa un lugar de reunión para intelectuales: fue allí donde su amigo el pintor Manuel Rodríguez Lozano le presentó a Xavier Villaurrutia y a Salvador Novo. Los escritores encontraron en ella a la mecenas que necesitaban para su proyecto teatral.
Por otra parte, José Puig cumplió su palabra de patrocinio y en mayo de 1927 apareció el primer número de Ulises. Revista de Curiosidad y Crítica. Los jefes editoriales fueron Salvador Novo y Xavier Villaurrutia e invitaron a colaborar en el equipo a Jorge Cuesta y a Gilberto Owen. Con la aspiración de emular a La Nouvelle Revue Française, la publicación mexicana fue nombrada como el héroe griego porque simbolizaba la curiosidad, la inteligencia, el deseo de conocer y, sobre todo, la fidelidad a los orígenes: conocer lo foráneo para entender mejor lo propio. En Ulises predominaron las expresiones literarias de autores mexicanos: destaca el texto de Samuel Ramos sobre la filosofía de Antonio Caso, además de colaboraciones de Julio Torri y Mariano Azuela, y se publicaron traducciones de autores como James Joyce, André Gidé, el filósofo alemán Max Scheler, el historiador estadunidense Carl Sandburg, el surrealista italiano Massimo Bontempelli, entre otros. Una innovación más fue el debut de la propia Antonieta Rivas Mercado con una reseña del libro Sobre nosotras, de la escritora española Margarita Nelken, líder feminista española. Sin embargo, Puig Casauranc fue presionado por el gobierno para que dejara de patrocinar la publicación y ésta desapareció tras seis números, en febrero de 1928.
A finales de septiembre de 1927, el proyecto teatral de Novo y Villaurrutia dio sus primeros pasos bajo el mecenazgo de Rivas Mercado; nombraron al grupo Ulises para hacer patente su hermandad con la revista. La sede de sus representaciones fue un cuarto de vecindad en el número 42 de la calle de Mesones, en el centro histórico, propiedad de Antonieta, a la que los Ulises bautizaron como “el cacharro”. La compañía quedó integrada de la siguiente manera: los directores fueron Julio Jiménez Rueda y Celestino Gorostiza. Tres los escenógrafos, Manuel Rodríguez Lozano, Julio Castellanos y Roberto Montenegro; las actrices, además de la propia Antonieta, Clementina Otero, Judith Martínez, Isabela Corona y Lupe Medina Ortega. En lo que respecta a los actores, además de Novo, Villaurrutia y Owen, estuvieron Rafael Nieto, amigo de Antonieta, el escultor y el pintor Ignacio Aguirre, amigo de Rodríguez Lozano, Carlos Luquín, escritor y amigo del grupo, Delfino Ramírez Tovar, y un joven Andrés Henestrosa.
El teatro Ulises tuvo cinco temporadas, entre enero y julio de 1928: en la de mayo se presentaron en el teatro Virginia Fábregas. Los autores y obras de su repertorio fueron Simili, de Claude Roger Marx; Ligados, de Eugene O’Neill; El Peregrino, de Charles Vildrac; Orfeo, de Jean Cocteau, y El tiempo es sueño, de Henry René. Los Ulises recibieron buenas críticas en La Revista de Revistas:
Quien censure con ironía o maledicencias la nobilísima labor del grupo de intelectuales que lleva el nombre de esta nota, tiene cerrados los oídos a la nueva voz estética o se empeña en arrullarse con las comedias románticas del buen don Gregorio en el Hidalgo. Porque mayor desinterés no puede exigirse –muy a lo siglo xx– de la túnica doctoral y seria de las letras, se colocan la máscara de la farsa y entregan el buen pan y el vino nuevo del teatro de vanguardia […] Precisamente porque los jóvenes y las señoritas de la elite social, que estudian y encarnan tipos, desconocen en lo absoluto los trucos de la escena, las morcillas inaguantables, los gestos y actitudes preconcebidas, dan a las obras mayor temblor humano […] Parece increíble que en esa casa vieja y mohosa de la calle de Mesones, frente a un escenario de tres metros cuadrados, se consiga una representación tan importante. El público, en su mayoría gente de relieve intelectual, juzgó y valoró el gesto gallardo de Ulises, y agradeció vivamente la bondad del manjar. La comedia de O’Neill, muy bien traducida por cierto, no podría llevarse a los teatros mercantilistas.
Aunque también se hicieron presentes las críticas en periódicos como El Universal, acusándolos de ser un grupo de frívolos que malgastaban presupuesto federal, lo irónico era que el teatro no recibía dinero alguno del gobierno:
Allá en una casucha de Mesones –esto ya lo anunciaron en su flamante página de sociedad, de alta sociedad, los grandes rotativos–, se reunieron esos que esperaban su consagración definitiva desde hace cuarenta años y otros que apenas si completan el medio lustro de haber abandonado las aulas completamente destripados, como hijos y el marido de Medea. El odioso Ulises, el errabundo y fracasado, en cuyo teatro se hizo la temporada cooperativa –bien pagados por la Secretaría de Educación– […] Y los Novo y Villaurrutia y todos aquellos que tienen el mejor deseo de ver el aeroplano de su éxito coronado por la medalla de un nuevo raid, entre un florecimiento de pistolas y sables, pasarán las de Caín en la isla María Madre […] ¡Oh gran Huitzilopochtli, no queremos que el teatro Ulises, constituya una nueva y pesada carga para retrasar el pago de los profesores!
Para ese momento, Antonieta había comenzado a tener crisis psicológicas por su proceso de divorcio de Albert Blair y perdió el entusiasmo por el teatro ante dos nuevos proyectos; por un lado, Rodríguez Lozano la convenció de invertir el dinero del teatro en un cabaret llamado “El Pirata”, por otro, una orquesta sinfónica encabezada por el joven músico Carlos Chávez. Por ello, el grupo Ulises se acabó.
La revista
Villaurrutia y Novo fueron convocados por entonces por Torres Bodet para la Antología de la poesía moderna mexicana. El prólogo estuvo a cargo de Jorge Cuesta, mientras todos los amigos colaboraron en la selección de poemas y las notas críticas. Fue la génesis del proyecto más sobresaliente del “grupo de soledades”: la revista Contemporáneos.
Durante esos años, en las tertulias del grupo de amigos se había hablado de la Revista de Occidente y de la Nouvelle Revue Française, por lo que recurrieron a su antiguo aliado, Bernardo Gastélum, para que fuera el mecenas de la nueva publicación. En junio de 1928 apareció el primer número. Los editores fueron los mismos de La Falange: Torres Bodet, Ortiz de Montellano y González Rojo.
El nombre de la publicación, Contemporáneos, y que a la vez daría nombre al “grupo de soledades”, tiene que ver con la inclinación de los mismos hacia lo actual, lo novedoso, pues México no podía seguir ajeno a los movimientos innovadores que se estaban gestando a finales de la década de 1920 en otras latitudes.
Contemporáneos plasmó la literatura actual para ese momento, no la de “vanguardia”, pues el grupo repudió este término por juzgarlo algo pasajero. Contenía estudios sobre literatura y artículos sobre arte, historia y otras materias como música y cine. De publicación trimestral, fue un órgano más unitario que sus antecesoras La Falange y Ulises: incluyó a todos los miembros y fue más independiente porque existía por un mecenazgo particular.
Tras el asesinato de Obregón y el nombramiento de Emilio Portes Gil como presidente provisional, se dieron los acostumbrados cambios de personal en la burocracia nacional. Terminó la jefatura de Gastélum en Salubridad, lo que cortó el apoyo que la revista recibía de él. A eso se sumó la impopularidad de varios miembros del grupo entre las esferas culturales del momento, lo que repercutió en que Torres Bodet, Gorostiza y Owen también fueran cesados de sus puestos en Salubridad. Durante la época de Ulises, algunos miembros del grupo de amigos conocieron a Genaro Estrada, subsecretario de Relaciones Exteriores. Con su ayuda, obtuvieron puestos diplomáticos, y Ortiz de Montellano de bibliotecario en dicha secretaría. Por su lado, Novo ayudó a que Villaurrutia, Cuesta y Gorostiza comenzaran a trabajar en la SEP. Para 1929 Jaime, Bernardo y Enrique se hallaban fuera de México por sus nuevos cargos, lo que implicó cambios financieros y editoriales en la revista. Ortiz de Montellano asumió la responsabilidad de ser el editor y el nuevo mecenas fue Estrada. A través de la secretaría de Relaciones Exteriores se lograron colaboraciones de escritores de España y Latinoamérica, además de agilizarse la obtención de textos de autores de otras latitudes para ser traducidos y publicados. Entre los autores que aparecieron se encuentran Federico García Lorca, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Manuel Azaña, Enrique Diez-Canedo y León Felipe, conocidos como La Generación del 27. Mientras que por Latinoamérica se leen nombres como Juana de Ibarbourou, Pablo Neruda, y Jorge Luis Borges. En cuanto a autores no hispanohablantes estuvieron T. S. Eliot, D. H. Lawrence, poemas de William Blake, Paul Valéry, Jules Supervielle y André Maurois. Se dieron a conocer obras de Salvador Dalí, Pablo Picasso y Joan Miró, además de la fotografía de Seguéi Eisenstein, cuya lente no sólo captó ruinas prehispánicas, sino la situación de algunos grupos indígenas tras la revolución. Sin embargo, la presencia mexicana fue siempre la central. Hubo poemas y ensayos de Samuel Ramos, Alfonso Reyes, Manuel Gómez Morín y Julio Torri, poemas de Renato Leduc e ilustraciones con obras de José Clemente Orozco, Carlos Mérida y fotografías de Manuel Álvarez Bravo. Contemporáneos reunió a las plumas e incluso pinceles y lentes, de una generación.
Contemporáneos se publicó dos años más hasta noviembre de 1931. Tras 43 números se terminó. Las razones fueron la renuncia de Genaro Estrada a Relaciones Exteriores y que Ortiz de Montellano cayera enfermo, por lo que también dejó su cargo. “El grupo de soledades” también se había dispersado por sus ocupaciones, ya fuera en México o en el extranjero. La amistad siguió, pero nunca volvieron a hacer un proyecto en conjunto.
Los integrantes de los Contemporáneos son más reconocidos de manera individual por su participación en la diplomacia, la política y la educación. Poco se recuerda que sus respectivas carreras nacieron al interior de un grupo de amigos que trascendió las aulas preparatorianas, para colocar a México en el escenario cultural del mundo en la década de 1920. La revolución fue para ellos una guerra civil que devastó al país y “lo indígena” eran los pueblos afectados tras el conflicto armado. De ahí que sus publicaciones y eventos puedan ser consideradas contraculturales. Sus actividades fueron esfuerzos personales, en pro de la libertad creativa y no en contra de la cultura mexicana. Fue una generación excepcional en las letras mexicanas: la expresión local de lo que estaba sucediendo en otras partes del mundo, que logró insertar a México en un proceso global de transición cultural.
Para saber más
- Bradu, Fabienne, Antonieta (1900-1939), México, Fondo de Cultura Económica, 2007 (Vida y Pensamiento de México).
- Cuesta, Jorge et al., Los Contemporáneos en El Universal. México, Fondo de Cultura Económica, 2016.
- Fernández Félix, Miguel (coord.), Los Contemporáneos y su tiempo, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 2016. https://goo.gl/fP7XW7